Revista de Educación Religiosa, Volumen 1, Nº 3, 2019, DOI 10.38123/rer.v1i3.9
José María Siciliani1
Universidad de La Salle, Bogotá, Colombia
Nota previa: La siguiente es una reflexión que emerge de las investigaciones que adelanta el autor, pero también de la puesta en marcha de la misma propuesta en la Arquidiócesis de Bogotá. En estrecha colaboración con la “Coordinación de iniciación cristiana” de esta Iglesia local, desde hace ya dos años se ha comenzado un itinerario para la iniciación cristiana de adultos bautizados con este estilo catequético. Por consiguiente, a pesar de su carácter teórico, la articulación entre la investigación académica y el trabajo pastoral está en la base de este artículo.
La catequesis no es una actividad de la Iglesia que carezca de bases teológicas sólidas. Por tanto, no se debe improvisar ni tomar a la ligera. Cualquier negligencia o minusvaloración de la actividad catequética de la Iglesia responde a una visión miope de su valor. En efecto, la catequesis es la vía por la cual la comunidad creyente forma a los cristianos que se harán parte de ella. Así, no ser diligentes y serios a la hora de pensar y de hacer operativos los procesos catequéticos en la Iglesia manifiesta una falta grave de conciencia y un desorden imperdonable en la jerarquía de valores orientadores de la actividad evangelizadora.
Ahora bien, existen múltiples dimensiones de la catequesis narrativa que ameritan una robusta fundamentación. Aquí se abordarán solo cuatro de ellas. Estas, no obstante, constituyen el núcleo de esta propuesta: la teológico-bíblica, la eclesial, la personal y la social. Antes de abordarlas, se ofrece una breve definición de lo que se entiende por catequesis narrativa.
El catequeta Enzo Biemmi la define así: “es un ámbito propicio para el encuentro entre la historia de Dios y la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo” (EEC, 2011, p. 9). Conviene agregar algunos comentarios que se aclararán en los apartados siguientes: como ámbito, se trata de pensar en la catequesis como un tejido relacional comunitario, como un proceso de comunicación, como un ambiente principalmente fraternal. Como historia, hay que subrayar que se habla de la historia de Dios y de la historia de los seres humanos; se trata, pues, de la intersección entre dos “personajes”: el ser humano y Dios. La catequesis narrativa propicia el encuentro inaudito entre ambos, del que brota una historia insospechada. Este último aspecto de la definición remite directamente a la primera dimensión de la fundamentación.
Ahora bien, existen diversas propuestas de catequesis narrativa. Todas se apoyan en el redescubrimiento del relato por las ciencias humanas y sociales y, particularmente, por la teología (fteobald, 1996; Wacker, 1981). Este anclaje pluridisciplinar y teológico induce un rasgo común: la centralidad de los relatos bíblicos en la catequesis. Así, las diversas propuestas catequético-narrativas se focalizan en los relatos de la Biblia y sus múltiples potencialidades. Sin embargo, no todas siguen una misma ruta, acentuando diversos aspectos de la narración bíblica: el poder identificador de los héroes bíblicos (Bournique Joseph, Soffay Jean-Francois, Pilet Paul, 1962); su riqueza simbólica e imaginativa (Bulgarelli, 2014) (Lagarde, 1983) (Lagarde, 1983); la dimensión biográfica en la catequesis (Scheidler, 2011); su poder pedagógico (Stany, 1985); su poder comunicativo y revitalizador (Tonelli, 2002); su poder experiencial y sanador. En América Latina se ha acentuado la dimensión liberadora de los relatos bíblicos, como lo hizo el famoso catecismo Vamos caminando: los campesinos buscamos con Cristo el camino de nuestra liberación, del equipo pastoral de Bambamarca, en Lima (Bambamarca, 1977). Estos ejemplos ilustrativos revelan la necesidad de una mejor articulación de las diferentes dimensiones de los relatos bíblicos en la catequesis.
Pensar la catequesis desde la narración, ¿qué pone en juego? Dicho de otro modo, ¿definir la fe en el Dios de Jesucristo como una historia introduce algún cambio en la forma de hacer la catequesis? ¿En qué y cómo la narración nos hace pensar de forma diferente a Dios?
La teología que soporta a esta propuesta catequética se toma muy en serio la forma narrativa de la revelación de Dios en la Biblia. ¿Y qué es lo que se puede encontrar allí? A un Dios narrado. Ciertamente, Dios también habla en la Biblia por medio de códigos, de poemas, de discursos, de cartas, etc. No obstante, se constata incuestionablemente una primacía de lo narrativo en la Biblia. Esto significa que la Biblia cuenta a Dios, que lo narra. Aun más, que Dios se deja narrar, que Dios entra como personaje en unas historias en las que él interviene e interactúa con los seres humanos.
Desde el relato de la creación hasta el combate apocalíptico, la Biblia está colmada de relatos. Y esto da que pensar. Al respecto, el especialista en catequesis Enzo Biemmi afirma lo siguiente:
“En el conjunto de los lenguajes de la fe, la narración no aparece como uno más entre ellos sino como el lenguaje genético, fontal de todos ellos. Toda otra expresión o formulación ritual, doctrinal, argumentativa, existencial de la fe nace siempre de la ‘memoria’ de un acontecimiento y de su renovado e ininterrumpido relato” (EEC, 2011, p. 5).
Al interior del relato bíblico, interrumpiéndolo, se sitúa el discurso, la norma, la poesía. Es como decir: la base de la Sagrada Escritura es una experiencia de vida hecha memoria, contada por quienes tuvieron la dicha de vivirla. De ahí se desprende un mandato del salmista, expresado así: “bendice, alma mía a Yahvé, no olvides sus amores” (Sal 102, 1).
Diríase que en la Biblia toma la palabra una experiencia vivida; que la “vida” con Dios se expresa a través de la narración. Lo que han vivido los hombres y mujeres que se encontraron con Dios, lo que ha vivido la comunidad de Israel con Yahvé, lo que vivieron los primeros cristianos con Jesús, eso constituye la materia prima del relato bíblico. Si se pone este dato fundamental de la revelación judeocristiana en relación con la catequesis, emergen inmediatamente algunas preguntas: ¿cómo interroga esto a la catequesis? ¿Qué consecuencias se sacan de ahí? ¿Cómo puede la catequesis pensar de forma renovada su identidad?
Nótese que este fundamento teológico se enraíza en la Biblia misma, en el estilo de comunicación de la experiencia de fe transmitida por la Sagrada Escritura. De la constatación del carácter narrativo de la Biblia se pueden destacar dos aspectos que invitan a renovar la forma de concebir la catequesis. El primero tiene que ver con Dios mismo: si Dios es objeto de un relato, y si no hay relato sin espacio ni tiempo (Marguerat y Bourquin, 2000, p. 34), se puede concluir que el Dios de la Biblia se deja encontrar en la historia, en la vida concreta. Hablar de espacio y de tiempo es hablar de vida cotidiana. El “pan compartido” –que es la Palabra de Dios– está amasado con la harina de la vida de sus personajes, sus lugares y sus épocas. Y eso significa que esos personajes encontraron a Dios en lo cotidiano.
Si la catequesis asume en serio el estilo de la revelación bíblica, tendrá como objetivo principal enseñar a los catequizados a descubrir a Dios en sus vidas. No se tratará tanto de enseñar una doctrina sobre Dios, sino de despertar una sensibilidad, de hacer todo lo posible para que emerja una mirada de fe capaz de descubrir a Dios en la sencillez –incluso en la opacidad– de la vida diaria. Y esto supone una revolución: porque generalmente hacer catequesis es sinónimo de aprender de memoria unas fórmulas doctrinales y de practicar algunos ritos. Sin negar la importancia de estos elementos doctrinales o litúrgicos, se afirma que está catequizado quien se ha iniciado en el arte de ver en su vida a Dios, de “presentir” su amorosa y desafiante presencia y de narrarla a los otros. Está catequizado quien descubre su vida en relación con Jesús; está catequizado quien es capaz de percibir que en todo lo que vive, el Señor Jesucristo está presente interpelándolo, confortándolo, fortaleciéndolo, tal como lo decía san Pablo: “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). Así, la apuesta de la catequesis narrativa no es solo pedagógica, sino que en su forma de planear una secuencia didáctica pone en juego una forma bíblica de comprender a Dios: está en juego una visión teológica. De ahí que se pueda afirmar lo siguiente: dime cómo concibes a Dios y yo te diré cómo es tu forma de hacer catequesis. O también, dime cómo piensas la revelación de Dios en la Biblia y yo te diré cómo es tu catequesis. Esta segunda formulación remite directamente al segundo aspecto por resaltar.
¿Cómo entender esta expresión difícil: “lógica narrativa”? Hay que pasar de los conceptos a la vida, de la lógica de la exposición a la lógica del descubrimiento. La doctrina, por ejemplo, en el Catecismo, es una exposición sistemática, ordenada, completa, del contenido de la vida cristiana. Allí está todo, allí se encuentran resumidas las principales afirmaciones de la fe de los católicos. Su lógica es la del orden, de la totalidad y la sistematicidad.
Pero la Biblia no tiene esa forma discursiva, esa estructura ordenada de presentar el encuentro del ser humano con Dios. La Biblia no es un libro de discursos sino un libro de historias. ¿Cuál es la diferencia, entonces? Que la Biblia está escrita con la lógica del descubrimiento y no con la lógica de la doctrina. ¿Son contrarias ambas expresiones? En absoluto. La teología sistemática expuesta en el Catecismo ha salido de la trenza narrativa de los relatos bíblicos. En los relatos de la Biblia hay teología, es decir, maneras de comprender a Dios, al ser humano, la relación entre ambos; modos de comprender la salvación, el pecado, el mal, el amor, la vida eterna, etcétera. Pero la Biblia no expone estas comprensiones sistemáticamente, ordenadamente o conceptualmente.
Se puede afirmar que, en la Biblia, la verdad no tiene la forma del concepto, sino la figura del relato. Giuseppe Laiti escribe atinadamente:
“La verdad no tiene su casa primera en el ‘concepto’, en un conjunto de ideas claras y distintas, al amparo de las peripecias de la vida diaria, sino que se ofrece en los acontecimientos… la verdad nos llega en la historia, en forma de acontecimientos históricos, porque, en el fondo, ella es relato… la verdad pertenece frontalmente al orden de la relación, como el amor, como espacio otorgado al otro” (Laiti, 2011) citado por (EEC, 2011, p. 8).
La lógica del relato no es conceptual, no es sistemática, sino que se sitúa en lo concreto de la vida, en lo singular, en la situación vital que incide subjetivamente en una persona que se encuentra con Dios: con sus dudas, sus traumas, su trayectoria personal, su madurez, sus fortalezas y sus fragilidades. Quizás esto ayude a comprender por qué cuando se ha acentuado exageradamente la enseñanza de la doctrina –seguramente con la buena intención de preservar la recta creencia– se ha dejado de lado la vida de la gente. O peor ún, la actividad evangelizadora de la comunidad creyente y sus responsables se vuelven incapaces de escuchar realmente lo que viven las personas de carne y hueso a las que se quiere catequizar. Pareciera que sus angustias y esperanzas no tuvieran nada que ver con la doctrina. El importante principio cristiano de la encarnación es olvidado fatalmente: “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Principio que expresaba así san Pablo, desde una perspectiva pastoral: “Me he hecho todo a todos, judío con el judío, esclavo con el esclavo, lloré con el que lloraba, reí con el que reía… para ganarlos a todos” (1Cor 9, 19-23; Rom 12, 15).
La revelación bíblica instruye profundamente sobre la forma de hacer la catequesis: lo que Dios revela no son ideas; lo que experimentaron los personajes bíblicos no fue primero una serie de conceptos sobre Dios, enseñados por los patriarcas, los profetas o los sabios de Israel; Jesús no enseñó un catálogo de fórmulas exactas sobre Dios. La revelación cristiana consignada en la Biblia tiene la lógica de una historia, de una peripecia vital que involucra a Dios en los meandros de la vida cotidiana de los hombres y mujeres de Israel y luego en la vida de los hombres y mujeres de Galilea, Samaria y Judea.
¿Cómo, entonces, dar a la catequesis este talante narrativo? Eso se expondrá más adelante. Por ahora interesaba enfatizar esta orientación narrativa, este carácter histórico de la experiencia de Dios en la Biblia. Gracias a esta dimensión se puede comprender que el proyecto de catequesis narrativa no es un capricho de la moda, sino una forma de dar continuidad a la experiencia bíblica de Dios. Por la forma de involucrarse Dios en la vida de los creyentes del pueblo de Israel y de la primitiva comunidad cristiana, quienes promueven un estilo catequético narrativo están autorizado(a)s –bíblica y teológicamente– a pensar que este proyecto no es arbitrario.
Con esta expresión se alude al carácter comunitario de la experiencia cristiana que se intenta promover en la catequesis narrativa. En los ambientes cristianos se ha oído durante mucho tiempo que había que salvar el alma. Se inculcó así un sentido individualista de la fe que alejó mucho a los creyentes de la alegría comunitaria del evangelio. Y esta tendencia se ve hoy reforzada por una cultura individualista que tiende a reducir la fe a un asunto privado y emocional. El evangelio se “vive” como una vía de perfección individual en un contexto cultural que estimula la autorrealización personal, sobre todo de carácter afectivo. La fe se convierte en una vía para esculpir con narcisismo la propia imagen y para construir una tranquilidad individual casi siempre ciega ante las historias de sufrimiento de los desheredados de este mundo. Esta comprensión deforma la fe en Jesucristo, creando cristianos que aman más su bienestar emocional que a Dios y al prójimo. Pero la fe es comunión; la fe es una fiesta y las fiestas no se hacen con una sola persona.
Desde un punto de vista narrativo, es interesante observar que la Biblia cuenta ciertamente historias de personas concretas. Pero la vida de todos sus personajes está siempre ligada a la historia de una comunidad. Nunca se trata de historias de introspección personal gracias a las cuales los protagonistas bíblicos se encontraron consigo mismos. Más bien son las historias de hombres y mujeres que estuvieron “involucrados” en la vida de su pueblo en nombre de su vida de fe. Este carácter comunitario de las narrativas bíblicas enseña algo fundamental: la catequesis ha de propiciar una experiencia de fraternidad. La catequesis debe sumergir al catequizado en una vivencia comunitaria donde se tejan fuertes lazos afectivos.
¿Cómo crear estas comunidades? Ahí está el reto. Se puede decir, por el momento, que tal desafío supone vencer el clericalismo, los verticalismos y modos pedagógicos que menosprecian el saber vital de la gente que busca a Dios en la catequesis. Hay que implantar un talante participativo a las sesiones de catequesis, en donde nadie se adueñe de la palabra, donde nadie aparezca como el maestro que sabe o tiene claro todo. La labor de liderazgo aquí debe ser repensada cuidadosamente. Y esta revisión comienza por el uso del vocabulario: quizás no convenga hablar de líderes, así como Jesús advirtió hace veinte siglos que no convenía hablar ni de maestros ni de directores ni de padres en la comunidad cristiana, ya que ese lenguaje creaba divisiones incompatibles con el Reino (Mt 23, 8-11). Jesús proponía hablar preferiblemente de servidores.
Sumergirse en una comunidad implica entrar en una red, en un tejido vital de hermanos. Por eso, este modelo de catequesis asocia, como se verá enseguida, una serie de estrategias pedagógicas que van más allá de la participación en las actividades litúrgicas. La comunidad catequética ha de involucrar a los catequizados en un proceso en el que el testimonio sea una pieza clave: viendo qué hacen y cómo lo hacen los cristianos, el aprendiz entrará poco a poco en la vida de una comunidad en que se comparte la fe cristiana, con todas sus implicaciones para la vida de los creyentes y su proyección en la sociedad. Con esta propuesta de involucramiento comunitario se evoca aquí la invitación de Jesús a unos hombres que le preguntaban por su lugar de residencia, a quienes respondió: “vengan y verán” (Jn 1, 39). La catequesis, en cuanto experiencia comunitaria, ha de ser un espacio donde se cuentan cosas porque, justamente, pasan cosas, más exactamente, porque allí acontece Dios y esta experiencia se vuelve objeto de una narración.
Las actividades propuestas por la catequesis implicarán a los catequizados en procesos de transformación personales y comunitarios. Y quien dice transformación o cambio habla ipso facto de relato. Porque todo relato es el recorrido de un cambio en el que los personajes se afanan por lograr un objetivo. Se transforma algo en vista de un logro. La comunidad de catequizados podrá así convertirse en una comunidad que narra su propia experiencia de transformación en Jesucristo. Pero para narrar algo hay que haber vivido algo, de ahí la urgencia de pensar en actividades inspiradas, gradualmente, por el progresivo encuentro con Jesús en la catequesis.
¿Qué configuración adquiere la dimensión personal en una catequesis narrativa? Nadie puede creer por otro en la Iglesia; cada quien, hombre o mujer, es llamado personalmente, por su nombre. La fe de los miembros de la comunidad cristiana estimula a los catequizados, pero nunca los exonera de la opción personal por Jesucristo. Estas observaciones suponen también un cambio importante: el paso de un cristianismo por convención social, es decir, de costumbre, a un cristianismo asumido libre y personalmente. Si las historias de la Biblia –y sobre todo del evangelio– son historias comunitarias, también muestran la ineludible decisión de sus personajes ante el llamado de Dios. Los relatos bíblicos de vocación recuerdan muy bien esa difícil llamada a la generosidad radical: “Ve y anuncia”, “Ve y profetiza”, “Sal de tu tierra”, “Ve y dile al faraón”, “Pablo, ¿por qué me persigues?”
La catequesis narrativa focaliza su atención en una educación de la fe que penetre hasta los tuétanos, como dice una carta del Nuevo Testamento (Heb 4, 12). Esta cita de la carta a los Hebreos habla de una Palabra de Dios que se introduce en las intenciones del corazón. Y es bien sabido que la palabra corazón en la Biblia no alude al músculo que bombea la sangre ni a un “lugar” donde se anidan los sentimientos. Es más bien el “lugar” donde se toman las decisiones, donde el ser humano se juega su destino. Por eso Jesús insistió en la necesidad de un cambio profundo del corazón y de sus deseos profundos (Mt 15, 8); por eso insistió en la necesidad de pasar de una religiosidad exterior (honrar a Dios con los labios) a una religiosidad del corazón.
Orientar a los catequizados a observar los deseos del corazón es entonces uno de los objetivos de la catequesis narrativa. Si la dimensión comunitaria de este paradigma catequético impele a buscar modalidades de animación más participativas, con esta dimensión se reconoce el llamado a realizar un trabajo personal importante: observar y discernir la historia de los anhelos personales, para dejar que “el maestro del deseo” incline el corazón a su voluntad (Sal 119, 36). Cuando se entra en el terreno de los deseos del corazón, se toca el santuario de las personas, y por esto aquí hay que discernir y cultivar un profundo tacto pedagógico-catequético. Pero también debe quedar claro que esta “entrada en el propio aposente secreto (Mt 6, 6) es una exigencia imprescindible, gracias a la cual la fe puede vivirse realmente como una opción profunda.
En términos narrativos, esto implica un trabajo sobre la propia historia personal a la luz de la Palabra de Dios. Conviene recordar que la vida de todo hombre es una tarea de escritura de la propia historia de vida; que el ser humano es un homo fabulator, una “especie fabuladora” (Huston, 2017) que debe inventar su vida. A esa condición antropológica que incita a toda persona a apropiarse de su destino, a responsabilizarse de sí misma, se une la visión cristiana que dice: el cristiano escribe también su propia historia, pero dejando entrar en ella a Jesús. Ahora la escritura de la propia historia se hace con Dios. Se pueden evocar aquí las palabras de san Pablo, que afirma que somos una carta, escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones (2Cor 3, 2-3). He aquí unas bellas palabras del teólogo A. Gesché sobre este punto:
“Hacer de su vida la escritura de un destino puede evidentemente concebirse sin Dios; aunque sea bien difícil creer que un hombre, para escribir, no haya nunca encontrado lo sagrado, no haya nunca hecho la experiencia de una exterioridad, de una pertenencia, no haya nunca experimentado esta ‘secreta exultación temblorosa’ frente a lo que lo sobrepasa (san Agustín). En todo caso, meter a Dios en el dibujo de su vida es propiamente hacer de esta un destino y, por consiguiente, una salvación, esta vez en el sentido más religioso del término. Allí Dios se presenta, en su alteridad, como el fuera-del-texto que nos permite la escritura de nuestro propio texto. Con Dios, el hombre da, en el sentido pictórico del término, una perspectiva a su paisaje interior y social. Así como en el dibujo la perspectiva ‘humaniza el vacío’ y ‘el paisaje entonces se deslinda del mapa geográfico’ (Berenson), es decir, de la simple facticidad bruta de un territorio, porque ahora ‘él depende de un punto de vista’, de igual forma la acogida de Dios en la perspectiva de una vida puede hacer de esta un destino. Construir con Dios un reino es dar existencia a su existencia, salvarla, darle sentido. El cristianismo no es sin duda una metafísica de las ideas, sino una metafísica de la existencia. La salvación propuesta por Dios está al servicio del destino del hombre. ¿La fe no consiste en hacer coincidir la existencia con una significación?, ¿en transformar una existencia en destino de trascendencia? Cada hombre está sobre la tierra para significar algo que él ignora y realizar así una parcela o una montaña con los materiales invisibles con los cuales será edificada la ciudad de Dios” (Gesché, 2017, pp. 18-19).
Un trabajo serio sobre la historia de vida personal es una vía privilegiada para formar cristianos que, gracias al encuentro con Jesucristo, se han podido reconciliar consigo mismos, con su pasado, con sus herencias, con su cuerpo, con sus límites, con sus heridas. Solo así se pueden formar cristianos movidos desde adentro, desde lo íntimo del corazón, cristianos de profundas convicciones. Porque la libertad interior exige ese éxodo hacia sí mismo, hacia el hondón del alma donde actúa el Espíritu Santo. La catequesis narrativa presenta y fomenta así una fe vivida como camino de libertad interior, como sanación interior que catapulta a un compromiso con los demás, por la alegría de saberse amado gratuitamente por Dios.
Al promover una relectura de la propia vida de cada catequizado(a), la catequesis narrativa promueve no solo un ejercicio de introspección psicológica, sino el descubrimiento de Dios mismo en la trama de cada historia de vida: releer la propia vida para leer allí a Dios, para descubrirlo actuante y amoroso. Proponiendo esto no se hace otra cosa sino actualizar una antigua herencia eclesial. San Agustín es el modelo de este ejercicio con sus famosas Confesiones. Este santo Padre de la Iglesia insistía en esta profunda verdad tanto en las Confesiones como en su libro titulado Enarratio (Enarraciones): “Contar la propia vida es contar la propia fe” (Brabant, 1969). No se trata, pues, de encontrarse solo con uno mismo, sino con Dios en el fondo del corazón. En ese sentido se entiende esta bella fórmula de E. Husset: “san Agustín no es verdaderamente él mismo sino cuando deja hablar a Dios en él” (Housset, 2010, p. 172).
En América Latina, gracias a la teología cultivada por teólogos o teólogas eminentes, existe una rica tradición que empuja a no descuidar la dimensión social de la fe cristiana. Es quizás por este contexto especial latinoamericano, donde hay tantas diferencias en la distribución del ingreso, que el papa Francisco dedica el capítulo cuarto de su importantísima exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013) a la dimensión social de la evangelización.
Vale la pena recordar aquí esta imagen del sacerdote claretiano español Atilano Alaiz: “el cristianismo es una escuela de servicio social, no un centro de estética espiritual” (Alaiz, 1993, p. 358), sobre todo en estos tiempos de individualismo. No sin razón se habla hoy de una cultura del bienestar que hace a los ciudadanos –mejor sería decir clientes– seres humanos insensibles ante el dolor de los más pobres, veletas y víctimas de una cultura de la indiferencia y dela competitividad. Y si se ha insistido en el apartado anterior en la dimensión personal de la catequesis narrativa, que busca ir al corazón de cada catequizado, aquí se enfatiza esta otra cara de este tetraedro llamado la catequesis narrativa.
Desde este ángulo, la catequesis narrativa, apoyada teológicamente en la inevitable lectura de los signos de los tiempos, busca promover historias de fe relacionadas con los problemas sociales (políticos, económicos, ecológicos) de nuestra sociedad actual. La iniciación cristiana no puede descuidar este sentido de la solidaridad, esta sensibilidad ante el clamor y la angustia de los más necesitados, ese sentido de compasión y de amor eficaz que empuja a construir una sociedad más equitativa, más pacífica, más dialógica y unida.
La pedagogía de la catequesis narrativa se caracteriza por una puesta en relación de cuatro historias, que corresponden a las cuatro dimensiones planteadas en los apartados anteriores: la historia bíblica, la historia personal, la historia de la comunidad creyente y la historia social. Este orden no es aleatorio. En efecto, el centro de la catequesis narrativa lo ocupa la Palabra de Dios. ¿Cómo hace la catequesis narrativa para darle centralidad a los relatos bíblicos y luego articularlos con las otras tres historias?
Antes de responder a esta pregunta es oportuno precisar que esta catequesis se estructura en un itinerario que ha de tener como mínimo dos años de duración, aunque lo ideal son tres. En este trayecto, se espera que haya una reunión, mínimo, cada quince días y en pequeñas comunidades, con un máximo de 15 personas, ojalá animadas por dos catequistas. Dada la descristianización de nuestra cultura y la desmoralización en la que vive la humanidad, entrar en el mundo del relato bíblico supone un proceso que no puede ser inmediato, tanto más si se busca formar una fe adulta arraigada en el corazón, que lleve a los catequizados a una profunda libertad interior gracias al encuentro con Jesucristo.
Para poner a la Biblia en el corazón de la sesión de catequesis, esta pedagogía selecciona los relatos bíblicos –especialmente de los evangelios– que permitan vivir un trayecto, un camino de conversión profunda pero gradual, a Jesucristo. Hecha esa selección de textos según algunas etapas generales, se procede a la convocatoria y a la conformación de las pequeñas comunidades. Todo esto requiere del apoyo de la diócesis y, sobre todo, del párroco. Aunque estos grupos se pueden formar separados de la vida parroquial, con todas las implicaciones negativas y positivas que esto puede tener.
Ya en la sesión de la pequeña comunidad se proclama con seriedad, en voz alta, el relato bíblico escogido para ese día; esta proclamación en voz alta la puede hacer alguno de los participantes; luego, comienza el trabajo minucioso de observación del relato. Aquí la catequesis narrativa se sirve de las ciencias bíblicas –en particular de la exégesis narrativa– y mediante un ejercicio de transposición didáctica se ayuda a los participantes a observar la forma en que está construido el relato. Dicho de forma más sencilla, se observa con cuidado a los personajes, sus acciones, la forma como se habla del tiempo, del espacio, las intervenciones que hace el narrador para aclarar, etcétera.
Resulta un trabajo apasionante que ayuda a las personas a entrar en la Biblia y a dar al relato bíblico la oportunidad real de hablar. La expresión “habitar el texto” puede resumir este ejercicio. También la expresión del biblista colombiano Aníbal Cañaveral, que trabaja con campesinos, es muy sugestiva: “escarbar la Biblia” (Cañaveral, 2002). Sí, se trata de abandonar ciertas costumbres que no dejan observar al texto bíblico. Piénsese en este tipo de malos hábitos: “ese texto ya lo conozco”; “ese texto habla de tal situación de nuestra vida”; “ese texto es muy difícil de entender”, etcétera. Siempre aparece la tendencia a proyectar rápidamente sobre el texto bíblico las preocupaciones personales, en lugar de dejar que Dios hable primero.
Generalmente, este trabajo de observación de un relato bíblico termina con un momento oracional, en el que los participantes comparten sus sorpresas, la forma como han sido interpelados por el texto, la alegría de haber descubierto novedosamente un aspecto de la vida cristiana, etc. El ideal de este trabajo es que cada quien pueda decir, al filo de las reuniones periódicas, “esa historia bíblica es mi historia”. Dicho de otro modo, que en lugar de creer que se lee la Biblia, se termine descubriendo que es la Biblia quien nos lee, la que nos permite vernos con otros ojos: aquellos con los que Dios Padre nos mira. Ella se vuelve como un espejo (speculum), como amaban decir los medievales, en el que los catequizados se descubren a sí mismos como imágenes de Dios.
A ese primer trabajo se añaden, articulados estrechamente con los relatos bíblicos, una serie de ejercicios sobre la historia personal. Estos ejercicios son cuidadosamente diseñados por el catequista o por el equipo de catequesis. He aquí un ejemplo: al trabajar el relato de Zaqueo, se observa que el narrador lo describe así: “buscaba ver quién era Jesús”; “Se subió a un árbol para poder verlo” (Lc 19, 3.5). A partir de esas frases se puede proponer a cada participante un pequeño trabajo de escritura personal, susceptible de ser realizado durante la sesión de catequesis o fuera de ella, en casa. Se trata de reflexionar y contar la historia de los propios deseos. Esa historia se puede desatar y empezar a escribir respondiendo preguntas sencillas como estas: ¿Cuáles fueron tus deseos de infancia? ¿Los de la edad de 8 o 10 años? ¿Cuando eras adolescente? ¿Al atravesar tus 20 o 25 años o ahora?
Generalmente, se pide a los catequizados que escriban sobre sí mismos, y que poco a poco empiecen a autobservarse. Para esto se recomienda –casi como una exigencia– comenzar un pequeño cuaderno o una libretita de apuntes personales. La catequesis narrativa se presenta así como un ejercicio de elaboración autobiográfica que pide a los participantes entrar en esa difícil modalidad de la pausa, de la tranquilidad y del coraje para detenerse y sacar tiempo para Dios y para sí mismo. Para escribir sobre sí mismo. En esto la catequesis narrativa se inspira profundamente en las confesiones de san Agustín y en los consejos de san Ignacio de Loyola con la famosa “oración de alianza”, que consistía, básicamente, en una revisión de vida diaria. No se pide hacer estos ejercicios diariamente, pero sí algunas veces mensualmente. Se trata de cerrar la puerta y mirarse a sí mismo con los ojos del Padre que ve en lo secreto (Mt 6, 6).
Con el fin de poner en diálogo la vida personal y la Palabra de Dios, habrá que imaginar preguntas que ayuden a hacer esa articulación entre historia personal y relato bíblico. He aquí algunos ejemplos orientadores: ¿Por qué se podría hablar de Jesús como el “maestro del deseo”? ¿Crees que la vida cristiana supone para ti un trabajo sobre tus propios deseos? ¿Estarías de acuerdo en reconocer que hay deseos que nos pueden destruir? ¿Podrías contar una experiencia en que, movido por la publicidad, compraste algún objeto innecesario para ti o para tu casa? ¿Qué te hace pensar ese hecho sobre la relación entre deseo y publicidad? ¿Cómo crees que una persona puede entrenar o ejercitar su corazón en el deseo de Dios? Es más, ¿consideras a Dios deseable? ¿Por qué? ¿Crees que Dios desea algo de ti? ¿Qué? ¿Cómo crees que le surgió a Zaqueo el deseo de ver a Jesús? ¿Cómo surgió en ti el deseo de venir a estas sesiones de catequesis? ¿Podrías narrar esa historia tuya?
La catequesis narrativa es comunitaria. Y esa comunidad, en la fe cristiana, se llama Iglesia. Cabe recordar que esta palabra griega significa “asamblea”. ¿Cómo hacer, entonces, que los catequizados entren también en la historia de esa comunidad creyente que tiene ya más de dos mil años de andadura? No se trata de convertir a la catequesis en un curso de historia de la Iglesia. Se trata más bien de ir “condimentando” el trabajo de la pequeña comunidad –centrado en los relatos bíblicos como su eje articulador– con pequeñas anécdotas de la vida de la Iglesia, en particular de la vida de los testigos eminentes de esa historia, los santos y las santas.
Según san Agustín, las vidas de los santos son la prolongación de la historia bíblica, por eso este Padre de la Iglesia aconsejaba narrar la historia bíblica, desde la creación hasta el momento presente del catequista (Agustín, 1988). Dicho de otra manera, la Biblia ha sido capaz de engendrar muchas historias de santidad de hombres, mujeres, niños y niñas y jóvenes que asumieron con generosidad el proyecto de Jesús. Y en los momentos claves de la historia de la Iglesia, Dios siempre suscitó hombres y mujeres, santos y santas que, como antorchas de la historia, mostraron a la comunidad eclesial los caminos evangélicos a seguir.
Es toda una mina de historias sabrosas, muchas de ellas condensadas en las célebres “florecillas”: las de san Francisco de Asís, de san Juan de la Cruz, de san Juan XXIII, etc. Otras están condensadas en cartas, en autobiografías o en pequeñas anécdotas llenas de una profunda sabiduría evangélica que hay que aprovechar en la catequesis. Hacer de la catequesis una encrucijada de historias, integrando, como una de ellas, la historia de la Iglesia y su memoria de combate por la santidad es una vía privilegiada de la catequesis narrativa para formar el sentido comunitario de la fe cristiana.
Esta metodología debería desembocar en la historia de la parroquia: quién la fundó, quién construyó el templo, qué hitos se recuerdan en ella. Interesarse por esa microhistoria y conocerla genera un sentido de identidad y pertenencia eclesial que difícilmente se logra bajo la ignorancia, como es fácil comprender evocando el célebre dicho: no se puede amar lo que no se conoce. Y cuando se conoce la historia menuda de la parroquia, de sus logros y dificultades, de sus avances, de su fundación, etcétera, se entra en una lógica de participación muy especial que, sin la menor duda, es una verdadera forma de racionalidad. Esta forma de participación comprometida es resultado de lo que se ha denominado “la magia del pensar históricamente”.
La historia bíblica muestra las transformaciones de personajes que son modelos de fe, como enseña la carta a los Hebreos (Heb 11). Esos personajes –empezando por el más importante: Jesús– son la fuente principal de inspiración de la catequesis narrativa. Sus historias tienen el poder de transformar las historias personales de los catequizados y de formar una comunidad creyente que también construye una historia cuya riqueza vale la pena conocer, tal como se acaba de subrayar.
Pero tanto la vida de cada creyente como la vida de la Iglesia tienen una misión en el mundo: Jesús la describe con la metáfora de la levadura o de la sal (Mt 5, 13; 13, 33). La Iglesia vive para evangelizar, existe por esa razón: compartir con el mundo la alegría del mensaje de reino de Dios e instaurarlo entre los seres humanos. Esto hace que el cristianismo tenga una dimensión diaconal, de servicio al mundo, especialmente a los más pobres y desheredados de la sociedad actual. Esta vocación está en línea directa con el ejemplo mismo de Jesús. Efectivamente, Jesús se interesó por el bienestar integral de las personas: la salud, el alimento, la exclusión social, el descanso. Por consiguiente, también la catequesis tiene esa misión: desde el comienzo de la iniciación cristiana hay que formar cristianos capaces de ver las consecuencias de la fe sobre las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales.
Para formar ese sentido de lo social que brota de la fe, del encuentro con un Dios que sufre en la cruz como víctima de la injusticia, la catequesis narrativa recurre –entre otras– a ciertas herramientas de algunas ciencias como la historiografía actual, la ética y la comunicación, articulándolas con el mensaje teológico que brota de cada relato bíblico trabajado pacientemente en cada una de las sesiones de catequesis. El objetivo último es aprender a observar los signos de los tiempos (Merino Beas, 2014), aprender a mirar al mundo actual desde el evangelio. Se trata de aprender a leer la realidad sociocultural, política, económica, ecológica y cibernética con los ojos de Jesús, siguiendo la rica tradición del pensamiento social de la Iglesia.
Ahora bien, las herramientas pedagógicas propuestas por la catequesis narrativa tienen un fuerte rasgo narrativo, pero son, esencialmente, instrumentos que ayudan a los catequizados a mirar el mundo desde la fe. Esto supone un trabajo muy interesante para el catequista, porque lo pone en actitud de búsqueda sobre las realidades sociales actuales. Un ejemplo puede servir para vislumbrar mejor esta dimensión social de la catequesis narrativa: si se abordara el relato de la viña de Nabot del capítulo 21 del libro de los Reyes, se podría buscar la historia de una persona desplazada a quien le arrebataron su tierra por la fuerza y contrastar esa historia actual con el relato bíblico. Así, poco a poco, la catequesis narrativa se empeña en sensibilizar a los catequizados sobre la realidad sociocultural y sobre los desafíos que la predicación de Jesús propone ante tantas realidades que degradan la dignidad de los seres humanos hoy.
Es evidente que una mirada cada vez más informada y más profunda sobre la realidad social del país supone el diálogo de la catequesis con las ciencias sociales y humanas. Por ejemplo, sería ingenuo pretender comprender a fondo la situación de la minería en Colombia leyendo la carta a Timoteo. Hay que informarse, hay que conocer la historia del país, hay que estudiar y leer libros que no tienen –aparentemente– vinculación alguna con la fe. El evangelio no exonera al creyente de esta tarea formativa de su inteligencia, que, bien articulada con la fe, siempre ha sido la norma de la Iglesia.
Ahora bien, la historiografía actual tiene la ventaja de valorar la microhistoria: se trata de pequeñas historias de personas que a menudo no aparecen en las narraciones oficiales, pero que realmente construyeron historia de forma muy eficaz. Según esta perspectiva, se ha contado una historia muy militarista, de grandes batallas, de heroicas hazañas, pero se han ocultado las pequeñas historias de personas insignificantes que en la opacidad de la cotidianidad contribuyeron poderosamente al avance de la civilización, a la conquista de los derechos humanos que hoy se consideran fundamentales e inviolables. Por eso, muchos historiadores actuales se interesan por la vida y la historia de los barrios, de una tienda, de un campesino, etc.
La catequesis narrativa quiere también promover el conocimiento de la historia del país, de la ciudad, del barrio. Pero no para convertirse en una clase de historia. El principio de dosificación pedagógica es decisivo aquí: en estrecha armonía con el relato bíblico profundizado en la sesión de catequesis, se selecciona un pequeño acontecimiento de la vida del país, para explorar cómo surgió, cómo se consolidó, qué causas lo provocaron, qué consecuencias ha traído. Gracias a este conocimiento, los catequizados estarán más capacitados para encontrar ellos mismos la conexión del acontecimiento histórico con el mensaje central del relato bíblico. Poco a poco se acostumbran a leer la historia y la vida del país a la luz del evangelio.
Este artículo tiene un carácter programático. En efecto, las cuatro dimensiones de la catequesis narrativa estudiadas no agotan la complejidad del acto catequético. Se necesita, entonces, seguir profundizando estas cuatro dimensiones y ponerlas en relación con otros aspectos estructuradores de la vida cristiana. Por ejemplo, la dimensión celebrativo-litúrgica de la fe cristiana, la dimensión moral, entre otras.
Pero el carácter fundamental de estas cuatro dimensiones analizadas revela la riqueza de la propuesta catequético-narrativa presentada aquí: ella puede contribuir eficazmente a romper los esquemas memorísticos, a superar la tendencia a un cristianismo individualista, sin memoria social; a formar cristianos adultos que han optado conscientemente por una fe vivida desde el fondo del corazón, cultivada en una experiencia comunitaria eclesial y abierta eficazmente al mundo de los más necesitados.
El aporte más significativo, según nuestro modesto punto de vista, es poner la Palabra de Dios en el centro del acto catequético. Sobre la base de una nueva comprensión teológica de la Revelación, esta propuesta catequético-narrativa dota a los catequizados de herramientas que les permiten escudriñar los relatos bíblicos. Así, su invitación a tomar la Palabra de Dios en las manos y a entrar en el mundo de los relatos bíblicos va acompañada con la puesta en práctica de una serie de ejercicios-herramientas que hacen de la catequesis un ámbito donde resuena vigorosamente la Palabra de Dios. Por esta vía, el encuentro personal con Cristo, objetivo fundamental de la catequesis, tiene más posibilidades de realizarse.
Agustín, S. (1988). La catequesis de los principiantes (Vol. XXXIX). Madrid: BAC.
Alaiz, A. (1993). La conversión de los buenos. Madrid: Paulinas.
Arquidiócesis-Bogotá. (2018). Itinerarios y procesos para la iniciación cristiana de adultos: y se quedaron con él. Bogotá: San Pablo.
Ballesteros, J. (1989). Posmodernidad: decadencia o resistencia. Madrid: Tecnos.
Bambamarca, E. P. (1977). Vamos caminando: los campesinos buscamos con Cristo el camino de nuestra liberación. Lima: CEP.
Benedicto XVI. (2009). Mensaje al prefecto de la Congregación para la evangelización de todos los pueblos. Roma: Vaticana. Recuperado de https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/messages/pont-messages/2009/documents/hf_ben-xvi_mes_20091113_ivan-dias.html
Bournique, J., Soffay, J.-F., Pilet, P. (1962). La pédagogie du héros. París: Fayard-Mame.
Brabant, O. (1969). “Confiter-Enuntiare Vitam Suam chez sain Augutín d’après l’Enarratio LV et des Confessiones”. Science et Sprit, 21 (2), 253-279.
Bulgarelli, V. (2014). Narrazione e catechesi. En D. Candido, Narrazion biblica e catechesi (págs. 83-100). Milán: San Paolo.
Cabarrús, C. R. (2008). Haciendo política desde el sin poder. Pistas para un compromiso colectivo según el corazón de Dios. Bilbao: Desclée.
------- (2010). Cuaderno de bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Bilbao: Desclée.
Cadavid Duque, Á. (1997). Los signos de los tiempos. Una perspectiva latinoamericana. Bogotá: Celam.
Cañaveral, A. (2002). El escarbar campesino en la Biblia: aportes para una interpretación campesina de la Biblia. Bogotá: Verbo Divino.
CELAM. (2007). Documento de Aparecida. Bogotá: Paulinas.
EEC. (2011). La dimensión narrativa de la catequesis. Madrid: PPC.
Francisco, P. (2018). Política y sociedad. Conversaciones con Dominique Wolton. Madrid: Encuentro.
Galindo, F. (1994). El fenómeno de las sectas fundamentalistas. La conquista evangélica de América Latina. Estella: Verbo Divino.
Gesché, A. (2017). Escritura de la vida. Revista de la Universidad de La Salle (74), 13-37. Recuperado de https://ciencia.lasalle.edu.co/ruls/vol2017/iss74/9/
Housset, E. (2010). La persona como creatura. Teología y vida (51), 161-178. doi:http://dx.doi.org/10.4067/S0049-34492010000100007
Huston, N. (2017). La especie fabuladora. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Juan Pablo II. (1998). Fides et ratio. Bogotá: Paulinas.
Lagarde, C. (1983). Catéchese biblique symbolique. Tome 1. París: Centurion-Privat.
------- (1983). Jesucristo contado a los niños. Madrid: SM.
Laiti, g. (2011). Narre la fede. Racconto, identità, verità. Evangelizzare, 346-351.
Lyotard, J.-F. (1987). La condición postmoderna. Madrid: Cátedra.
Marguerat y Bourquin. (2000). Cómo leer los relatos bíblicos. Iniciación al análisis narrativo. Santander: Sal Terrae.
Martinez, J. L. (2017). La cultura del encuentro. Desafío e interpelación para Europa. Santander: Sal Terrae.
Merino Beas, P. (2014). La categoría teológica signos de los tiempos: desde el Concilio Vaticano II al pentecostés de Aparecida y Francisco. Bogotá: Universidad Santo Tomás.
Pablo VI. (1975). Evangelii nuntiandi. Roma: Vaticana.
Pie-Ninot, S. (2009). Teología fundamental. Salamanca: Sígueme.
Scheidler, M. (2011). La narración biográfica y de relatos como formas elementales de aprendizaje en la catequesis. En E.E.C., La dimensión narrativa de la catequesis (págs. 89-111). Madrid: PPC.
Stany, S. (1985). Racconto. Valore pedagogco e valenza catechetica. En G. Cravotta, Catechesi narrativa (págs. 123-136). Nápoles.
fteobald, C. (1996). Les enjeux de la narrativité pour la théologie. Transversalités (59), 43-62.
Tonelli, R. (2002). La narrazione nella catechesi e nella pastorale giovanile. Turín: Elledici.
Urdanabia, I. (1990). En torno a la posmodernidad. Barcelona: Anthropos.
Vaticano II. (1965). Gaudium et spes. Roma: Vaticana.
Wacker, B. (1981). Teología narrativa. Brescia: Queriniana.