Revista de Educación Religiosa, Volumen II, nº 2, 2020, DOI 10.38123/rer.v2i2.109
P. José Luis Quijano1
Argentina
Los refranes son la voz del pueblo, pues contribuyen a revelar su identidad y su pensamiento. Nunca envejecen, no pierden actualidad y son tan válidos hoy como lo fueron en el pasado. Encierran una sabiduría que se fue conformando a través de la experiencia reiterada de las personas. Se transmiten de generación en generación, integrando la memoria misma de los pueblos. Entre los muchos refranes que solemos usar cuando hablamos, elegí este: “Una de cal y otra de arena”, y opté por formularlo en plural porque voy a referirlo a la catequesis, que siempre es multidimensional y multifacética.
El refrán elegido se usa para hacer referencia a situaciones que presentan, al mismo tiempo, aspectos positivos y negativos. Vale, entonces, que nos preguntemos: ¿cuál es la buena: la cal o la arena? Probablemente, muchos de nosotros contestaríamos que la arena es buena, ya que la cal puede ser peligrosa si entra en contacto directo con las personas. Puede lastimarnos y quemarnos la piel. En cambio, la arena no es dañina. Puede ser suave, inofensiva, dorada, y estar asociada a hermosos paisajes marítimos.
Si indagamos un poco más, la distinción ya no es tan simple ni tan unívoca. Y me interesa detenerme en este punto, puesto que nos ayuda a situarnos en la lógica del FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas) de la catequesis en la Argentina. Nada es tan absoluto ni tan definitivo en esta lógica, al igual que en los aparentes beneficios y perjuicios de la cal y de la arena.
Ellas se emplean para la construcción de edificios. Antiguamente, cuando no se usaban los ladrillos, había que hacer una masa compacta con piedras o bloques que se fijaban con la mezcla de ambos materiales. Los malos constructores siempre ponían más arena que cal, puesto que la primera era mucho más barata que la segunda. En cambio, la mejor opción para la construcción de la argamasa esna palada de cal, un material más consistente, más caro y más noble, y una de arena, que es más ligera, abundante y, por lo tanto, menos importante. Una de cal y otra de arena y la obra saldrá buena; una de cal y otra de arena hacen buena la mezcla. Como vemos en este ejemplo, y justamente a la inversa de lo que habíamos considerado en el párrafo anterior, la cal es lo positivo y la arena, lo negativo.
Desde esta lógica pasamos a referirnos ahora a las fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades de la catequesis. Acá también podemos encontrar una alternancia entre los elementos que consideramos. Siguiendo con la misma metáfora, algunos de ellos, que pueden ser considerados cal, pueden pasar a ser arena, y viceversa. Nunca está dicha la última palabra. Aunque la catequesis parezca estar herida, como en aquella parábola (Lc 10:30-35), al costado del camino, siempre hay lugar para la esperanza y para la conversión. Las debilidades pueden pasar a ser fortalezas, y las amenazas oportunidades.
Como muy bien sabemos, el FODA es un instrumento o técnica de diagnóstico que se emplea, generalmente, en los procesos de planificación estratégica, aunque también puede utilizarse en modelos de planificación más populares y participativos, sobre todo en ámbitos en los que se busca favorecer la reflexión, la metacognición y la autoevaluación. Se utiliza en el mundo empresarial, en educación y también en la pastoral.
El objetivo fundamental de un análisis FODA es ayudar a una organización a identificar sus factores estratégicos críticos, para usarlos y sustentar en ellos los cambios organizacionales: consolidando las fortalezas, minimizando las debilidades, aprovechando las ventajas de las oportunidades, y eliminando o reduciendo las amenazas. Dicho de otro modo, y según nuestra metáfora inicial, hay un dinamismo de crecimiento y conversión por el cual los beneficios de la cal y de la arena pueden alternarse en la búsqueda de un bien mayor.
Hay circunstancias o hechos externos presentes en el ambiente que, a veces, representan una buena oportunidad que la Iglesia podría aprovechar para su acción evangelizadora. Las oportunidades son aquellos factores externos, positivos, que se generan en el entorno y que, una vez identificados, pueden ser aprovechados. También puede haber situaciones que representan amenazas u obstáculos para la misión de la Iglesia. Las amenazas son situaciones negativas, externas a los proyectos eclesiales, que pueden atentar contra estos, por lo que puede ser necesario diseñar una estrategia adecuada para poder sortearlas.
Los elementos internos que se deben analizar corresponden a las fortalezas y debilidades que tiene la Iglesia para llevar adelante su misión evangelizadora. Al pensar las fortalezas, se trata de tomar conciencia de los recursos y procesos, naturales y sobrenaturales, con que cuenta la comunidad cristiana. Son todos aquellos elementos internos y positivos que pueden ponerse en orden al proyecto eclesial.
Las debilidades, por el contrario, se refieren a todos aquellos elementos, recursos, habilidades y actitudes que la Iglesia ya tiene y que constituyen barreras para lograr la buena marcha de la misión evangelizadora. Las debilidades son problemas internos que, una vez identificados y desarrollando una adecuada estrategia, pueden y deben afrontarse, en un proceso de conversión misionera.
La mayor fortaleza de la catequesis en la Argentina reside, indudablemente, en los catequistas. Durante los meses de agosto y septiembre de 2020 pude vivir una experiencia riquísima, un verdadero oasis en medio del desierto de la pandemia. Visité muchas comunidades de catequistas de mi diócesis. Fue una experiencia marcada por la singularidad de cada una, por la unidad en la misma fe y en la misma misión y por los valores compartidos de la disponibilidad y la entrega.
Esa breve y significativa experiencia me hizo evocar tantas otras vivencias similares a lo largo y a lo ancho de mi país. Tantos encuentros, reflexiones, apretones de manos, jornadas de estudio, realizaciones logradas, publicaciones, proyectos inacabados, conversaciones y mates compartidos… Todo estaba ahí, al alcance de mi corazón.
Aprendí mucho en esas visitas de 2020 y fui cargando mi mochila de sacerdote catequista con testimonios que me llevaron al corazón mismo de la realidad: ahí donde la gente vive y se alegra, donde reza y hace opciones, donde sufre y se muere… Los catequistas siempre enseñan. A lo largo de más de treinta años de mi ministerio sacerdotal dedicados a la catequesis siempre aprendí de los catequistas. Son expertos en humanidad, conocen las alegrías y las esperanzas del hombre, sus tristezas y angustias, y saben cómo relacionarlas con el Evangelio de Jesús (Directorio para la Catequesis, #113).
Los catequistas de la Argentina son mujeres y hombres fuertes y creativos, que siguen realizando su ministerio en medio de la crisis sanitaria, social, política, cultural, económica y, sobre todo, moral que hoy vive mi querido país. Lo hacen como pueden y como saben, siguiendo una vocación y a la escucha de sus interlocutores, porque “cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador”2. A pesar de la pandemia y del cambio de época, los catequistas no bajaron los brazos porque tienen una palabra profética para decir.
Se reconocen a sí mismos profetas enviados a dialogar en medio de una sociedad sufriente, para que el rostro de Cristo se haga más fácilmente visible para cada persona, al igual que en el encuentro con la samaritana, para conducirla suavemente al descubrimiento del agua viva (DC #54). Profetas del diálogo, enviados y cuidados, que no ceden ante la verdad que Dios sembró en sus corazones. Dan el salto, se arriesgan y se atreven. No negocian la propia identidad cristiana, sino que buscan alcanzar el corazón de los otros para sembrar allí el Evangelio (DC #54) como verdaderos inculturadores de la fe. Son comunicadores de esperanza en el seno de una sociedad que sufre, se enoja y se interroga. “Conocen el Mensaje y la forma de comunicarlo amigablemente, expresándolo en un lenguaje que toca el corazón de los interlocutores” (La alegría de iniciar discípulos misioneros en el cambio de época, #91).
A pesar de tanta fuerza, entrega y gracia recibida, a veces se encuentran ante un aparente dilema en su ministerio. Con esta afirmación ingresamos ahora al ámbito de las debilidades, y justifico esta aseveración no solo a través de la observación y de un diagnóstico intuitivo, sino a partir de un trabajo de grupos focales que realizamos en mi diócesis en el año 2019. Mi participación permanente en encuentros nacionales y regionales durante más de treinta años me permite convalidar estas conclusiones para la comunidad catequística de la Argentina.
Los grupos focales manifestaron, preponderantemente, que hay unos contenidos catequísticos que “deben darse”. Son los contenidos que podríamos llamar “tradicionales”, y que se reiteran en la mayoría de los manuales de catequesis. Por otro lado, señalaron que hay contenidos que provienen de la realidad del grupo, de su circunstancia, del cambio de época en el que vivimos, de la realidad.
No hubo mucha claridad con respecto a estos temas. Por momentos, en el discurso aparecieron como valorados y por momentos como si no los consideraran realmente como contenidos. Esta falta de claridad y este dilema, en el que se llegó, incluso, a oponer contenidos y realidad, nos remiten directamente a un perfil de catequista y a la concepción de catequesis que ellos poseen. Hay un discurso aprendido que hace referencia a un catequista testigo, acompañante y facilitador de vínculos. En los diálogos de los grupos focales se escucharon enfáticamente afirmaciones como esta: “El compromiso social es mucho más abarcativo y profundo que la simple transmisión de contenidos”. Por otro lado, en el mismo discurso apareció tímidamente otro perfil: el del “catequista maestro”, que enseña linealmente los contenidos que aparecen en los manuales.
En este diálogo de oposiciones fue posible distinguir algunos elementos:
Estos horizontes, que todavía no hemos alcanzado del todo, quedan reflejados en un trabajo previo que hicimos en la Argentina con los catequistas que participaron en el II Seminario Nacional de Catequesis8. Podemos ver aquí un fragmento de la conclusión a la que arribamos con ellos trabajando colaborativamente, después de la lectura, análisis e interpretación de los datos recogidos.
“Nos preguntamos cómo se ubica la Palabra de Dios en el encuentro catequístico: a veces como una expresión de deseo o como un deber ser = hay que proclamarla; a veces como simple ilustración o como un relato; a veces como oración al final del encuentro (esto ocurre, por ejemplo, cuando se le dedica demasiado tiempo a la experiencia humana, que se resuelve desde lo que aporta cada uno desde su propia experiencia y/o a través de la enseñanza moralizante del catequista y, finalmente, se proclama la Palabra de Dios).
En más de una oportunidad, los catequistas proclamamos el texto bíblico en un momento del encuentro, tal como hemos aprendido metodológicamente. Pero rápidamente nos embarcamos en cuestiones filosóficas y doctrinales que no favorecen la experiencia de Dios, sino que muestran a un Dios del cual es difícil hacer experiencia.
Entonces, no se lo encuentra en la Palabra, y casi podríamos decir que seguimos haciendo catequesis sin Palabra de Dios, aunque hayamos proclamado el texto bíblico en el momento indicado por la metodología catequística. Por ejemplo, cuando nuestros encuentros se refieren al sufrimiento humano, muchas veces caemos en intelectualizaciones y no ayudamos a descubrir a Dios en el dolor; dicho de otra manera, no ayudamos a nuestros interlocutores a hacer la experiencia de Dios que está en el dolor”.
Desde hace ya más de veinte años, la Comisión Episcopal de Catequesis (CEC) de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) se unió al Departamento de Pastoral Bíblica. Más recientemente, después de la exhortación apostólica Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), esta Comisión pasó a llamarse “Comisión Episcopal de Catequesis y Animación de Pastoral Bíblica”. Esta integración que buscó, desde un mismo organismo, favorecer la unidad de la catequesis y de la Biblia en orden a una mayor y auténtica centralidad de la Palabra de Dios en la catequesis, hasta el momento no ha logrado alcanzar ese horizonte.
Estoy en condiciones de afirmar que tanto la formación de catequistas como la animación de la pastoral bíblica en la Argentina han priorizado las siguientes formas de lectura de la Biblia:
Por eso, un poco más arriba en este mismo trabajo nos preguntábamos: ¿centrados o descentrados? Los catequistas son hombres y mujeres de la Palabra, están centrados en la Palabra de Dios: la estudian, rezan con ella y algunos de ellos tienen el don y la vocación para expresarla artísticamente. Por otro lado, no hemos logrado una auténtica y suficiente centralidad de la Palabra de Dios en nuestra catequesis. Nos falta crecer en esta dimensión, en la lectura catequística de la Escritura, que es fundamentalmente narrativa. Tiene una especificidad propia que la diferencia de las otras formas de lectura de la Biblia. Esta especificidad consiste, justamente, en poner en contacto y diálogo la vida de los interlocutores y la Palabra de Dios9.
No se trata de formar biblistas expertos, sino catequistas que sepan tejer un entramado de historias: la del Pueblo de Dios, la de Jesús, la suya propia y la de los interlocutores que, a través de la catequesis, se van haciendo capaces de escribir un “quinto evangelio”: el de su propia vida convertida. Más que de un saber intelectual se trata más bien de un arte, de un saber hacer, de un saber ser y estar. Si pudiéramos superar en nuestra formación catequística esta debilidad, si nos hiciéramos fuertes en la lectura catequística de la Biblia, podríamos también saltar la aporía de una catequesis escolarizada y privilegiadamente doctrinal que busca, sobre todo, la preparación para los sacramentos. Si lográramos dar el paso de una catequesis didáctica a una catequesis narrativa, estaríamos caminando positivamente hacia una catequesis iniciática y misionera.
Hace apenas unas semanas, en el actual contexto de pandemia, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) publicó, como suele hacerlo cada semestre, los índices de pobreza y de indigencia. Hacia fines de 2020 la pobreza alcanzó al 42% de nuestra población, mientras que el 10,5% de los habitantes de nuestro país son indigentes. Esta amenaza adquiere los rasgos de una verdadera tragedia considerando que la población más afectada está constituida por los niños: el 57,7% son pobres, y los chicos que viven en la indigencia alcanzan el 15,7% de la población infantil. Este drama lo vivimos en medio de otro drama: la pandemia de Covid que actualmente está transitando en nuestro país la llamada “segunda ola”.
Sin hacer ningún análisis económico, ni político, ni social, ni sanitario, dado que no corresponden a este trabajo, trato de contemplar estas amenazas como un kairós de Dios en nuestras vidas. La Iglesia, como tantas otras instituciones y ámbitos de la vida social, no previó esta crisis y fue sorprendida sin reservas para mitigar el impacto. Después de un año, todavía hay reacciones tardías, silencios y ausencias. No obstante, muchos creyentes confían y esperan orientación, consuelo y liderazgo. Incluso es posible, también, observar en los no creyentes una actitud expectante. Más allá de algunas voces que se alzan para esgrimir críticas remanidas, el liderazgo espiritual del Papa está vigente. Aquella histórica bendición Urbi et Orbi, que otorgó desde Roma al mundo entero el 27 de marzo del año pasado (2020), fue talvez el paradigma de la actitud de Francisco a lo largo de toda la pandemia.
Hoy hay en la Argentina muchos hermanos heridos por el hambre, la falta de trabajo, el miedo, la tristeza o la increencia. La pregunta sobre Dios palpita en medio de la pandemia. Si Dios existe, ¿por qué permanece callado, ausente e inactivo ante tanto dolor? Cada persona, cada vida humana busca hoy su modo personalísimo de vincularse con Dios. En forma de increencia, oposición o de confiada entrega, cada uno vive, como puede, su relación con Él. Es tiempo de amenazas y también de oportunidades. Ya lo decían los profetas: “Aún en el desierto pondré un camino, ríos en el páramo” (Is 43:18-19); “Les daré un corazón nuevo e infundiré en ustedes un espíritu nuevo” (Ez 36:26).
Ante estas amenazas de desintegración social, moral y religiosa, la Iglesia tiene hoy la clara y urgente oportunidadde ser pobre entre los pobres. Hay en la Argentina una experiencia que tiene solamente tres años de vida. Este es un cauce bien concreto para operativizar esa oportunidad. Se ha conformado en la Junta Nacional de Catequesis un área de Catequesis en las Periferias para acompañar a los catequistas que llevan adelante su ministerio pastoral entre los más pobres.
Se trata de una experiencia nueva que se encuentra, actualmente, abocada a la formación de catequistas, a la profundización y clarificación del concepto de “periferias existenciales” y a la compilación de material catequístico existente en el país que requiere ser actualizado, adaptado y sistematizado. Hay aquí, tal vez, una tierra que puede ser fecundamente cultivada. Es esta una oportunidad única para la catequesis: mostrar el rostro misericordioso de Jesús. Para que tantos umbrales de dolor se hagan consentimiento, invocación, acción de gracias y profesión de fe, es preciso un anuncio misericordioso. Dicho de otro modo: es preciso el anuncio y el testimonio de alguien que ayude a reconocer allí una Presencia que bendice, para que las personas puedan decir, como Jacob, “Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía” (Gn 28:16).
En muchos catequistas de mi país anida hoy esta pregunta: ¿cómo es la catequesis en una Iglesia pobre para los pobres? El nuevo Directorio para la Catequesis y el documento del CELAM La alegría de iniciar discípulos misioneros en el cambio de época acompañan hoy nuestro discernimiento acerca de esta dimensión, que nos lleva a afirmar que la caridad precede a la catequesis, no solo linealmente como anterior al anuncio, sino también en la concepción misma de catequesis10.
Los catequistas en la Argentina viven hoy la oportunidad de ser catequistas samaritanos y creativos. Saben que la pandemia arrasa con más inclemencia entre los más pobres. Ellos conocen la realidad, la recorren y la viven. Saben quiénes están heridos al costado del camino. Los conocen, los encuentran en el barrio y en sus reuniones de catequesis, empatizan y se identifican con ellos. Saben acompañar a los que sufren.
Son fuertes pilares que sostienen la catequesis cimentados en la vocación, en la vivencia fraterna de la comunión y en el compromiso solidario con los más débiles. Como verdaderos samaritanos, con su vocación de servicio y sentido comunitario. Muchos de ellos se pusieron al frente de innumerables comedores parroquiales: cocinan, van a buscar alimentos, consiguen ropa de abrigo, alcanzan un remedio al vecino enfermo y arriesgan su vida junto a los más vulnerables de nuestra sociedad.
Este tiempo de fuertes amenazas es también ocasión de grandes oportunidades, y los catequistas crecieron en creatividad. No estaban preparados para una catequesis a distancia y se lanzaron, como supieron y como pudieron, por los caminos de internet. Inventaron cuadernillos para trabajar en familia, recurrieron a las fotos, los audios y los videos que fueron y vinieron a través del WhatsApp y también aprendieron a hacer “vivos” a través de Facebook y de Instagram. Después, cuando se pudo, se animaron a armar encuentros en los patios y en los jardines de las parroquias. Proclamaron la Palabra, cantaron y rezaron bajo un sol que traía la ilusión de una pandemia vencida. Y, aunque esta nueva ola los llena de preguntas otra vez, yo los veo listos y entregados como siempre.
Ellos saben que la incertidumbre, la enfermedad y la muerte revelan la imperiosa necesidad que tenemos del Dios providente y del prójimo fraterno. Como los sarmientos unidos a la vid, ellos permanecen en la comunidad y dan mucho fruto. Yo sé que los catequistas de mi país tienen esta certeza: el Mensaje de Cristo pobre y de una Iglesia pobre ha de ser, hoy más que nunca, no solo anuncio explícito, sino también proclamación silenciosa de la Palabra de Dios en la vida de toda la comunidad creyente. Una verdadera oportunidad para fortalecer a las ovejas débiles, curar a las enfermas, cuidar a las heridas, hacer volver a las descarriadas, buscar a las perdidas, liberarlas de fieras salvajes y congregarlas para que formen un solo rebaño (Ez 34:1-11).
Tigre, Provincia de Buenos Aires, 2021
Benedicto XVI (2010). Verbum Domini. Exhortación apostólica sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20100930_verbum-domini.html
Consejo Episcopal Latinoamericano. Departamento de Misión y Espiritualidad (2015). La alegría de iniciar discípulos misioneros en el cambio de época. CELAM. http://salesianos.pe/content/2020/03/La-alegr%C3%ADa-de-iniciar-disc%C3%ADpulos-misioneros.pdf
De Lima, L. A. (2016). Itinerario de la catequesis de Medellín a Aparecida. https://boosco.org/www/download/el-itinerario-de-la-catequesis-de-medellin-a-aparecida
De Vos, F. (1998). Catequesis... Años de historia. Memoria de la renovación catequística en la Argentina. ISCA Ediciones-Ediciones Brochero.
Equipo Europeo de Catequesis (EEC) (2011). La dimensión narrativa de la catequesis. PPC.
Francisco (2013). Evangelii gaudium. Exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. http://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
Francisco (2020). Bendición “Urbi et Orbi” del Santo Padre Francisco. Momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia. https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/urbi/documents/papa-francesco_20200327_urbi-et-orbi-epidemia.html
Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (2020). Directorio para la Catequesis. CELAM.