Revista de Educación Religiosa, volumen 2, nº 7, 2023, DOI 10.38123/rer.v2i7.367

La escuela católica y la identidad del docente católico

José María Tejedor1
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Argentina

“La sabiduría se adquiere del ocio”
Ecl. 38:24

Introducción

¿Qué significa ser docente de una institución católica? ¿Cuáles son las características de un docente que profesa la fe en Jesucristo? En este trabajo intentaremos dilucidar cuál es el perfil del profesor católico. Las investigaciones referidas al perfil del educador se han centrado en distintos aspectos: las cualidades personales ligadas a los perfiles psicológicos y a habilidades sociales como la empatía, la compasión o la escucha activa (Aldrup et al., 2022). La figura del docente como un referente para sus alumnos ha sido objeto de indagaciones en múltiples facetas, focalizándose particularmente en los aspectos relacionados con la adquisición de destrezas y la incorporación de competencias sociales y valores éticos (Silins y Mulford, 2002). Asimismo, se ha generado una extensa literatura en torno a la dimensión emocional y la interacción con los estudiantes. (Frenzel, et al., 2009). Y recientemente, luego de la pandemia de Covid-19, hemos encontrado múltiples investigaciones sobre problemáticas psíquicas del docente como el estrés o el agotamiento emocional (Trauernicht et al., 2023; Voss et al., 2023; Orrego, 2023).

El tema ha sido explorado desde múltiples perspectivas humanísticas que se enfocan en la indagación acerca del educador como individuo, contemplando su autoconcepto, su desarrollo a lo largo de las etapas de la vida y sus desafíos en la manifestación de sus emociones, con la finalidad de comprender las dificultades que influyen en su desempeño en el ámbito profesional (García Hoz, 1988; McLean, 1999).

Sin embargo, desde la perspectiva religiosa, descontando los documentos del Magisterio de la Iglesia, poco se ha estudiado y, cuando se ha hecho, se ha abordado desde una perspectiva personal o vivencial (Elias, 2003; Sánchez Pellón, 2013) o demasiado amplia y general (FERE-CECA, 2010).

Es por esto que nos proponemos, guiados fundamentalmente por el Magisterio de la Iglesia católica y respondiendo al llamado que el mismo magisterio nos hace (Sagrada Congregación para la Educación Católica, 1982), escudriñar sobre el verdadero perfil del profesor católico, de modo que, descubriéndolo, podamos encontrar las herramientas para que nuestros docentes se correspondan con lo que realmente la Iglesia, Madre y Maestra (Mater et magistra), quiere que sean.

En primer lugar, nos parece importante exponer con claridad el vínculo que existe entre la institución educativa y la confesión de la fe católica. Por este motivo, nos proponemos el siguiente itinerario: mostraremos las características generales de la escuela católica y los documentos y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que abordan el tema de la educación. Una vez realizado este recorrido, tendremos una perspectiva general de la escuela católica que nos permitirá entender mejor el perfil del docente católico. Luego, intentaremos arrojar luz sobre la realidad del docente católico, vislumbrar las raíces motivacionales y las propiedades que lo distinguirían del resto de los educadores. El criterio utilizado para elegir las fuentes principales ha sido el de seleccionar los principales documentos sobre educación escritos por los Sumos Pontífices o por la Sagrada Congregación para la Educación Católica durante los siglos XX y XXI. Somos conscientes de que hemos omitido documentos provenientes de conferencias locales y regionales que han abordado profusamente el tema de la educación, decisión que se justifica, en primer lugar, por la cantidad abrumadora de tales documentos disponibles. En su lugar, el enfoque se dirigió hacia las obras del Papa y de la Congregación para la Educación Católica debido a su autoridad y prestigio en el ámbito de la educación católica a nivel global. Estas fuentes se consideraron como pilares sólidos para la discusión de la temática en cuestión, permitiendo una focalización más precisa y sustancial en el análisis.

1. Características generales de la escuela católica

Etimológicamente, la palabra “escuela” proviene del latín “schola” y esta, a su vez, del griego “σχολή” (scholḗ), que significa propiamente “ocio” o “tiempo libre”. Sin embargo, no hace referencia al espacio de descanso entre dos tareas o a la holganza, sino más bien al tiempo dedicado a la contemplación, al estudio y a la adquisición de la ciencia. También es la cualidad del espíritu por la cual el alma ve, asciende y se reencuentra con el orden creado. Es por esto que podemos vincular de manera sólida a la escuela con lo cultural, lo religioso y hasta lo sacro.

La escuela, como afirma Caponnetto (1999), es por antonomasia el lugar reservado a la contemplación, al cuidado de la vida interior y a la elevación de la inteligencia. Es el sitio donde se cultiva y preserva lo divino que habita en cada criatura, la imagen y semejanza del Creador. En la escuela es donde el ser humano se religa con Dios en busca de la Sabiduría y halla en el Maestro el ejemplo de un lento y reposado ejercicio de las potencias del alma.

Es Pieper (2010) quien mejor describe el concepto de ocio del cual deriva el de escuela. Este ocio es el que da origen a la cultura y expresa la apertura de la inteligencia a la totalidad de lo real y del ser. Esta apertura permite al ser humano descubrir en la realidad las huellas del Creador. Tanto el griego como el latín utilizan un vocablo negativo para expresar lo opuesto al ocio: el griego “α−σχολια” (“a-sjolia”) y el latín “neg-otium”, de donde deriva nuestra palabra “negocio”. Por lo tanto, la escuela, por definición, se opone a la actividad mercantil.

El vínculo entre escuela y religiosidad no es moderno. Sus orígenes pueden remontarse a la Grecia clásica, donde la contemplación de las esencias era el fundamento de la vida intelectual y cultural, que servía como anticipación de la vida futura en el “topos uranós” o mundo de las ideas (Platón, 2000). En este sentido, es importante lo que Marrou (1976) afirma:

La vida cultural aparecía así en esta tierra como un pregusto de la vida bienaventurada de las almas favorecidas por la inmortalidad. Más aún, la vida cultural era el medio para obtener este privilegio. La labor de la inteligencia, la práctica de las ciencias y las artes eran un seguro instrumento de ascesis que, purificando el alma de las máculas que dejan las pasiones terrenas, la iban liberando poco a poco de los vínculos agobiadores de la materia... Cosa divina, pasatiempo celestial, nobleza de alma, la paideia se revestía de una especie de luminosidad que le confería una dignidad superior, de orden propiamente religioso. (p. 121)

La cultura griega comprendió con claridad cómo la educación era un camino directo para buscar la semejanza del ser humano con Dios. El mismo Jaeger (1978) define la educación griega como el camino hacia Dios. La paideia clásica tenía como característica central evitar que el ser humano cayera en un fatalismo cósmico sometido a las leyes de la naturaleza, convirtiéndolo en un ser libre similar a los dioses.

El cristianismo asumió esta idea como propia y la perfeccionó (Pieper, 2010). La Patrística y la Escolástica son los frutos maduros de este vínculo establecido entre contemplación y educación, ocio sacro y erudición. Las universidades medievales constituyen uno de los modelos más acabados de estos vínculos. La denominación “universitas” se debe al Papa Alejandro VI, quien en el año 1225 hizo referencia al conjunto de todos los profesores y estudiantes residentes en París (Bilyk, 2004). Según él, la ciencia en las escuelas de París es en la Iglesia como el árbol de la vida en el Paraíso terrestre, una lámpara brillante en el templo del alma (Dawson, 2010). La universidad era el corazón de la cultura medieval, donde se conciliaban los datos de la revelación con los datos de la naturaleza en busca de que la fe y la razón alcanzaran una unión íntima y profunda.

Desde nuestra perspectiva, la escuela moderna ha perdido esta visión del ocio como apertura a lo trascendente, que desde el comienzo fue el sentido propio de su existencia. Incluso podríamos afirmar que se ha traicionado a sí misma al colocar como uno de sus fines específicos la búsqueda laboral o el progreso económico. No porque estos sean malos, ni mucho menos, sino más bien porque de esta manera se pierde el fundamento que permite el desarrollo de todas las otras potencialidades de la educación. El obrar sigue al ser, nos enseña la filosofía, pero si somos un puro hacerse, un mero obrar, ese producir será necesariamente estéril, pues le faltará el cimiento desde el cual crecer.

Vemos entonces que al hablar de escuela católica no estamos forzando la unión de dos conceptos irreconciliables. Más bien, por el contrario, podemos afirmar, según lo expuesto hasta ahora, que el mejor contexto para el desarrollo de la escuela, en cuanto tal, es aquel que le permite el ocio que nos abre a la trascendencia; por lo tanto, la religiosidad le sirve a la escuela como terreno firme desde el cual desenvolverse.

2. La escuela católica en el Magisterio de la Iglesia

En este apartado nos proponemos hacer un recorrido por los principales documentos magisteriales sobre educación. La finalidad de este capítulo es dilucidar lo que la Iglesia católica entiende por escuela católica y, a la vez, brindar una referencia bibliográfica sobre los textos del magisterio más importantes que ayudan a comprender cabalmente qué es. No pretendemos abarcar la totalidad del magisterio eclesial sobre el tema que nos ocupa, sino abordar los documentos más importantes y de mayor claridad. La visión que nos da el recurrir al Magisterio de la Iglesia nos permite alcanzar un criterio seguro desde el cual poder comprender mejor el tema que nos ocupa.

La primera referencia que queremos realizar es del Código de Derecho Canónico (1983). Entre los cánones 796 y 806 trata explícitamente sobre la escuela católica. Estos cánones recuerdan que la escuela católica es una ayuda primordial para los padres en el cumplimiento de su deber de educar. En el CDC (1983) se afirma: “La enseñanza y educación en una escuela católica debe fundarse en los principios de la doctrina católica; y han de destacar los profesores por su recta doctrina e integridad de vida” (#803, §2). Este punto nos parece central y luego lo retomaremos al trabajar el perfil del educador católico. Otros aspectos relevantes de estos cánones son: cómo se resalta el papel subsidiario que la escuela tiene con respecto a la educación parental (CDC, #798) y también la búsqueda de un alto nivel educativo con respecto a las ciencias enseñadas (CDC, #806, §2).

Otra referencia central es el Catecismo de la Iglesia Católica (1992). Aquí nos vamos a centrar en el n.° 2.229, donde se recomienda a los padres buscar una escuela que promueva los valores cristianos en sus hijos: escuelas que estén formadas por docentes cristianos que colaboren con los padres en la educación religiosa de sus hijos. También hace referencia a la obligación del Estado de ayudar a los padres cristianos a cumplir con estos deberes, favoreciendo la existencia de colegios católicos.

El siguiente documento del magisterio que nos gustaría glosar es la encíclica Divini illius Magistri, de su santidad Pío XI del 31 de diciembre de 1929. Este documento es una referencia obligada al hablar de educación para la Iglesia católica, pues contiene principios de marcada solidez doctrinal que lo hacen insoslayable para todo aquel que quiera entender qué es la escuela católica.

Esta encíclica está dividida en cuatro grandes capítulos. El primero se pregunta a quién pertenece la misión educadora y responde con la famosa teoría de las tres sociedades (DIM, #8): familia, Iglesia y Estado comparten la tarea educativa en distintos niveles. La Iglesia posee dos títulos al respecto, el de Maestra y el de Madre. Ambos títulos son de procedencia divina y ratifican un “derecho supereminente de la Iglesia a la misión educativa” (DIM, #22).

La familia es la que recibe de Dios el mandato directo de la educación de los hijos según Santo Tomás de Aquino, que afirma: “Porque la naturaleza no pretende solamente la generación de la prole, sino también el desarrollo y progreso de esta hasta el perfecto estado del hombre en cuanto hombre, es decir, el estado de la virtud” (2010, Q. 59, a.2). La familia es, después de la Iglesia, una de las voces más autorizadas para hablar de educación de los niños, pues ella es la primera responsable.

El Estado tiene también sus derechos y deberes con respecto a la enseñanza; derechos y deberes muy importantes y de gran relevancia práctica, pero que no deberían desconocer los derechos ni de los padres de familia, anteriores a los del Estado, ni los de la Iglesia, de carácter sobrenatural y verdadera sociedad perfecta.

El segundo capítulo se refiere al ambiente en el que se debe desarrollar la educación de los jóvenes. Es propicio que familia, Iglesia y escuela sean ambientes en los que se favorezca el crecimiento integral de los educandos. Del hecho de que estos tres ambientes sean coincidentes y respeten el orden natural depende esencialmente el éxito de la empresa educativa. Familia cristiana, escuela católica e Iglesia de Cristo son la mejor combinación para que la educación de un joven sea fructífera.

El tercer y el último capítulo hacen referencia al fin y a la forma de la educación cristiana. Pío XI define el propósito de la educación cristiana de la siguiente manera: “El fin propio e inmediato de la educación cristiana es cooperar con la gracia divina en la formación del verdadero y perfecto cristiano; es decir, formar a Cristo en los regenerados con el bautismo…” (DIM, #80). Por este motivo, en las intenciones de todo educador cristiano ha de estar el deseo de llevar a sus discípulos a la santidad. Con esto no se reniega de la formación profana, sino que, por el contrario, se la perfecciona aún más. El cristiano debe buscar la sabiduría con una mirada sobrenatural intentando que la luz de la fe ilumine cada paso que da en el mundo de la ciencia.

El 28 de octubre de 1965, en el marco del Concilio Ecuménico Vaticano II, ve la luz la declaración Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana. Este documento resulta de gran importancia y trascendencia, en primer lugar por tratarse de una declaración conciliar y, por lo tanto, fruto del trabajo de cientos de cardenales, obispos y laicos que desde todos los confines del planeta plantean sus cuestiones, dudas y temores sobre la educación. En segundo lugar, por el contenido de la misma, ya que en este breve pero contundente documento se remarcan principios que son fundamentales para comprender qué es la escuela católica.

Queremos remarcar dos grandes principios que, a modo de síntesis general, se desprenden de esta declaración. En primer lugar, la obligación de los padres de la educación de los hijos como principio y fundamento para el crecimiento de los niños (GE, #3). Dicho deber les confiere también el derecho a que la educación que sus hijos reciben sea conforme a los principios que profesan; fundamentalmente los religiosos y morales. Se acentúa en este punto la responsabilidad de las familias para educar a los hijos en el amor a Dios y al prójimo, siendo la educación, en consecuencia, un instrumento esencial para que los niños puedan integrarse a la sociedad civil y al pueblo de Dios.

Frente a esto, el Estado debe tutelar la responsabilidad paterna y cumplir un papel subsidiario cuando esta no es atendida por los progenitores. La Iglesia también tiene un papel fundamental en la asistencia a las familias cristianas para la educación de los hijos. Es la Madre que atentamente señala y enseña el camino a recorrer para alcanzar la salvación eterna y la perfección de la persona humana.

El segundo principio destacable es el valor que el Concilio les da a las escuelas católicas (GE, #8). Estas instituciones funcionan como nexos entre el mundo de la cultura profana y la fe en Jesucristo. La declaración del magisterio afirma que los fines de la escuela católica son: “… crear un ambiente comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar últimamente toda la cultura humana según el mensaje de salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre” (GE, #8).

Entender bien este párrafo nos parece de una importancia trascendental para nuestro estudio. La función de la escuela católica es iluminar con la luz de la fe las distintas realidades que competen a la educación de un joven, desde los contenidos académicos hasta la propia esfera personal. El vínculo fe-razón, fe-vida es sin duda el gran propósito de la escuela católica. No se entiende una escuela católica que no procure cumplir con estos fines.

Doce años después del documento conciliar, para la fiesta litúrgica de San José, ve la luz un documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, llamado justamente: La escuela católica (1977). Este documento es de particular importancia, ya que aborda plenamente el tema que nos ocupa en este capítulo. Nos encontramos frente a un texto profundo y teórico, pero a la vez práctico y sencillo. Su génesis se remonta a ciertas objeciones que en distintos ambientes culturales se estaban realizando por entonces a las instituciones educativas confesionales. Es por esto que vamos a encontrar en esas líneas una serie de argumentos muy valiosos sobre el sentido y el fin de la escuela católica. Intentaremos desglosar los puntos que consideramos más importantes para nuestra investigación.

Un punto central de este documento es la concepción de escuela desde la cual parte. Es para nosotros de gran importancia el hecho de tener una definición clara y concreta de escuela en general: “La escuela es el lugar de formación integral mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura” (SCEC, 1977). Es importante destacar que el documento aclara que esta incorporación de los valores perennes de la cultura se debe hacer de tal manera que sean aplicables a los problemas vitales de los alumnos.

Toda institución educativa debe tomar una postura frente a la cultura que intenta transmitir. En este punto queremos destacar que el documento plantea la palabra alemana Weltanschauung para recalcar la importancia del término. Este vocablo hace referencia a una cosmovisión o visión del mundo (Rearte, 2010) que impregna toda la vida del hombre y lo hace tomar postura frente al mundo y la cultura. La Weltanschauung de la escuela católica es sin duda su visión religiosa y ética sobre el mundo que nos rodea.

Otro tópico significativo es lo que el documento plantea como el proyecto de la escuela católica. Sin desatender el elemento esencial de toda escuela, que como hemos visto es la transmisión de la cultura, la escuela católica se propone ir un paso más allá. La apertura a la trascendencia propia de su Weltanschauung la lleva a proponer la figura de Cristo como el ideal a seguir y al cual toda persona debe imitar. Por lo tanto, la escuela católica busca transmitir determinados contenidos, pero iluminados por la fe en Jesucristo. Su cosmovisión es la cristiana. Es por esto que podemos afirmar que este proyecto se concreta en la transmisión de fe y cultura y fe y vida.

Más adelante, el documento hace referencias a las causas de las críticas que recibe la escuela católica. Queremos hacer particular hincapié en este punto, ya que encontramos aquí uno de los fundamentos de todo nuestro trabajo de investigación.

Pues hoy como en el pasado, algunas instituciones escolares que se dicen católicas, parece que no responden plenamente al proyecto educativo que debería distinguirlas y, por lo tanto, no cumplen con las funciones que la Iglesia y la sociedad tendrían derecho a esperar de ellas (…) Lo que falta muchas veces a los católicos que trabajan en la escuela, en el fondo es, quizás, una clara conciencia de la "identidad" de la Escuela Católica misma y la audacia para asumir todas las consecuencias que se derivan de su "diferencia" respecto de otras escuelas. Por tanto, se debe reconocer que su tarea se presenta como más ardua y compleja, sobre todo hoy, cuando el cristianismo debe ser encarnado en formas nuevas de vida por las transformaciones que tienen lugar en la Iglesia y en la sociedad, particularmente a causa del pluralismo y de la tendencia creciente a marginar el mensaje cristiano. (SCEC, 1977, #66)

Este párrafo explica con meridiana claridad una de las realidades que vivenciamos con gran fuerza hoy en día y a la cual este trabajo quiere aportar un granito de arena para su solución. Lo que el documento propone como el principal déficit de la escuela católica es su falta de identidad y la falta de valor para llevar esta identidad a sus máximas consecuencias. Las escuelas católicas no deberían ser iguales que las que no lo son, deberían tener un plus, un diferencial que las hiciera distintas y que debería marcar el perfil y el estilo de esta institución.

El 7 de abril de 1988, la Sagrada Congregación para la Educación Católica presenta el documento: Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica (1988). El texto plantea el gran desafío de asumir la dimensión religiosa de la educación en el mundo contemporáneo, y reafirma que esta dimensión cumple un papel de relevancia frente a los otros aspectos que entran en juego en la educación.

En este sentido, resalta la importancia de la dimensión religiosa en la educación impartida por las instituciones católicas. En este texto se enfatiza que la educación católica no se limita a la mera transmisión de conocimientos académicos, sino que tiene un propósito más amplio y trascendente: la formación integral de la persona desde una perspectiva cristiana. Se subraya la necesidad de que la educación católica tenga como objetivo fundamental el desarrollo espiritual de los estudiantes, fomentando una comprensión profunda de la fe católica y promoviendo valores y virtudes cristianas en su vida cotidiana. El documento también destaca la importancia de la colaboración entre docentes y líderes religiosos en la formación religiosa de los estudiantes, así como la necesidad de un enfoque integrado en la enseñanza que abarque tanto los aspectos académicos como los espirituales.

Asimismo, se hace hincapié en la importancia de que la educación católica sea un testimonio vivo de la fe en acción, no solo a través de la enseñanza de la doctrina, sino también a través de la promoción de una comunidad escolar basada en la caridad y la solidaridad. El documento enfatiza que la educación católica debe ser un medio para que los estudiantes desarrollen una relación personal con Dios y una comprensión más profunda de su vocación en la vida. En última instancia, aboga por una educación católica que forme a individuos que sean ciudadanos comprometidos y éticos, capaces de contribuir positivamente a la sociedad y vivir sus vidas en coherencia con los valores católicos. En resumen, el documento destaca la relevancia de la dimensión religiosa en la educación católica y la importancia de que esta educación sea una experiencia transformadora que trascienda la mera adquisición de conocimientos.

En el año 1997, el cardenal Pio Lagh, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, promulgó un documento llamado La escuela católica en los umbrales del tercer milenio (1997). En este documento se repasan los éxitos y dificultades de la educación católica en la historia moderna de la Iglesia y se proponen los lineamientos para el futuro. Aborda de manera concisa y directa los principios y características fundamentales que definen a la escuela católica como una institución educativa en sintonía con la tradición y los valores de la Iglesia católica. Este texto destaca que la escuela católica tiene como misión primordial la formación integral de la persona, basada en la enseñanza de Jesucristo y la promoción de una educación que abarque tanto el conocimiento académico como la formación en valores cristianos. Se hace especial énfasis en que la escuela católica debe ser un lugar donde se cultive la fe, se fomente la oración y se promueva una comunidad educativa basada en la caridad y la solidaridad.

Asimismo, el documento subraya la importancia de que la escuela católica mantenga una relación de colaboración con la Iglesia y las autoridades educativas locales, al tiempo que defiende su autonomía en la toma de decisiones pedagógicas y la elección de sus docentes. La escuela católica se presenta como un lugar donde se celebra la diversidad y se respeta la libertad religiosa de los estudiantes, a la par que se promueve una educación que busca la verdad y la promoción de la dignidad humana. En resumen, este documento reafirma el compromiso de la escuela católica con la educación de calidad y la formación en valores cristianos, enfatizando su papel como una institución educativa integral y comprometida con la misión evangelizadora de la Iglesia.

Recientemente, en el año 2022, la Congregación para la Educación Católica elaboró una instrucción titulada: La identidad de la escuela católica para una cultura del diálogo (SCEC, 2022). Este documento aborda cuestiones esenciales relacionadas con la misión evangelizadora y la identidad católica de las instituciones educativas de la Iglesia en todo el mundo.

La introducción de la instrucción aclara que no se trata de un tratado exhaustivo sobre la identidad católica, sino más bien de una herramienta sintética y práctica destinada a aclarar puntos actuales y, sobre todo, prevenir conflictos y divisiones en el ámbito educativo.

El documento se divide en tres capítulos. En el primero, denominado “Las escuelas católicas en la misión de la Iglesia”, se describe la acción educativa de la Iglesia basada en los principios fundamentales de la educación cristiana a lo largo del tiempo. Se enfatiza la importancia de educar al diálogo, promoviendo un proyecto educativo basado en el Evangelio y respaldado por una formación continua sólida para docentes y directivos. Esto facilita la guía de los estudiantes en la comprensión de sí mismos y en la toma de decisiones informadas.

El segundo capítulo se enfoca en los sujetos responsables de promover y verificar la identidad católica en las instituciones educativas. Se introduce el concepto de “comunidad educativa”, destacando su papel en la protección de la vida, la dignidad y la libertad de los alumnos y otros miembros de la escuela, especialmente los más vulnerables.

El tercer capítulo aborda puntos críticos relacionados con la percepción de la identidad católica en las instituciones educativas. Esto a menudo surge de interpretaciones incorrectas de la calificación de “católica” y la falta de claridad en las competencias y legislaciones. Se proponen modalidades de encuentro y convergencia para consolidar la identidad católica, incluyendo la construcción de unidad, la generación de procesos de desarrollo y la elaboración de soluciones duraderas. El documento se refiere a las divergencias en la interpretación del calificativo católico (SCEC, 2022, #43) y en este punto desarrolla una interesante propuesta, señalando que el apelativo “católico”, es decir universal, no marca un modelo cerrado de institución en la cual los que no son totalmente católicos quedan segregados. Por el contrario, la Iglesia pretende trasladar el modelo de “Iglesia en salida” (SCEC, 2022, #43) a la escuela. “No se debe perder el impulso misionero y encerrarse en una isla” (SCEC, 2022, #43), afirma el mismo documento.

La Congregación para la Educación Católica emite esta instrucción con la intención de proporcionar una contribución reflexiva y directrices para promover la transformación misionera de la Iglesia, enfocada en la proclamación del Evangelio de manera inclusiva y sin temores. En palabras del cardenal Giuseppe Versaldi, prefecto de la Congregación, se busca formar comunidades educativas en las que prime la atención a las personas, el respeto por los más débiles y el testimonio del amor que caracterizan a la Iglesia católica.

En conclusión, la instrucción subraya la perspectiva de “evangelizar educando y educar evangelizando”, un principio que guía la obra educativa católica, con un enfoque en la promoción integral de los jóvenes y la salvación en Cristo como objetivo central.

Estos textos que hemos ido comentando cumplen con lo que nos propusimos al inicio de este apartado, comprender qué es la escuela católica. Podríamos considerar varias decenas más de documentos eclesiales que también abordan este tema, pero para los fines de nuestra investigación nos pareció más oportuno recurrir a los textos magisteriales más importantes y relevantes a fin de identificar los conceptos centrales del tema que nos ocupa. Sin duda el abordaje que realiza el magisterio sobre la educación es de una profundidad y claridad únicas. La riqueza de los textos que hemos glosado es inmensa y por eso vemos que el desconocimiento de ellos es una de las grandes causas de la crisis de la escuela católica.

Una vez definida cuál es la idea que la Iglesia Católica tiene de escuela, intentaremos vislumbrar el perfil del docente católico.

3. Identidad del docente católico

La pregunta por el ser docente católico ha tenido múltiples abordajes. Desde la profesionalización y la tradición (De Tezanos, 2012), haciendo ver que un docente es un profesional, no un trabajador (Barcia, 2010). Desde lo personal y lo social (Ávalos y Sotomayor, 2012), mostrando cómo el entorno familiar y social influyen en la identidad del educador. Desde lo psicosocial (Bedacarratx, 2012), argumentando sobre la influencia de la formación y los niveles socioeconómicos en los nuevos docentes. También se ha estudiado la identidad docente en relación con la exigencia académica (Villarruel Fuentes, 2012), mostrando cómo en nuestros tiempos ambos aspectos están estrechamente vinculados.

En este apartado nos proponemos un abordaje más general y remitimos a los artículos citados a quien pretenda profundizar en alguno de los aspectos más específicos de la identidad docente. En primer lugar, pretendemos mostrar de qué hablamos cuando nos referimos al concepto de identidad. Luego, intentaremos profundizar en la identidad del docente en su aspecto más habitual. Por último, nos sumergiremos en el concepto de identidad de docente católico. Confiamos en que el abordaje de estos tres aspectos nos permita responder a la pregunta sobre el ser del docente y, en particular, poder dilucidar de qué hablamos cuando hablamos de un docente católico.

3.1. El concepto de identidad

Entendemos que la identidad es un proceso dinámico que se compone de dos elementos fundamentales: lo que soy y lo que hago con lo que soy (Monroy Segundo, 2013). La identidad se manifiesta en el hacer, pues como afirmaban los escolásticos, “operari sequitur esse”; y en lo que somos, que es el fundamento de nuestra identidad y, en consecuencia, de nuestro obrar, que está referido a nuestro horizonte vital y a nuestra historia personal. Es por esto que entendemos que la identidad consiste, como decíamos al principio, en un hacerse. ¿Qué hago con aquello que soy?

La pregunta por la identidad es tan antigua como el ser humano mismo. Podemos remontarnos al oráculo de Delfos que aconsejaba “conócete a ti mismo” como la virtud más importante que podía tener un hombre. Más adelante, el pensamiento occidental moderno tendrá parte de su fundamento en el “pienso, luego existo” (Descartes, 1993, p. 62) cartesiano, al que siguió el idealismo alemán y el pensamiento posmoderno contemporáneo. Podríamos decir que gran parte del pensamiento más profundo y noble de toda la historia de la humanidad está ligado al problema de la identidad.

3.2. La identidad docente

Si pasamos ahora a la identidad docente, debemos decir con De Tezanos (2012) que esta surge de un doble componente: por un lado, la experiencia vital de alumno-docente, y por el otro, la formación recibida. La experiencia vital incorpora aspectos de todos los docentes que dejaron huella a lo largo de la vida. Los movimientos, las palabras, las formas e incluso aspectos más concretos como la letra o el estilo de corrección. Pero también se va realizando en ese proceso que es otro elemento esencial de la identidad: el docente la construye con horas de clase, innumerables correcciones y miles de conversaciones con alumnos y pares. Su día a día le permite ir descubriendo y haciendo su identidad docente.

Un párrafo aparte merece la formación docente. Las lecturas de los grandes pedagogos y educadores son esenciales en la formación de la identidad docente. Sin embargo, pueden presentarse de forma desencarnada y terminar siendo materia de mera erudición, sin implicancias en la vida profesional. Al respecto, De Tezanos (2012) afirma:

Leer a Comenio, Pestalozzi, Herbart o Dewey sin un referente vinculado a la propia historia del lector puede generar un distanciamiento, como si lo descrito y comentado en la obra de estos autores solo perteneciera a otros tiempos y a otras culturas. Cuando se comparan los contenidos de estos textos con las vivencias que los maestros han tenido tanto como alumnos, como estudiantes y en la práctica del oficio de maestro, la distancia se acorta y se hace posible un diálogo que abre la puerta a una mayor comprensión y crítica de los contenidos sustantivos de la tradición y de la memoria cultural del oficio de enseñar. (p. 19)

Vemos entonces que es esencial para la identidad docente el vínculo real con la tradición docente más clásica, pero siempre y cuando esté empapada de realidad. La sociedad moderna exige al educador una constante adaptación. Los cambios se suceden con una velocidad nunca antes vista en la historia de la humanidad y la escuela se debe adaptar a los mismos. Si un viajero del tiempo proveniente del siglo XIX visitara nuestra civilización actual, encontraría grandes progresos y mucho se sorprendería. Pero luego entraría a un lugar que le resultaría completamente familiar, donde el tiempo pareciera que no ha pasado. Ese lugar es la escuela (Gvirtz et al., 2007).

Barcia (2010) sostiene que la identidad docente se construye sobre la base de un trípode de virtudes: capacidad de estudio y disciplina, coherencia y sentido del humor. El estudio y la disciplina tienen una fuerza motivadora que ayudan a que el alumno crezca “hacia adelante y hacia arriba” (Barcia, 2010, p. 9). De esta manera, se aleja del autoritarismo que achata y marca distancias. La coherencia es la virtud que prestigia la labor docente, pues quien no vive como piensa, a la larga termina pensando y enseñando como vive. Un educador coherente es un educador amado. Por último, el sentido del humor le ayuda a reírse de sí mismo y le da la capacidad de empatía que es esencial para su labor.

En el mundo anglosajón el tema de la identidad docente ha sido abordado con mucha claridad por Christopher Day (2004, 2012, 2019), catedrático de la School of Education de la Universidad de Nottingham (Reino Unido). La inquietud del profesor Day radica en trascender un enfoque analítico con el propósito de exponer perspectivas de naturaleza relacional. A modo de ejemplo, aborda la manera en que la profesionalidad y la identidad del docente inciden en su nivel de compromiso y su capacidad para la resiliencia, así como también explora de qué manera la calidad del liderazgo escolar puede potenciar el desarrollo profesional.

Paralelamente, en concordancia con esta visión de alcance transversal, sus obras enfatizan la importancia de la experiencia grupal en detrimento de la individual de los educadores. La forma en que estos elementos previamente mencionados sean experimentados repercutirá directamente en las expectativas que los docentes, en su conjunto, mantengan acerca de sí mismos y de la forma en que desempeñan sus responsabilidades diarias.

Para Day (2004), “Las identidades son una amalgama de biografía personal, cultura, influencia social y valores institucionales, que pueden cambiar de acuerdo con la función y la circunstancia” (p. 52). Esta idea de una identidad cambiante, pero fundada en la relación, nos parece esencial para comprender la importancia de atender al contexto en el que se desarrolla el trabajo docente. En un libro publicado recientemente, el profesor Day (2023) da cuenta de las experiencias vividas por docentes de escuelas primarias y secundarias que lucharon y a menudo experimentaron desafíos personales y profesionales alcanzar el bienestar. Su bienestar, su sentido de identidad profesional y capacidad de resiliencia se pusieron a prueba, y no solo sobrevivieron a las peores amenazas de la pandemia de Covid-19, sino que lo hicieron con un sentido de profesionalismo y compromiso con el fin de marcar una diferencia positiva en la vida y el aprendizaje de los jóvenes.

En el mundo hispano, el catedrático de la Universidad de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada (España), Antonio Bolívar, ha desarrollado un extenso itinerario de investigación sobre la identidad docente. En un texto de 2014 sobre la reconstrucción de la identidad profesional docente en la sociedad del conocimiento, profundiza sobre este tema. De este trabajo destacamos cuatro ideas clave. En primer lugar, se destaca la necesidad de que los docentes se embarquen en una transformación de su identidad profesional para responder a las cambiantes demandas de la sociedad del conocimiento. En segundo lugar, se resalta la importancia del aprendizaje continuo y la formación permanente como medio para reconstruir esta identidad en un entorno educativo en constante evolución. Tercero, se hace hincapié en la reflexión crítica como una herramienta esencial que permite a los docentes cuestionar y mejorar sus prácticas pedagógicas. Por último, se subraya la colaboración entre docentes y la promoción de prácticas innovadoras como vías efectivas para construir una identidad profesional más sólida y adaptativa, orientada hacia el estudiante y las necesidades del siglo XXI. Estos principios, tomados del contexto español, pueden servir como guía para todos los educadores en su búsqueda de una identidad profesional en constante evolución (Bolívar et al., 2014).

En un trabajo más reciente, Antonio Bolívar y Purificación Pérez-García (2022) analizan el compromiso y la ética profesional como aspectos esenciales de la identidad docente:

El compromiso y la ética profesional forman parte del núcleo del ejercicio profesional docente y no puede ejercerse adecuadamente sin ellos. En términos fuertes, no basta solo “saber” desempeñarla, sino también “querer desempeñarla” conforme a la ética de la profesión. Y esta ética no solo se limita a valores cívicos o éticos, sino principalmente al compromiso de sacar adelante a todos los alumnos, particularmente a aquellos más desfavorecidos. A nivel internacional, numerosos estudios ponen de manifiesto que el ejercicio docente conlleva un ethos profesional de los profesores. (p. 1)

En América destacamos la propuesta de Adrián Fuentealba Jara (2019), quien establece una relación estrecha entre la identidad profesional docente y las prácticas pedagógicas de formación inicial. Las prácticas pedagógicas de formación inicial desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la identidad profesional docente, ya que constituyen un ámbito curricular propicio para la construcción de comunidades educativas, la comprensión y elaboración de relaciones interpersonales, tanto con otros individuos como con el entorno, y, de igual manera, la adquisición de una vivencia significativa de la propia identidad.

También es crucial considerar las lecciones extraídas del trabajo de Alberto Galaz Ruiz (2015) en su análisis sobre la evaluación docente y su influencia en la identidad profesional de los educadores. En primer lugar, se destaca cómo la evaluación se convierte en un reflejo en el cual los docentes pueden observar, y, a veces, cuestionar, su identidad profesional, dado que las percepciones externas y las expectativas externas pueden moldear la percepción que tienen de sí mismos. En segundo lugar, se plantea la compleja tensión entre la necesidad de establecer criterios de evaluación estandarizados y la importancia de reconocer la singularidad de cada docente y su contexto educativo, lo que impacta de manera directa en la construcción de su identidad profesional. En tercer lugar, se resalta cómo estas evaluaciones pueden tener un profundo efecto en las prácticas pedagógicas de los docentes, ya que la percepción de su competencia puede actuar como un factor motivador o desmotivador en su compromiso y desempeño en el aula. Por último, se enfatiza la necesidad imperante de realizar una reflexión crítica sobre los sistemas de evaluación docente, con el objetivo de garantizar la equidad y la justicia en dichos sistemas, de manera que se preserven y fortalezcan las identidades profesionales de los docentes.

3.3. La identidad del educador católico

Una vez precisada la identidad del educador en general, cabe dar un paso más y establecer algunos conceptos sobre la identidad del docente católico. Ser católico no es para un educador un mero agregado casual, como pertenecer a un club o a un partido político. Lejos de esto, el docente cristiano vive el mensaje de Jesucristo que transforma su vida y le sirve como norma de conducta y camino a seguir. Debemos considerar cuatro aspectos de la identidad del educador católico: la identidad personal del educador, la identidad profesional del educador, la identidad cristiana del educador y la identidad institucional del educador (FERE-CECA, 2010).

En cuanto a la identidad personal, ya hemos mencionado algunos aspectos. En el educador que profesa la fe en Jesucristo, es fundamental hacer hincapié en la realización integral de la persona. La búsqueda del crecimiento en las dimensiones afectivas, relacionales y espirituales, en el ser y el hacer de su misión educativa, es un elemento esencial de la identidad del docente católico. La madurez afectiva que le permita vincularse de manera sana y afectuosa con alumnos y colegas favorecerá que establezca relaciones que refuercen el proceso de enseñanza (Barcia, 2010).

En lo que respecta a la identidad profesional del docente cristiano, creemos que en una escuela católica los profesores y el equipo de educadores que responden a la misión, visión y valores propios de la comunidad y de su proyecto educativo deben esforzarse por realizar su tarea con criterios de calidad y mejora continua, al servicio de los destinatarios. Las actitudes que caracterizarán a un verdadero profesional de la educación son: acompañar el proceso de maduración de sus alumnos, trabajar desde la perspectiva de la calidad y la mejora continua, y responder de manera responsable a los desafíos que plantea la tarea educativa.

La identidad cristiana debería ser el elemento más característico del docente católico, que lo distingue del resto. Aun reconociendo que no es una cuestión fácil, especialmente en sociedades cada vez más secularizadas, multiculturales y multirreligiosas, la identidad cristiana de nuestras comunidades educativas exige que el educador, en el desarrollo de su misión, realice su trabajo haciendo referencia de manera implícita y explícita a un conjunto de valores y actitudes evangélicas (FERE-CECA, 2010). Manifestar apertura y adhesión a la dimensión espiritual y al mensaje cristiano, y promover el diálogo entre la fe, la cultura y la vida, son los elementos más importantes de la labor educativa del docente católico.

Por último, la identidad institucional proporciona el marco referencial en el cual debe moverse el educador cristiano. No es un individuo aislado que toma decisiones de manera independiente. Más bien, su labor se desarrolla en el contexto de una comunidad: la Iglesia. Es por esto que resulta de vital importancia que realice su trabajo como miembro activo de esta comunidad eclesial. Además, el docente forma parte de una institución específica dentro de la Iglesia y, por lo tanto, debe conocer, sentirse identificado y asumir corresponsablemente, junto con los demás miembros de su comunidad educativa, un proyecto educativo-evangelizador cuya identidad se especifica desde el carisma inspirador de la entidad titular. Por eso, una definición del perfil del educador debe incluir su identificación con la misión, visión y valores del propio centro donde ejerce su tarea.

En un reciente ensayo, Ricardo González Hidalgo (2023) plantea cuatro desafíos imprescindibles para la catequesis de hoy. Creemos que tres de estos cuatro desafíos pueden iluminar también la identidad del educador católico. “El desafío del encuentro con Jesús vivo en la comunidad, el desafío de la actualización del lenguaje y el desafío ecológico y medioambiental” (p. 86).

En resumen, estos desafíos no solo son aspectos fundamentales de la enseñanza católica, sino que también están profundamente entrelazados con la identidad del docente católico en la educación contemporánea. La capacidad de abordar estos desafíos contribuye a la formación integral de los estudiantes y a la promoción de los valores cristianos en el contexto educativo actual.

3.3.1. La identidad del educador católico según el Magisterio de la Iglesia

El Magisterio de la Iglesia dedica numerosos documentos que tratan sobre la educación y los educadores. Sin duda, sería de gran provecho glosar cada uno de ellos, pero ni la finalidad, ni el propósito de este trabajo nos permite acometer tan loable empresa. Es por esto que hemos decidido, luego de una prudente reflexión, recurrir a dos textos que nos permitan sintetizar lo que el Magisterio de la Iglesia propone como la identidad del educador católico. El primero de ellos es un discurso de su santidad Benedicto XVI (2008) en el marco de un encuentro con educadores católicos en los Estados Unidos. El segundo es un documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica de 1982 titulado El laico católico testigo de la fe en la escuela.

Benedicto XVI (2008) nos propone volver a plantearnos cuál es la finalidad de la educación católica, cuál es su sentido. Los Estados modernos, en su gran mayoría, no tienen problema en brindar una educación de calidad para sus habitantes. En consecuencia, ¿qué sentido tiene que la Iglesia se siga tomando el trabajo de crear y sostener instituciones educativas? La respuesta a esto se puede resumir en una sola palabra: evangelizar. La educación católica tiene, tuvo y tendrá una finalidad clara: llevar el mensaje del Evangelio al mundo entero. Siendo tan simple la respuesta, nos debe llamar a la reflexión sobre el porqué de la pregunta. Cuando se habla acerca de la identidad, es porque existe una crisis de identidad (De Tezanos, 2012). En este sentido, Benedicto XVI (2008) es contundente:

La misma dinámica de identidad comunitaria —¿a quién pertenezco?— vivifica el ethos de nuestras instituciones católicas. La identidad de una Universidad o de una Escuela católica no es simplemente una cuestión del número de los estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que solo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (Gaudium et spes, #22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades y escuelas, ¿es “tangible” la fe? ¿Se expresa fervientemente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quienes somos y de lo que sostenemos. (p. 3)

El texto manifiesta que la crisis de identidad del educador católico es una crisis de convicciones, una crisis de fe. Si realmente estuviésemos plenamente convencidos de que el Logos Divino es la respuesta a todos nuestros interrogantes, que las respuestas últimas al misterio del hombre y del mundo solo se encuentran en Dios, nuestros colegios, nuestros alumnos y nuestros docentes serían otros. Volver a renovar la fe y el compromiso del educador católico es la clave del éxito y de la restauración de la escuela católica.

Un aspecto sublime de la identidad del educador católico es lo que Benedicto XVI llama: “caridad intelectual” (2008, p. 5). La tarea de educar a los jóvenes, de guiarlos a la verdad, es un profundo acto de amor. Este acto de amor del docente lo lleva a mostrar una verdad unificada, no un saber fragmentario y utilitarista, propio de una visión positivista del mundo, sino una verdad profunda y bella. Verdad que complace al espíritu y que no solo informa, sino que forma el intelecto de los educandos. Una vez descubierto el camino de la plenitud y la unidad de la verdad, el joven descubrirá, casi sin esfuerzo, el sendero de lo moral, de lo que debe hacer, en paz y alegría.

Por último, nos gustaría resaltar el especial llamado que su santidad hace a los docentes católicos en particular. Él nos invita a hacernos cargo de nuestra responsabilidad, de educar conforme al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia. El espíritu del Evangelio debe modelar la vida del colegio dentro y fuera de las aulas. Si esto no se realiza, no se le permite al alumno ejercer su libertad, entendida como “… la facultad de comprometerse con una participación en el Ser mismo. Como resultado, la libertad auténtica jamás puede ser alcanzada alejándose de Dios”.

De modo complementario encontramos el documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica de 1982, que se centra en la identidad del profesor en cuanto formador de hombres, es decir, que sobrepasa la tarea del simple educador, pero la supone. Pues no se trata solo de la formación profesional, cimiento y base de la identidad del educador católico, sino de ese plus que debe tener todo aquel que se dedique a educar cristianamente. Consiste en que, para el docente católico, una recta formación tiene un matiz muy especial, pues toda verdad que transmite es una participación en la Verdad increada (SCEC, 1982).

Con respecto a cómo debe situarse el educador católico frente a sus alumnos, el documento es muy preciso. Todo educador tiene una visión del hombre desde la cual se sitúa. Esta concepción del ser humano determinará su forma de educar. No es lo mismo ver en el ser humano un emergente social, un simio evolucionado, una fuente de riquezas o un hijo de Dios. La visión del hombre del católico tiene una riqueza superlativa.

Todos los seres humanos están llamados por Dios a un camino de felicidad plena, pero estos, haciendo uso de su libertad, deben descubrir cuál es ese camino y seguirlo lo más fielmente posible. Esta llamada es lo que normalmente denominamos vocación personal. Es la vocación personal la clave para comprender la unión entre fe y vida a la que está llamado todo cristiano. A la luz de la vocación personal se comprende toda nuestra vida.

Es por esto que todo cristiano debe esforzarse en realizar su profesión, viendo en ella un encargo personal hecho por el mismo Dios. Y no solo esto, sino que también es preciso descubrir que en el cumplimiento responsable y libre de esta misión se juega la felicidad actual y eterna (Vitoria, 2011). San Josemaría concibe la vida cristiana como un identificarse con Cristo en la cotidianeidad.

En este sentido, la tarea del educador queda altamente ennoblecida, ya que el docente se transforma en un facilitador de la llamada divina y de la respuesta humana. La tarea del educador estaría centrada en ayudar a que sus alumnos descubran su vocación personal. Esta forma de ver la educación es muy importante. De esta manera, se evita el peligro de querer proyectarse uno mismo sobre los educandos (Escrivá de Balaguer, 1969). Así, el educador pasa a un segundo plano, pero de una importancia trascendental.

Conclusión

Este recorrido por los documentos del Magisterio de la Iglesia nos muestra que el desafío que tienen los directivos de los colegios católicos es transformar sus instituciones en casas de formación docente. La realidad sociocultural en la que se encuentra inmerso el colegio católico es dramática y no deja otra alternativa. Así lo define Ratzinger (2005), que advierte que el relativismo, es decir, dejarse “llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos (p. 1).

Es a esto a lo que se enfrenta la escuela católica si quiere cumplir la tarea que el magisterio le encomienda y ser realmente una herramienta de evangelización. No se puede limitar a la educación de sus alumnos; debe ocuparse también de la formación de sus docentes. El contexto en que nos encontramos nos exige una nueva función formadora. Podremos discutir si realmente le corresponde esto a los colegios o si es función de las casas de formación docente. Pero la realidad es que, mientras discutimos esto, la escuela católica sigue renunciando a su verdadera función.

Somos conscientes de las limitaciones de nuestro trabajo, pero también esperamos que sirva para llamar la atención sobre un aspecto fundamental de la educación en los colegios católicos, que radica en la formación de los docentes para transmitir la unidad entre fe y razón, en lo cual estamos convencidos. De esta manera, el colegio podrá cumplir la tarea que se le ha encomendado: educar evangelizando y evangelizar educando.

Creemos que es imperante hacer algo con respecto al tema que nos ocupa. El profesor, como corazón del colegio, es quien hace que se pueda cumplir la misión de la escuela católica. Si este falla, la escuela católica deja de tener sentido. Es función de los directivos de estas instituciones procurar que sus docentes se adecuen a la misión que les ha sido dada y que tiene en la evangelización su sentido primordial. Pues, como el mismo Cristo dijo: “Id, pues, y haced discípulos, enseñándoles”.

Notas

  1. jtejedor@unsta.edu.ar

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