Revista de Educación Religiosa, Volumen II, Nº 1, 2020, DOI 10.38123/rer.v2i1.43

La pastoral escolar: espacio para una síntesis creyente de saberes y experiencias orientada a la formación integral

Marcelo Neira Díaz1
Vicaría para la Educación, Arzobispado de Santiago
Chile

Introducción

Los nuevos parámetros valóricos en la sociedad, la situación crítica de la Iglesia Católica, los cambios en la educación y los efectos de la pandemia que vivimos suponen una complejidad inquietante para las escuelas y agregan nuevas condiciones para el desarrollo de una pastoral que atraiga, contagie y despliegue la belleza educativa de la fe. Además, los distintos enfoques para comprender la evangelización desafían a la escuela católica a repensar su “catolicidad”, en el sentido de que esta misión ya no depende tanto de la transmisión de los contenidos de la fe, como de lo que cada estudiante resuelve para su vida.

Todo lo que sucede en la escuela es formativo y entraña aprendizajes. Los saberes y experiencias, además de ser una fuente formativa para los estudiantes, constituyen lo que cada uno posee como más cercano y rico para apreciar el paso de Dios que, ante todo, es un misterio que acontece en la realidad, no solo como tema educativo, sino también como un actor de la educación (Granados, 2019). No importa si es precaria o crítica o dolorosa o simplemente rutinaria, la experiencia, tal como se da, es una rica fuente de aprendizaje y soporte para la formación integral.

Pero ¿cómo aprovechar esta experiencia para integrar los saberes con una fe que brinde cohesión y sentido? En esto, la pastoral educativa tiene un gran desafío y oportunidad, lo cual pasa por hacerse cargo de su propia crisis, relativa no solo a la religiosidad de estudiantes y educadores, sino también a su pertinencia educativa. Por eso, luego de ahondar en algunos elementos del problema, la ruta argumental aportará una propuesta de solución que motiva a remirar el proyecto educativo institucional católico (PEI), reflexionar sobre el aporte educativo de la pastoral, su relación con todo el quehacer académico y algunas prácticas que favorecen la formación integral, especialmente el paso a la síntesis creyente de saberes y experiencias2.

Un proceso incomprendido

En el ideario de los colegios católicos la pastoral es definida como:

el proceso que busca identificar e irradiar los signos de la Buena Nueva de Jesús en todos los ámbitos de la escuela, favoreciendo el despliegue de su PEI para contribuir al logro de una formación integral y humanizadora de todos los miembros de la comunidad escolar, especialmente los estudiantes, de acuerdo a su contexto institucional-social y carisma fundacional3.

Sin embargo, en muchos lugares persiste una desconexión con la gestión académica que dificulta su desarrollo, haciendo que sea un proceso incomprendido. A los estudiantes, a sus familias y profesores les cuesta comprometerse con las llamadas actividades pastorales (vale decir que muchos no profesan la misma fe); el desprestigio de la Iglesia afecta los ánimos4; las misas suelen ser poco significativas; es evidente la crisis de la transmisión de la fe (Velasco, 2002; Bahamondes et al., 2020) y además vive una gran dicotomía, pues debiendo estar en el centro de todo el quehacer educativo, en la práctica la escuela se siente más exigida por el desempeño académico. La pastoral suele ir por un carril paralelo y no existe mucha claridad sobre criterios y definiciones comunes para su funcionamiento.

El supuesto de la fe

La pastoral escolar muchas veces tropieza porque su propuesta se construye a partir de un supuesto muy común: si la familia elige un colegio católico, es porque profesa dicho credo y, por lo tanto, se debería comprometer con las acciones pastorales. Si algún directivo tiene esta creencia, sería demasiado ingenuo. Pero si advierte el supuesto e igual persiste en su expectativa, sucede algo peor que la ingenuidad: la obligación que le cae encima al estudiante de participar en acciones que no conectan con sus creencias, lo cual es una vulneración de su conciencia. La fe no puede darse por supuesta (cf. Porta fidei, #2), es una opción racional (cf. 1Pe 3:15), un regalo, una posibilidad (Lumen fidei, #4) y un derecho (Evangelii gaudium, #14). Nunca una obligación, sino un acto de libertad (PF, #10).

¿Qué hacer, entonces, si lo lógico es que lleguen familias afines?5 La evidencia señala que las personas no eligen colegios por sus PEI6. Las familias escogen el colegio católico no necesariamente por su confesionalidad religiosa específica, sino que por otros factores asociados que influyen en su decisión. De seguir esta tendencia, progresivamente tendremos escuelas católicas con cada vez menos católicos.

Diversidad cultural

La diversidad es un dato de la realidad, pero los colegios católicos no siempre la advierten porque se construyen más sobre la base de una suerte de uniformidad, dada por la creencia religiosa y por la estandarización propia del sistema educativo. Esta realidad se hace más evidente por la Ley de Inclusión Escolar (n.º 20.845/2015) que instala los requisitos de la gratuidad y la no selección. A un lustro de su entrada en régimen, los colegios católicos no detectan grandes oleadas de “gente diversa”, sino que reconocen mejor la diversidad que ya poseen (Neira, 2016, p. 4), para favorecer la integración social (Queupil y Durán, 2018). Este fenómeno se expresa también en la migración, nuevas formas de concebir los vínculos familiares y opciones vitales propias de una sociedad secularizada.

Autorreferencia pastoral

Otro síntoma de esta incomprensión consiste en que este proceso no dialoga mucho con el sistema educativo que lo contiene. Por lo general, la pastoral supone un elenco de actividades litúrgicas, serviciales o sacramentales que sufre una tensión crucial: es esperable que todos acudan porque es parte de la cultura escolar, pero cuando se trata de acciones para practicar un credo religioso, esto no se puede obligar, por motivos éticos. No se discute el fondo de las definiciones que hay sobre pastoral escolar, respecto de su misión evangelizadora (González y Barahona, 2009), pero sí el alcance que tiene por la necesidad de conectar su agenda con todo el quehacer académico de la escuela.

La fe cristiana entraña una buena noticia y debiera ser lo suficientemente persuasiva para que las personas participen en las acciones pastorales, leyendo en ellas beneficios para sus vidas. Habría que revisar las mediaciones de la pastoral y ampliar su repertorio, tanto para acoger la sensibilidad de los más cercanos a esta tradición creyente como para comenzar a tener un lenguaje educativo pertinente. Una escuela católica primero es escuela, y su propósito hoy no es tanto la catequización como posibilitar que los estudiantes desarrollen su dimensión espiritual y se abran a la trascendencia. Esto implica formar o fortalecer el sustrato religioso elemental a partir del cual la propuesta evangelizadora puede tener sentido para la persona.

Confesionalidad perpleja

El mundo no se divide hoy entre creyentes y no creyentes. La creencia es un fenómeno complejo, profundamente subjetivo, muy determinado por las historias personales y colectivas, niveles de conciencia y relaciones. La experiencia religiosa se muestra diversificada no solo en los modos de expresarse, en términos de sus carismas o mediaciones, sino también por diferentes disposiciones que especialmente los jóvenes adoptan en clave de distancia, progresión y plasticidad7.

La religiosidad vivida desde la distancia se expresa en relatos de odiosidad hacia lo religioso8 indiferencia religiosa, no creencia declarada o prescindencia de Dios (Armstrong, 2009, p. 323). Cuando la religiosidad es declarada9, se manifiesta progresivamente en las fases de despertar, cultivar y desplegar esta dimensión de modo militante10. La clave de la plasticidad da cuenta de una religiosidad dinámica, que algunas veces se expresa y otras, no; en algunos casos es difusa y en otros, específica. Correlato espiritual de una sociedad líquida (Vizcaíno, 2015, pp. 464-469).

Además, otro dato crítico es la falta de lenguaje que posibilite narrar la experiencia religiosa. Es decir, estamos frente a la emergencia de un analfabetismo religioso, haciendo que cualquier información, introspección o espacio formativo que transite por el lenguaje religioso será irrelevante para los jóvenes, no por una mala disposición anímica, sino que por un débil andamiaje cognitivo para dicha comprensión. En otras palabras, el contenido religioso puede ser como el álgebra para quien apenas conoce los números.

Un giro a la pertinencia educativa

Es importante que la pastoral dialogue más con todo el quehacer educativo. No es conveniente basar todos sus esfuerzos en la presente o futura identificación religiosa de los estudiantes, puesto que el paso a la fe siempre está determinado por la voluntad y la conciencia de cada persona. Por eso, quienes educan tienen la bella misión de provocar las condiciones pedagógicas para comprender hoy —o en algún momento de la vida— que la gracia de Dios es una realidad disponible (cf. EG, #º47).

Muchos colegios tratan de dar este giro situando la pastoral dentro del área de la formación. Sin embargo, sigue siendo un desafío desarrollar una propuesta pastoral que conecte con el contexto y lenguaje escolar. Por ejemplo, ¿de qué modo la misa del colegio tiene pertinencia educativa explícita además de su sentido litúrgico? ¿La catequesis escolar responde también a los objetivos transversales? ¿La actividad misionera se hace cargo de los indicadores exigidos por el plan de mejora escolar? ¿De qué modo conectar mejor con las expectativas tanto de quienes comparten el credo de la escuela, como de quienes la escogen solo por su prestigio?

La idea es que la pastoral sea un articulador consistente para la formación integral, haciendo un aporte sustantivo al desarrollo de la dimensión espiritual de los estudiantes. Este doble desafío hace que el PEI católico asuma también el propósito declarado en el artículo 2 de la Ley General de Educación (LGE n.º 20.370/2009)11. Pero, aun teniendo este criterio general a la vista, ¿por qué la pastoral no siempre engrana con el lenguaje propiamente educativo? De ahí que sea necesario hacer una reflexión para resignificar la evangelización en la escuela.

Repensar la escuela católica

El actual proceso de discernimiento de la Iglesia12 representa una buena oportunidad para que las escuelas católicas puedan revisar sus PEI y así redescubrir lo católico como una propuesta abierta y llena de sentido. Una característica fundamental es ser expresión viva de la Iglesia, asumiendo la tarea evangelizadora de acuerdo a su contexto y carisma (VED, 2016, pp. 17-23). De hecho, el primer signo elocuente de esta evangelización consiste en ser primero una buena escuela en todos los sentidos (Congregación para la Educación Católica, 2014, #4).

Las escuelas católicas deben hacerse cargo de esta identidad, valorando la tradición educativa de la Iglesia y aprendiendo de su situación actual para replantearse como una propuesta educativa vigente y necesaria para este siglo. El papa Francisco anima esta revisión señalando que:

…la escuela necesita una urgente autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas, una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios católicos que parecen estar organizados solo para la preservación. (ChV, #221).

Discernir con valentía

Esta autocrítica no pasa solo por resituar lo católico en las coordenadas explícitas de la evangelización, sino, sobre todo, por comprender la educación como lugar privilegiado donde la Buena Nueva estalla principalmente de modo implícito, lo cual requiere una fina combinación entre mística y profesionalismo. En este sentido, el papa Francisco invita a no tener miedo de revisar prácticas que “ya no tienen la misma fuerza educativa” (EG, #43). ¿Qué significa ser escuela católica hoy? ¿En qué se nota que una escuela católica es realmente católica más allá de lo que declara en su PEI? ¿Esto solamente tiene que ver con sus prácticas devocionales o hay algo especial en el clima escolar capaz de comunicar el sentido de lo católico? ¿De qué modo esta propuesta educativa puede hacerle sentido a estudiantes y educadores que no son católicos y no tienen pretensión de serlo, lo cual es legítimo? ¿De qué modo el mensaje de Jesús puede ser luz y soporte para una formación integral? Desde este discernimiento queda claro que los desafíos aquí expuestos no representan una amenaza para la escuela católica, sino que una oportunidad para repensar lo católico, honrando su denominación de origen: universal.

Los dos caminos de lo católico

Las nuevas normativas hacen que los PEI sean más importantes y la observación práctica señala que se puede ser escuela católica de dos modos interdependientes y no excluyentes: comprendiendo lo católico desde la confesionalidad y comprendiéndolo como enfoque educativo. A partir de un diálogo sostenido con equipos directivos, es posible hacer algunas inferencias13.

Identificarse más con la variable de la confesionalidad implica dos alternativas de acción: comprenderla como punto de partida, es decir, con la esperanza de que las familias que llegan sean católicas; o como finalidad, es decir, con la expectativa de que los estudiantes adopten este credo en su trayectoria escolar. Si bien son opciones legítimas, llevadas al extremo implica sendos riesgos: dar por supuesta la fe y el proselitismo, respectivamente.

Comprender lo católico como enfoque educativo implica conectar esta identidad con categorías propias de la educación. Transitar por esta mirada también entraña dos alternativas: despejar qué es lo propio que lo católico puede ofrecer al sistema educativo y qué elementos se comparten con otros enfoques. También hay riesgos si se extreman estas rutas, como la autorreferencia, en el primer caso, y diluirse en medio de otras propuestas perdiendo identidad, en el segundo caso.

Es importante hacer una distinción elemental: el camino de la confesionalidad está, por definición, disponible para algunos, mientras que el camino de lo católico como enfoque educativo está disponible para todos. No son excluyentes, porque se relacionan con el proceso de las personas que se saben acogidas y representadas por lo que la escuela comunica. La confesionalidad conecta más con algunos porque depende tanto de la tradición creyente de la persona como de su apertura a entrar en un camino de conversión religiosa. De este modo, se despliega el sentido de comunidad entre aquellos que se encuentran a partir de un credo compartido y una misión evangelizadora común. Así entonces, el carácter católico del colegio se ofrece como espacio donde los católicos puedan reforzar su identidad religiosa. La ruta espiritual que se despliega aquí va desde la identidad al sentido de lo religioso.

El camino de lo católico como enfoque educativo, en tanto, se presenta disponible para todos porque plantea la posibilidad para que las personas puedan conectar primero con los valores cristianos, haciendo que la comunidad escolar se abra al sentido de universalidad. De este modo, las personas que se acercan a la escuela, independientemente de sus creencias, pueden ver en este espacio una oportunidad para crecer en el diálogo, es decir, en una permanente y fecunda interacción con la diversidad, requisito fundamental para la comunión. “La escuela católica es, por su misma vocación, intercultural” (Congregación para la Educación Católica, 2013, # 61). En este caso, la ruta espiritual invita a descubrir el valor educativo de lo religioso para abrirse a la posibilidad del sentido de pertenencia. Nuevamente el papa Francisco aporta una visión clave en este sentido:

Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito comunitario de acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre todo cuando tratan de acoger a todos los jóvenes, independientemente de sus opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o social. De este modo la Iglesia da una aportación fundamental a la educación integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo. Reducirían indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para el ingreso de estudiantes o para su permanencia en ellas, porque privarían a muchos jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer su vida. (Christus vivit, #247).

El punto de encuentro de ambas rutas (confesionalidad y enfoque educativo) es la evangelización, experiencia que parte de la premisa de que Dios habita y se revela en la vida de las personas y de los pueblos (cf. Documento de Aparecida, #6,27,84), lo cual nos ayuda a reconocer su doble expresión: explícita e implícita. Parafraseando al papa Benedicto XVI: una escuela católica sabe cuándo hablar de Dios y cuándo callar respecto de Él (cf. Deus caritas est, #31c). El primer modo conecta mejor con la experiencia de quienes se identifican con la confesionalidad, donde el Evangelio se plantea como respuesta a las inquietudes y búsquedas más sentidas de las personas. El segundo modo, entonces, se despliega mejor en quienes acogen lo católico como enfoque educativo, porque supone profundizar en valores compartidos que embellecen lo humano. Es allí donde el Evangelio irrumpe como Buena Noticia y, a la vez, como pregunta que permite explorar nuevos sentidos.

Esta perspectiva ayuda a comprender el lugar clave que debiera ocupar la pastoral como instancia que posibilita la interacción entre los dos caminos, otorgando cohesión a toda la propuesta educativa de la escuela católica. Pero antes de desarrollar esta idea, revisemos la potencia educativa de la pastoral.

El sentido educativo de la Pastoral

“Yo soy el Buen Pastor”. Esta declaración de Jesús (Biblia de Jerusalén, 2009, Jn 10:11) no fue ajena a la comprensión de su audiencia. Se trata de una figura perfectamente asimilable, pues revela el dato histórico de que el oficio pastoril fue determinante para la vida y cohesión del pueblo en su fase nómade. Una vida así, desértica y migrante, necesitó siempre la sabiduría de un líder que supiera moverse por los caminos y estaciones hacia tierras donde el pueblo pudiera descansar y alimentarse. Esto da ciertas claves de comprensión de lo pastoral: guiar a otros, saber el camino, ir adelante (testimonio) y algo muy decidor: la primera orientación de lo pastoral es hacia el reconocimiento, valoración y provecho de los recursos dados. Esto implica la apertura a una espiritualidad de cosecha (Jn 4:38) y de abundancia (Mt 6:26), pues se parte de la premisa de que Dios acontece en la realidad.

Una espiritualidad de cosecha

Esta figura del pastor atraviesa toda la historia del pueblo de Dios, a lo largo de la cual adquiere distintos estatus como los reyes, profetas y sacerdotes. De manera que, además, lo pastoral se asocia al mismo tiempo a una experiencia regia, profética y sacerdotal que Jesús mismo explicita autodefiniéndose como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14:6). Por eso, toda acción pastoral se orienta hacia los frutos del Reino. Quien posee corazón de pastor tiene la habilidad para moverse como un nómade espiritual y ver la realidad como un don, un campo listo para la cosecha (Jn 4:35), un patrimonio demasiado abundante para pocos operarios (Lc 10:2), en donde el Reino se despliega como semilla, fruto y fermento (Mt 13: 31-33). Un agente pastoral es ante todo un agradecido por conocer una Buena Nueva que se cumple hoy (Lc 4:21), con la conciencia de saber que Dios habita en su creación.

Rescate de la experiencia mística

La acción pastoral propone tres caminos para que las personas vayan despertando a esta nueva conciencia: es al mismo tiempo una experiencia teológica (catequesis), una experiencia ética (caridad) y una experiencia mística, atribuible a la celebración, pero que alude al encuentro vital con la persona de Jesús (cf. Vitoria, 2007, p. 3). Al respecto, el papa Benedicto XVI expuso una priorización clave: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE, #1). Cuando una pastoral no está inspirada en la conciencia de la abundancia de Dios, tanto la acción catequética como la caritativa pueden correr el riesgo de “cosificar” a Dios, dejándolo como una “gran idea” y/o una “decisión ética”, respectivamente. Podemos conocer a Jesús biográficamente y actuar como Él, pero eso no necesariamente significa el haber tenido un encuentro vital y profundo con Él.

Una pastoral inspirada en esta mística lleva a tener un encuentro genuino con Jesús, con mediaciones que ayudan a tomar conciencia de su presencia en nuestra vida. Y este acontecimiento, decisivo y transformador, hará que queramos comunicarlo, por desborde de gratitud y alegría (DA #14, 145), conociéndolo en profundidad (catequesis) e imitándolo vigorosamente (caridad). No se trata de misticismo o intimismo autorreferente, sino de una mística comprometida con la alteridad (Armstrong, 2015, p. 283). La acción evangelizadora de la Iglesia en este siglo tiene el gran y maravilloso desafío de recuperar la experiencia mística, suprimida por una larga tradición misionera que la dio por supuesta. “El cristiano del futuro será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano”, señaló proféticamente Karl Rahner (García, 2008, p. 170). Comprender esto en la práctica requiere tener presente cuatro consideraciones:

La Pastoral y su relación con el currículum

Con la emergencia de un nuevo currículum, la pastoral tiene una buena oportunidad para fortalecer su impronta formativa. La LGE supuso un cambio significativo en el modo como se comprende el aprendizaje en la escuela, pasando de los contenidos al desarrollo de habilidades, y del asignaturismo, a una progresiva integración de saberes. El desafío que se presenta aquí es que las escuelas católicas puedan enriquecer este nuevo planteamiento con una visión cristiana de la educación que complete y aporte coherencia a la formación integral.

Hacia una nueva modalidad

Para este propósito se ha desarrollado en Chile el llamado currículum evangelizador, comprendido como “el conjunto de oportunidades de aprendizaje que favorecen el desarrollo integral de los estudiantes y de todas las demás personas que integran la comunidad” (González y Barahona, 2009, p. 78). Una definición a partir de la cual se pueden identificar dos modalidades clásicas (Moro y Neira, 2020, p. 33) y una tercera opción que compromete activa y pedagógicamente a la pastoral.

La primera modalidad se expresa en el cruce de los contenidos curriculares con la propuesta evangelizadora de la Iglesia, para que las materias vayan de la mano con los valores del Evangelio de modo explícito14. Esto implica atender con diligencia la relación que los educadores tienen con la fe y con la Iglesia. La segunda modalidad es complementaria, pues comprende que todo lo que sucede en la escuela tiene carácter curricular. Se trata de lograr un ambiente marcado por el mensaje de Jesús. La tercera modalidad dice relación con el lugar que la pastoral está llamada a ocupar en este nuevo planteamiento curricular. Una pastoral que se formule desde los saberes de la escuela y no como mera yuxtaposición de prácticas religiosas (Rodríguez, 2005, p. 30). Se trata de una comprensión curricular donde cada disciplina sea una ventana del saber abierta a una visión integral de la persona humana, iluminada por el Evangelio.

La pregunta es cómo asegurar que la formación otorgada sea realmente integral y no un pegoteo desarticulado de saberes. La clave es que los estudiantes tengan la posibilidad de hacer una síntesis creyente de sus saberes y experiencias. Algo que la pastoral puede brindar si se coordina bien con el ámbito académico, lo cual representa también un buen equilibrio de las modalidades señaladas. Descomprimiría a las asignaturas de la responsabilidad de incorporar contenidos religiosos y ayudaría a objetivar situaciones de la cultura escolar para darles una lectura desde la fe.

Pasos a seguir

Esta articulación tiene dos dificultades: la persistente sobrevaloración de lo académico en desmedro de todo lo formativo, y la diferencia en la claridad de sus procesos, ya que lo académico posee objetivos claros, ciclos específicos, saberes convenidos como necesarios, bases curriculares, sistemas de evaluación, etc.; pero lo formativo se ha ido conformando en el tiempo como respuesta a exigencias identificadas por el sistema educativo, lo cual no siempre está bien articulado (convivencia escolar, vínculo con las familias, pastoral, planes de formación ciudadana y de educación sexual, etc.). Para responder a este desafío, la escuela católica puede emprender al menos tres pasos programáticos15:

  1. Conformar y consolidar un equipo dedicado a la formación, que comprenda un área tan importante como la académica, con una visión común que atienda las especificidades de cada ámbito. Idealmente, esta área debe estar liderada por la pastoral.
  2. Formar a los profesionales de este equipo en los principios de la educación católica, en el carisma fundacional y en todo lo que se refiere al lenguaje propiamente educativo.
  3. Comenzar pequeñas experiencias de articulación de saberes entre lo académico y lo formativo, de modo que progresivamente se pueda ir irradiando a todos los ámbitos de la escuela.

Luego de estos pasos que da la escuela como propuesta, es necesario que desde los estudiantes haya otro paso como respuesta: hacer la síntesis creyente de aprendizajes y saberes. Para ello es importante valorar pedagógicamente los saberes y experiencias que cada persona procura espontáneamente, pero también aquellas que el colegio intenciona dentro de su planificación. Aquí hay algunas prácticas que pueden apuntar en ese sentido.

Prácticas para favorecer la síntesis de los aprendizajes

Independiente de la diversidad de carismas, que responde al modo como cada colegio se gestiona en función de su contexto e historia, existen algunas prácticas más o menos generalizadas que pueden observarse y potenciarse para orientar con acierto la pastoral en los términos aquí planteados.

El acompañamiento personal

Es un patrimonio de la vida pastoral de la Iglesia, la experiencia de un acompañamiento personalizado que indaga sobre la vivencia espiritual de las personas. En el contexto de cualquier colegio donde la masificación mediada por los estándares evaluativos está a la orden del día, el acompañamiento puede tratarse de un servicio disponible para honrar la singularidad y el modo como cada persona se hace consciente y responsable de sus aprendizajes y procesos vitales (CECh, 2009).

La vida en comunidad

A diferencia del grupo curso reunido en un aula, que suele responder más a una lógica academicista, la comunidad es una práctica asociativa más reducida y de relaciones más dinámicas. Es un espacio que busca formar en la fraternidad, liberando a las personas del individualismo y la masificación (Velasco, 1998, p. 20). Permite que los miembros sean más protagonistas de su proceso formativo y el tono de los encuentros siempre suscita compartir la vida para lograr aprendizajes desde la propia experiencia, conectándose con sentidos más profundos y abriéndose al don de la fe (DA, #308).

Itinerarios cortos

La pastoral también supone procesos formativos, los cuales deben tener pertinencia educativa y curricular, es decir, estar en sintonía con todo lo que pasa en la escuela. Pero también poseen una lógica procesual diferente al desarrollo de las asignaturas. No necesariamente deben ser anuales, es recomendable plantear itinerarios cortos a los cuales las personas puedan acceder libremente. Estos itinerarios no pueden ser exhaustivos justamente porque apuntan al desarrollo de una síntesis de las experiencias y saberes de la escuela. Y pueden ser catalizadores de otros procesos, como por ejemplo: la catequesis escolar. Son procesos abiertos, dinámicos y progresivos, pues se trata de ir respondiendo a las búsquedas de las personas, como lo señala la propuesta del papa Francisco (ChV, #234).

Hitos celebrativos cohesionantes

Es común que los colegios tengan una agenda de celebraciones que fortalecen la cultura escolar. La idea es favorecer el sentido de la fiesta, el lenguaje simbólico, la belleza de los momentos. El factor de la alegría y el disfrute deben ser claves importantes en su preparación y desarrollo, pues muchas veces estos hitos resultan ser convocantes para otras acciones de la planificación pastoral. El factor celebrativo es también la oportunidad para festejar los acontecimientos propios de la escuela con un sentido abierto a lo trascendente. En el caso de la celebración eucarística, es clave comprenderla como un evento educativo abierto para todos. La idea de celebrar la fe, si bien es la gran motivación para ir a misa, no es la única motivación. La misa es un acto social y comunitario, lleno de mucho simbolismo, donde el misterio de la fe es compartido mediante enseñanzas y valores profundamente humanos hallados en el corazón del Evangelio (cf. Saramentus caritatis, #35). Todo lo que sucede en la escuela es educativo y en la misa todos podrán aprender algo, independientemente de si además, en consciencia y voluntad, acuden al culto. Pero este aprendizaje requiere ser gestionado a partir de un diseño litúrgico que conecte también con los saberes y experiencias de la escuela. Un camino interesante propone Granados al comprender la misa como relato, rito y razón de la presencia de Dios en la educación (2019). Hacer que la misa tenga lenguaje educativo implica convertirla en una fiesta de los saberes, donde las diferentes asignaturas puedan tener un lugar preferencial.

Sensibilidad por la justicia

Desde el ámbito pastoral, los colegios suelen emprender acciones solidarias de diversa índole que involucran de modo muy entusiasta la voluntad de estudiantes, profesores y apoderados. Es importante resguardar en esta gestión que las acciones conecten con los procesos curriculares (Ley n.º 20.911/2016) y con la formación espiritual que cada colegio busca encauzar según sus opciones y carisma. Este tipo de iniciativas favorece el desarrollo de la sensibilidad social de las personas, la ciudadanía fraterna, el diálogo entre la fe y las necesidades del mundo, reconociendo el amor cristiano como una expresión situada y contingente (Scherz y Mardones, 2016).

Estas prácticas no son recetas, requieren un replanteamiento general respecto de la pastoral, sacándola de su inercia para situarla como experiencia articuladora de los aprendizajes. La idea es que estas y otras prácticas susciten en los estudiantes experiencias significativas que, acompañadas pedagógicamente, favorecerán la posibilidad de hacer una síntesis creyente de saberes y experiencias. Veamos de qué se trata.

Síntesis creyente de saberes y experiencias

Un desafío permanente de los procesos educativos dice relación con el modo como los estudiantes aprenden. Por eso, un camino propicio para explorar es el paso a la “síntesis creyente de saberes y experiencias”16. Algo que transita hoy en el dominio de lo intuitivo, pero que requiere transformarse en un proceso intencionado y profesional.

Todos vivimos experiencias que entrañan aprendizajes, en forma directa o mediada (de Zubiría, 2006, p. 89). Pero tan o más importante es la reflexión de la experiencia (Kolb, 1976), sin la cual la experiencia sería solo una vivencia fugaz. El tema es ¿cómo puede una escuela procurar que los estudiantes hagan reflexión de sus experiencias de tal modo que puedan dar el paso al aprendizaje y a la síntesis creyente? En el contexto de la escuela, la experiencia es materia prima para el aprendizaje, aquella que “trae” cada estudiante como el devenir de la vida, y aquella que es procurada de modo intencional en el espacio educativo.

Una práctica clave para el aprendizaje y la gestión curricular

De una u otra manera todos hacemos síntesis de saberes y experiencias, espontáneamente, con distintos ritmos y a partir de diferentes mediaciones. La idea es intencionarla profesionalmente como hito pedagógico y así poder acompañar este proceso de un modo más adecuado. La síntesis de saberes y experiencias es la joya del aprendizaje porque implica la comprensión y resolución de aquello que cada persona aprehende para sí, de acuerdo a sus preferencias, talentos, búsquedas, sentidos y valores. Se trata de un saber mínimo, entre tanta vorágine de estímulos, que permite en cada sujeto un avance, modesto o significativo, en el proceso de expansión de la propia conciencia (Wilber, 1985, p. 12)17. Esto es lo que nos convierte en sujetos de aprendizaje.

La síntesis de saberes y experiencias requiere en la escuela un espacio curricular importante y una metodología adecuada a cada ciclo. No necesariamente significa cargar de nuevas expectativas a las asignaturas. Pero sí es importante comprender que lo que cada estudiante resuelve para sí es más importante que la sumatoria de estímulos. Además, se hace preciso considerar que esta generación de estudiantes es la que más acceso tiene a la información y al conocimiento que cualquiera otra anterior en la historia (UNESCO, 2005, p. 5)18. La información se confunde con conocimiento y el conocimiento también ha entrado en la lógica de la obsolescencia (p. 60) y de la posverdad (Ramos, 2018, p. 289). Por eso, es importante preguntarse: con todo lo que capta un estudiante sobre cualquier tema, ¿con qué se queda? ¿Qué le hace sentido para su crecimiento? ¿Qué conecta con sus búsquedas más sentidas y genuinas? ¿Y cómo acompañamos este proceso de síntesis?

Una práctica clave para la formación integral y la evangelización

La pastoral es un lugar propicio para el desarrollo de este ejercicio en la escuela católica. Si además es fruto de una buena coordinación pedagógica, podría resolver otros dos desafíos no siempre bien atendidos en el actual escenario educativo. Por un lado, la síntesis de saberes y experiencias aseguraría un importante paso hacia la formación integral de los estudiantes y, por otro lado, al ser estas experiencias y saberes de tipo “creyentes”, serían soportes fundamentales para la evangelización ya que podrán converger y cohesionarse más fácilmente a partir de la fe.

Respecto del primer desafío, hay muchas maneras como las escuelas católicas han formulado la formación integral y todas se parecen en la disposición de ciertas dimensiones que la persona debe desarrollar de modo armónico y progresivo. Sin embargo, la sola consideración de estas dimensiones no garantiza de por sí una formación integral si los aprendizajes no se articulan adecuadamente.

Toda síntesis creyente de conocimientos, habilidades y actitudes supone necesariamente configurar un sistema de creencias, una base de fundamentos valóricos que sostiene los aprendizajes. Esa base incluye lo que universalmente se destaca como valioso, bueno, necesario y esperable a lo largo de los distintos momentos evolutivos de la vida. Esos valores universales son extraordinariamente importantes para una síntesis creyente que vincula a los estudiantes con la sabiduría. En la exhortación apostólica Christus vivit, el papa Francisco expresa así el sentido de esta formación integral:

… no podemos separar la formación espiritual de la formación cultural. La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los jóvenes tienen derecho a ella. Y hoy en día, sobre todo, el derecho a la cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que humaniza. (#223)

De ese modo, la pastoral y la coordinación pedagógica pueden complementarse y propiciar la síntesis creyente a través de iniciativas que generen espacios para legitimar las conclusiones de los estudiantes, de un modo significativo y valorando el discernimiento en cada etapa del desarrollo cognitivo. La narrativa que cada persona hace de su propia síntesis le permite mirarse y mirar el mundo de un modo integrado; tanto Wilber (1985, pp. 20, 197) como Dilts & Bateson señalan que la dimensión espiritual es un estado superior (García-Rincón, 2015, p. 25) que engloba los diferentes niveles del desarrollo integral.

Una práctica para crecer desde los valores cristianos

La síntesis creyente es vital porque la integración de tales valores provoca el arribo a nuevas convicciones, lo cual no se enseña teóricamente: se rescatan de lo que cada estudiante condensa, elige o carga con significación personal en sus experiencias de aprendizaje de contenidos, de relaciones, de resultados en sus tareas cotidianas. Por eso, la educación católica ha de considerar a las distintas ciencias humanas no solo como saberes a adquirir, sino también como valores a asimilar y verdades que descubrir (Vargas, 2007).

La síntesis creyente es, a fin de cuentas, una invitación a conocer los valores cristianos y asumir la libertad para elegirlos cuando la fe sea despertada. En este proceso es clave la creatividad en la elección de las didácticas, la belleza de los momentos y espacios físicos, los silencios, los juegos, las epopeyas cotidianas y las emociones que permitan encontrar en la enseñanza católica un peldaño para una cada vez mayor humanización. Este modo de entender la evangelización de niños y jóvenes no implica solo relatar la vida de Jesús: es reconocerlo como paradigma de humanidad para creyentes y no creyentes (Pagola, 2013, p. 15; Rohr, 2019, p. 59) y una invitación a encontrarlo en cada momento de la vida, en cada contenido curricular, con un lenguaje adecuado al siglo XXI, pero sobre todo con la alegría de sentirse parte de una identidad comunitaria que se actualiza desde hace 2020 años.

La pastoral no es el único espacio para desarrollar esta síntesis creyente. También está la clase de Religión que, además de su programa propio, puede incluir en sus temas los saberes de las otras asignaturas. Finalmente, es posible considerar los espacios de orientación o de acompañamiento personalizado, pero lo importante es que todo este proceso pueda ser compartido y coordinado con los profesionales encargados de la pastoral.

Conclusión: Dios habita en la escuela, pero no siempre lo sabemos

Los dominios de la pastoral y la pedagogía son acciones educativas que en cualquier colegio católico pueden experimentar una articulación virtuosa. La gestión pedagógica del aula refiere a un despliegue de saberes y experiencias según el currículum establecido, y la gestión pastoral se sitúa como el espacio donde los estudiantes pueden hacer una síntesis creyente de esos saberes y experiencias. Este ejercicio de despliegue y síntesis favorece mucho el logro de aprendizajes significativos.

Esto requiere la habilidad saber leer bien los intereses y búsquedas de los estudiantes para descubrir que, detrás de la gran variedad de respuestas posibles, hay dos grandes y legítimas aspiraciones: calidad de vida y sentido de la vida. La primera búsqueda sugiere que la pastoral sea una experiencia de acogida y valoración de la vida de cada estudiante tal como es, apreciando lo cotidiano como el lugar donde se manifiesta toda la potencia de la fe. La segunda búsqueda invita a la pastoral a convertirse en el espacio para compartir los sueños y legítimos anhelos de felicidad. La religiosidad, declarada o no, forma parte de esta riqueza. Por eso la pastoral, además de ayudar a hacer síntesis de saberes, se sitúa como una instancia que posibilita en todos los miembros de la comunidad educativa el paso a una comprensión trascendente de la vida misma.

Todos los docentes de una escuela católica pueden involucrarse con la tarea pastoral. Para ello, es preciso comprender que el saber religioso es también un saber pedagógico. Tanto el Estado como la Iglesia declaran que el desarrollo de la dimensión espiritual es fundamental en este propósito, por eso la escuela católica es un lugar privilegiado para que la fe sea comprendida como una experiencia que brinda cohesión y sentido a la educación.

Es importante también que todos los educadores puedan ser reconocidos como referentes, no solo por la asignatura que imparten sino especialmente por la oportunidad que tienen los estudiantes de acceder a la sabiduría en un contexto de mucha incertidumbre. El talante de una buena pedagogía es primordialmente testimonial y este compromiso está muy determinado por la conciencia de cada persona en su distancia o cercanía con la fe. Los colegios apuestan por el profesionalismo docente, pero el tema es más delicado cuando se trata de creencias religiosas no siempre compartidas. En este sentido, es clave comprender que la confesionalidad no es una experiencia rígida ni estática. Todo lo contrario. Se trata de algo gradual y dinámico que se sostiene en una premisa fundamental: la religiosidad es una dimensión ontológica de la persona y se expresa de muchas maneras culturales (Armstrong, 2009, p. 33). Por eso, tanto las prácticas religiosas específicas, como el proceso de descubrir genuinamente la propia religiosidad, talvez difusa en un comienzo, forman parte importante de la tarea docente. En consecuencia, no se hace pastoral solo hablando de las cosas de la fe, sino que también siendo sencillamente un buen educador.

Además, al no ser la fe una exigencia rígida, permite comprenderla como una experiencia desde la cual opera la gracia disponible de Dios. Esto tiene que ver con una certeza de fe propia de la cultura escolar católica: todos, educadores y estudiantes, independientemente de nuestros procesos de fe, tenemos la posibilidad de ser mediadores de la gracia de Dios en el desarrollo de buenas relaciones humanas. En este mundo en crisis cabe recordar que todos educamos y siempre educamos. No sabemos bien qué cambios sufrirá la educación, pero es muy probable que la fe se renueve como una experiencia de aprendizaje determinante para la formación integral.

Notas

  1. mneira@iglesiadesantiago.cl
  2. Esta sistematización es fruto de múltiples visitas a colegios y mesas de trabajo con actores implicados. Una experiencia enmarcada en el constante acompañamiento desplegado por la Vicaría para la Educación de Santiago (VED) entre 2015 y 2019. Por lo tanto, los elementos de diagnóstico y la reflexión compartida aquí se circunscriben a la interacción con los colegios de esta arquidiócesis.
  3. Definición formulada por el Área de Pastoral Educativa de la VED. De esta manera se busca acoger una conceptualización que circula en el ambiente educativo: el paso de un colegio “con” pastoral a uno “en” pastoral”, aunque no existe mucha claridad aún de lo que este cambio significa en la práctica.
  4. Según el informe Latinbarómetro de 2018, la confianza en la Iglesia Católica se desploma a un 27%. En 2007 era de un 68%.
  5. Pese a la disminución de personas que se identifican con la religión católica, de un 70% a un 45% entre 2006 y 2019 (Pontificia Universidad Católica, 2019), la oferta educativa católica y la preferencia de las familias han experimentado una leve alza sostenida desde 2001, creándose 258 colegios más hasta el 2017 y las matrículas subieron de 532.435 a 577.441 en el mismo período (Conferencia Episcopal de Chile, 2019).
  6. Hay otras motivaciones relativas a la enseñanza de valores, los puntajes y el roce social (Hernández y Raczynski, 2015); seguridad, equipamiento y calidad docente (Canales et al., 2016).
  7. Esta observación surge de un análisis de grupos focales organizados por la VED con ocasión del X Sínodo de la Iglesia de Santiago (2017-2018), donde participaron 11.184 jóvenes y adultos de diferentes contextos educativos. Este informe fue encargado a la Universidad Alberto Hurtado, sin embargo, lo que se infiere en este punto son categorías preliminares de los relatos que expresan los jóvenes respecto de sus experiencias con la fe.
  8. Esta odiosidad se explica por el rechazo a los abusos en la Iglesia. Al respecto, en algunos diálogos con jóvenes de IV medio se logró apreciar cómo la variable generacional determina el imaginario que hay de la Iglesia, pues los adultos pueden comparar y valorar el recuerdo de una Iglesia de los 80 comprometida con los DD.HH. Los jóvenes, en tanto, han desarrollado una imagen asociada a estos escándalos, que comenzaron a hacerse públicos el 2003, cuando ellos nacieron.
  9. Esta categoría demuestra una tendencia mundial (Pew Research Center, 2018) respecto de una progresiva no identificación con alguna religión en los jóvenes.
  10. Según consigna la Novena Encuesta del INJUV (2019), solo un 10% de los jóvenes de entre 15 y 29 años señala participar en una organización religiosa.
  11. El texto plantea que la educación “es un proceso de aprendizaje permanente que abarca todas las etapas del estudiante en el sistema escolar, para alcanzar su pleno desarrollo espiritual, ético, moral, afectivo, intelectual, artístico y físico mediante la trasmisión y el cultivo de valores, conocimientos y destrezas…” (Art. 2).
  12. Véase http://discernimiento.cl
  13. Este análisis surge de una indagación hecha por la VED (2018-2019) respecto de las percepciones, conocimiento e implementación del Modelo de Escuela Católica, con el fin de actualizar este aporte a los colegios y acompañar mejor la gestión educativa y pastoral. Este modelo es una orientación a los colegios que aporta marcos de referencia, opciones pedagógicas y herramientas de gestión.
  14. Un estudio de la Universidad Católica de Concepción sobre la actitud de estudiantes respecto de la evangelización escolar (2016) señala que la mitad no cree que se pueda evangelizar en todas las asignaturas, 43,3% considera que no se deberían tratar temas de evangelización en otras asignaturas que no sean Religión, y el 29,7% señala que los temas de evangelización abordados en la clase no se relacionan con las experiencias de la vida real.
  15. Pasos que la VED propone a los colegios, en el marco de la nueva versión del Modelo de Escuela Católica.
  16. En la literatura pastoral es común encontrarse con el concepto “síntesis fe y vida” o “síntesis fe y cultura” como ejercicio fundamental en todo proceso formativo. La “síntesis creyente de saberes y experiencias”, si bien responde a la misma intuición, es una formulación propia que supone la consideración de recursos y momentos pedagógicos formales para que el aprendizaje escolar exprese también el modo como la persona reconoce, en sí misma y en su entorno, la belleza integradora de la fe.
  17. Wilber señala la posibilidad que tiene la conciencia de ampliar sus fronteras a partir de la objetivación de la experiencia, cuando la persona comprende por medio del lenguaje lo que vive y aquello que la identifica.
  18. Según la Novena Encuesta Nacional del INJUV, se registra un promedio de 7,2 horas diarias de exposición a contenidos web e interacción en redes sociales, en jóvenes de 15 a 19 años (2019, p. 87). Una encuesta CADEM (2019) arroja que el 83% de los mayores de 13 años siguen algún medio de comunicación a través de las redes sociales.

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