Revista de Educación Religiosa, Volumen II, Nº 1, 2020, DOI 10.38123/rer.v2i1.72
Javier Díaz Tejo1
Instituto Escuela de la Fe, Universidad Finis Terrae, Chile
“La pasividad de los laicos ha sido una de las muestras más notables del peso de la cultura clerical que ha contribuido a que muchos tomen distancia y se alejen de la Iglesia antes de actuar mancomunada y significativamente dentro de ella” (Comisión, 2020, p. 46)2.
En septiembre de 2020 la Pontificia Universidad Católica de Chile publicó un informe titulado “Comprendiendo la Crisis de la Iglesia en Chile”, relativo a las denuncias por abusos sexuales a personas menores de edad que han involucrado a miembros del clero. Este documento fue elaborado por un conjunto multidisciplinario de académicos de esa casa de estudios superiores, con el objetivo de hacer una contribución analítica a la compleja situación eclesial y sociocultural que ha generado el progresivo develamiento de esos hechos. Tales acciones, más allá de sus aspectos morales y legales, han sido consideradas particularmente graves al tener por autores y cómplices a representantes de una entidad religiosa (dadora de sentido, por lo tanto), fundante de la república, asociada a un mensaje de amor, de proclamada preferencia por los más indefensos, y sobre la cual la sociedad chilena históricamente había depositado una gran confianza.
En ochenta páginas se sintetiza un concienzudo trabajo de dos años. Las conclusiones son de distinto orden, pero dos de ellas parecen ser particularmente categóricas: la gran mayoría de las denuncias realizadas por las víctimas han sido consideradas verosímiles tanto por la justicia canónica como por la civil3, y existe consenso entre los expertos del actuar extremadamente negligente por parte de las autoridades de la Iglesia4. Más aún: estos hechos han desencadenado una crisis institucional de incalculables consecuencias que, entre otras, ha significado el abandono de, al menos, un tercio de los fieles que previamente tenía la Iglesia Católica en Chile. Y esto se fraguó debido a lo que el Papa Francisco denominó específicamente para nuestro país como una “cultura del abuso y del encubrimiento” (2018a, #4). En efecto, la investigación académica verificó un desinterés casi generalizado en las autoridades de la Iglesia chilena por acoger las denuncias, para gestionarlas con diligencia o para apoyar a las víctimas. En el informe se apunta como principales causas al mal uso de la autoridad por parte de los obispos y de los superiores de las congregaciones religiosas, a una cuestionable lealtad corporativa entre miembros del clero y de las congregaciones religiosas, así como a la desidia generalizada de los laicos5.
Al presentar ese estudio, se hace mención a la inédita carta que el Papa Francisco redactó específicamente para la Iglesia en Chile ante la gravedad de la crisis que se desencadenó tras su visita a nuestro país a inicios de 2018. En esa carta se encuentra una afirmación muy sugerente del Pontífice: “Con vergüenza debo decir que no supimos escuchar y reaccionar a tiempo” (2018a, #3). Y en el Informe mencionado, la comisión de expertos indica: “La Iglesia ha hecho poco para comprender y asumir este impacto, en gran medida porque no ha reconocido la responsabilidad propia que le cabe en la crisis que ella misma ha ocasionado” (Comisión, 2020, p. 12).
Estas palabras me han cuestionado acerca de mi propia responsabilidad ante esta tragedia. Y, respecto de mis colegas en el área de la educación religiosa, en especial en la Catequética6, me he preguntado si acaso también hemos sido cómplices de estos hechos. En efecto, ¿qué hechos relativos a los abusos hemos reflexionado con alguna sistematicidad? A la luz de la información que progresivamente se ha ido conociendo, ¿sobre qué asuntos hemos hecho discernimiento comunitario, o qué cambios hemos propuesto en nuestros respectivos radios de compromiso? Y, cualesquiera sean las respuestas a estas preguntas, ahora en vistas al futuro, ¿qué hacer desde la catequesis para neutralizar y reducir en los espacios eclesiales la “cultura del abuso” denunciada por el Papa, y generar, más bien, una cultura de la acogida y de la protección? Las siguientes consideraciones se orientan, entonces, a cuestionar la responsabilidad de quienes hemos estado vinculados más directamente con la catequesis en relación con estos abusos.
Para ello se mencionarán someramente, primero, algunos hitos de este proceso de denuncias, tanto nacionales como internacionales. Luego, se presentarán algunas conclusiones del informe ya citado, para enfocar la atención, posteriormente, en aquellos aspectos más relacionados con la catequesis. Tras ello, se pasará a hacer una breve revisión de lo que se ha reflexionado en Chile por parte de los principales responsables y expertos en catequesis ante el fenómeno de los abusos, así como de otra área afín, para concluir sugiriendo algunas tareas que, en consideración a las evidencias previas, parecen adecuadas y perentorias para enfrentar de mejor manera la crisis de los abusos en Chile, específicamente desde la catequesis.
Puede afirmarse grosso modo que los abusos sexuales en la Iglesia Católica se han ido conociendo de manera pública solo en las últimas dos décadas. Desde la carta abierta que en 1997 un grupo de seminaristas le envió al Papa Juan Pablo II, denunciando los abusos sexuales sufridos de parte de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo; pasando por los reportajes del periódico Boston Globe, que en 2002 denunciaron los abusos a menores de edad cometidos por presbíteros de esa ciudad estadounidense; así como por la acongojada carta del Papa Benedicto XVI en 2010 a los católicos de Irlanda por los cientos de abusos sexuales que salieron a la luz, se llega a la situación de Chile, la cual, para algunos analistas, se ha convertido en un caso ejemplar a nivel mundial.
Ya en 2002 hubo denuncias contra el arzobispo de La Serena, Francisco Javier Cox, quien fue obligado a recluirse en un monasterio en Alemania, mientras que el año siguiente fue condenado el Pbro. José Aguirre Ovalle, más conocido como “Cura Tato”, como autor de violación, abusos deshonestos reiterados y estupro. En 2010, en lo que ha sido considerado como uno de los casos más emblemáticos, un programa televisivo denunció los reiterados abusos sexuales que cinco personas sufrieron cuando niños de parte del presbítero Fernando Karadima, connotado párroco en un sector pudiente de Santiago, de alta influencia en la Iglesia en Chile7.
El proceso de imputaciones ha ido en aumento, nuevas figuras connotadas (incluso fallecidas) han sido objeto de denuncias. Quizás este escandaloso itinerario tuvo su punto álgido (al menos hasta el momento) en mayo de 2018, con la intervención directa y explícita del Papa Francisco y la renuncia de todos los obispos de la Conferencia Episcopal de Chile.
En carta dirigida específicamente a la Iglesia en Chile, el Papa afirmó:
“El ‘nunca más’ a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse, exige trabajar entre todos para generar una cultura del cuidado que impregne nuestras formas de relacionarnos […] Urge, por tanto, generar espacios donde la cultura del abuso y del encubrimiento no sea el esquema dominante; donde no se confunda una actitud crítica y cuestionadora con traición” (2018a, #4).
El 3 de septiembre de 2020 la Pontificia Universidad Católica de Chile presentó públicamente el texto “Comprendiendo la crisis de la Iglesia en Chile. Documento de análisis”. Este estudio fue realizado por dieciséis académicos de esa casa de estudios superiores, a solicitud del rector, sin injerencia episcopal, para hacer una contribución de orden más científico a la crisis que han generado los sucesivos develamientos del abuso clerical.
Los objetivos de este informe esencialmente fueron tres:
Algunos resultados descriptivos son los siguientes:
Particularmente interesante es descubrir que, según afirman expertos internacionales, precisamente porque la mayor parte del abuso sexual por parte de clérigos no responde a factores individuales-patológicos, la investigación científica ha de poner atención en los aspectos institucionales y situacionales que favorecen el delito de abuso en contexto eclesial14. Desde esta perspectiva, surgen datos no menos llamativos y preocupantes que los anteriores en el caso chileno. Por ejemplo:
Todo lo anterior, sin considerar las consecuencias psicoespirituales de largo plazo en las víctimas18, ha desencadenado una crisis institucional de incalculables consecuencias que, según parece, podría mirarse en dos perspectivas complementarias:
a) de manera subjetiva, su expresión inmediata ha sido la desazón de los creyentes, el desánimo de las comunidades religiosas (algunas de las cuales han perdido a sus pastores, e incluso a sus fundadores) y la desconfianza generalizada, tanto de no católicos como de los mismos católicos, hacia el clero, en especial hacia sus autoridades19. b) de manera objetiva, ha significado una baja abrupta de la adhesión a la Iglesia Católica. En efecto, en las cuatro iglesias más afectadas por la crisis de los abusos clericales —Estados Unidos, Australia, Irlanda y Alemania—, el declive católico oscila entre 8% y 15%, mientras que en Chile esa declinación fluctúa en torno al 30%, lo que lo ha convertido en el país que ha estado perdiendo más aceleradamente población católica en el último tiempo20.A la hora de preguntarse por las causas que llevaron a esta situación, nuevamente los factores son múltiples, muchos de los cuales se retroalimentan entre sí, de modo que resulta inapropiado procurar explicaciones lineales de causa-efecto inmediatas. Sin embargo, con el fin de sopesar la complejidad de estos hechos, quizás pueda servir utilizar enfoques específicos pero complementarios.
Por ejemplo, hay quienes, con una mentalidad pragmática, informalmente han señalado que se requiere una especie de “reingeniería” pastoral, un cambio de estructuras para neutralizar estas malas prácticas. Esto porque, efectivamente, existen causas fuertemente vinculadas al ámbito organizativo. Así, en el informe se afirma, por ejemplo:
Pero las potenciales situaciones de abusos no ocurrieron en el radio de acción exclusivo de los superiores. Por el contrario, hay indicadores que muestran que no pocos abusos se cometieron en espacios donde se realizaban acciones de educación religiosa, propiamente de pastoral escolar y catequesis parroquial, espacios donde estaban presentes otros agentes evangelizadores. En efecto, según el informe:
Entre otras implicaciones, los datos anteriores revelan que no solo hubo trabas para canalizar las denuncias, sino que, potencialmente, había un alto número de personas que pudieron haber intervenido para que los hechos hubiesen sido distintos. Por ello, los responsables, aunque ciertamente en grado diverso, suman a autores, encubridores y a cómplices pasivos. Afirman los expertos:
Una política de prevención y cuidado debe evitar tales ambientes y dotar a las comunidades religiosas y a los fieles mismos de mayor capacidad de control y respuesta. Ninguna comunidad debería alentar excesos en esta materia y las autoridades no deberían tolerarlo, como sucedió con algunos fundadores y líderes religiosos en el último tiempo, y que se ha repetido en la vida ordinaria de muchas comunidades religiosas y parroquias donde, por ejemplo, el aprecio por el sacerdote se confunde con ensalzamiento (Comisión, 2020, p. 26).
Y a la luz de este último comentario, quizás el silencio y/o la omisión hayan sido las respuestas no solo predominantes entre quienes pudieron ser testigos de acciones clericales sospechosas, sino del todo lógicas si se toman en consideración un par de rasgos que han caracterizado a nuestra cultura eclesial, y que resultan ser de orden muy distinto al de la gestión.
Los abusos, que indudablemente han ocurrido en muchas actividades pastorales, se sostuvieron, según se afirma en el informe, por una actitud que, en realidad, atraviesa distintos ámbitos y/o niveles de la vida eclesial hasta convertirse en un rasgo de la cultura católica: el clericalismo. Entendido como una hipertrofia o valoración excesiva de la identidad de los miembros del clero, genera actitudes soberbias y asimétricas frente a los demás fieles.
El clericalismo es un conjunto de actitudes que clausura el sacerdocio en torno a determinados derechos, privilegios y reconocimientos que llevan a creer que no se tiene que rendir cuentas más que a los pares, que los fieles deben acudir al sacerdote antes que el sacerdote a ellos, con graves implicancias en el ímpetu misionero del sacerdocio y con el desdén paternalista del que dirige y orienta a menores de edad (Comisión, 2020, p. 41).
Como reverso de esta actitud clericalista aparece aquella otra que la alimenta, el infantilismo laical, que a quien la desarrolla le atrofia su dignidad de bautizado, su particular vocación, y compromete gravemente su corresponsabilidad en la comunidad eclesial y, en especial, en el mundo.
La crisis de la mediación sacerdotal sorprende además a un catolicismo con un laicado mal preparado y poco dispuesto para hacerse cargo de su responsabilidad evangelizadora, aunque existen excepciones significativas de protagonismo laical en el voluntariado y la educación católica… (Comisión, 2020, p. 52)24.
La influencia nefasta del clericalismo sobre la identidad de los laicos ha sido denunciada en repetidas ocasiones por el Papa Francisco. Por ejemplo, en su viaje a Chile, afirmó a los obispos:
La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que les decimos” (2018b, párr. 6)25.
Es fácil apreciar que tanto el clericalismo como el infantilismo laical, factores facilitadores del abuso de menores de edad en la Iglesia, son aspectos que en grado no menor son consecuencias de procesos formativos de la fe de baja calidad; y esto implica directamente a la catequesis. En efecto, cabe preguntarse aquí acerca del modo en que, en el pasado, se les educó a los cristianos acerca de su identidad como hijos de Dios, acerca del sentido e implicancias del bautismo, acerca del modo en que se presentó el valor del sacramento del orden, acerca de los rasgos fundamentales de la identidad laical, y de si se educó adecuadamente sobre el rol complementario en el Pueblo de Dios de todas las vocaciones, carismas y ministerios. La respuesta está a la vista.
Si la respuesta a la pregunta acerca de lo realizado en el pasado por la catequesis nacional es evidente, ahora parece oportuno preguntarse acerca del presente, es decir, respecto del modo en que hoy se están enfrentado estos asuntos en la catequesis nacional. Dicho en otras palabras: ¿qué reflexión se está desarrollando ahora en la catequesis nacional a partir de la denuncia de los abusos? ¿Qué iniciativas catequísticas están al menos en etapa de diseño para cooperar en la reconstrucción de las comunidades cristianas heridas? ¿Qué lineamientos catequísticos se han propuesto últimamente en orden a impedir la repetición de tales actos? ¿Qué acciones catequísticas, como respuesta a la crisis en discusión, se están llevando a cabo en el país para ayudar a los laicos a madurar en su identidad?
Para tener un panorama no acotado solo a este año, se puede ampliar el foco y considerar como “hoy” a la última década, es decir, desde 2010, fecha en que se hizo público, con escándalo nacional, el llamado “caso Karadima”, una denuncia de la que todo Chile tuvo noticia.
Por otra parte, dos son las entidades nacionales que convocan a los principales expertos en catequesis: la Comisión Nacional de Catequesis y la Sociedad Chilena de Catequetas.
La Comisión Nacional de Catequesis, organismo integrante del Área Eclesial de la Conferencia Episcopal de Chile, ha estado en funcionamiento ininterrumpido los últimos veintitrés años, aun cuando sus orígenes se remontan a inicios de la década de los 60 (García, 1989, p. 13). Suele estar conformada por personas con formación académica o con larga experiencia en la coordinación diocesana de la catequesis. Pues bien, durante la década en cuestión, y a la luz del detalle que aparece en la página web oficial de la Conferencia Episcopal de Chile (www.iglesia.cl), este organismo experto no ha ofrecido ninguna publicación o reflexión pública relativa al tema de los abusos. Consultas informales a miembros de este organismo confirman el dato.
Por su parte, desde fines de 2008 existe la Sociedad Chilena de Catequetas, asociación privada de fieles compuesta por personas con formación académica en Catequética. Anualmente esta agrupación realiza una “Jornada de Estudios”, y desde 2010 cuenta con su Boletín SOCHICAT. Esta es una sencilla publicación digital, de aparición casi continua semestral, que comunica a personas y organismos interesados las ponencias y asuntos discutidos en sus respectivas jornadas, así como las actividades de sus miembros. En este caso, tras la lectura de sus dieciséis boletines publicados hasta el momento, no hay ninguna mención explícita a los abusos en la Iglesia, ni como asunto reflexionado en conjunto ni como parte de la acción de alguno de sus miembros, salvo una leve mención en dos editoriales (Díaz, 2015, p. 1; 2019, p. 1).
Ante esta ausencia en la Catequética, pareció adecuado indagar posteriormente el grado de la investigación académica y pública sobre los abusos elaborada por la Teología desarrollada en Chile26. Para ello se hizo revisión de los títulos de los artículos de las respectivas revistas del área de todas las universidades propiamente católicas de Chile en la última década27. Para dimensionar la proporción de los resultados, estímese en torno a setecientos los artículos revisados. En este caso, si el interés demostrado en el ámbito de la reflexión catequética ante los abusos en la Iglesia fue casi nulo, el desinterés en la teología académica es similar: solo un artículo académico, en el plazo de los últimos diez años, señala explícitamente en su título el foco en los abusos eclesiales (bastante reciente, por lo demás)28, sin que haya sido necesario ningún tipo de discernimiento para dejar fuera o adentro algún otro artículo. Se deja al lector el cálculo de la proporción que esto supone.
¿Cómo comprender estos datos? ¿De qué modo se explica que los catequetas, así como los teólogos de Chile, miembros de una comunidad eclesial local que enfrenta un hondo quiebre por los abusos sexuales y encubrimientos de miembros de su clero, no hayan desarrollado ninguna reflexión académica y pública en el plazo de la última década, ni a nivel personal ni colectivo? Es cierto, se han elaborado declaraciones del Comité Permanente y de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, se han establecido protocolos para el cuidado de los espacios eclesiales y miles de agentes pastorales han hecho cursos de prevención de abusos; pero aquellas han sido acciones mandatadas por el magisterio episcopal, mientras que aquí se indaga por la acción de otros actores.
Efectivamente, ha habido presbíteros y académicos que han dado su opinión acerca de los abusos a través de entrevistas en diversos medios de comunicación, tradicionales y digitales. Sin embargo, los resultados apuntan a una llamativa ausencia de reflexiones y/o investigaciones catequéticas y teológicas más formales, propias del mundo académico, distintas de la opinión personal.
Es perentorio subsanar esta ausencia catequética. Sin embargo, las dimensiones e impacto de los abusos contra menores de edad en la Iglesia, así como el número y tipo de factores involucrados, hacen imposible ser exhaustivo en cualquier propuesta de acciones por realizar. En consecuencia, la siguiente lista es solo un conjunto de ejemplos de iniciativas en el ámbito catequético de nuevos conocimientos, nuevas actitudes y nuevos procedimientos que se podrían promover:
a) En el ámbito del conocimiento:El informe elaborado por académicos de la PUC afirma que el impacto de la crisis por las denuncias y encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por miembros del clero chileno, en la conciencia y en la vida religiosa de los fieles, ha sido gravísimo33. Los factores que originaron tales hechos son diversos, de larga data algunos, y han generado procesos complejos de retroalimentación viciosa. Entre tales factores, se destacan el clericalismo y una vivencia inmadura de la vocación laical.
Sin embargo, en la indagación posterior, se logró constatar que la reflexión nacional de los expertos del área catequética (como de la teológica) ha sido prácticamente nula, y que, como “gremio catequético”, no se ha levantado ningún estudio en torno a los abusos a la luz de la información que progresivamente se ha ido conociendo al menos durante el último decenio; y, en consecuencia, que tampoco se ha podido proponer ningún cambio con base en tales consideraciones.
Si, tal como se señala en el informe34, es evidente que la participación en todas las instancias y procesos formativos sacramentales ha decaído ostensiblemente con el correr de los años, ¿por qué en Chile, país insigne de este drama de los abusos, catequetas y teólogos han preferido considerar otros asuntos como objeto de sus ensayos e indagaciones empíricas? ¿Cómo entender que otros asuntos hayan sido reiteradamente más urgentes que este? ¿Porque es parte de una reacción pasivo-agresiva hacia lo que se entiende como culpa exclusiva del clero? ¿Por no arriesgar su fuente laboral (o poner en una situación incómoda a su institución universitaria o a su organismo diocesano o congregacional) al recibir reprimendas de alguna autoridad que no desea que se airee más este asunto? ¿Porque los artículos académicos se entienden principalmente como parte de estándares universitarios por cumplir, de modo que sería absurdo “complicarse la vida” tocando temas polémicos? Estas preguntas, ciertamente, no serán sino pura especulación en tanto no se tomen como hipótesis de trabajo y se intenten refutar o sostener mediante procesos serios de indagación cuantitativa o, mejor aún, cualitativas.
En síntesis, y como paráfrasis de lo dicho antes por el Papa Francisco (2018a), habría que reconocer, con vergüenza, que los organismos catequéticos y los catequetas de Chile tampoco hemos sabido escuchar ni reaccionar a tiempo ante la tragedia vivida por las víctimas de los abusos en la Iglesia. En especial, quienes decimos tener cierto grado de experticia en el ámbito de la educación de la fe debimos habernos preguntado hace varios años ya si detrás de cada uno de estos delitos particulares había condiciones teológico-pastorales de fondo favorecidas por una catequesis deficiente, y en qué sentido. Sin dudas, en esto hemos sido inexcusablemente lentos.
Dentro del área de nuestra acción e influencia como catequetas, ¿qué hacer para enmendar el rumbo? Los antecedentes expuestos parecen indicar que es perentorio enfocarse en neutralizar y, si cabe, eliminar el clericalismo y el laicado infantil e infantilizante. Para ello, habría que comenzar por conocer y promover una mejor comprensión y vivencia de la común dignidad de todos los bautizados, los rasgos que implica un laicado maduro, una correcta valoración del sacramento del orden, así como las estrategias ineludibles para sanar la fraternidad en comunidades traumatizadas y coconstruir comunidades con una cultura de la acogida y de la protección. Al final de las consideraciones precedentes se han hecho algunas sugerencias en este sentido.
Respecto de este último aspecto quisiera enfatizar un dato preocupante: según los expertos, prácticamente no existe otro informe del tipo presentado por la PUC entre los países latinoamericanos35. Esto es inquietante, pues ante los abusos, ¿qué han hecho las y los catequetas, pero también los teólogos y académicos de instituciones católicas de otros países hermanos del continente? Parece peligroso este silencio ya que, potencialmente, donde existan los mismos ingredientes podría darse el mismo resultado36. Y por mi experiencia personal, aunque no sistematizada, reconozco un fuerte clericalismo en todos los países de la región.
De ninguna manera habría que quedar satisfecho con lo desarrollado en este ensayo. Solo se ha apuntado hacia la enorme deuda que la catequética chilena tiene hacia los hermanos y hermanas que han sufrido abusos sexuales, de consciencia y de poder en general, en diversas comunidades de la Iglesia en Chile. Esta lacerante realidad tendrá que ser considerada al tratar sobre la identidad y formación de los catequistas, el diseño de itinerarios, los objetivos, métodos y contenidos de los encuentros, el modo en que se gestiona la catequesis a nivel local, etc. Son asuntos que requieren mucha escucha, diálogo, reflexión personal y multidisciplinaria, métodos rigurosos de investigación, discusión de los resultados, discernimiento comunitario, compromiso en las modificaciones que se implementan, evaluación rigurosa y ajustes, con miradas de largo plazo.
Hoy, ahora, es un buen momento para comenzar.
Benedicto XVI. (2010). Carta Pastoral del Santo Padre Benedicto XVI a los católicos de Irlanda. http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2010/documents/hf_ben-xvi_let_20100319_church-ireland.html
Borello G., M. (2009). Obras catequéticas. Diakom.
Comisión Nacional de Catequesis (2009). Orientaciones para la Catequesis en Chile. Conferencia Episcopal de Chile.
Comisión UC para el Análisis de la Crisis de la Iglesia Católica en Chile (2020). Comprendiendo la crisis de la Iglesia en Chile. Documento de análisis. Pontificia Universidad Católica de Chile. https://www.uc.cl/site/efs/files/11465/documento-de-analisis-comprendiendo-la-crisis-de-la-iglesia-en-chile.pdf
Díaz, J. (2015). Editorial. Boletín SOCHICAT, (10).
Díaz, J. (2019). Editorial. Boletín SOCHICAT, (15).
Francisco (2018a). Carta del Santo Padre Francisco al Pueblo de Dios que peregrina en Chile. http://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2018/documents/papa-francesco_20180531_lettera-popolodidio-cile.html
Francisco (2018b). Saludo del Santo Padre. Encuentro con los obispos. http://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180116_cile-santiago-vescovi.html
Francisco (2013). Evangelii Gaudium. Libreria Editrice Vaticana. http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (2020). Directorio para la Catequesis. Libreria Editrice Vaticana.