Revista de Educación Religiosa, Volumen I, nº 2, 2019, DOI 10.38123/rer.v1i2.17

Hacia una pastoral con jóvenes para-institucionales

César González Núñez1
Lorena Basualto Porra2
Equipo Inspectorial de Pastoral Juvenil-
Congregación Salesiana Chile

Introducción

Abordar temas de Pastoral Juvenil implica considerar dos perspectivas: una de ellas se refiere al concepto mismo de juventud, y otra, a la consideración de lo que la Iglesia puede ofrecer a los jóvenes. Ambas dimensiones son complejas de analizar, pues poseen tal alto grado de transformación y dinamismo que en muchas ocasiones resultan imposibles de abarcar; como afirma Castillo (2018), “es demasiado mundo juvenil para tan estrecha iglesia y pastoral” (p. 159). De ahí, el acierto del Papa Francisco en convocar al Sínodo de los jóvenes como un tiempo privilegiado de “escucha” y punto de partida de cualquier propuesta evangelizadora. Ciertamente que escuchar a los jóvenes tiene como consecuencia que la Iglesia deba asumir nuevos desafíos, por lo que diseñar una propuesta evangelizadora juvenil es un imperativo pastoral. Al respecto, el Sínodo de los Obispos (2018a), ha sido enfático en afirmar que una propuesta pastoral debe considerar a todos los jóvenes, además de estar abierta a las necesidades del mundo juvenil; no debe tener miedo a innovar y, sobre todo, fundamentarse en una comunidad eclesial que sea testigo del amor de Cristo.

El objetivo de este artículo es realizar una propuesta de renovación de la Pastoral Juvenil en Chile, apostando por una Pastoral “del engendramiento”, cuyo sujeto es un joven “para-institucional” que requiere de una metodología y un tipo de diálogo que considere sus características culturales específicas.

Para alcanzar dicho objetivo, se utilizó el método de investigación bibliográfica, entre cuyas fuentes principales están el Sínodo de los Obispos (2018a), el Magisterio Latinoamericano sobre los Jóvenes, el texto de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil (2018), investigaciones pastorales del Instituto Superior de Pastoral de Juventud (ISPAJ) y diversos estudios respecto de realidades juveniles y aportes de pastoralistas.

El texto se ordena en tres apartados. El primero da cuenta de las realidades juveniles desde la experiencia de la fe, considerando el ambiente nacional con respecto a los contextos juveniles y su percepción respecto de la fe, la religión, Dios, la participación eclesial y sus cosmovisiones de vida; de acuerdo a esto, esta sección finaliza sintetizando la realidad juvenil desde un nuevo sujeto pastoral denominado con el neologismo de para-institucional. En el segundo acápite se analiza la importancia de los métodos y los diferentes modelos formativos que la Pastoral Juvenil ha utilizado en Chile durante las últimas décadas. Finalmente, en el tercer apartado, se propone la Pastoral juvenil del engendramiento desde los ejes del kerigma, la kénosis, la hermenéutica y la narrativa, proponiendo una pedagogía del diálogo transcultural, para lo cual necesariamente se requiere un nuevo agente pastoral.

1. Realidades juveniles desde la experiencia de la fe

Desde hace algunos años las investigaciones relativas a los jóvenes se han transformado en verdaderos estudios de juventudes. El plural asignado al sustantivo juventud se fundamenta en que las realidades juveniles son muy diversas, no pudiendo homogenizar el concepto de juventud considerando el factor etario o tampoco desde una concepción tradicional de la cultura (Brito, Basualto, 2018). De esta manera, como señala Baeza (2003), aunque convencionalmente se considera que los jóvenes poseen un rango de edad entre 15 y 24 años, la temática juvenil no se podría abordar sólo desde una dimensión cuantitativa, sino que depende de factores contextuales. Es más correcto considerar a los jóvenes como personas que forman parte de un sector social, donde el estatuto epistémico sitúa a la juventud como un constructo social determinado por un espacio cultural, en que están asociados un modo particular de “pensar, sentir, percibir y actuar” dentro de unas “coordenadas espacio-temporales, en un tiempo histórico específico y en una realidad socioeconómica en particular”. (Baeza, 2003, p. 3)

Por este motivo, cuando se titula este apartado como “realidades juveniles”, se está haciendo la opción de abordar el tema desde una dimensión cultural, donde los jóvenes se consideran y analizan desde la diversidad, aspecto que importa connotar en el desarrollo de este artículo.

1.1. Acercamiento a las realidades juveniles en el contexto nacional

Frente a una realidad social globalizada, el estado de los jóvenes a nivel mundial no se distancia de los escenarios de éstos a nivel nacional. Es por este motivo que el presente apartado se inicia utilizando el “Instrumentum laboris” del Sínodo de los Obispos (2018a), que tuvo el mérito de escuchar a más de quince mil jóvenes a través de reuniones y consultas sobre diversos temas que se refieren a su propia identidad, visión de mundo y percepción de la Iglesia. A partir de este documento se puede esbozar el rostro del joven del siglo XXI, el cual presenta algunas características muy concretas, a saber: habita un mundo globalizado, digital y tecnificado; busca el sentido de su vida; promueve causas nobles de justicia social y es inclusivo respecto de la diversidad. Se comprende integralmente desde su realidad corporal, afectiva, racional, relacional, teleológica y espiritual. Valora la familia, la educación, los amigos, el trabajo y todo tipo de expresión artística, deportiva y comunitaria. Todo lo anterior con base en caminos aún no transitados, impregnando lo tradicional de novedad.

Por otra parte, su vida y esperanzas se ven amenazadas por la desigualdad, la discriminación, las dificultades de acceso a la educación; la violencia y la pobreza; la migración forzosa y la guerra. Todo esto, entre otros riesgos, produce en las jóvenes adicciones, temores, desconfianza en las instituciones, delincuencia, suicidio, entre otras graves consecuencias.

Ahora bien, según algunos datos cuantitativos obtenidos en diversas fuentes que levantaron información a propósito de la visita del Papa Francisco a Chile y con motivo del Sínodo de los jóvenes, se puede aludir a Latinobarómetro (2018), donde se señala que el 45% de los chilenos se declara católico. Esta cifra comienza a caer significativamente desde 2010, cuando se descubre el caso Karadima y diversos eventos de abuso sexual en Chile. Como señalan Brito y Ramis (2018), frente a esta situación “el pueblo de Dios está en shock puesto que se han derribado paradigmas de lo que históricamente ha significado la seguridad, la confianza, la incondicionalidad” (p. 128).

Con respecto a la realidad juvenil, el INJUV (2015), aplicó una encuesta donde se pregunta sobre la identificación religiosa de los jóvenes, pero no pregunta específicamente por la religión que se practica. El resultado muestra que la identificación con una religión disminuyó notablemente en un período de aproximadamente veinte años. Así, el año 1997 el 91% de los jóvenes manifestaba poseer una identificación religiosa, mientras que el 2015 disminuye considerablemente a un 51%. Si se desglosan estos datos, el perfil de las personas que mayoritariamente muestran identificación religiosa son mujeres entre 15 y 19 años, de nivel socioeconómico bajo y con un nivel educacional secundario. Frente a la pregunta sobre la participación en alguna organización religiosa o espiritual, el 13% de los jóvenes responde que participa activamente, mientras que la mayor subscripción de los jóvenes está en los clubes deportivos con un 20,3% (INJUV, 2015).

Por otra parte, la encuesta ADIMARK (2017), indica que en Chile el 50% de los jóvenes entre 18 y 24 años declara adherir al credo católico. Sin embargo, cuando se les preguntan otros aspectos, como la práctica de la fe en sus futuros hijos, los jóvenes que señalan que les gustaría que fueran creyentes suman un 46%; que practiquen activamente su religión, un 21%; que asistan a un colegio religioso un 14%, en tanto que un 9% señala que le gustaría que su hijo/a optara por una vocación religiosa.

En razón de estas cifras se puede estimar, como señala Díaz (2016), que en las nuevas generaciones habrá un porcentaje significativo de jóvenes que afirmará no tener ninguna religión. Sin embargo, eso no significa necesariamente que se declaren agnósticos o ateos, sino que se definen a sí mismos como personas espirituales, pero no religiosas. Incluso afirman creer en Dios y en Jesucristo como Hijo de Dios.

En un análisis más cualitativo de las realidades juveniles chilenas con respecto a la fe, es muy significativo un documento escrito por los participantes de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil (2018). Principalmente, porque es primera vez que son los propios jóvenes quienes realizan un discernimiento sobre su vida eclesial, y no son los adultos con “espíritu juvenil” quienes expresan como estos deberían ser.

En este documento, los jóvenes señalan que esta nueva generación presenta “un desencuentro entre creencia y adherencia formal a la vida eclesial” (Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, 2018, p. 12). Las causas de esta situación provienen de una iglesia-institución distanciada de la humanidad y de la persona de Cristo, además de una praxis escandalosa en materia sexual y de poder. Los jóvenes demandan dentro de la Iglesia espacios de escucha, participación y promoción de liderazgo, y se conciben a sí mismos como lugar teológico, pues señalan que “somos los interlocutores por excelencia de esta hora eclesial, para pasar de ser objetos de nuestras acciones pastorales y sociales a sacramentos de la presencia de Dios” (Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, 2018, p. 13).

Otro aspecto destacado de esta generación es caracterizarlos como individuos “moratorios”, concibiendo a la juventud como una etapa de prórroga de la adultez definitiva, en la que se deberían asentar los “principios de autonomía, compromisos y opciones definitivas” (Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, 2018, p. 18). El peligro de esta visión es desvalorizar a los jóvenes en su realidad y considerarlos como sujetos que adolecen de adultez, pues se les critica que retrasan en demasía compromisos más definitivos que tradicionalmente se expresaban en la vida matrimonial o consagrada. Es por este motivo que ellos señalan la necesidad de respetar sus vivencias que incluyen los estudios, la iniciación a la vida laboral, la participación ciudadana, la vida afectiva y sexual, entre otras dimensiones.

En contraste a esta juventud que puede alcanzar los favores de la sociedad de bienestar, se encuentran los jóvenes que ni estudian ni trabajan, alcanzando en Chile un 20%. La mayoría son mujeres embarazadas o que tienen hijos a su cuidado y pertenecen a la población más vulnerable del país. En definitiva, son el rostro vivo de la “escandalosa segregación social y, por tanto, un elemento estructural y estructurante de la realidad socioeconómica y cultural chilena” (Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, 2018, p. 22).

1.2. Un nuevo sujeto pastoral para-institucional

El análisis de las realidades juveniles muestra que los jóvenes chilenos castigan la acción de la Iglesia frente a los casos de abuso de poder, sean estos de conciencia o sexual; sobre todo, considerando que son ellos las principales víctimas de estos abusos. Es por este motivo que los jóvenes que participan en experiencias comunitarias intraeclesiales afirman que existe un desencuentro entre la búsqueda personal de Dios y la mediación eclesial. De allí que la Iglesia se manifieste para los jóvenes como “prescindible” en su búsqueda espiritual (Silva, Romero y Peters, 2010, p. 211). A su vez, la realidad chilena constata que existe un segmento de jóvenes en condiciones de pobreza que no participa de las instituciones tradicionalmente socializadoras como la familia, los centros educativos, espacios laborales ni menos eclesiales, configurando, según González (2018), “dinámicas sociales paralelas y/o compensatorias a la ausencia y limitaciones de participación en las vías institucionales formales que ofrece la sociedad” (p. 173).

En razón de estas realidades juveniles, es que se propone el neologismo sujeto pastoral para-institucional, ad intra ecclesia y extra ecclesia. Esto, debido a que muchos jóvenes que se consideran católicos desarrollan su espiritualidad y búsqueda cristiana más allá de la institución eclesial y, a su vez, el joven “descartado” de la sociedad se organiza fuera de las instituciones sociales.

En este sentido, el Sínodo afirma que los jóvenes ad intra ecclesia expresan que desean una Iglesia más auténtica, exigiendo a la jerarquía que se constituya en “una comunidad transparente, acogedora, honesta, atractiva, comunicativa, asequible, alegre e interactiva” (Sínodo de los obispos, 2018a, n. 67). A su vez, sueñan con una iglesia más relacional, donde se acoja a todas las personas y se dialoguen temáticas actuales sin miedo ni prejuicios; una Iglesia comprometida con la justicia, sobre todo de los más pobres y de la tierra. En definitiva, una comunidad eclesial que viva con radicalidad el Evangelio de Cristo. Se considera a estos jóvenes “para-institucionales” porque muchas veces desarrollan sus actividades sin sentirse parte de la Iglesia. El Sínodo lo señala de la siguiente manera: “No es raro ver grupos de jóvenes, y también miembros de movimientos y asociaciones, poco insertados en la vida de las comunidades” (Sínodo de los obispos, 2018a, n. 31).

Por su parte, el Sínodo manifiesta una preocupación por el mundo joven en situación de marginalidad y pobreza, donde la Iglesia debe armarse de coraje “en la construcción de alternativas que eliminen la exclusión y la marginación, fortaleciendo la recepción, el acompañamiento y la integración” (Sínodo de los Obispos, 2018b, n. 12). Aún es válido el estudio del Instituto Nacional de la Juventud (1998), que daba cuenta de modos de asociatividad juvenil emergentes (“barras”, estilos musicales, punk, artistas callejeros, etcétera), que construyen y expresan un discurso identitario caracterizado por aspectos como la auto-gestión y autonomía frente al sistema; segregarse en sectores poblacionales como “su espacio” y a la noche como “su tiempo”, con clara definición territorial y fuerte tendencia a la rivalidad. Se trata de grupos integrados por personas de distintas edades, con liderazgos poco definidos, que son tolerantes al consumo de droga entre los participantes. Están alejados del sistema escolar y de la casa familiar, poseen experiencias esporádicas de trabajo formal y desarrollan algunas modalidades informales de obtener recursos económicos, tales como el “macheteo”3, la venta callejera, el malabarismo en las esquinas y pequeños hurtos, entre otros. Características que aún son vigentes en este período y de allí que cabe denominarlos como para-institucionales.

2. Modelos de acercamiento a los jóvenes desde la Pastoral Juvenil

Desde los años postconciliares la formación ha dado un giro antropológico de gran importancia: de una formación centrada en conocer las verdades de la fe para integrarlas a la vida y merecer así la recompensa de la vida eterna, se ha transitado a una formación que parte de una mirada creyente sobre la vida y la historia, permitiendo que el mensaje evangélico se actualice como una respuesta a las preguntas vitales, llenando de sentido la vida misma y proyectándola a su dimensión trascendente.

Una tarea permanente que afronta la Pastoral Juvenil es llegar a todos los jóvenes a través de diversas instancias formativas, sobre todo en un contexto de pluralismo cultural y religioso, donde surge aquel sujeto pastoral joven que antes hemos denominado para-institucional. En este contexto es necesario preguntarse qué modelo formativo es adecuado para evangelizar a este tipo de jóvenes. Es por este motivo que en este apartado se desarrollarán algunos modelos formativos utilizados por la Pastoral Juvenil chilena en las últimas décadas4, considerando que por años se generó e implementó en esta Pastoral5 una propuesta metodológica que aún está vigente en varios países de América Latina. Este método asume la lógica circular de fe-cultura, que considera las experiencias vitales de los jóvenes, donde la experiencia grupal-comunitaria ofertada a ellos es el ámbito privilegiado para su desarrollo. Se podrían reconocer cuatro modos de acercamiento a los jóvenes, a la luz de lo planteado por el estudio de Díaz, Marx, y Villalta (2003), a saber:

2.1. Formación de discípulos

Es un modelo de evangelización explícita, cuya característica central consiste en favorecer un proceso de educación de la fe que incorpora la pastoral sacramental. Su objetivo es desarrollar una acción pastoral que convoque a los jóvenes a vivir una experiencia eclesial de seguimiento a Jesús como discípulos. Los procesos formativos en este modelo tienen en cuenta las necesidades de crecimiento de los jóvenes con una perspectiva más amplia que lo exclusivamente catequético. Sin embargo, esta formación tiene su lugar dentro del contexto de seguimiento, donde aflora con claridad el modelo más tradicional de evangelización: el papel de los agentes pastorales consiste en entregar a los jóvenes la formación, la catequesis y la evangelización de la cual carecen.

2.2. Formación para la muchedumbre

Este modelo combina la evangelización explícita y tácita, porque su principal preocupación consiste en favorecer una formación atenta a las necesidades de desarrollo personal de los jóvenes, poniendo en segundo lugar, si es necesario, la educación de la fe y la catequesis. Le interesan los jóvenes que están en otros espacios sociales, para ofrecerles participar en eventos puntuales como peregrinaciones, marchas, celebraciones masivas, instancias formativas y creación de gratos espacios de fraternidad. Por este motivo, este modelo se preocupa de establecer una relación cercana y afectuosa con los jóvenes, buscando suplir sus carencias emocionales, creando un clima que los contenga.

2.3. Modelo de promoción humana

Es un modelo de evangelización implícita, que opta por la acción social como la mejor respuesta del Evangelio a la realidad de los jóvenes del mundo popular, en particular al sector social más empobrecido. Si bien es un modelo abierto al pluralismo en lo religioso, su interés se orienta a generar participación, organización y respuesta a las necesidades básicas insatisfechas. La formación se centra en fortalecer el logro de los objetivos de promoción humana.

La relación que se establece con los jóvenes está muy condicionada por ser ellos destinatarios de una acción que busca aportarles beneficios frente a sus carencias. No obstante, el agente pastoral tiende a gozar de un status de autoridad, puesto que aparece como el gestor de las acciones y el proveedor de los recursos. También hay preocupación por llegar a los que no participan. En general, su convocatoria tiene mayores posibilidades de encontrar eco, aunque los agentes pastorales resientan la participación “interesada” que sólo mide los posibles beneficios y no valora la experiencia de participar y desarrollarse.

2.4. Modelo testimonial

Este no es un modelo de acción pastoral desde el punto de vista formal. Sin embargo, lo es en la medida en que representa una opción evangelizadora que privilegia la presencia testimonial por sobre la acción pastoral más organizada. El objetivo de esta acción pastoral tiene la intencionalidad de poner el “estar” por sobre el “hacer”. Es el modelo que se muestra más abierto a pensar al destinatario como un interlocutor que aporta modos de ver y sentidos de vida que el agente pastoral no posee. Por lo tanto, lo hace crecer.

Así, la Pastoral Juvenil ha realizado una diversificación de propuestas pastorales triangulando estos modelos con otros factores contextuales, como las etapas de vida juvenil, la atención grupal o individual, el acompañamiento al proceso de discipulado y de educación de la fe, el mundo urbano o rural y el ámbito parroquial o educacional, entre otras consideraciones. Todas estas propuestas han buscado responder de un modo específico a las necesidades de sus diversos destinatarios y han tratado de proponer una formación evangelizadora de jóvenes que se acercan a la Iglesia buscando, con mayor o menor conciencia y compromiso, una experiencia religiosa. Sin embargo, un elemento común a todos los modelos es la insatisfacción que comparten los agentes pastorales frente a los logros, más bien escasos, que obtienen con la convocatoria a los jóvenes que no se acercan a la Iglesia. El problema es que estas evaluaciones no siempre son interpretadas autocríticamente y tienden a ser leídos como debilidades de los “destinatarios”.

No obstante, el modelo “testimonial” abre grandes posibilidades de llegar a aquellos jóvenes que no tienen a la Iglesia como un referente significativo para sus vidas, particularmente cuando éstos sufren abandono social. En esta perspectiva es que creemos que el Papa Francisco en el Documento final del Sínodo nos presenta nuevos frentes para repensar y trabajar con los jóvenes, para que la persona y el mensaje de salvación tengan cabida en el corazón de las nuevas generaciones. Se destaca una preocupación por el mundo juvenil en situaciones de marginalidad y pobreza, donde la Iglesia debe armarse “de coraje y participe en la construcción de alternativas que eliminen la exclusión y la marginación, fortaleciendo la recepción, el acompañamiento y la integración” (Sínodo de los Obispos, 2018b, n. 12).

3. Pastoral del engendramiento

El área de los “métodos” es muy delicada en la acción formativa de los jóvenes, en especial cuando se trata de compatibilizar con su lenguaje y sensibilidades. En esta línea de discernimiento se ubica la necesidad de renovación de modelos pastorales que en su metodología tienen esta dimensión hermenéutica. Los desafíos de una Pastoral Juvenil del futuro, dadas las nuevas insistencias que nos entregan las conclusiones del Sínodo sobre los jóvenes, van a ser importantes para replantear un tipo de respuesta pastoral que sea acorde a los nuevos tiempos. De ahí que parece interesante considerar algunas reflexiones que Jesús Rojano (2015) realiza sobre la Evangelización de los jóvenes ante el fenómeno cultural de la posmodernidad, donde se apuesta por un cierto tipo de evangelización, sin sacralizar ni demonizar la cultura occidental actual, pero sí considerando el momento histórico, como hizo San Pablo con el suyo, como favorable y propicio para la salvación, como un “kairos” (2 Cor 6,2). Por ello, importa preguntarse si ese contexto era tan diverso al actual, de modo que “todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenerlo en cuenta” (Fil 4,8).

La propuesta de los autores, para una renovación de la Pastoral Juvenil en Chile, es apostar por una Pastoral del Engendramiento que responda a un nuevo sujeto pastoral para-institucional. Este tipo de pastoral, según lo planteado por Bacq (2007), procura suscitar la vida en Cristo en forma integral; armonizar los diversos carismas desde una perspectiva tanto masculina como femenina; vivir comunitariamente en relaciones de reciprocidad, desarrollando en las parroquias “células eclesiales a escala humana” (p.5); crear estructuras de servicios y siempre renovadas según las necesidades; acompañar procesos y se proponga el Evangelio que abre la “puerta de la fe” (Act, 15,27).

Desde la perspectiva de la Pastoral del Engendramiento se proponen cinco ejes pastorales que permitirían un modelo de acercamiento a los jóvenes para-institucionales ad intra y ad extra. Se podría decir que son elementos propios de la espiritualidad cristiana, pero desde una nueva perspectiva. Señala Bacq (2007):

Los cristianos que entran en la perspectiva del engendramiento están convencidos de que el Evangelio invita a todos los seres humanos a llevar una vida auténtica, de acuerdo a sus conciencias (…) Los signos de los tiempos nos invitan a dejar que el Espíritu del mismo Cristo trace diversos caminos de vida para todos y cada uno. Respetar las conciencias es aceptar un despojamiento, una pérdida de dominio, una renuncia a la manipulación”. (p.8)

Así, en esta perspectiva del proponer y acompañar, se proponen las siguientes dimensiones: kerigma, kénosis, hermenéutica, la narrativa y pedagogía del diálogo transcultural.

3.1. Kerigma

Hoy, para vastos sectores de la población chilena, parece más pertinente hablar de iniciación a la experiencia creyente que de transmisión de un mensaje heredado. Se trata de acompañar a muchos jóvenes en la búsqueda de sentido. Una búsqueda mucho más existencial que filosófica. Preguntas que no tienen muchas respuestas satisfactorias a la hora de ser planteadas, donde se juega la vida de tantos jóvenes, donde se espera que sus vidas no acaben en la nada. Por ello, la Iglesia chilena, en su preparación al Sínodo, pide estar a la escucha de las preguntas e inquietudes de los jóvenes (CECH, 2014), actitud pastoral que pocas veces surge de modo programado o sistemático, sino a golpe de experiencias vitales intensas. De tal manera que este objetivo pastoral se va posicionando lentamente, a costa de insistencias permanentes para acompañar procesos personales de cuestionamiento existencial, y ofrecer con respeto y convicción la Buena Nueva de Jesús como respuesta-propuesta de plenitud de sentido.

El ejemplo de Jesús en sus diálogos con la mujer samaritana (Jn 4,1-42), con los peregrinos de Emaús (Lc 24,13-35), con Zaqueo (Lc 19, 1-10), con el ciego de nacimiento (Jn 9) y otros personajes, es un buen modelo pastoral para nuestra Iglesia actual. La respuesta de Pedro al tullido del templo de Jerusalén debiera oírse en las plazas, en los malls (de las grandes y pequeñas ciudades), en los barrios, universidades y colegios, en los patios virtuales de la ciudad posmoderna: “No tengo oro ni plata; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Act 3,6). Hoy en día, para muchos jóvenes la posibilidad de dar sentido profundo a sus vidas vale mucho más que el oro y la plata.

La pregunta por el sentido suele estar escondida o subyacente, implícita, y se sigue formulando en diversas manifestaciones culturales: cine, teatro, literatura, canciones de rock o pop, entre otras; o sea, en aquellos nuevos ámbitos que les son más habituales y cotidianos a los jóvenes. También se intuye en los modos de vida alternativos y/o contraculturales. De todas formas, importa saber leer y acogerlos. Una condición para esto es la formación de los agentes educativo- pastorales para acceder a ello, entender la implicación e interés en estas manifestaciones culturales donde los jóvenes están insertos. Es un momento cultural muy urgente para invertir en personas, tiempo y recursos en lo que ya en su momento Pablo VI (1975) llamaba “pre evangelización” (n. 51) y que hoy cobra mayor atención o urgencia.

Por otra parte, lo anterior no significa abandonar o descuidar la reflexión sobre las experiencias de sentido que se mueven entre razón y fe. Una religión que abandone la preocupación racional llega a ser peligrosa ante las múltiples ofertas “espiritualistas” de carácter fundamentalista o de tipo esotérico. El desafío es cómo presentarla con un lenguaje inteligible para ser realmente “pastoral”, y que no sean meras elaboraciones metafísicas, lejanas de la vida cotidiana y que, por el contrario, pueden llenar de sentido la vida. La oferta pastoral es incompleta si no llega a conciliar ambos aspectos (razón y fe), particularmente cuando la cultura posmoderna demanda mucha más formación teológica, sobre todo a los agentes educativo-pastorales, de manera que puedan ofrecer el mensaje de manera atractiva y sorprendente, como fue (en el estilo del lenguaje de su época) el primer kerigma cristiano de los discursos de Pedro y Pablo. Ciertamente, este tipo de anuncio es más fácilmente acogido por los jóvenes para-institucionales ad intra ecclesia. Pero justamente el anuncio de la Buena Nueva adquiere características diversas, en la medida en que los jóvenes acogen el Evangelio como novedad y puedan surgir nuevas experiencias de fe, a diferencia de la cristiandad, donde se establecían claramente las condiciones canónicas que era necesario cumplir para ser considerado católico y recibir los sacramentos (Bacq, 2007).

Por su parte, para los jóvenes para-institucionales ad extra ecclesia, posiblemente sea más difícil presentar el kerigma por su vulnerabilidad psicosocial, y también por su actitud rebelde a un mensaje que proviene de una institución que ha perdido la confianza en la calidad humana de los encuentros sociales. Pero, como señala González (2018), en “sus palabras expresan experiencias vitales y humanizantes” (p. 177), por lo que es “posible conocer con más profundidad qué significa para ellos su pobreza y cuáles son los elementos que sustentan o afectan su autoconfianza, la confianza en los otros, y en los principios por los cuales se rebelan” (p. 177). Esta es una puerta de entrada a un anuncio kerigmático donde la persona de Cristo pueda ser significativa, porque encarna un modo humano de vivir que cuestiona “vivamente y de manera pública algunas dinámicas de la cultura contemporánea que desnaturalizan la dignidad humana” (Bacq, 2007, p. 8).

3.2. Kenosis

Nada es más convocante y natural para el mundo joven que la acción solidaria por quien está necesitado(a). El hecho de servir les brota desde su epidermis como una manifestación de disponibilidad generosa que está en su modo de ser, como expresión de hacerse solidarios del dolor ajeno. Por este motivo, la Pastoral Juvenil, más que desarrollar una solidaridad emotiva y romántica, debe fundamentar la acción solidaria en el bautismo, porque “la praxis social responsable no es un sobreañadido a la fe, sino que es parte fundamental de su vivencia” (Aros, 2018). Por tanto, es necesario incorporar en el itinerario de fe ofrecida a los jóvenes el actuar kenótico de Jesús que trasciende toda filantropía, y la enseñanza social de la Iglesia que fundamenta todo compromiso social. Ciertamente, para los jóvenes para-institucionales ad extra ecclesia, la solidaridad es una necesidad y posibilidad de crear nuevas instancias de experiencias comunitarias que podrían estar iluminadas desde la fe.

Ello invita, a su vez, a que tales procesos sean acompañados por verdaderos maestros del espíritu que no hablen de discursos previamente aprendidos, sino desde su propia experiencia, dado que nadie da de lo que no tiene; resulta más convincente. Es más verdadero decir que en la interacción pastoral no somos nosotros quienes damos a Dios a los otros, pues nunca poseemos a Dios, sino que Él nos posee a nosotros. Y está en todos, también en el interlocutor aparentemente sin fe o alejado de la fe. El arte está en hacer aflorar preguntas y experiencias que nos permitan descubrir juntos a Dios ya presente en la realidad de cada uno. En este sentido es paradigmático el ejemplo del encuentro de Felipe con el etíope (Hech. 8, 26-40).

Se trata, por tanto, de una experiencia kenótica que es necesario realizar por parte de los agentes pastorales y por toda la comunidad eclesial. Estos jóvenes para-institucionales, según González (2018), necesitan de procedimientos pastorales menos verticales y más participativos, favoreciendo su movilización social autónoma, lo cual implica “otorgar cuotas de poder a los jóvenes destinatarios para la toma de decisiones sobre el proceso de intervención” (p. 177). De esta manera:

Aceptar y respetar la autonomía de los jóvenes conlleva el gran desafío de “re-aprender” el rol del interventor socioeducativo y/o agente pastor al; pues se trata de consolidar una identidad que no necesita estigmatizar al “otro” para hallar su propio sentido y espacio social. En efecto, el encuentro con el “otro” en esta perspectiva no deja de ser un terreno complejo, ambiguo y, por tanto, peligroso para la identidad y rol educativo que comúnmente se construye tradicionalmente a través de claras fronteras físicas y psicológicas. (González, 2018, pp. 177-178)
Esta dimensión kenótica de la pastoral está en estrecha relación con aquello que señala Bacq (2007) en la Pastoral del Engendramiento, en cuanto a que el anuncio de la Buena Noticia debe “respetar las conciencias, es aceptar un despojamiento, una pérdida de dominio, una renuncia a la manipulación” (p. 8).

3.3. Hermenéutica

Se podría caracterizar esta época como hermenéutica por ser un tiempo privilegiado para recuperar o actualizar ciertos modos de acción pastoral, donde el ejemplo paradigmático del camino de Emaús nos ayuda a reinterpretar la experiencia vital en confrontación con la Escritura. Es interesante darse cuenta en la escena de Emaús que el punto culmínate es lo vivencial más que lo intelectual. “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino? (Lc, 24, 32).

En esta misma línea, la invitación del Papa Francisco (2018) a los jóvenes chilenos es que se pongan en estado permanente de discernimiento ante los acontecimientos de la vida, inspirándose en la pregunta que solía hacer el padre Hurtado, “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Se torna un desafío a la Pastoral Juvenil el ayudar a los jóvenes a saber interpretar los grandes principios que sustentan su vida, pues no hacen suyo aquello que no comprenden o que no saben explicar con sus propias palabras.

Ciertamente que en la acción pastoral para la iniciación y/o transmisión de la fe, a la hora de interpretar la Escritura, la persona de Jesucristo vivo es el criterio fundamental. Ello obliga a poner en crisis una fe infantilizada o poco cultivada. Y, a la vez, es una oportunidad para promover procesos de iniciación a la fe más parecido al catecumenado de los primeros siglos; al mismo tiempo, enseñar al agente pastoral a distinguir lo esencial de la fe de lo accidental o secundario.

En los tiempos actuales, ante un supermercado de sentidos ofertados a los jóvenes, se precisa recuperar ciertos modos de acción pastoral con claras raíces bíblicas, recuperando un modo de narrar el Evangelio con un lenguaje asequible al léxico juvenil, con una lectura más vivencial de la Palabra que recoge la vida cotidiana. Es el logro que en algunas experiencias va dando con acierto diversas adaptaciones de la Lectio Divina, y que remite a la invitación del Concilio Vaticano II de poner la Escritura en manos del pueblo cristiano (Benedicto XVI, 2010).

Los nuevos instrumentos que nos ofrece la sociología a la hora de analizar el entorno socio cultural, en conjunción con la lectura espiritual de la Escritura, puede ayudar a los jóvenes (a todos), a dar a la pregunta “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” respuestas sólidas que no sean meras recetas piadosas intrascendentes, como suele suceder.

Finalmente, aunque es legítimo que el agente pastoral ante estos jóvenes para-institucionales trate de presentar el mensaje de Cristo tratando de “convencer”, es importante, como señala González (2018) “que la co-responsabilidad con el “otro” constituye, básicamente, transacciones entre iguales”. Por tanto, la lectura que hace el joven del Evangelio es tan válida como una lectura ortodoxa.

3.4. Narrativa

Ya el Papa Pablo VI (1975) nos advertía acerca de la importancia de anunciar el Evangelio con el lenguaje de cada época. A Jesús le entendía la gente del pueblo cuando anunciaba las buenas noticias, hasta el punto de darse cuenta de que “jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre” (Jn 7, 46). Es urgente, entonces, conocer y emplear el juego lingüístico de “la gente normal”. Si el mensaje no es comprendido, ¿cómo va a ser considerado? Una característica de los jóvenes de hoy es aburrirse de los lenguajes pesados. ¿Por qué no intentar aplicar el conocido lema pedagógico de “enseñar deleitando”? Un lenguaje muy propio de la cultura posmoderna es el simbólico, que habla más a la dimensión afectiva, aunque no descuida lo intelectual, pero no lo privilegia. También eran simbólicas las parábolas de Jesús.

Por ejemplo, la valoración del lenguaje estético y la belleza en la praxis pastoral empleando la pintura, la escultura, la danza, el teatro, el cine y las redes sociales, en la iniciación o transmisión de la fe. Hoy los jóvenes tienden a molestarse si dedican tres horas a ver una película y analizarla. Prefieren comentar breves video-clips. Por lo mismo, la acción pastoral se enriquece si cuida la dimensión lúdica. Ciertamente, no se busca un gozo superficial o evasivo, sino la alegría profunda del encuentro con la persona de Jesús.

Además del lenguaje simbólico, la posmodernidad ha descubierto el lenguaje narrativo. Entonces, se trata de recuperar un cristianismo que narre de modo fresco y vivo el Evangelio, aspecto en que el pastoralista salesiano Ricardo Tonelli (1996) insistió por años. Aquí se afirma que las definiciones científicas o metafísicas se explican, en cambio, las historias se narran. El mensaje judeocristiano es particularmente la narración de una grandiosa historia de salvación. Como señala Pellegrino (2017), se trata de propiciar en la acción pastoral el método narrativo-autobiográfico, donde más que enfatizar el aprendizaje de conceptos o de ideas, se evangelice desde el relato de la propia historia de vida para revisitarla e integrar categorías de liberación y esperanza.

3.5. Pedagogía del diálogo transcultural

Al igual que el diácono Felipe, el acompañante está llamado a obedecer la llamada del Espíritu a salir y abandonar el recinto de los muros de Jerusalén, figura de la comunidad cristiana, para ir a un lugar desierto e inhóspito, quizás peligroso. Una vez que lo haya alcanzado, debe encontrar la manera de entablar una relación con el viajero extranjero, para suscitar una pregunta que tal vez aquel nunca se hubiera formulado de manera espontánea (Act 8, 26-40). En este punto está una de las implicancias del llamado del Papa Francisco (2013), la de apostar por una Pastoral Juvenil “en salida”.

Desde esta perspectiva transcultural, será necesario salir al encuentro de los jóvenes para-institucionales, buscándolos en las esquinas, en las veredas de las plazas, frente a los juegos de video o en las muchas veces improvisadas canchas deportivas. Es el primer momento del proceso de una Pastoral Juvenil Transcultural. Es el paso inicial que nos lleva a abandonar el espacio conocido, atravesando la frontera no sólo territorial sino cultural que nos separa. De hecho, físicamente, aunque compartimos territorio y nos cruzamos en los lugares comunes de nuestro barrio casi todos los días, culturalmente hemos estado y estamos separados por fronteras invisibles que no pocas veces sentimos como inexpugnables. La perspectiva transcultural implica romper el velo de invisibilidad que nos separa para hacernos mutuamente visibles y, principalmente, propiciar que este encuentro en la diversidad sea una experiencia significativa para todos sus participantes.

No obstante, más allá de la experiencia comunitaria, la importancia radica en optar por un método donde el diálogo cobre mayor fuerza, enfrente dos mundos de conciencia e impida dañar la confianza y la cercanía. Percatarnos que, como seres humanos, aunque pertenezcamos a subculturas diferentes, somos iguales a todos, parecidos a otros y distintos de todos. Diálogo que desde ya confirma al otro como existente y valioso, lo cual es la base primordial del mensaje evangélico. Por ello, hoy existe consenso en la necesidad de adoptar un estilo más dialogante en la educación de la fe. Sin embargo, no se ha superado del todo el modelo deductivo de trasmisión del Mensaje. Muchas veces el diálogo no es más que una técnica que permite comprobar si los contenidos entregados han sido comprendidos.

Si contrastamos esta manera de abordar la educación de la fe con los patrones culturales de los jóvenes, es fácil comprender la enorme distancia comunicacional que se produce. El diálogo que los jóvenes anhelan y exigen pasa por el dinamismo, la progresividad y la fuerza subjetiva, las que se consideran hoy indispensables para toda decisión plenamente humana. No es raro, entonces, que los jóvenes experimenten en la Iglesia la sensación de estar viviendo en un lugar en que se habla otra lengua.

En este contexto se inscribe el desafío aún pendiente de proponer una metodología de evangelización que permita a los jóvenes que ya conocen a Jesús actualizar el mensaje como respuesta a su vida y, para quienes no lo conocen, abrirse con mayor confianza al sentido y la trascendencia.

La eficacia de la evangelización se logra cuando el Mensaje, de ser Palabra de Dios, llega a ser también palabra de los hombres. Para esto es indispensable que la evangelización asuma las experiencias de los jóvenes y les hable en su lenguaje. Este acento antropológico en la evangelización actual tiene su correlato en la función que cumple la fe. La fe cumple una función de resignificación y de crítica profética de las experiencias cotidianas, asume lo humano y lo inscribe en el horizonte de lo divino. Por tanto, hay verdadera integración de la vida y la fe cuando el conjunto de la propia vida se refiere a Jesucristo y su mensaje como principio unificador, que orienta la interpretación de las situaciones de vida y desencadena una práctica nueva.

Conclusión

Se ha constatado en la práctica que la Pastoral Juvenil se ha abocado a los jóvenes con quienes tiene coincidencia en su mirada del mundo y de la fe. Sin embargo, estos jóvenes tradicionalmente pertenecientes a la Iglesia, hoy levantan demandas que la Iglesia institucional está en búsqueda de responder. Por ello, los jóvenes para-institucionales ad intra ecclesia empiezan a desarrollar caminos de fe y espiritualidad renovados más allá de las fronteras de la Iglesia.

A su vez, nos hemos preguntado por los jóvenes más pobres, cuyas dinámicas culturales están lejos de la cultura eclesial. ¿Cómo hacer pastoral con jóvenes cuyas dinámicas de significados y modos de ver y valorar el entorno se alejan de la “cultura católica”?

La tendencia general suele hacer una descripción errónea de los jóvenes que son parte de otra dinámica de significados, cayendo en juicios peyorativos o en cierto mesianismo político o religioso. En general, estos jóvenes, junto a sus redes sociales, suelen ser percibidos como gente con carencias de algún o de todo tipo, y con relación a las cuales la acción social, las instituciones o la Pastoral Juvenil, se autoproclaman como portadoras de la tarea de “transformar” sus vidas desviadas y/o “integrarlos” a la sociedad.

Para el caso de la Pastoral juvenil, lo cierto es que más allá o más acá de las carencias de estos jóvenes, ellos configuran una red de significados autónoma y diferente de lo que sucede con los que comúnmente participan en la dinámica pastoral cotidiana. Es decir, ellos son una “subcultura” que se auto-sostiene en su propia dinámica, la que la Pastoral Juvenil no sólo no comparte, sino que, básicamente desconoce.

De ahí que se hace necesario plantearse la pregunta respecto de cómo acoger a los jóvenes que son parte de otra red de significados, no a partir de sus carencias ni del protagonismo de los agentes pastorales, sino básicamente como a una subcultura diferente, con un lenguaje y significados que les son propios e igualmente válidos con relación a los de los agentes pastorales.

Esto plantea a la Pastoral Juvenil el desafío de tolerancia y de mirada autocrítica de la propia cultura pastoral. Se trata entonces de establecer las condiciones que permitan el encuentro con los jóvenes de otros contextos cultuales. Por tanto, el desafío implica un esfuerzo de descentramiento para ir más allá de la frontera, al encuentro de esos “otros jóvenes”. Pero es preciso ser consciente de que se está atravesando las propias fronteras, no las fronteras de la realidad o de la sociedad. Se debe caer en la cuenta de que, más allá del mundo conocido por la Pastoral juvenil, hay otros jóvenes con quienes interesa hablar de Jesús.

Este desafío permite explicitar autocríticamente la conciencia implícita con que se ha actuado en pastoral: ha prevalecido la convicción de que la acción pastoral consiste en que los agentes pastorales que conocen a Jesús y su Evangelio, lo anuncian a jóvenes que no lo conocen, pero lo buscan de algún modo, o se interesan y se acercan. Pero estos demandan transparencia y coherencia de la institución eclesial, asumiendo una actitud crítica ante los escándalos, donde los jóvenes son implacables ante la renovación de las estructuras eclesiales.

  1. cgonzalez@salesianos.cl
  2. lbasualto@salesianos.cl
  3. El término “macheteo” es un chilenismo propio de la cultura juvenil, de sectores urbano-populares, y refiere a la actividad de pedir dinero en la calle a los transeúntes, metacomunicando una ambigua mezcla de solicitud y presión.
  4. Como visión histórica de la Pastoral juvenil en Chile desde los años 1967 al 1988, que considera contexto y modelos formativos, es interesante revisar el estudio de H. Strahsburger.sdb (1992).
  5. Se trata del Método de Formación Experiencial creado por el Instituto Superior de Pastoral Juvenil (ISPAJ), organismo cerrado por decisión del Comité Permanente de la CECH en el año 2008. Este método aún está vigente en países de América Latina (CELAM- SEJ, 1995; CELAM, 2013).

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