Revista de Educación Religiosa, volumen 2, nº 7, 2023, DOI 10.38123/rer.v2i7.359

Bien común: la relevancia del pensamiento económico de Alberto Hurtado en el Chile actual

Patricio Morales-Torres1
Universidad Finis Terrae, Chile

Jesús Astudillo Astudillo2
Universidad Andrés Bello, Chile

Presentación

El presente texto busca hacer una aproximación a la economía del Chile de hoy a través de la enseñanza de Alberto Hurtado en su texto ¿Es Chile un país católico? (1941), en el que principalmente orientaba su preocupación por el presente y el futuro de la sociedad, buscando apoyo en la ética cristiana y en el retorno a valores perdurables como el bien común.

El enfoque de la situación económica a lo largo de la historia de Chile ha generado una interacción constante entre economía y sociedad desde una perspectiva católica. Durante la época de Alberto Hurtado (1901-1952), diversos creyentes comprendieron la dignidad humana de maneras variadas, adoptando interpretaciones individuales y divergentes. En contraste, Hurtado destacó la necesidad de un redentor que restaurara la antigua condición del ser humano, señalando que “antes de abordar los problemas y, mucho antes de hablar de reformas y logros, es imperativo forjar en el alma una actitud social; una actitud que internalice de manera vital el gran principio del amor fraternal” (Hurtado, 1947, p. 45). Esta directriz conforma el núcleo del pensamiento económico y social del jesuita chileno, demostrando una coherencia fundamental entre sus creencias y su acción en busca del bien común.

Las ideas del Hurtado fueron relevantes, por sus aportes al bien común y a la economía, hasta el Chile de hoy (Ffrench, 2007). En contraposición, se presenta una visión sociológica, a través de uno de sus máximos exponentes como es Max Weber, el cual enfatiza en la teoría conductual y relacional del individuo, como núcleo central de estudio. Esta teoría describe cómo los colectivos o grupos simplifican y analizan las acciones de los individuos, llamado “individualismo metodológico” (González, 1993).

En última instancia, resulta fundamental comprender que una economía genuina no puede prescindir de promover el bienestar y la prosperidad de toda la comunidad o sociedad. Este principio está en línea con la enseñanza católica a través de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), que sostiene que “es contrario (...) a la justicia social disminuir o aumentar excesivamente, por la ambición de mayores ganancias y sin tener en cuenta el bien común, los salarios de los obreros” (Quadragesimo anno, #74). En consecuencia, la Iglesia aboga de manera inequívoca por una sociedad que sea más justa y los bienes básicos accesibles para todos los habitantes del mundo, y en la que el trabajo sea digno y un medio para encontrarse con Dios.

El artículo consta de tres secciones principales. En la primera, se analiza la preocupación de Alberto Hurtado, desde su contexto histórico, por los menos favorecidos y su llamado a una economía ética centrada en el bien común, principios que siguen siendo relevantes en la actualidad en Chile. El segundo capítulo aborda la visión de Alberto Hurtado desde una perspectiva católica en el Chile de su tiempo y cómo ella se relaciona con el bien común en la economía actual. El tercer capítulo trata del individualismo, como antítesis al pensamiento económico de Alberto Hurtado.

1. Alberto Hurtado y la economía chilena: perspectivas históricas

En esta sección se abordará la economía desde el contexto de Alberto Hurtado en 1941, momento en que se constatan distintas reflexiones del santo, ligadas al bien común, como su preocupación por el abandono de los más desposeídos, ancianos y niños, entre otros. Es así como este apartado busca hacer una aproximación a los aportes ligados al bien común señalados por Hurtado, y evaluar si estos siguen vigentes en la actualidad (Wagner, 1992).

El devenir económico durante los años 40 del siglo XX en Chile venía arrastrando una importante cantidad de problemas económicos, sin los cuales no se comprendería el pensamiento de Alberto Hurtado referido a este fenómeno. El jesuita experimentó varias crisis económicas, particularmente la gran depresión financiera de 1929 que desoló Chile en términos de empleo y comercio exterior, en donde hubo presiones sociales relevantes por la baja en la actividad, provocando una reducción de los salarios, especialmente en los sectores industriales. Por otro lado, el comercio exterior tuvo un impacto significativo en Chile, especialmente en el intercambio internacional, como la fuerte deuda externa que paulatinamente desembocó en un alza en el desempleo. Esto llevó al gobierno a aplicar políticas para aminorar la recesión económica (Riveros, 2009). Es este contexto el que llevó a la crisis a extenderse por bastante tiempo, anulando los efectos de las políticas fiscales implementadas, que estaban influenciadas mayoritariamente por discursos victoriosos con ánimos populistas que ignoraban la permanencia de la crisis en el tiempo (Riveros, 2009).

En esta misma línea, en 1931, los recursos públicos utilizados para paliar la crisis económica no encontraron financiamiento, lo que afectó negativamente la economía nacional. Esto profundizó aún más los problemas sociales que venían produciéndose desde periodos anteriores y se prolongaban por más de una década (Díaz et al., 1998). Cabe aclarar que en esta década los sectores más pobres mantenían a cientos de miles de niños alejados de la oportunidad de acceder a centros educacionales, debido a la falta de presupuesto estatal para cubrir sus necesidades básicas (Larrañaga, 2010).

Otro aspecto que se destacó en este tiempo fueron las condiciones de vida que afectaban a los trabajadores, como la falta de higiene y el acceso a una vivienda digna, lo que trajo como consecuencia el aumento de la pobreza en los sectores más vulnerables. A este respecto, conviene mencionar que estos problemas no recibieron la suficiente atención del parte del Estado orientada a cubrir las deficiencias hospitalarias y educacionales (Eyzaguirre, 2007).

En este contexto, la carta encíclica Rerum novarum de León XIII, en 1891, dejó una huella profunda en la sociedad chilena, influenciando las decisiones de las autoridades tanto en el ámbito económico como en el social. En uno de sus puntos, el Papa enseña respecto de las desigualdades que:

Los derechos, sean de quien fueren, habrán de respetarse inviolablemente; y para que cada uno disfrute del suyo deberá proveer el poder civil, impidiendo o castigando las injurias. Solo que en la protección de los derechos individuales se habrá de mirar principalmente por los débiles y los pobres. (RN, #27)

En sus palabras, León XIII expresa la importancia de respetar los derechos de todos, con un enfoque particular en la protección de los más vulnerables y desfavorecidos de la sociedad. La equidad y la justicia son principios fundamentales en la defensa de los derechos individuales.

Otro documento de relevancia para comprender este contexto histórico fue la carta encíclica Nova impendet, de Pío XI, que abordó la crisis económica y social de su tiempo, enseñando que:

Estamos hablando de la grave crisis financiera que pesa sobre los pueblos y está acelerando en todos los países el espantoso aumento del desempleo. Contemplamos multitudes de trabajadores honestos condenados a la ociosidad y la necesidad, cuando todo lo que desean es la oportunidad de ganar para sí mismos y para sus familias el pan de cada día que el mandato divino les pide que pidan a su Padre que está en los cielos. (NI, #1)

En conclusión, el Papa Pío XI, mediante su carta, enfocó la dignidad de las personas, ascendiéndolas a un plano que permita cultivar el bien común. Por otro lado, el Papa destaca la preocupación por la crisis financiera que afecta a las comunidades y cómo esta crisis lleva al aumento del desempleo. Resalta la difícil situación de trabajadores honestos que desean simplemente la oportunidad de sustentar a sus familias, lo que refleja la importancia de abordar los desafíos económicos desde una perspectiva humanitaria.

Considerando lo expresado por los pontífices, surge la figura del sacerdote Louis-Joseph Lebret, fundador de la organización Economie et Humanisme. Esta institución tenía como objetivo destacar la importancia de la economía al servicio del ser humano y, al mismo tiempo, contribuyó a que Hurtado comprendiera la dimensión del catolicismo social en contraste con las principales corrientes contemporáneas.

Así, cuando Hurtado vuelve a Chile después de su estadía en Europa, constató una realidad que no le gustó, como la crisis económica que se experimentó en su tiempo y que reflejó en su libro Crisis sacerdotal en Chile, la que posteriormente profundizó en ¿Es Chile un país católico?, siendo el primero en cuestionar los fenómenos que estaban ocurriendo en aquella época. Asimismo, el jesuita chileno suscitó inquietud ante la despreocupación y la falta de compromiso de la Iglesia por las necesidades urgentes de la clase obrera, dejando a este sector social en manos de las tentaciones del marxismo; era una inquietud que seguía la percepción de Pío XI, quien señaló: “El gran escándalo del siglo XX es que la Iglesia haya perdido a la clase obrera” (Castellón, 1998, p. 23).

En este sentido, la posición del catolicismo social que defendió Hurtado generó resistencia debido a las críticas que expuso y profundizó en su libro ¿Es Chile un país católico?; recibió fuertes opiniones contrarias del catolicismo conservador a su mirada pesimista de la realidad eclesial (Espinoza, 2005). Sin embargo, el jesuita obtuvo un respaldo mucho mayor de la Iglesia, la que resaltó su precisión en el diagnóstico de la crisis religiosa y económica en Chile.

En este contexto, el mensaje de Alberto Hurtado sigue siendo una contribución significativa en el Chile contemporáneo, especialmente en lo que respecta a su defensa del bien común, la justicia social y la preservación de los recursos (Espinoza, 2005, p. 23). Asimismo, sus palabras siguen vigentes en relación con la sociedad chilena y para la construcción del bien común.

Respondiendo a lo señalado al principio de este apartado, sobre los aportes que Alberto Hurtado puede hacer, mediante su discurso promotor del bien común, a la economía del Chile de hoy, se puede considerar su propia pregunta: “¿Existe algún empresario católico que, al negociar contratos laborales, se preocupe genuinamente por asegurar que sean justos?” (Hurtado, 1947, p. 45). El jesuita observaba penosamente que en numerosos casos este principio de justicia no se cumplía, lo que ponía indudablemente en cuestión la contribución católica al desarrollo social y al bien común.

De este modo, la pregunta de Hurtado sigue siendo relevante en el contexto actual, en el que la justicia social y la preocupación por el bien común son asuntos fundamentales para fomentar una economía equitativa y sostenible (Espinoza, 2005). En la actualidad, se espera que los empresarios, independientemente de su afiliación religiosa, consideren la justicia y el bienestar de los trabajadores como una parte integral de sus decisiones comerciales. Al hacerlo, no solo contribuyen a la equidad en la sociedad, sino que también fortalecen la base para un desarrollo económico más sólido y sostenible en Chile y en cualquier parte del mundo. La visión de Hurtado sigue siendo una guía valiosa para recordar la importancia de equilibrar los intereses económicos con los principios de justicia y bien común en la economía actual.

2. Alberto Hurtado: su visión cristiana en el contexto económico de su época y su relevancia para el bien común en la economía actual

La perspectiva católica de Alberto Hurtado sobre la economía contemporánea sigue siendo relevante y pertinente en el presente. Aunque vivió en una época diferente, sus principios y valores continúan arrojando luz sobre la búsqueda de una economía más ética y justa en el Chile de hoy (Moreira, 2001).

En el contexto actual, la visión social de Alberto Hurtado sobre la economía se enfrenta a desafíos financieros complejos que requieren de una ética solidaria y de la responsabilidad social. Vivimos en una sociedad que persigue constantemente el crecimiento económico, pero también somos testigos de un aumento de las desigualdades, de la explotación indiscriminada de los recursos naturales y de cada vez más complejos desafíos medioambientales (Candia y Nilo, 2015). En este marco, la mirada cristiana del santo invita a reflexionar sobre las acciones económicas actuales en Chile y cómo estas pueden contribuir al bien común y al bienestar de la sociedad y de todos sus miembros, haciendo vivas sus palabras: “Servirse de las riquezas y no servirlas” (Hurtado, 1942, p. 10). Para Hurtado, el católico no podía desvincularse de las cuestiones económicas, ya que consideraba que la economía constituía una parte fundamental de la vida humana y social. Su enfoque primordial era contribuir al bien común (Hurtado, 1941).

A este respecto, la economía chilena durante los últimos quince años ha experimentado un crecimiento sostenible junto con otros países de la región en niveles de ingresos per cápita y desarrollo financiero. Sin embargo, esta prosperidad no se ha reflejado en toda la sociedad, la que se caracteriza por altos niveles de inequidad y una creciente concentración de poder económico en manos de una pequeña élite (Solimano, 2018).

Para Alberto Hurtado, los principios cristianos debían guiar las decisiones económicas y servir como una fuerza impulsora para alcanzar un orden social más justo y equitativo. Lo expresó claramente diciendo qué “los bienes de la tierra han sido dados por el Creador para todas sus criaturas, para todos sus hijos, para que todos ellos puedan vivir de manera digna y acorde a la naturaleza humana” (Hurtado, 1941, p. 151).

De igual modo, enfatizaba que la economía no debía separarse de la ética y la moral, subrayando la importancia de que los cristianos fueran conscientes de las implicancias sociales de sus decisiones económicas (Hurtado, 1952). Por otra parte, afirmaba que:

Al hablar de política es necesario distinguir la gran política, o política del bien común, y la política de partidos, grupos de hombres con sus dirigentes, sus programas, sus métodos de acción en que se dividen los ciudadanos para tratar de realizar en forma concreta el bien común temporal. (Hurtado, 2003, p. 116)

En esta cita Hurtado señala una distinción importante: la diferencia entre la “gran política”, o política orientada hacia el bien común, y la “política de partidos”, que se centra en los grupos políticos, sus líderes, agendas específicas y luchas partidistas. Claramente, el pensamiento social de Hurtado se alineaba con la idea de que la auténtica política, y la que él esperaba del Chile de su época, debería estar al servicio del bien común.

Siguiendo esta misma línea, Alberto Hurtado sostenía que la economía debía estar al servicio del ser humano y no al revés. “Para Hurtado, el desarrollo de la vida social de la persona, desde la perspectiva de la responsabilidad, es un valor moral” (Hurtado, 1942, p. 263). Abogaba por una economía que priorizara el bienestar de las personas y las comunidades a través del bien común, por sobre el afán de lucro desmedido.

Siempre resaltó esta exigencia, especialmente en su viaje a Europa, donde expuso ante sus hermanos sobre las condiciones sociales, señalando que la situación socioeconómica de Chile necesitaba tener una mirada desde la solidaridad a través de un apostolado obrero.

Alberto Hurtado relacionaba la economía con el bien común al enfocarse en la idea de que el mercado debería estar al servicio de la sociedad y contribuir a la promoción del bienestar general y la justicia social. Aunque no era un economista, sus puntos de vista sobre la economía estaban arraigados enel pensamiento social cristiano y en su compromiso con la justicia social (Moreira, 2001).

Sostenía que el bien común tenía una primacía en la economía, a través del bienestar y la prosperidad de toda la sociedad, argumentando que el mercado no debía priorizar exclusivamente el interés individual o el beneficio de unos pocos, sino contribuir al bienestar de todos los miembros de la sociedad, indicando que “es obligación de toda persona trabajar por el bien común para una mejor sociedad” (Hurtado, 1950, p. 34).

En esta misma línea reflexiva, la relación entre el mercado y el bien común en el Chile de hoy, se hace relevante hacer un equilibrio entre la eficiencia económica, la equidad social, la sostenibilidad ambiental y la responsabilidad corporativa. La forma en que se aborde esta relación depende en gran medida de las políticas gubernamentales, las decisiones empresariales y la participación de la sociedad en la formulación de políticas económicas (Arriagada y Gatica, 2013).

Otro concepto que se relaciona con la búsqueda del bien común a través de la economía es el de “justicia económica”, lo que implicaba un reparto equitativo de los recursos y oportunidades. Consideraba que el mercado debía ser un instrumento para reducir la desigualdad y garantizar que las personas más desfavorecidas tuvieran acceso a los recursos necesarios para llevar una vida digna (Arriagada y Gatica, 2013).

En resumen, Alberto Hurtado relacionaba el bien común con la economía al abogar por que esta estuviera al servicio de la sociedad, que promoviera la justicia social, la solidaridad y la responsabilidad social, y que estuviera en línea con sus valores éticos y religiosos. Su enfoque era más amplio que el simple análisis económico, ya que buscaba una economía que contribuyera al desarrollo integral de las personas y al bienestar de la comunidad en su conjunto.

3. El individualismo actual como antítesis del pensamiento económico de Alberto Hurtado

El presente apartado tiene por objetivo analizar el individualismo desde una perspectiva sociológica, económica y teológica, basándose en la acción racional individual, que ha evolucionado a lo largo de la historia. Se destacará el pensamiento de Alberto Hurtado sobre la conexión entre lo humano y lo divino. Además, se explorará cómo el individualismo influye en la economía, resaltando la importancia de una visión global que fomente la fraternidad y el bien común. Finalizamos abordando la relación entre las ideas del comportamiento humano y la economía con la filosofía de Alberto Hurtado.

A lo largo de la historia, diversas teorías sociológicas han evolucionado en el enfoque sobre el comportamiento humano, influenciando a grupos y colectivos. Uno de estos enfoques se centra en el “individualismo”, que postula un orden espontáneo basado en la toma de decisiones y las reacciones de las personas (García-Bermejo, 2006).

Este sistema se afirma como autorregulado, como un hecho cuasi-natural, sustentado en un individualismo extremo, en la agresión competitiva y el derecho de propiedad absoluto como propios de la condición madura del ser humano, el producto final de la evolución cultural. (Ross et al., 2008, p. 16)

Buscamos comprender el surgimiento de este fenómeno desde una perspectiva teológica, empleando enfoques, conceptos, ideas y marcos de interpretación necesarios para su estudio. Esto ha llevado a la identificación de una visión sociológica y teológica:

El individualismo es más bien el resultado de una negación de los rasgos esenciales de la persona humana. La concepción de la persona fue siendo privada progresivamente de sus rasgos esenciales. En primer lugar, se negó que el ser del hombre estuviera ordenado a Dios, y que el destino del hombre fuera la unión eterna con Dios; luego, se negó la inmortalidad del alma; luego, la capacidad para un auténtico conocimiento de la realidad; luego, la sustancialidad del alma; luego, la libre voluntad. (Von Hildebrand, 1967, p. 25)

Por esta razón, el ser humano empezó a perder gradualmente la percepción de una conexión intrínseca entre Dios y la humanidad. Esto se traduce en que, a medida que la comunión con Dios se desvanecía, las perspectivas individualistas se fortalecían en su forma de entender la realidad. Por otro lado, en el ámbito de las ciencias económicas, a lo largo de la historia, varios autores argumentaron que la cooperación social se origina principalmente a partir de intereses personales, y que la colaboración surge debido a su utilidad para alcanzar objetivos. Un pensador destacado que respaldó este predominio del interés individual en las relaciones humanas fue Adam Smith, considerado el padre de la economía, quien expresó en su obra La riqueza de las naciones : “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio” (Smith, 1776, p. 18).

Esta forma de comportamiento individualista conlleva una interpretación de la realidad que modifica la conducta social de la persona y que, posteriormente, se transmite a las siguientes generaciones: “Tradicionalmente, y con las salvedades y cautelas impuestas en el territorio macroeconómico, la economía ha adoptado una perspectiva individualista, que ha sido considerada uno de los rasgos metódicos tradicionales más peculiares de la disciplina” (García-Bermejo, 2006, p. 314).

El pensamiento de Alberto Hurtado enseña que la fraternidad es propia del espíritu humano, por lo que no se puede entender el bien común sin el amor al prójimo: “En el hambre y la sed de justicia que devora muchos espíritus, en el deseo de grandeza, en el espíritu de fraternidad universal, está latente el deseo de Dios” (1941, p. 43). Esta fue la realidad que el jesuita observaba como una inclinación natural del ser humano a la fraternidad, como acto de grandeza en el que descubrió una fuerza en su interior que lo incentivaba a ir más allá de su realidad, pues estaba el deseo de Dios dentro de él. Por lo tanto, Hurtado manifestaba preocupación por la dirección con que el hombre acentuaba el individualismo, alejado del amor fraterno, sobre el que reflexionó en su libro¿Es Chile un país católico?

Es necesario señalar que el pensamiento de Alberto Hurtado no buscaba criticar directamente la postura filosófica de los movimientos que posicionaban al “individuo” como objeto central de la sociedad, pero sí criticaba la individualización que estaba tomando la sociedad chilena.

En contraposición con lo expuesto anteriormente, tiempo después, se encuentra el desarrollo intelectual del individualismo a través de su máxima exponente, Ayn Rand (1905), filosofa rusa, quien defiende la preocupación por el interés personal, de modo que "todo ataque contra el egoísmo es un ataque contra la autoestima del hombre” (Rand, 1964, p. 2). Estas ideas parten del supuesto de que el ser humano es inherentemente egoísta y que sus acciones se guían hacia objetivos personales.

Es así como en el Chile de hoy el ser humano ha optado por enfocar su existencia en aquello que pueda brindarle un mayor confort temporal, es decir, en la adquisición de lo que desea: “Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios” (Laudato si', #63). Así advierte el papa Francisco sobre este problema, y señala que el consumo desmedido, o “consumismo”, trae consigo un impacto negativo en la vida de las personas, porque incentiva una cultura del descarte y del desperdicio.

Otro aspecto que toma relevancia es la influencia del consumismo en el cristiano actual, lo que ha traído como consecuencia una teología del bienestar influenciada por el idealismo de mercado: “La ‘teología de la prosperidad’ es la versión extrema de la influencia de la ideología capitalista en el ámbito del cristianismo” (Ross et al., 2008, p. 490); esta corriente es incentivada por un ideario de mercado que difunde particularmente creencias en una fe fundada en el éxito personal y en la riqueza material, reduciendo al evangelio a un producto de mercado.

Por otro lado, Hurtado dedicó un tiempo importante de su vida a señalar que en la redención de la humanidad se ligan indefectiblemente la fe y la fraternidad: la vida de un cristiano está unida a la de sus congéneres que requieren de la caridad; de ahí la necesidad de preocuparse y trabajar por la justicia social en Chile:

Si tantos obreros se han alejado en nuestros días de la fe, muchas veces ha sido porque ellos alimentan la idea equivocada de que la Iglesia no está incondicionalmente al lado de la justicia, sirviéndoles de pretexto las actuaciones aisladas de muchos católicos desprovistos de sentido social. (Hurtado, 1947, p. 22)

En este sentido, numerosos factores obstaculizan la aplicabilidad de una actitud católica coherente, ya que las dinámicas económicas influyen en el desarrollo cognitivo de las personas y, a través de estas, en su entorno social, dando forma a la percepción de la realidad y, por ende, a las relaciones interpersonales. Estas relaciones pueden variar en su comprensión de la realidad. Alberto Hurtado aborda este tema al señalar que: “Sabrá mucho de economía política el alumno de sexto año de humanidades, sabrá decir de memoria las grandes leyes económicas, pero no será capaz de leer en el periódico las noticias comerciales, cotizar el cambio extranjero, ni siquiera cobrar un cheque” (Hurtado, 1941, p. 124). En definitiva, es necesario tener habilidades que permitan una mayor comprensión de las situaciones económicas y sociales en el mundo real.

En este capítulo se exploró el fenómeno del individualismo desde una perspectiva sociológica, económica y teológica, contrastando estas ideas con el pensamiento de Hurtado. Se observó cómo a lo largo de la historia el individuo ha permeado la sociedad, posicionando al individuo como eje central y promoviendo la competencia y la búsqueda del interés personal como motor de la acción humana.

En contraposición, el santo chileno insistía en la importancia de la fraternidad y la responsabilidad social. Criticaba la individualización de la sociedad chilena y abogaba por una comprensión profunda de la justicia social.

Notas

  1. patriciomorales2000@gmail.com
  2. jesusignacioastudilloastudillo@gmail.com

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