Revista de Educación Religiosa, Volumen 1, nº 4, 2020, DOI 10.38123/rer.v1i4.40
Luis Enrique Serrano Aldana 1
Laboratorio de Antropologia Social y Cultural (LASyC),
Universidad del Zulia, Venezuela
La migración se define como “movimiento de personas fuera de su lugar de residencia habitual, ya sea a través de una frontera internacional o dentro de un país” (OIM, 2020). Constituye un fenómeno complejo y multifacético (Torres, 2018). Es un proceso social muy antiguo, originado a raíz de la evolución del ser humano. La migración no fue concebida como una solución desesperada, sino como la necesidad de dar respuesta a la curiosidad humana y de superar nuevos retos relacionados con nuestra capacidad de adaptación (Sanz y Valenzuela, 2016).
Cruzar las fronteras ha sido una experiencia conocida prácticamente en todo el mundo y en todos los tiempos. El ánimo de moverse de un lugar a otro para conocer nuevas culturas es inherente al ser humano. Por ello ha pervivido a lo largo de la historia, aunque cada sociedad le imprime sus propios matices.
La migración es un fenómeno social total, “sus dimensiones y efectos son de tal magnitud y están entrelazados de tal manera que no es posible analizar cada elemento de manera aislada” (Mauss, 2009). Los motivos para migrar, la decisión, el trayecto, la inserción en la sociedad receptora y los vínculos con la sociedad de origen son distintas aristas de la experiencia. La migración siempre deja una huella indeleble en la vida de cada sujeto que la experimenta.
Asimismo, la migración está referida a los penosos acontecimientos asociados a la violencia, al crimen organizado, a las guerras y a la imposibilidad de poner en práctica un ejercicio pleno de los derechos humanos (Sanz y Valenzuela, 2016). Estos acontecimientos empañan una parte fundamental de lo que todos somos como seres migrantes por naturaleza y por cultura. En este sentido, cabe señalar la importancia de lo contenido en el Artículo 13 de la Declaración de los Derechos Humanos, donde se señala que: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado” (ONU, 1948), y que “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país” (ONU, 1948).
Los procesos migratorios en el mundo se han acelerado en los últimos decenios. En América Latina y el Caribe, las migraciones internacionales muestran una creciente diversificación y multirregionalización (Arizpe, 2007). Aunque los estudios sobre los movimientos transfronterizos se han multiplicado, también es cierto que se han concentrado principalmente en las características económicas, laborales, demográficas, de organización política y de recomposición familiar, soslayando un poco las dinámicas culturales de tales movimientos.
Ser migrante significa ser “otro” (Lacan, 2006), más específicamente, “el otro” o incluso “lo otro”. Se trata del reconocimiento del “otro” como un individuo diferente, que no forma parte de la comunidad propia. Al reconocer la existencia de un “otro”, la propia persona asume su identidad (Lacan, 2006). El reconocimiento de la identidad se expresa con relación a la aceptación de lo diferente. A la mirada propia que descubre “al otro” y que, a través de dicho descubrimiento, conoce algo más de sí mismo en cuanto humano pero distinto, e incluso irreductible a su lógica, sus perspectivas o intereses (Serrano, 2016a).
Los migrantes son distintos, diferentes; en consecuencia, han sido definidos como “peligrosos, lo cual es una concepción genérica y ambigua” (Torres, 2018). No se explica exactamente por qué son peligrosos, pero con la construcción de ese estigma se les despoja de su humanidad (Gonzales, 2017). Antes de ver a la persona, de reconocer una historia frecuentemente marcada por el dolor y la injusticia, se impone el rechazo. Bolaños analiza cómo “el Estado moderno se arroga la potestad de proteger a su población de esos peligros” (2018). Las políticas migratorias ilustran claramente este proceso (Pattillo, 2019; Ubilla, 2019; Palacios, 2019; Pavez-Soto, 2018). Los migrantes son clasificados, estigmatizados ante la opinión pública, amedrentados e invisibilizados (Torres, 2018).
Ser migrante indocumentado(a) tiene varias implicaciones (Stefoni, 2017). La primera de ellas es la invisibilidad (Landry, 2019); se sabe que tienen una presencia muy fuerte en determinadas ciudades y que realizan distintos trabajos en circunstancias no siempre adecuadas. Aun así, se construye la invisibilidad. La sociedad receptora no quiere reconocerlos y los propios migrantes viven temerosos de ser descubiertos y sancionados, sin la identidad que los define como personas (Landry, 2019).
Al no existir registros sobre ellos, los migrantes quedan en situación vulnerable, invisibilizados y en riesgo de ser víctimas de abusos y crímenes. El temor a ser deportados motiva que no acudan a pedir ayuda en caso de necesitarla y, en lo posible, oculten su situación migratoria (Martínez, 2020). La ONU ha recomendado a los países aclarar cómo se afrontan las causas de la migración interna, como la pobreza y el desplazamiento forzado. La tarea urgente es atender esta recomendación con políticas que generen arraigo en las zonas de origen, pero asegurando su desarrollo económico y el respeto por la vida, no solo de los connacionales, sino de los migrantes que transitan por diferentes países.
El proceso migratorio ascendente (Rojas y Silva, 2016; Martínez, 2015; Schiappacasse, 2014; Godoy, 2012; Santander, 2010; Stefoni, 2008) evidencia la gran cantidad de población excluida de la redistribución de recursos en el mundo. No hay que preguntarse quién es el responsable de los seres humanos que se encuentran en la actualidad cruzando fronteras para tratar de sobrevivir, si es el país expulsor, el de tránsito o el de destino. Somos todos. La migración ha dejado de ser un problema nacional para ser transnacional, y en ese sentido han de responder las políticas públicas, tradicionalmente orientadas al interior de cada país. La sustentabilidad social del mundo está en peligro.
Los diferentes riesgos que enfrentan las personas en diferentes contextos sociales, políticos y económicos han generado una cultura de la migración. Desde la antigüedad, el ser humano ha estado en constante tránsito. Algunas personas se desplazan en busca de trabajo o de nuevas oportunidades económicas, para reunirse con sus familiares o para estudiar. Otros se van para escapar de conflictos, persecuciones, del terrorismo o de violaciones o abusos de los derechos humanos. Algunos lo hacen debido a efectos adversos del cambio climático, desastres naturales u otros factores ambientales.
Los migrantes llevan consigo su propio bagaje cultural. Los procesos de armonización entre las culturas de origen y de los países de acogida son siempre de carácter dialéctico; ambas partes terminan por transformarse. El resultado es la aparición de sociedades con una diversidad cultural creciente, en las que los migrantes empiezan a practicar las formas de vida de los autóctonos y para estos las manifestaciones culturales de los migrantes comienzan a volverse cotidianas. Se dan evidentes procesos de interculturalidad, es decir, de fusión cultural, que van inevitablemente acompañados de conflictos también reales cuya solución no es fácil ni inmediata (Serrano, 2016a). Procesos en los que resulta ineludible la responsabilidad primaria de los órganos de la administración pública; y, secundariamente, la colaboración de la sociedad civil, particularmente de las organizaciones religiosas, motivadas por el principio del bien común y la solidaridad.
Estos procesos de fusión se observan claramente en la cultura de Israel, donde ha existido desde la antigüedad una identidad o conciencia colectiva de ser un pueblo de migrantes. En sus ritos se presentaba así: “mi padre fue un arameo errante” (Deuteronomio 26, 5). Junto con los huérfanos y las viudas, los emigrantes constituyen la trilogía típica del mundo de los marginados en Israel. Para ellos, Dios pide un trato digno y de especial respeto y atención.
Según se evidencia en distintos pasajes del Antiguo Testamento, existía una identidad colectiva fundadad en el valor de la migración (Éxodo 23,9; Levítico 19,34; Deuteronomio 10,19; 23,16; 24,17).
En la cultura y tradición que originan el cristianismo según se manifiestan en el Nuevo Testamento, Jesús mismo se presenta como un inmigrante. Mateo muestra la infancia de Jesús y a la Sagrada Familia bajo una primera y cruenta experiencia de migración forzosa (Mateo 2,14-15), “Fui extranjero y me acogiste” (Mateo 25,35).
Asimismo, el evangelio de Lucas narra el nacimiento de Jesús fuera de la ciudad “porque no había sitio para ellos en la posada” (Lucas 2, 4-7) y Juan hace referencia a la hospitalidad: “Habitó entre nosotros” (Juan 1,11.14). San Pablo reconoce la situación vulnerable del migrante afirmando que “Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos sois uno en Cristo” (Gálatas 3, 28).
La religión como práctica significante cultural (Serrano, 2018b) ocupa un rol de vital importancia en la redefinición identitaria. El papel de la praxis religiosa en el proceso de socialización de los migrantes recién llegados, en la reutilización de algunas prácticas religiosas tradicionales, en la revitalización y redefinición de vínculos con las comunidades de origen es un aspecto clave para comprender la manifestación de estos fenómenos socioculturales.
Por lo tanto, se aprecia que gracias a la migración y a su aporte cultural la religión se ha convertido en un mecanismo para la protección y la integración del migrante a la nueva cultura, a la conformación de redes trasnacionales y a la construcción de una identidad colectiva en el exilio, reuniendo e integrando en un nuevo contexto prácticas religiosas y tradiciones culturales de distintos orígenes (Odgers-Ortiz, 2015).
Este sentido de lo trascendental que posee la religión en la vida de los migrantes coloca a la educación religiosa al frente del desarrollo de estrategias didácticas que fomenten procesos de integración de la diversidad cultural (Ramos, 2019). En este escenario, se evidencia la necesidad de diseñar nuevos enfoques de educación religiosa con una mirada trasnacional que respondan a los nuevos desafíos de la interculturalidad y que aporten soluciones a la convivencia social, manteniendo como eje central la experiencia religiosa que poseen las comunidades de migrantes (Santos, 2017).
En consecuencia, analizar la interrelación existente entre migración, cultura y religión, e identificar los desafíos pedagógicos que inciden en la praxis de la educación religiosa como expresión de la identidad católica, constituye el problema de estudio que se expone en el presente artículo.
Partiendo del problema de investigación surgen algunas interrogantes: ¿qué relación existe entre migración, cultura y religión como fenómenos sociales? ¿Cómo inciden estos fenómenos en la praxis pedagógica de la religión? ¿Cuál es la influencia de estos fenómenos en la construcción de la identidad católica? Estas interrogantes orientan el aporte que se intenta realizar.
Se aspira a lograr un aporte significativo, tomando en cuenta la experiencia docente del autor en diversas instituciones educativas chilenas; su condición de sujeto migrante; la participación en el programa de movilidad humana del Arzobispado de Santiago; su colaboración en el servicio de atención y acompañamiento de los feligreses de las colonias migratorias de Bolivia, Perú y Venezuela de la Parroquia Latinoamericana, sede de la Pastoral para los Migrantes; y por el trabajo realizado tanto en el Instituto Católico Chileno de Migración (INCAMI), como en el Centro Integrado de Atención al Migrante (CIAMI).
Partiendo del interés de analizar la interrelación existente entre migración, cultura y religión, y de identificar los desafíos pedagógicos que inciden en la praxis de la educación religiosa como expresión de la identidad católica, se plantea un enfoque metodológico cualitativo (Padrón, 2008b); su desarrollo se inserta dentro de la línea de investigación denominada de Lo sagrado y la diversidad religiosa; con base en una secuencia diacrónica, el estudio se realizó con un diseño de tipo descriptivo (Padrón, 2008b), apoyado en registros de campo etnográfico, lo cual permitió analizar las categorías que aporta el enfoque de la interculturalidad y las teorías de la migración como fenómeno social, e identificar los desafíos pedagógicos que inciden en la praxis de la educación religiosa como expresión de la identidad católica.
Al abordar esta investigación se plantearon tres áreas temáticas de apoyo teórico: 1) La filosofía intercultural; 2) la semiótica 3) la teoría de la identidad social.
El estudio descriptivo permitió organizar los datos observacionales que presenta la investigación (Padrón, 1998b). En consecuencia, el objetivo de este tipo de diseño de investigación consistió en desarrollar un registro de los hechos significantes que dan sentido a los fenómenos religiosos dentro de esa realidad espiritual y que la caracterizan sistemáticamente, los cuales definen la identidad colectiva y constituyen una práctica cultural significante.
En este sentido, se llevaron a cabo un conjunto de operaciones típicas o formas de trabajo estandarizadas mediante la observación, lo cual permitió recolectar datos; así como formular criterios que coadyuvaron en la agrupación de los datos y facilitaron unificar diferencias singulares. Las técnicas de trabajo de campo estuvieron basadas en registros de base cualitativa, según el enfoque epistemológico introspectivo-vivencial (Padrón, 2013).
El trabajo de campo estuvo apoyado en la etnografía, por lo que el componente empírico se conformó a las siguientes categorías de análisis:
Referido a la semiosis simbólica (Magariños, 2008), constituida por la estructura de significación presente en la celebración eucarística, es decir: los intérpretes/productores: sacerdote-feligreses, participantes del rito latino de la celebración eucarística. Este corpus permitió una aproximación en la determinación de los rasgos distintivos de la identidad católica, a partir de los códigos semióticos que se manifiestan en esta celebración.
Las observaciones fueron realizadas en forma secuencial durante los meses de marzo de 2018 a agosto de 2019, en los escenarios donde habitualmente se manifiesta el fenómeno objeto de estudio. La observación se realizó a los sujetos migrantes que participaron en alguna manifestación religiosa de la cultura católica y estuvo divida en tres grupos de estudio.
Secuencia | Descripción |
Primer grupo | Feligreses de las colonias migratorias de Bolivia, Perú y Venezuela que asistieron a la celebración eucarística el primer domingo de cada mes a la Parroquia Latinoamericana, sede de la Pastoral para los Migrantes. |
Segundo grupo | Migrantes que asistieron el segundo miércoles de cada mes, a realizar trámites de apoyo migratorio que ofrece el INCAMI en forma gratuita. |
Tercer grupo | Migrantes residenciados en la casa de acogida para varones del CIAMI, presentes en la celebración eucarística realizada el tercer jueves de cada mes. |
Las observaciones realizadas a través del trabajo de campo permitieron establecer relaciones abiertas con los miembros del grupo que asumieron el rol de informantes clave (Geertz, 1989), lo cual facilitó recabar datos sobre la percepción de los interlocutores sobre migración, cultura y religión, a partir de los códigos semióticos que se manifiestan en la celebración eucarística y su influencia en la identidad católica. De esta manera, el investigador logró crear una relación de confianza y de afinidad (Rapport) para conseguir unas impresiones sobre su propia realidad y la de los demás (Taylor y Bogdan, 1986).
Número de informantes tipificados según nacionalidad | Número de observaciones realizadas (marzo 2018-agosto 2019) | |
Bolivia | 9 | 21 |
Perú | 6 | 18 |
Venezuela | 3 | 12 |
Total | 18 | 51 |
La finalidad de la observación fue obtener pruebas significativas y representativas de los rasgos distintivos de la identidad católica, a partir de los códigos semióticos que se manifiestan en la celebración eucarística de rito latino. Para lo cual se tomó en cuenta los siguientes criterios de selección: 1) lapso de tiempo; 2) frecuencia; 3) momento en que se iniciaron y terminaron los periodos de observación; y si estos iban a ser constantes a lo largo de los periodos de observación o serían variables en cada unidad de la observación; 4) si iban a utilizarse intervalos de tiempo para la observación y el registro; 5) se tiene constancia de lo ocurrido en las diferentes etapas de la celebración del rito eucarístico; 6) se observó a un solo sujeto por cada rito realizado, en cada celebración eucarística dominical.
Para recabar la información requerida se aplicó la técnica de observación-participante y como instrumento de registro de datos se utilizó la entrevista en profundidad (Taylor y Bogdan, 1992). Esta metodología permitió proporcionar la comprensión detallada obtenida en la escena de los hechos, por medio de la observación directa de los sacerdotes, feligreses y miembros de los grupos de comunidades migrantes. Las entrevistas en profundidad utilizadas fueron de tipo no directivas, no estructuradas, no estandarizadas, abiertas, flexibles y dinámicas. Este tipo de entrevista permitió un modelo de conversación entre iguales, y no un intercambio formal de preguntas y respuestas; “Lejos de asemejarse a un robot recolector de datos, el propio investigador es el instrumento de la investigación, y no solo un protocolo o formulario de entrevista” (Taylor y Bogdan, 1992).
Los medios de recolección de datos | ||
Categoría de análisis | Observación-Participante | Entrevista |
Recursos utilizados | Descripción densa, Diario de campo. | Entrevista en profundidad, Grabador, Cámara fotográfica. |
Número de interlocutores | 18 | 18 |
Nacionalidad y frecuencia de los interlocutores | Boliviana: 9 Peruana: 6 Venezolana: 3 |
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Núcleo temático | Narrativas discursivas y relatos sobre los rasgos distintivos de la identidad católica, a partir de los códigos semióticos, elementos indiciales, icónicos y simbológicos que se manifiestan en la celebración eucarística. |
Para el registro de las observaciones durante el trabajo de campo en la escena de los hechos, se hizo uso de un diario de campo, el cual se constituyó en una herramienta para hacer anotaciones cuando se ejecutaron los trabajos de campo. Las formas de registro básicas a lo largo del proceso etnográfico fueron los apuntes del diario de campo; se caracterizaron por ser escritos descriptivo-narrativos, los cuales fueron complementados con el uso de medios auxiliares para poder tener grabaciones en video y fotografías sobre la realidad estudiada. Estos registros del diario de campo se utilizaron como fuente primaria de recogida y análisis de datos, siendo así considerada como una fuente documental (Caro, 1979) del material proveniente de los eventos ocurridos y observados durante el fenómeno religioso de la celebración eucarística. En este sentido, los datos registrados en los cuadernos de campo se transformaron en documentos y archivos que respaldan las fuentes primarias de la investigación realizada.
El escenario observacional, correspondiente al ámbito de ocurrencia empírica de los hechos, estuvo conformado por la Parroquia Latinoamericana, el INCAMI y el CIAMI. ¿Desde cuál perspectiva se observa a los sacerdotes-feligreses que conforman las comunidades de migrantes agrupados o no en algún tipo de apostolado? El proceso normal de observación fue selectivo, es decir, el investigador seleccionó en función de las categorías de análisis previamente definidas sobre los rasgos distintivos de la identidad católica, a partir de los códigos semióticos que se manifiestan en la celebración eucarística; es decir, El escenario descrito constituye la situación social que integra a los grupos humanos (Lotman, 1993), conformado por los sacerdotes, feligreses, miembros de la comunidad migrante; sus interacciones y el conjunto de elementos indiciales, icónicos y simbológicos presentes en el contexto observacional, durante la celebración eucarística.
En consecuencia, las entrevistas fueron realizadas al finalizar cada acto litúrgico (ver tabla 1) en el mismo escenario donde se efectuó el fenómeno religioso, con una duración de veinte minutos (aproximadamente), y estuvieron íntimamente relacionadas con la observación-participante desarrollada; ya que del mismo modo como se realizaron las entrevistas, se realizó la observación-participante, lo cual permitió establecer rapport con los informantes, mediante la formulación de preguntas no directivas, para lograr aprender lo que era importante para los informantes antes de enfocar los intereses de la investigación (Taylor y Bogdan, 1992).
Para el tratamiento de los datos, se utilizó la técnica de la categorización de las unidades de análisis (método comparativo constante), el cual consiste en “la comparación que se refiere a hechos similares o diferentes, donde se generan propiedades de categorías que enriquecen las categorías existentes, generando un mayor poder explicativo” (Glaser y Strauss, 1967).
La categorización se realizó por unidades de análisis, es decir, los feligreses-sacerdotes vinculados a los grupos de apostolado. Estos grupos permitieron establecer una unidad de sentido en textos de registro por medio de los instrumentos de levantamiento de datos, por lo tanto es “textual y a la vez conceptual. Si la categorización es conceptual y textual, por contraposición, la codificación se realiza asignando propiedades a los datos recogidos” (Amezcua, 2000).
Consistió en clasificar los datos recogidos en la observación y valorar si los datos fueron confiables. Para ello, se utilizó la triangulación como herramienta que garantiza la validez y calidad de los datos obtenidos en la investigación desarrollada (Denzin, 1970). Dada la profundidad requerida por el estudio realizado, el método de triangulación ha facilitado el análisis de los datos, incrementando su validez y su fiabilidad, además de una mayor comprensión y una interpretación más precisa de los resultados obtenidos.
Método | Descripción | Fuente |
Triangulación de datos obtenidos a través de los informantes clave | Permitió contrastar la información recabada, así como también contribuyó a obtener un mayor desarrollo y enriquecimiento teórico, según los criterios espacio-temporales y los niveles de análisis de las categorías objeto de estudio. | Esta categoría de análisis estuvo constituida por los datos aportados por los interlocutores conformados por: sacerdotes, feligreses y miembros de los grupos de apostolado (ver tabla 1). |
La Triangulación teórica | Este método de triangulación consistió en considerar las tres áreas temáticas de apoyo teórico que sustentan el objeto del presente estudio, superando de este modo los sesgos que, en el análisis de la realidad social, conlleva utilizar una única perspectiva teórica. | La semiótica, la hermenéutica y la teoría de la identidad social. |
La Triangulación metodológica | Esta estrategia de triangulación consistió en analizar los datos utilizando los métodos y técnicas aplicados a la investigación. | La etnografía como método para el trabajo de campo requerido para el abordaje comunitario en el contexto sociocultural de la religión católica. La obervación-participante (descripción densa) y la entrevista en profundidad como técnicas de recogida de información; enmarcadas dentro de la línea epistemológica del enfoque introspectivo-vivencial. |
Los resultados evidencian la importancia del estudio de la migración, la cultura y la religión como retos para la educación religiosa y su incidencia en la identidad católica. Luego de caracterizar por separado las concepciones teóricas de migración, cultura y religión, se establece una relación entre ellas en cuanto a su incidencia en la construcción de la identidad católica, a partir de los códigos semióticos que se manifiestan en la celebración eucarística, tomando en cuenta que la migración es un hecho sociocultural que propicia el contacto con nuevos horizontes de sentido que exigen una respuesta.
En este sentido, la educación se constituye como el lugar de la relación, del encuentro con el otro. Por encima de contenido y otras historias, es su razón de ser. Necesitamos una educación religiosa que se nutra de la experiencia y de la alteridad, que nos permita vivir el encuentro con el otro desde la vivencia de la fe, desde el sentir, desde la sensibilidad, desde las posibilidades de ser cada uno y cada una, en busca de una verdadera solidaridad y del bien común.
El reconocimiento de la alteridad se expresa en relación con la aceptación de lo diferente. Se vive como mirada propia que descubre “al otro” y que a través de dicho descubrimiento conoce algo más de sí mismo en cuanto humano pero distinto, e incluso irreductible a su lógica, sus perspectivas o intereses.
Teniendo en cuenta que la identidad se construye desde la alteridad, se hace necesario realizar algunas precisiones conceptuales al respecto. Para Tajfel (1986), la identidad de un grupo no significa que todos los miembros posean necesariamente un mismo rasgo. Lo que la identidad grupal requiere es que exista una totalidad, una unidad de conjunto, y que esa totalidad tenga una peculiaridad que permita diferenciarla de otras totalidades. En otras palabras, la identidad de un grupo como tal requiere de su alteridad respecto de otros grupos.
Para la religión católica, la identidad se fundamenta en la eucaristía, por constituir el sacramento central de Iglesia universal católica (CIC, 1993). La eucaristía constituye el rasgo distintivo de la identidad católica (CIC, 1993). Esto, además, lo confirman los resultados obtenidos, según afirmaron los interlocutores (ver tabla 1).
Para los feligreses jóvenes, la celebración eucarística siempre capta su atención como experiencia religiosa; los cantos y el simbolismo presentes en el fenómeno religioso, facilitan el acercamiento de los jóvenes a la Liturgia y en algunos casos participan como lectores, porque se sienten parte de la Asamblea Eucarística (informante 3).
Uno de los sacerdotes seleccionados como informante clave afirmó:
La misión de la Iglesia tiene como fin la salvación de los hombres, la cual hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena en primer lugar a manifestar al mundo, con palabras y obras, el mensaje de Cristo y a comunicar su gracia. Todo esto se lleva a cabo principalmente en la celebración eucarística, por medio de la cual nos identificamos como católicos, ya que a través de este rito sagrado entramos en comunión como cuerpo místico de Cristo y nos encomendamos de forma especial al clero y a los fieles laicos; por eso la Iglesia, desde el inicio, es católica, esta es su identidad y su esencia más profunda, dice Pablo (informante 7).
Especial interés se prestó al informante 8, debido a las características particulares que lo vinculan con la Iglesia católica, quien afirmo que:
La Iglesia es como una familia. Me siento aceptado y acogido, me siento parte de algo trascendente cuando me acerco a la sagrada comunión, me siento en confianza al saber que Cristo se encuentra en la eucaristía. Me siento convencido que Cristo, al fundar la Iglesia católica, se quedó encarnado en el pan eucarístico, como sustento y pilar de la Iglesia. Esa es mi fe inquebrantable en Cristo y en la Iglesia que Él fundó y a la cual me siento orgulloso de pertenecer; y por medio de la eucaristía, lo que significa y representa, me siento plenamente identificado como católico (informante 8).
Estos elementos simbólicos y abstractos presentes en la celebración eucarística presuponen la presencia de rasgos distintivos que definen de algún modo la especificidad, la unicidad o la no sustituibilidad de la unidad considerada. ¿Cuáles son esos elementos diferenciadores o diacríticos en el caso de la identidad católica? La investigación realizada coincide con el planteamiento de Giménez (2012), quien define tres elementos:
De acuerdo a lo expuesto y en concordancia con lo prescrito en el Catecismo de la Iglesia Católica, esta es “una, santa, católica y apostólica”. Estos atributos, inseparablemente unidos entre sí, ya aparecen como tales en el símbolo niceno-constantinopolitano del año 381. Indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión, y suelen denominarse “Notas de la Iglesia” (Sayés, 2003). Los católicos profesan su fe a través del Credo de los Apóstoles o Niceno-Constantinopolitano. Este enunciado se considera como dogma de fe; por tanto, la enseñanza oficial se fundamenta en los cuatro atributos de la Iglesia, a saber: unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad (CIC, 1993).
Conscientes de la relevancia de la identidad en las expresiones de la religiosidad en contextos migratorios para comprender las nuevas formas que adquieren las creencias religiosas en las sociedades contemporáneas, en este trabajo nos propusimos analizar el papel que ocupa la religión católica en los procesos de cambio social derivados de la experiencia de la migración. Ello implica considerar la incidencia de la educación católica y las prácticas religiosas como mecanismo cultural para re-significar las nuevas realidades y escenarios de alteridad que generan en los grupos sociales los flujos migratorios en sus diversas modalidades, lo cual constituye grandes desafíos pedagógicos para la educación religiosa fundamentada en los principios cristianos y tiene una alta incidencia en la construcción de la identidad católica.
Dado que el campo de las expresiones espirituales y las creencias es muy amplio, en este caso nuestro interés se centró en el análisis de la relación y mecanismos que se establecen entre la migración, la cultura, la religión y los desafíos pedagógicos en la educación para la construcción de la identidad católica, con el fin de explorar, por un lado, continuidades tanto identitarias como rituales con los contextos de origen, y por el otro, la resignificación y la sacralización de los contextos receptores. De esta manera pretendemos aportar elementos explicativos para entender el uso que los migrantes hacen de sus creencias como parte de una estrategia en los diversos procesos de integración, o bien el que hacen los actores sociales de los contextos receptores para integrar o rechazar a los migrantes.
El estudio del reciente aumento de la migración de la comunidad católica latinoamericana ha permitido comprender y explorar la migración, la cultura y la religión y desde estas dimensiones asumir los actuales desafíos pedagógicos que existen para la educación religiosa y su contribución a la construcción de la identidad católica. Se ha podido evidenciar que el catolicismo se ha convertido en instrumento y medio para la protección y la integración del migrante al nuevo contexto, la conformación de redes trasnacionales y la conformación de una identidad católica en los lugares de acogida, integrando en un nuevo contexto prácticas religiosas y tradiciones culturales de distintos orígenes.
En un contexto intercultural, la identidad católica constituye un desafío, obliga a la búsqueda y apertura de nuevas alternativas de evangelización, nuevos tiempos, nuevos métodos (Juan Pablo II, 2001). La redefinición de las prácticas pastorales implica el paso de una acción religiosa cerrada circunscrita a un estilo colonial, a un campo religioso abierto en perspectiva latinoamericana. Esta situación, sin embargo, no es simple. Las acciones evangelizadoras en el compromiso misionero, la diversidad de bienes simbólicos, así como la persistencia de actitudes excluyentes, se traducen muchas veces en procesos de discriminación y fuerte confrontación. De allí la importancia de la educación religiosa, especialmente en las instituciones confesionales promotoras de un modelo educativo basado en la identidad católica.
La Iglesia, a través de una identidad católica claramente definida, debe fortalecer el diálogo interreligioso que permita una reflexión profunda en las mismas instituciones religiosas respecto de la “mirada” y el “discurso” que despliegan acerca de los “otros” religiosos, un nuevo paradigma socioteológico desde las religiones, de la visión de la alteridad religiosa y las características del diálogo multirreligioso; y finalmente, una apertura que profundice, desde un pensar abierto e intercultural, el potencial significativo de la identidad católica que a la vez contribuya a realizar un aporte, desde la fecundidad del Magisterio y la Doctrina Social de la Iglesia, a los enormes desafíos que se le presentan a la sociedad en el nuevo siglo XXI.
Por tanto, la cohesión social en torno a la identidad católica otorga fortalezas, tanto para los migrantes como para las sociedades de origen, siendo la identidad católica un mecanismo para construir espacios de interacción positiva que permitan generar un sentido de pertenencia por parte de los migrantes. En la medida que los migrantes se sientan parte de la sociedad chilena estaremos progresando en la cohesión social, y construyendo una sociedad solidaria que logra constituirse bajo la percepción de un “nosotros” del que todos somos parte.
El reto de nuestro país es poder recibir los flujos migratorios de una forma responsable, en un contexto internacional de movilidad humana, generando respuestas adecuadas que promuevan la defensa de los derechos de las personas migrantes, fortaleciendo una mirada inclusiva y participativa para el desarrollo de Chile, el cual se enmarca en el deseo de construir una sociedad cohesionada. Para esto, la tarea es de toda la sociedad, sobre todo del Estado y la educación, que tienen que profundizar el trabajo para hacer de Chile un país más rico social y culturalmente, donde los valores como el respeto y el reconocimiento de la diversidad y la multiculturalidad se encuentren y se enriquezcan mutuamente, en beneficio de la solidaridad y del bien común.
Para afrontar estos retos, la Iglesia católica considera como uno de los grandes desafíos para la educación religiosa “la comprensión y la gestión del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social” (CDSI, 16).
En un contexto sociocultural pluralista, la Iglesia en su misión ad extra tiene derecho a expresarse como un miembro más de la sociedad. Por otro lado, la Iglesia en cuanto a su misión ad intra tiene una palabra orientadora importante en lo que se refiere a la actuación de los cristianos en la sociedad. En otras palabras, a nivel de una sociedad pluralista, la voz de la Iglesia no es la única voz privilegiada. La legitimidad de sus demandas en una sociedad pluralista no viene dada por su autoridad religiosa; más bien, en un contexto democrático, su legitimidad se impondrá gracias a una argumentación racional y una persuasión en la que demuestre un real compromiso con la dignidad humana y sus derechos inalienables (Burbano, 2010).
Teniendo en cuenta este marco distintivo entre sociedad civil- Iglesia en un contexto pluralista, debemos considerar los distintos desafíos para la educación religiosa católica de cara a la migración. Para ello, se hace necesario poner en práctica las acciones pastorales definidas en el documento de Aparecida (Burbano, 2010).
En este sentido, Juan Pablo II (1985), en la declaración conciliar sobre la educación católica, afirma que:
La presencia de la Iglesia en el campo escolar se manifiesta especialmente por la escuela católica. Esta persigue, en no menor grado que las demás escuelas, fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear en la comunidad escolar una atmósfera animada de espíritu evangélico, de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes a desarrollar su personalidad... de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre. Así que la escuela católica, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir con eficacia el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios (Gravissimum educationis, 8).
Ante esto, la Iglesia católica considera que tiene encomendada la misión de la enseñanza cristiana, así como la de cuidar de la unidad de los fieles. Debe también disponer la gracia de los sacramentos a sus fieles por medio del ministerio de sus sacerdotes. La autoridad del Magisterio de la Iglesia para la enseñanza se basa en la revelación, expresada tanto en las Sagradas Escrituras como en la Sagrada Tradición (Le Tourneau, 1997).
Esta misión de enseñanza de la Iglesia reconoce al migrante como ser humano que “tiene derecho al espacio y a las posibilidades de desarrollo que le permitan realizar el destino que Dios, en su divina bondad, ha querido para él. Este respeto al otro incluye igualmente la noción de dedicación a nuestro prójimo” (Juan Pablo II, 1985). Por tanto, la educación católica posee como tarea extender este respeto al otro hasta el grado de la solidaridad mutua. Juan Pablo II es categórico al afirmar que:
Todos somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre. Teniendo en cuenta igualmente la presencia tan numerosa de hijos de inmigrantes en vuestro país, existe el peligro de ver en el otro una carga e incluso quizás una amenaza para la propia existencia. Pero el otro es nuestro hermano, nuestra hermana. Es importante, pues, que lo consideremos como tal (1985).
Los niños y jóvenes confiados a nuestro cuidado, como docentes, se ven asimismo situados ante estructuras complejas que a menudo hacen la vida en sociedad difícil e incluso desconcertante. Estos jóvenes tratan de comprender, de iluminar sus problemas para evitar las “trampas puestas bajo sus pies (…) pues una juventud sin futuro, una juventud sin esperanza no puede llamarse juventud. El derrotismo es fatal para el porvenir y para el presente de los niños y de los jóvenes” (Juan Pablo II, 1985). Ellos exigen ver claro en estas estructuras complicadas, reclaman los medios que les permitan evitar la desgracia, la amenaza, para construir un mundo habitable. Aquí es precisamente donde hay que mostrarles el ejemplo de Cristo, que es nuestra esperanza (cf. 1 Tim 1, 1); esto ofrece grandes desafíos pedagógicos a la educación religiosa fundamentada en los principios cristianos y tiene una alta incidencia en la construcción de la identidad católica.
Ante estos desafíos globalizantes de la migración, la cultura y la religión, la educación católica como agente de cambio busca transmitir valores liberadores y liberalizantes, basados en una formación integral que hace que los estudiantes, como sujetos de aprendizaje, desarrollen todas sus aptitudes en su desempeño de “ser católico”, centrados en la celebración eucarística como rasgo distintivo de su identidad católica, que ilumina todo el ser, el saber, el quehacer en la vida y que orienta su sentido de trascendencia.
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