Revista de Educación Religiosa, volumen III, nº 4, 2025
DOI 10.38123/rer.v3i4.887

La Biblia en la educación religiosa: Leer, comprender y enseñar la Palabra de Dios

The Bible in Religious Education: Reading, Understanding and Teaching Word of God

Isaac Moreno SanzORCID logo
morenosanz@hotmail.com
Instituto Teológico San Leandro de Huelva, España

Resumen
Este estudio aborda la importancia de la Biblia en la educación religiosa, no solo por su impacto histórico y cultural, sino también por su valor teológico y educativo. En la primera parte, se presenta la Biblia como un libro singular que, más que una obra literaria, constituye una auténtica biblioteca, un bosque en el que adentrarse y una fuente inagotable de sentido. En la segunda parte, se desarrolla una hermenéutica que concibe el texto como lugar de encuentro, subrayando la riqueza de la Palabra de Dios expresada en lenguaje humano y la necesidad de comprenderla en el seno de la Iglesia. El artículo ofrece diversas claves y orientaciones que ponen de relieve la centralidad de la Biblia para toda institución comprometida con la educación religiosa. Desde los ámbitos docente y pedagógico hasta el catequético y pastoral, se proponen criterios para abordar cuestiones esenciales como la correcta lectura de los textos sagrados y la interpretación adecuada de sus pasajes. El objetivo final es ofrecer fundamentos y estrategias que faciliten tanto la enseñanza como la vivencia de la Palabra de Dios en diferentes contextos educativos.
Palabras clave: Biblia, educación religiosa, pedagogía bíblica, hermenéutica, exégesis
Abstract
This study addresses the importance of the Bible in religious education, not only because of its historical and cultural impact, but also because of its theological and educational value. In the first part, the Bible is presented as a unique book that, more than a literary work, constitutes an authentic library, a forest to be explored, and an inexhaustible source. In the second part, a hermeneutic is developed that starts from the text as a meeting place, showing the richness of the Word of God written in human language and the need for it to be understood within the Church. The article offers various keys and guidelines that highlight the centrality of the Bible in any institution committed to religious education. From the teaching and pedagogical sphere to the catechetical and pastoral sphere, criteria are proposed for addressing essential issues such as the correct reading of sacred texts and the proper interpretation of their passages. The ultimate goal is to offer foundations and strategies that facilitate the teaching and experience of the Word of God in different educational contexts.
Keywords: Bible, religious education, biblical pedagogy, hermeneutics, exegesis

1. A modo de introducción: La Biblia, un libro importante

La relevancia de un libro puede medirse por múltiples factores (Castrejón, 2023), entre los cuales se pueden destacar el número de ediciones y ventas, su traducción a diferentes idiomas, la influencia que ha ejercido en otras disciplinas artísticas, los estudios dedicados a su análisis, el debate que genera en el público, su impacto en movimientos sociales y/o culturales y su permanencia a lo largo del tiempo (Cordón-García y Muñoz-Rico, 2023).

En la historia de la literatura universal son pocas las obras que han alcanzado tal nivel de importancia y repercusión. La Ilíada y la Odisea de Homero, La Divina Comedia de Dante Alighieri, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y Hamlet de William Shakespeare son ejemplos paradigmáticos: textos que marcaron un antes y un después en la literatura. Además, han moldeado el pensamiento, la cultura y, en cierta medida, la comprensión humana del mundo (Ortiz-Aguirre, 2019).

Todas estas obras maestras constituyen hitos de la cultura universal; sin embargo, ninguna ha ejercido una influencia tan profunda y transformadora como la Biblia, que ha sido brújula, memoria e inspiración para pueblos y generaciones enteras. Su impacto es tan decisivo que, para comprender la historia de España, de Europa y de gran parte de Occidente es necesario conocer los relatos bíblicos, los personajes veterotestamentarios, los acontecimientos de Israel y la vida de Jesús de Nazaret. Solo desde esta comprensión es posible interpretar con plenitud La creación de Adán, el David o el Moisés, de Miguel Ángel; La Última Cena, de Leonardo da Vinci; La conversión de San Pablo, de Caravaggio; Cristo crucificado, de Velázquez; o El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt. Lo mismo podría decirse respecto de las obras musicales de Bach y Händel, entre otras manifestaciones artísticas y culturales (Cabello-Morales, 2021).

La Biblia es, por tanto, el libro más representado en la pintura, la escultura y el cine. Más allá de su enorme influencia cultural, la Biblia es una obra única. Fue el primer libro que vio la luz en la imprenta y el más traducido y difundido, con más de seis mil millones de ejemplares impresos en más de dos mil cuatrocientos idiomas (Eslava-Galán, 2020). No es aventurado afirmar que es el libro más conocido, influyente, universal y perdurable de todos los tiempos.

Sin embargo, para los cristianos, la importancia de la Palabra de Dios no radica en sus elementos externos ni en los frutos culturales que ha inspirado. La Biblia ha transformado la historia de la humanidad y la vida de millones de hombres y mujeres creyentes a lo largo de siglos, impulsando valores, orientando decisiones, inspirando conductas. Por ello, esta reflexión sobre la Biblia en la educación religiosa parte de su sentido más profundo: no es simplemente un libro, sino la Palabra de Dios; no son solo letras, sino Sagrada Escritura.

En estas páginas se presentan algunas claves, características y valores que evidencian la importancia de la Palabra de Dios en toda institución que se dedique, total o parcialmente, a la educación religiosa. En este sentido, se pretende responder la siguiente cuestión: ¿de qué modo la lectura bíblica puede favorecer procesos de aprendizaje significativo en la educación religiosa? Desde los ámbitos docente y educativo, hasta los catequéticos o pastorales, podrán encontrarse orientaciones para abordar interrogantes esenciales: ¿cómo leer adecuadamente la Biblia? ¿Cómo comprender debidamente sus pasajes? Se busca ofrecer criterios para enseñar la Palabra de Dios en el ámbito de la educación religiosa (Triana, J. 2023).

Este trabajo adopta un enfoque hermenéutico y reflexivo, basado en el análisis documental de fuentes bíblicas, magisteriales y pedagógicas. Desde esta perspectiva, se propone una lectura teológico-pedagógica de la Sagrada Escritura, aplicable a la Educación Religiosa Escolar y extrapolable a otros ámbitos formativos. Esta metodología permite abordar cuestiones fundamentales relacionadas con los cimientos de la educación religiosa, así como con la formación de los protagonistas de este proceso: maestros, profesores, catequistas y otros agentes de pastoral1.

Para las fuentes bíblicas, se han seleccionado textos de lectura a accesible, evitando ulteriores explicaciones exegéticas que dificulten la comprensión. En cuanto al magisterio, se emplean los principales documentos que, desde el Concilio Vaticano II, orientan la adecuada lectura e interpretación de los textos bíblicos, como son Dei Verbum (1965), La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), Verbum Domini (2010) e Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura (2014), entre otros. Respecto de las fuentes académicas, se propone un recorrido actualizado por las principales investigaciones realizadas en las última década, principalmente en lengua española —aunque no exclusivamente—, para facilitar el acceso al lector (Mannucci y Mazzinghi, 2018; Grilli, 2018; De Mingo Kaminouchi, 2018; Artola-Arbiza y Sánchez-Caro, 2020; Cabello-Morales, 2021). Se trata de una muestra representativa de las distintas corrientes exegéticas y hermenéuticas contemporáenas, que buscan abrir nuevos caminos para seguir profundizando en la inagotable riqueza de la Palabra de Dios.

2. Leer la Biblia

La Biblia es un libro, en cierto sentido, semejante a otros grandes textos literarios; sin embargo, plantea un desafío particular: ¿por dónde empezar a leerlo? No son pocos los que comienzan a leer la Biblia y desisten en el intento poco después. Es normal. Entre los distintos motivos que explican este fracaso, voy a detenerme en dos. El primero, es que hoy en día se lee poco (Miñarro-López, 2024), por lo que puede resultar una tarea ímproba, como quien pretende correr una maratón sin haber entrenado previamente. El segundo motivo es, quizás, más importante: la Biblia no fue pensada para que fuera leída de una sentada (Varo, 2015), del mismo modo que nadie esperaría probar todos los platos de un restaurante en una sola comida, incluyendo bebidas y postres.

Para leer la Biblia adecuadamente es necesario conocer una serie de presupuestos (De Mingo, 2018). En estas páginas no se pretende ofrecerlos todos, sino destacar las quizás sean las claves más esenciales. Se presentarán de una manera didáctica y pedagógica, mediante metáforas y ejemplos que faciliten su enseñanza y recuerdo, especialmente en el ámbito de la educación religiosa2 (Deldén et al., 2023). Así, para leer la Biblia es necesario comprender que se trata de una biblioteca, un bosque, una fuente.

2.1. La Biblia: No es un libro, sino una biblioteca

Efectivamente, se trata de una biblioteca, una especie de librería vital. El término “Biblia” proviene del griego τά βιβλία (ta biblía), que significa “los libros” y este,  a su vez, del término βιβλίον (biblíon), “libro”. Se trata de un conjunto de setenta y tres libros, cuarenta y seis del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo Testamento (Gonzaga, 2022). Umberto Eco, propietario de unos cincuenta mil libros, afirmaba que resulta absurdo pensar que hay que leer todos los libros que uno compra. Sería como creer que se deben usar todos los cubiertos, destornilladores o taladros antes de adquirir nuevos. Algunas cosas en la vida conviene tenerlas en abundancia, aunque solo se use una pequeña porción. En este sentido, los libros son como medicinas: es recomendable tener muchos a disposición, y cuando se necesita alivio o inspiración, se acude al “botiquín” y se elige el libro adecuado para ese momento, no uno al azar.

Aplicando esta reflexión al ámbito de nuestra “Sagrada Biblioteca”, no cabe la menor duda de que a la Biblia se puede y debe consultarse en diferentes momentos. Como medicina o como hoja de ruta, sirve para recordar la historia de amor de Dios con su pueblo o para construir el reino de Dios; para salir con Israel de Egipto o para entrar con las mujeres en el sepulcro vacío; para contemplar la creación del mundo o para anhelar el cielo nuevo y la tierra nueva. También para aprender, con los profetas, a alzar la voz frente a la injusticia, para sentarse a escuchar a Jesús en la montaña, para caminar con los discípulos de Emaús en la duda y en el ardor, o para recibir, como en Pentecostés, el fuego del Espíritu que renueva todas las cosas (De Mingo, 2018).

Cada libro de esta biblioteca sagrada cumple una función particular: algunos enseñan a orar con palabras que se han transmitido a lo largo de los siglos, como los Salmos; otros, transmiten sabiduría práctica para la vida, como los Proverbios; otros nos narran las gestas y fracasos de un pueblo que busca a Dios en medio de la historia, como los libros históricos; y otros anuncian la Buena Noticia de Jesucristo, como los Evangelios (Tábet, 2004). Al igual que en cualquier gran biblioteca, no todos los libros se consultan de la misma manera ni responden a las mismas necesidades, pero juntos constituyen un tesoro que alimenta la fe de la Iglesia.

Además, esta biblioteca no es estática, sino dinámica: se ilumina cada vez que un creyente abre sus páginas con fe y escucha en ellas la voz de Dios (Mannucci y Mazzinghi, 2016). No se trata de una colección cerrada de textos antiguos que interesan solo a los especialistas, sino de una Palabra viva que sigue inspirando, consolando y desafiando a cada generación. Por eso, leer la Biblia no consiste simplemente en informarse, sino en dejarse transformar; no es acumular datos, sino abrir un diálogo en el que Dios nos habla hoy y nos invita a responder con nuestra vida (Królikowski, 2023).

2.2. La Sagrada Escritura: Un bosque en el que adentrarse

Del mismo modo que el papel se obtiene de los árboles, la Biblia —una biblioteca vital— puede ser concebida como un bosque en el que adentrarse. Contiene libros muy diferentes en temática, extensión, estilo, época, incluso lengua (Carbajosa-Pérez, 2021). Así como en un bosque conviven, en aparente armonía, árboles frondosos, arbustos bajos, flores efímeras y plantas silvestres aparentemente inconexas, la Biblia está formada por libros muy distintos, algunos breves como el profeta Abdías o la carta a Filemón; y otros extensos, como Isaías o el evangelio de Lucas.

No solo la extensión marca las diferencias. En el reino vegetal, la diversidad abarca desde musgos, helechos y hierbas hasta arbustos y árboles; de modo análogo, los distintos bloques bíblicos —Pentateuco, libros proféticos, sapienciales; evangelios y textos sinópticos, joánicos, paulinos— albergan contenido, personajes, acontecimientos y géneros literarios muy diversos (Childs, 2011). Cada libro aporta su voz y riqueza propias, así como cada especie de árbol añade color, forma y textura al bosque.

La metáfora del bosque puede extenderse. Un bosque tiene capas superpuestas: raíces, troncos, follaje, sotobosque, cada una reflejando una época, un clima y un ambiente particular. Muchos libros bíblicos se han escrito así, capa tras capa, a lo largo de décadas, incluso siglos (Ska, 2015). El profeta Isaías no vivió trescientos años, pero en el proceso de redacción de su libro se pueden identificar estratos diferentes a lo largo de, al menos, tres siglos (Ramis-Darder, 2015). Asimismo, la Biblia ofrece niveles de interpretación: literal, histórico, moral y espiritual. Incluso un mismo pasaje puede leerse de distintas maneras, dependiendo de qué “capa” se observe (Pontificia Comisión Bíblica, 1993).

Los árboles de un bosque crecen en distintas condiciones: unos en sombra, otros a pleno sol; unos en tierra seca, otros en humedales. La Biblia fue escrita en épocas muy diferentes (siglos X a.C.- I d.C., aproximadamente), en contextos culturales y geográficos diversos, y en lenguas diferentes: hebreo, arameo y griego. Cada libro refleja su propio “clima” histórico y social, lo que enriquece el conjunto (Briend, 2011).

En un bosque se puede caminar por distintos senderos y descubrir rincones ocultos. El recorrido puede disfrutarse haciéndolo solo o en compañía, aunque lo ideal es adentrarse con alguien que conozca el entorno —sea este salvaje o bíblico— para luego poder aventurarse en incursiones personales, poco a poco, siguiendo una hoja de ruta, un sendero propio y un ritmo interior. De esta manera, la lectura comunitaria de la Palabra de Dios se complementa con la meditación personal.

2.3. La Palabra de Dios: Una fuente inagotable

Continuamos con otra metáfora, en este caso tomada de la propia Biblia. El profeta Isaías presenta la Palabra de Dios como una fuente: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua”3 (Is 55:1). El profeta continúa la comparación, siempre con el agua como hilo conductor:

Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo (Is 55:10-11).

Una fuente es el lugar donde nace el agua, que da vida a ríos, campos y, sobre todo, a las personas. La Biblia, en este sentido, es como el manantial de la Palabra de Dios, de donde brotan la verdad, la sabiduría y la guía para la vida (Benzi y Matoses, 2018). Como la fuente que nunca se agota, aunque muchos beban de ella, así la Biblia sigue ofreciendo enseñanza y llenando de vida a cada generación.

Jesús mismo se presenta como “agua viva”. En el encuentro con la samaritana le dice: “el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn 4:14). Por eso, Jesús culmen de la revelación, exégeta de las Escrituras, y clave de lectura de toda la Biblia, se muestra como promesa y cumplimiento (Kim, 2022). El agua viva de la fuente, a diferencia del agua estancada, siempre es fresca y nueva, como la Palabra que sigue hablando hoy con fuerza.

Los cristianos, como el pueblo de Israel, aun sabiendo dónde está y quién es la fuente, pueden olvidarse de acudir a ella. Así lo expresa Jeremías: “Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua” (Jer 2:13). La tarea de construir un aljibe era de por sí dura —probablemente se tratase de una labor destinada a los esclavos—, pero su recompensa era grande, ya que permitía contar con agua en tiempos de sequía. Sin embargo, con frecuencia se busca saciar el hambre o la sed en lugares donde solo se encontrará servidumbre. En cambio, tanto la vocación de Israel como la misión de los cristianos son dos verdaderas llamadas a la liber­tad (Moreno-Sanz, 2024a).

La fuente —como la Palabra de Dios— suministra agua que se reparte en muchos lugares, por distintos canales y que llena la tierra de vida. Canales, acequias y alfagras llevarán el agua de la fuente a los lugares y a las personas que la necesiten. Donde hay fuente, hay vida: árboles, flores, frutos, animales. Donde está la Palabra de Dios, y cuando esta es acogida —“bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11:28)—, hay crecimiento espiritual, frutos de fe, amor y justicia.

La imagen de la fuente muestra que no se trata de un recurso limitado, sino de una riqueza inagotable. Del mismo modo, la Palabra de Dios, “viva y eficaz” (Heb 4:12), no es exclusiva de unos pocos, sino que se ofrece a todos. Por mucho que se beba de ella, nunca se agota. Es más, al compartirla, su riqueza aumenta porque llega a más lugares, a más personas (VD, #14). Si la fuente hidrata el cuerpo, la Palabra de Dios llena de vida los corazones.

En definitiva, la Palabra de Dios —biblioteca, bosque y fuente— requiere ser leída como un libro, adentrarse en ella como en un bosque, y ser bebida como agua que sacia la sed antes de continuar el camino. Pero puede ocurrir que se lea o se escuche y no se entienda, como le sucedió a Felipe (Hch 8:30-31; Triana Rodríguez, 2013). En el próximo apartado se describirán algunas claves que pretenden ayudar a comprender, interpretar y desentrañar la Palabra de Dios.

3. Comprender la Sagrada Escritura

Es importante aprender a leer adecuadamente para que el proceso comunicativo resulte lo más provechoso posible. Las ediciones críticas de las obras clásicas mencionadas en la introducción buscan precisamente favorecer esa lectura comprensiva, de manera que se acorten las distancias entre autor y lector. En este apartado se ofrecen algunas claves para una correcta interpretación de los textos bíblicos. Se parte del texto como el lugar de encuentro entre autor y lector, se profundiza en el misterio de la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios en lenguaje humano y, por último, se establece el marco eclesial como ámbito propio de su interpretación.

3.1. El texto: Lugar de encuentro

Para participar plenamente en cualquier proceso comunicativo es fundamental dominar la lengua, sus recursos estilísticos y literarios, así como el léxico y la gramática. Resulta esencial entender la estructura del texto y su estrategia comunicativa para lograr acercar al autor a los lectores. Este acercamiento se convierte en un verdadero encuentro cuando el autor conduce a los lectores desde las letras hacia el texto, del texto a las palabras y, finalmente, desde las palabras hacia la Palabra de Dios.

A lo largo de la historia de la exégesis, las distintas metodologías y aproximaciones han acentuado uno de los componentes de la comunicación: el autor en cuanto origen (intentio auctoris); el texto mismo en cuanto ámbito específico (intentio operis); el lector en cuanto destinatario (intentio lectoris). Sin embargo, es necesario subrayar no un único aspecto de la comunicación, sino la totalidad del evento comunicativo. Las peculiaridades del texto literario y de su funcionamiento muestran cómo el lenguaje no es solo un mero instrumento, una útil herramienta, sino una auténtica mediación donde tiene lugar una nueva producción de sentido. (Moreno-Sanz, 2025, p. 52)

Una correcta aproximación a la Palabra de Dios no puede limitarse a destacar únicamente los aspectos históricos, formales, lingüísticos o literarios, aunque todos ellos resulten imprescindibles (VD, #33). Es necesario dar un paso más: reducir las distancias y superar las barreras entre el lector y el texto (Calduch-Benages, 2012). Toda investigación que toma como objeto de estudio las Sagradas Escrituras, independientemente del enfoque o del método empleado, parte de una determinada concepción del texto, ya sea explícita o implícita. Conviene recordar, en este sentido, el significado etimológico del término texto: un “tejido”, una estructura compuesta por una trama significativa de palabras (Avalos, 2022).

La comunicación no se desarrolla de forma unidireccional, sino que constituye un proceso interactivo, dinámico y bidireccional, en el que el emisor y el receptor participan activamente, orientados hacia un encuentro mutuo. Así, el texto bíblico debe entenderse como un acto comunicativo en el que el intercambio de mensajes no se reduce a una acción de uno hacia otro, sino que se configura como una construcción conjunta entre ambos interlocutores.

Un ejemplo claro de esta dinámica comunicativa puede observarse en la lectura del relato de los discípulos de Emaús (Lc 24:13-35). Lucas, a través de este pasaje, teje a través de los hilos del propio texto una comunicación que se establece entre él, como autor (empírico), y su comunidad creyente, como lectores (reales). Al mismo tiempo, logra acortar la distancia entre los acontecimientos narrados —el encuentro entre el Resucitado y los dos discípulos de Emaús—, y quienes leen, situando a los potenciales lectores de cualquier época como espectadores directos de esa escena. De este modo, se evidencia que el acto de comunicación bíblica no es unidireccional, sino un acontecimiento de comunión en el que autor, texto y lector cooperan en la generación de sentido (Moreno-Sanz, 2025).

3.2. La Biblia: Palabra de Dios en lenguaje humano

Una vez reconocido que el texto es lugar del encuentro, es necesario advertir que el verdadero diálogo no se produce únicamente entre el hagiógrafo y los lectores: es Dios mismo quien se comunica en el lenguaje humano. “Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo” (DV, #11). Y continúa en el número siguiente: “[…] habiendo, pues, hablado Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana” (DV, #12). Estas dos afirmaciones deben considerarse siempre de manera inseparable: la inspiración del Espíritu Santo y la actuación humana. La Sagrada Escritura tiene a Dios como autor, quien ha elegido a hombres dotados de sus propias facultades y capacidades. La Sagrada Escritura es, por tanto, Palabra de Dios y palabra humana: es plenamente de Dios y plenamente del hombre (Mannucci y Mazzinghi, 2016). Es necesario, por tanto, comprender esta doble dimensión de manera integrada para hacer una hermenéutica correcta.

Comencemos por la primera afirmación. Las verdades de la Biblia son inspiradas y auténticas. La historia de los concepto de inspiración y de verdad durante los primeros dieciséis siglos puede considerarse predominantemente dogmática, caracterizada por una fe espontánea en la Biblia: lo que ella afirma es verdad. Si se encuentra algo contradictorio en la Biblia, es el intérprete quien no ha comprendido bien, nunca es una falla del texto sagrado. San Justino, en Diálogo con Trifón 65, afirmaba: “no pueden existir contradicciones entre las diferentes partes de la Escritura; cuando me pareciese lo contrario, confesaré mi incapacidad de comprender” (Justino, s. II). San Agustín (ss. IV-V), gran conocedor de la Sagrada Escritura, sobre el discurso del monte en Mateo (Mt 5-7) y el pasaje paralelo de Lucas (Lc 6:20-49), afirmaba que lo había iniciado en la montaña y lo ha concluido en la llanura (“Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo”, Lc 6:17). Esta solución, aparentemente ingenua, intenta salvaguardar la armonía de las verdades e “inerrancia” de ambos evangelistas. Hasta el siglo XV, la Biblia constituía la fuente de la moral, de cada actuación, y era el alimento que nutría generaciones de cristianos, aunque no existía un planteamiento crítico (Artola-Arbiza y Sánchez-Caro, 2020).

El segundo periodo en esta historia de la verdad y de la inspiración abarca los siglos XVI-XIX. Las ciencias humanas comienzan a desarrollarse, surge el iluminismo y se cuestionan algunos planteamientos bíblicos. Podría denominarse periodo apologético, ya que la Iglesia defiende la Biblia frente a las afirmaciones y ataques de la ciencia humana. En este periodo nacen figuras como Copérnico y Galileo, quien afirmaba que la Biblia no dice cómo funciona el cielo, sino indica cómo se va al cielo (Velozo-Figueroa, 2001). El astrónomo italiano había comprendido que la verdad de la Biblia es fundamentalmente salvífica. En esta época se busca “salvar” la Biblia, reinterpretando pasajes para superar aparentes contradicciones históricas, físicas o naturales; por ejemplo: los seis días en los que se ha creado el mundo se entienden como seis periodos. Estas soluciones intentan proteger la autoridad bíblica, aunque no reflejan completamente la noción de “historia de salvación” que narra la Escritura.

El tercer periodo comienza con el Concilio Vaticano II, aunque sus fundamentos se gestaron algunos decenios antes, y corresponde a la etapa de la hermenéutica. En la Sagrada Escritura, Dios ha hablado por medio de hombres, de manera humana. Es interesante que, en el esquema preparatorio, se hablaba de Dios como autor principal y del hagiógrafo como instrumento, reflejando la filosofía tomista (Jiménez, 2005). Este lenguaje no llega a término en la Dei Verbum, sino que la Escritura se entiende como palabra totalmente de Dios y totalmente del hombre (DV, #11-12). En 2014, la Pontificia Comisión Bíblica, en el documento La inspiración y la verdad de la Sagrada Escritura, subrayó que la Biblia necesita de la hermenéutica, como ya había indicado el Concilio Vaticano II (Pontificia Comisión Bíblica, 2014). En efecto, no hay necesidad de defender la Biblia, sino de aplicar la hermenéutica (ἑρμηνεύω, “interpretar, traducir”), es decir, de favorecer su comprensión (East, 2017).

Interpretar significa entrar en relación con la polifonía de voces que encontramos en la Biblia. Se trata de una polifonía de relatos que, en ocasiones, recoge simultáneamente dos maneras diferentes de narrar un mismo hecho. Por ejemplo, en los dos relatos de la creación: en uno, el hombre es creado a imagen de Dios (“Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, Gn 1:26); en el segundo, Dios lo crea del polvo (“Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo”, Gn 2:7). En uno, la mujer es creada después del hombre (Gn 2:21-23); en el otro, hombre y mujer son creados al mismo tiempo (Gn 1:27). Esta pluralidad de textos, con aparentes contradicciones, muestran la polifonía de la Palabra de Dios, que en su conjunto suena y resuena de manera armónica (Grilli, 2013). Precisamente, la Iglesia es el marco adecuado donde esta preciosa polifonía suena y resuena de manera melódica.

3.3. La Sagrada Escritura se comprende en la Iglesia

La Palabra de Dios no se entiende de manera aislada, sino en el seno de la comunidad creyente que la acoge, la celebra y la transmite. La Biblia nació en el corazón del pueblo de Dios y solo dentro de este mismo pueblo alcanza su pleno sentido. Por ello, la lectura personal de la Escritura, tan necesaria, encuentra su plenitud cuando se hace en comunión con la Iglesia, que es memoria viva y garante de la interpretación auténtica (Mannucci y Mazzinghi, 2016). La liturgia, la catequesis, la predicación y la vida comunitaria son espacios en los que la Palabra se encarna y se actualiza, de modo que lo escrito se convierte en Palabra viva que interpela al creyente de hoy (De Mingo, 2019).

De esta manera, la Iglesia no se coloca por encima de la Escritura ni como dueña de ella, sino como servidora de la Palabra, reconociendo que es a través de la comunidad y de su tradición viva donde el Espíritu sigue hablando (Pontificia Comisión Bíblica, 1993). La circularidad entre Escritura, Tradición y Magisterio, subrayada también por Dei Verbum, demuestra que la Palabra no puede quedar reducida a un mero texto del pasado, sino que es una fuente inagotable de fe, esperanza y caridad también en el presente (DV, #8-10).

La Biblia, tal como la conocemos, ha nacido en la Iglesia pero no solo ha sido dada a la Iglesia. Los libros de ambos Testamentos vieron la luz en una comunidad de fe; la Iglesia y la fe de la Iglesia son parte constitutiva de la Biblia. Se trata de un círculo hermenéutico, como también se encuentra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: uno se lee a la luz del otro (Grilli, 2007). En el ámbito de la educación religiosa, como en cualquier comunidad cristiana hay personas que tienen preguntas en lugar de respuestas, que buscan a Dios en lugar de afirmar haberlo encontrado, y que saben más sobre lo oculto de Dios que sobre la revelación que celebramos cada domingo. Precisamente por ello, la Biblia no debería leerse por las respuestas que pueda ofrecer, sino también por las preguntas que el encuentro con la Palabra de Dios puede y debe provocar (Lundbom, 2013).

La historia de la interpretación a lo largo de la tradición de la Iglesia ha podido generar, sin pretenderlo, cierta lejanía y desconocimiento de la Sagrada Escritura. A esta situación, asentada en el periodo dogmático, hay que añadir la postura de Lutero quien afirmó: Sola Scriptura (“solo por las Escrituras”). Para Lutero, la verdad se encuentra únicamente en la Escritura. De esta idea nace una reacción por parte de la Iglesia católica que subraya el valor de la Tradición. Efectivamente, la Biblia ha nacido en una tradición eclesiástica, pero la importancia otorgada en ocasiones a la Tradición ha provocado un cierto olvido de la Sagrada Escritura. No obstante, “es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV, #10)

La Tradición viva es esencial para que la Iglesia crezca con el tiempo en la comprensión de la verdad revelada en las Escrituras (VD, #17). Con tristeza, se puede afirmar que, en algunos ámbitos, aún estamos lejos de que esto sea una realidad plenamente vivida en la educación religiosa, incluso dentro del conjunto de la Iglesia. San Jerónimo afirmaba que “la ignorancia de las Escrituras es la ignorancia de Cristo” y cabe preguntarse si hoy los catequistas en la iniciación cristiana o los docentes de educación religiosa no caen en esta ignorancia. La docencia religiosa, la catequesis, las homilías y los encuentros no pueden sustentarse, únicamente, sobre la base de moralismos, dogmatismos y elementos externos, o bien, de accesorios de una Sagrada Escritura que no se comprende o que no cala en quienes la escuchan, alejada del estudio serio, la reflexión y la oración de y con la Palabra de Dios.

La hermenéutica bíblica encuentra su fundamento en la realidad eclesial que dio origen a las Escrituras y que sigue siendo su ámbito vital de interpretación. La Iglesia no constituye un marco externo al texto, ni siquiera en el ámbito de la educación religiosa; más bien, es el espacio teológico donde la Palabra es acogida, transmitida y comprendida bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido, la interpretación auténtica de la Biblia no puede realizarse al margen de la comunión eclesial, pues es en la vida de la Iglesia donde la Palabra se hace viva y operante. La Biblia es el libro de la Iglesia, y su verdadera hermenéutica brota de su inmanencia en la vida eclesial (VD, #29).

Para concluir este apartado, se ofrecen dos ejemplos concretos aplicables en el ámbito de la educación religiosa. Efectivamente, la Palabra de Dios debe ocupar un lugar central en la educación religiosa y en los procesos catequéticos. Para ello, se puede llevar a cabo esta actividad en los primeros días del curso académico o catequético. Se trataría de iniciar la sesión colocando la Biblia con sobriedad en un lugar destacado del aula, encender unas velas, poner unas flores y guardar un breve silencio. A continuación, se lee un pasaje, previamente seleccionado, que ilustre el proceso de comprensión de las Escrituras, como el relato del camino de Emaús (Lc 24:13-35). De esta manera, todos —educadores y educandos, catequistas y catequizandos— podrán reconocer el lugar fundamental de la Palabra de Dios en la educación religiosa.

Es importante la conexión entre la educación religiosa, la catequesis y la lectura litúrgica de la Palabra de Dios. Un ejemplo muy sencillo y eficaz consiste en trabajar el Evangelio del domingo dentro de la sesión educativa, de modo que los niños aprendan a escucharlo y a relacionarlo con su propia vida. El responsable del grupo proclama el texto en un ambiente de silencio y recogimiento, y posteriormente entrega a cada niño una pequeña tarjeta con tres elementos: una frase breve del pasaje, una pregunta para dialogar en grupo y una oración breve para rezar juntos. Así, la Palabra no se queda en un discurso del educador, sino que se convierte en una experiencia compartida: los niños comentan qué entienden, expresan cómo lo pueden vivir y concluyen orando en común. De esta manera, la Biblia deja de ser un libro lejano y pasa a ser Palabra viva, escuchada, dialogada y celebrada en la comunidad educativa.

4. A modo de conclusión: Enseñar la Palabra de Dios

La educación religiosa no se limita únicamente a la lectura y comprensión de la Biblia, sino que busca enseñar la riqueza de la Palabra de Dios. Efectivamente, la Palabra que se aprende a leer como biblioteca, a recorrer como bosque y a beber como fuente solo revela plenamente su verdad cuando se encarna en la vida. En la iniciación cristiana o en la educación religiosa no basta con transmitir relatos memorables: se trata de introducir a niños, adolescentes y familias en un estilo de vida en el que la Escritura ilumina decisiones, relaciones y tareas cotidianas. Así, la Biblia deja de ser un mero objeto de estudio y se transforma en un lugar de encuentro con Cristo y un criterio de discernimiento, en continuidad con lo ya expuesto: una Palabra divina en lenguaje humano, interpretada en la Iglesia y destinada a transformar la historia concreta de quienes la acogen.

Este ensayo ha mostrado la relevancia de comprender la Palabra como núcleo articulador de la educación religiosa, capaz de inspirar tanto la reflexión teológica como la praxis educativa. Su valor académico radica en proponer un enfoque que vincula la interpretación bíblica con la formación integral del creyente, promoviendo una pedagogía de la fe que integra conocimiento, experiencia y compromiso ético. Sin embargo, dentro de los límites del presente el estudio, se reconoce que se trata de un análisis teórico y documental. Por ello, futuras investigaciones o estudios podrán profundizar en experiencias y propuestas didácticas concretas que evidencien cómo la lectura y la enseñanza de la Biblia transforman la práctica educativa y la vivencia comunitaria de la fe4. Al mismo tiempo, quedan abiertos nuevos caminos para la investigación y el estudio de las numerosas implicaciones pedagógicas de la lectura bíblica.

Como se ha mostrado, leer y comprender la Biblia exige superar una mirada puramente literaria, histórica o cultural, para situarse en su verdadera naturaleza: la de ser Palabra de Dios dirigida al ser humano. Su lectura y enseñanza, especialmente en el ámbito de la educación religiosa, no pueden reducirse al análisis de un texto antiguo o a la transmisión de un patrimonio cultural, sino que deben promover un encuentro vital con el mensaje revelado. Si bien es cierto que la Biblia comparte algunos elementos con otros libros importantes, además de su valor literario e histórico, tiene una fuerza formativa capaz de transformar la mente y el corazón, orientando la vida del creyente y ofreciendo un horizonte ético y espiritual para la educación integral de la persona.

Estos aspectos, esenciales en todo proceso educativo religioso, no solo acercan a los alumnos y educandos a la Biblia, sino a los valores fundamentales de la educación religiosa. En efecto, la dignidad humana, la trascendencia, la interioridad y el compromiso ético —principios esenciales en la pedagogía bíblico-cristiana— orientan el desarrollo integral del educando. Como afirma la Congregación para la Educación Católica (2020), esta educación “favorece el desarrollo integral de la persona, al ofrecer claves de sentido que permiten comprender la realidad desde la perspectiva de la fe” (#18).

La Palabra de Dios debe ocupar un lugar esencial en la educación religiosa, no solo como contenido que se transmite, sino como experiencia que transforma la vida de las personas y orienta la práctica educativa. Este ensayo ha mostrado que una pedagogía inspirada en la Escritura promueve una formación integral en la que fe y vida se articulan en el proceso de aprendizaje. Futuros estudios podrán profundizar en cómo la lectura bíblica, vivida en comunidad, favorece la madurez espiritual y ética de educadores y alumnos. Ciertamente, la enseñanza religiosa no cumple únicamente una función informativa, sino también formativa, de modo que la fe se inserta en la vida cotidiana, moldeando la ética, la cultura y la identidad de la comunidad educativa (González-Gijón et al., 2019).

Para concluir esta reflexión, podemos afirmar que la Palabra de Dios no es simplemente un texto antiguo o una colección de enseñanzas, sino un mensaje vivo que transforma el corazón del creyente. Es necesario descubrir en ella las claves, valores y principios que ofrece. No cabe duda de que “Jesús, a través de sus palabras, acciones y gestos, propuso una sociedad justa, libre y solidaria. Siglos después, sus enseñanzas siguen ofreciendo valores fundamentales que promueven la inclusión, para que todas las personas tengan cabida en cualquier comunidad, disfruten de sus derechos fundamentales y accedan a todos los servicios que les sean necesarios” (Moreno-Sanz, 2024b, p. 26).

Acoger la Biblia con amor, leer la Palabra de Dios con apertura y escuchar la Sagrada Escritura con fe provocan la experiencia de la presencia de Dios en lo cotidiano. Cada encuentro con los textos sagrados, sus personajes y acontecimientos constituye una oportunidad para renovar la esperanza y fortalecer el compromiso con el Evangelio (Spes non confundit, #1). La constancia en la lectura y la meditación, tanto personal como comunitaria, ayuda a mantener la sintonía con la voluntad divina y a descubrir en cada pasaje una luz para el camino diario.

Así, la Palabra de Dios se convierte en una escuela de vida: enseña a conocer más profundamente a Jesús, a interpretar los textos con el Espíritu con que fueron escritos y a evitar visiones cerradas o fundamentalistas. Cuando la Palabra inspira las decisiones, pensamientos y acciones de un proyecto educativo, se hace carne en educadores y educandos, convirtiendo la docencia en testimonio vivo del amor de Dios.

En síntesis, este trabajo propone integrar la hermenéutica bíblica con la didáctica de la educación religiosa, ofreciendo criterios que favorecen una comprensión significativa y contextual de la Palabra de Dios en la práctica docente. Para finalizar, proponemos este elenco5 de diez actitudes esenciales que pueden ayudar a leer, comprender y enseñar la Biblia, es decir, a acoger, vivir y transmitir la Palabra de Dios con mayor profundidad en la educación religiosa:

  1. Acoge con amor la Palabra de Dios.
  2. Lee la Biblia sin prejuicios.
  3. Escucha la Sagrada Escritura con fe y esperanza.
  4. Dedica cada día unos minutos a los textos sagrados.
  5. Medita comunitariamente una vez a la semana la Palabra de Dios.
  6. Conoce mejor a Jesús a través de los evangelios.
  7. Interpreta los textos con el mismo Espíritu con que fueron escritos.
  8. Aléjate de las lecturas fundamentalistas.
  9. Haz de la Palabra de Dios la fuente de tu vida.
  10. Haz que tu vida se convierta en Palabra de Dios.

Notas

  1. Dadas las características esenciales y fundamentales de la Sagrada Escritura, el presente estudio no circunscribe ni limita su reflexión a un contexto específico —sea escolar, catequético o de formación docente—, sino que adopta un enfoque amplio que posibilita su aplicación y análisis en diversos ámbitos teóricos y prácticos. En los casos en los que se haga referencia a un contexto específico, no será de manera excluyente, sino que buscará ofrecer orientaciones concretas y transferibles a otros escenarios de la educación religiosa.
  2. Por razones de extensión, en el presente estudio no se aborda de manera específica una didáctica concreta ni se profundiza en el uso de la Biblia como instrumento pedagógico. No obstante, se reconoce que la lectura bíblica puede tener implicaciones relevantes para la práctica educativa, al favorecer competencias interpretativas y simbólicas, promover aprendizajes basados en la experiencia espiritual y servir de puente entre cultura y fe en contextos educativos plurales (Groome, 2009). Ciertamente, la Biblia puede considerarse un recurso didáctico que favorece el desarrollo del mundo interior y la búsqueda personal de sentido, integrando la dimensión espiritual y formativa del sujeto (Esteban-Garcés, 2020). En esta misma línea, Vilanou (2001) subraya la necesidad de recuperar una pedagogía humanista que vincule la formación integral con la dimensión espiritual y cultural de la persona.
  3. Las abreviaturas así como los textos y las citas bíblicas están tomados de Biblia de la Conferencia Episcopal Española (2010).
  4. Remito a una propuesta de programación didáctica que presenta la realidad de la pobreza e inclusión en el ámbito educativo religioso desde los textos bíblicos (Moreno-Sanz, 2024b).
  5. Véase el decálogo propuesto por Sánchez-Caro (pp. 83-84).

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