“Ganar la batalla de la vida y de la historia”: Marginalidad, juventud y revolución en la revista estudiantil Catacumba (1994-1999)
“Winning the Battle of Life and History”: Marginality, youth and revolution in the student magazine Catacumba (1994-1999)
“Ganar la batalla de la vida y de la historia”: Marginalidad, juventud y revolución en la revista estudiantil Catacumba (1994-1999)
Amoxtli, núm. 14, ., 2025
Universidad Finis Terrae
Recepción: 19 Febrero 2025
Aprobación: 04 Junio 2025
Resumen: El presente artículo describe y analiza el discurso, el imaginario y la práctica observada en Catacumba, revista publicada por un grupo estudiantil de izquierda radical y revolucionaria en la Universidad Católica entre 1994 y 1999. Esta publicación, además de promover la articulación y coordinación efectiva de la izquierda en su espacio inmediato de acción, permite reflejar algunos de los valores y elementos simbólicos relevantes en la construcción social y discursiva de dicho sector político juvenil, y a su vez registrar una trayectoria que va desde la marginalidad, la derrota y la desafección respecto del orden de la transición, a la posibilidad de cuestionarlo y combatirlo por medio de la organización de masas. De esta forma, el análisis del contenido vertido en Catacumba permite profundizar el conocimiento historiográfico sobre la izquierda chilena en la década de 1990, y distinguir rasgos clave en su propuesta que permanecen vigentes hasta el día de hoy.
Abstract: This article describes and analyzes the discourse, imaginary, and practice observed in Catacumba, a magazine published by a radical and revolutionary left-wing student group at the Catholic University between 1994 and 1999. This publication, in addition to promoting the effective articulation and coordination of the left in its immediate space of action, allows us to reflect some of the values and symbolic elements relevant to the social and discursive construction of this youth political sector, and at the same time to record a trajectory that goes from marginality, defeat, and disaffection with the Chilean democratic transition, to the possibility of questioning and combating it through mass organization. In this way, the analysis of the content published in Catacumba allows us to deepen our historiographical knowledge of the Chilean left in the 1990s, and to distinguish key features of its proposal that remain in force to this day.
Introducción
Durante la década de 1990, la izquierda revolucionaria en Chile experimenta una situación de orfandad, fragilidad y perplejidad extrema. Los avatares de la “transición pactada a la democracia” excluyen de la institucionalidad política, y de los márgenes de la discusión pública legitimada, a los movimientos populares y las organizaciones políticas que, propugnando un discurso de ruptura democrática durante los años de protesta contra la dictadura militar, representaban una posición y una práctica de enfrentamiento frontal contra el sistema capitalista.2 Sea por un viraje auténtico en la opinión pública mayoritaria, una operación consciente por parte de los grupos de poder existentes, una incapacidad de transformación estratégica de dichas organizaciones o alguna combinación de las anteriores, el hecho es que hacia comienzos de la década de 1990, la izquierda revolucionaria prácticamente desaparece del escenario político chileno, hegemonizado por dos grandes coaliciones, una de las cuales agrupa a gran parte de los cuadros y orgánicas que habían protagonizado la oposición a la dictadura. En este escenario, la izquierda revolucionaria, entendida como aquel sector político que propone la superación del capitalismo por medio de un cambio rápido y ajeno a la legalidad institucional vigente, se desbanda ante la derrota de la tesis insurreccional o de movilización popular para derrotar a la dictadura, y sus integrantes se enfrentan al dilema de “fierros o farras”: reafirmar su posición revolucionaria y asumir la lucha armada hasta las últimas consecuencias; o bien insertarse en el nuevo esquema democrático emergente, abjurando en distintos grados de sus posiciones previas.3
Luego de 1990, con el advenimiento del gobierno de Patricio Aylwin, la consumación del aislamiento parlamentario del Partido Comunista y la virtual aniquilación de los grupos de izquierda armada por la vía policial o de inteligencia, la preservación y reconstrucción de un espacio político de izquierda revolucionaria es un esfuerzo acometido por pequeños grupos de militantes orientados hacia una precaria inserción en el mundo social y a una reflexión, también precaria, acerca de la derrota sufrida en años anteriores y las condiciones de posibilidad de su existencia futura.4 En este sentido, la bibliografía existente ha orientado el estudio acerca de esta coyuntura a partir de los derroteros experimentados por diferentes culturas u organizaciones políticas identificadas con la izquierda revolucionaria, así como de los espacios sociales en los cuales ellas se desenvuelven. En cuanto a las organizaciones, destacan los trabajos de Rolando Álvarez y Fernando Pairican sobre el Partido Comunista, que se constituye como la principal fuerza de la izquierda radical crítica de la transición.5 Más exigua es la literatura sobre el MIR, otro grupo relevante de la oposición “insurreccional” a la dictadura,6 mientras que recientemente han emergido diversas investigaciones relativas a los grupos de izquierda armada en estos años, que declinan hacia mediados de la década debido a la intervención de aparatos estatales para su desarticulación.7 Respecto a los espacios de incidencia social, existe consenso en identificar tres: el movimiento de pobladores, el movimiento sindical y el movimiento estudiantil, tres frentes que resultan golpeados por la desmovilización asociada a la transición, pero que comienzan a mostrar señales de recomposición hacia finales de la década de 1990, con un ascenso importante de la izquierda.8
En particular, interesa para efectos de este trabajo examinar en mayor profundidad la realidad del tercero de estos espacios. De acuerdo con Fabio Moraga, las escuálidas organizaciones de la izquierda revolucionaria “se encontraban en una crisis estratégica ante la imposibilidad de impulsar sus propuestas radicales en el nuevo escenario político, pero encontraron momentáneamente en el movimiento estudiantil las posibilidades de tener mayor influencia”.9 Así, durante estos años “algunas escuelas y facultades fueron convertidas en especies de refugios para la izquierda revolucionaria”, canalizando y articulando, aunque fuese a un nivel primario, el descontento con el orden político, social y económico de la transición, además de las problemáticas directamente universitarias.10 En esta línea, una de las principales formas de articulación, expresión y dinamización de la organización estudiantil de la izquierda revolucionaria fue a través de revistas, boletines y publicaciones con variable nivel de periodicidad y precariedad en su formato. Si bien “no hubo una gran producción teórica que comprendiera el nuevo orden y buscase grietas que explotar desde la izquierda”,11 distintos grupos juveniles emprendieron dicha búsqueda, con una función a la vez expresiva —dando cuenta de su existencia en el mundo, con un marcado tono reivindicativo—, analítica —observando en perspectiva crítica su historia reciente, buscando en ella potencialidades para el futuro— y orientada a la acción, apostando a ser un nodo de organización, reclutamiento y proyección de una alternativa. Así, recogiendo una tradición de larga data sobre la relevancia de las publicaciones escritas como nodos de articulación para la organización estudiantil, fueron capaces de elaborar discursos y coordinar formas de acción para la reconstrucción de un espacio político que había llegado a una crisis profunda con la transición a la democracia.
Este trabajo explora este fenómeno histórico a través del estudio pormenorizado de un caso específico, hasta el momento inexplorado por la investigación existente: la revista Catacumba, publicada en la Universidad Católica entre 1994 y 1999. Esta revista, publicada y difundida inicialmente en formato de boletín durante el segundo semestre de 1994, juega un rol de articulación y expresión de la izquierda radical y revolucionaria en la Universidad Católica en un momento de marginalidad política, social y cultural de este sector político; adicionalmente, expresa la visión de mundo, la experiencia subjetiva y las categorías de análisis que emplean estos grupos en sus reflexiones, sus estrategias de reclutamiento y sus discursos públicos. Catacumba, además, evoluciona en el tiempo: de la articulación primitiva de militancia izquierdista dispersa, el pesimismo y la reivindicación de la marginalidad en sus inicios, pasa a una visión combativa y optimista respecto de las posibilidades de confrontar al orden político y social de la transición con el auge de las movilizaciones universitarias y otros conflictos sociales en la segunda mitad de la década. Este tránsito coincide, además, con la formación y desarrollo de Maestranza, organización política que finalmente asume como propia la elaboración y publicación de Catacumba, cuya última edición —idiosincráticamente— sale a la luz en el segundo semestre de 1999.
El presente artículo se estructura de la siguiente forma. Primero, luego de la introducción, se presenta una síntesis de las revistas estudiantiles como canal de expresión, análisis y articulación político-social con particular énfasis en el caso chileno. Segundo, se da cuenta de la realidad del movimiento estudiantil y la izquierda radical a comienzos de la década de 1990, dando cuenta del significado generacional de la situación social y política entonces vigente. Tercero, se recorre la propuesta estética, política y cultural vertida en las páginas de Catacumba, estableciendo una periodificación en tres partes: primero, Catacumba como una expresión de marginalidad; segundo, Catacumba como expresión de un proyecto político en un período de auge de la movilización social; y tercero, Catacumba frente a las contradicciones y límites de su propio proyecto y el entorno en el cual se desenvuelve. El primer quiebre en la periodificación, aunque no es del todo categórico, se produce cuando Catacumba se asocia, o bien organiza en torno a sí, al colectivo político de izquierda revolucionaria Maestranza, que sigue un curso ascendente hasta llegar a la Federación de Estudiantes (FEUC) en 1998, para luego cambiar su fisonomía y disolverse en el año 2000.12 Por último, se plantean una serie de conclusiones y reflexiones finales sobre el tema y sus implicancias. Desde un punto de vista metodológico, este artículo recurre especialmente a versiones originales de Catacumba proporcionadas por algunos de los integrantes de Maestranza, así como a fuentes primarias y secundarias de contexto, entre las que destacan los trabajos de Luis Thielemann, Fabio Moraga y Patricio Lagos sobre la izquierda estudiantil de estos años.13 En síntesis, este artículo aporta en la mejor comprensión histórica de un segmento político y social específico, además de arrojar luz sobre el rol expresivo y articulador de las publicaciones, y de los elementos discursivos propios de la juventud izquierdista de la década de 1990 y su trayectoria.
Las revistas estudiantiles: un medio de expresión con historia
Dada su constitución como sujeto colectivo sociohistórico, en la idea de una “unidad generacional”, asociada con experiencias y referencias simbólicas comunes, los grupos juveniles suelen adoptar identidades en oposición con el orden vigente y buscar vías de expresión para manifestar su diferencia respecto de la sociedad cuya construcción les precede históricamente.14 Así, la “construcción identitaria de lo generacional” consiste en “el modo en que la socialización política vivenciada durante el periodo juvenil constituye una referencia para la articulación identitaria de imaginarios de generación”.15 En esta línea, de acuerdo con Renato Dinamarca, “las generaciones intelectuales tienden a crear sus propios espacios de sociabilidad, a construir una red política e intelectual y a generar un sentido de pertenencia”,16 para lo cual la edición de una publicación periódica resulta esencial: tanto como canal de síntesis, discusión y expresión de ideas, tanto individuales como colectivas, como en la articulación de un punto nodal para la organización y el grupo de referencia desde el cual se ubica la publicación. En palabras de Leticia Prislei, estas publicaciones constituyen “emprendimientos culturales relevantes” que “pueden ser consideradas observatorios privilegiados de la actividad intelectual porque configuran estructuras elementales de sociabilidad que permiten analizar el despliegue de las ideas”.17
En el caso chileno, “durante el siglo XX las actorías sociopolíticas de los jóvenes se expresaron fundamentalmente en el mundo estudiantil, pues si bien es verificable la presencia de jóvenes partícipes del movimiento obrero o del movimiento poblacional —entre otros espacios colectivos—, no existió en estos una transmisión identitaria que relevara lo juvenil por sobre las referidas condicionantes estructurales”, por lo cual el movimiento estudiantil chileno se transformó rápidamente en una plataforma de articulación y expresión de sensibilidades juveniles.18 De esta manera, dadas las formas de configuración identitaria que asume una generación en su etapa juvenil, la centralidad de determinadas formas de expresión de dicha identidad —entre las cuales se encuentra la creación de “órganos”, publicaciones y vías de difusión de las propias reflexiones y discursos— y la existencia en Chile del movimiento estudiantil como plataforma primordial de despliegue de las subjetividades juveniles, en cuanto tales, resulta posible explicar la importancia que históricamente han registrado las publicaciones periódicas, específicamente las revistas, en el movimiento estudiantil chileno. En palabras de Ricardo Brodsky, “el desarrollo del movimiento estudiantil ha estado vinculado a la existencia de revistas en las que abunda la poesía, los ensayos, los dibujos y el desorden”.19
De acuerdo con Eduardo Valenzuela, la primera revista estudiantil chilena en publicarse fue El Pito, en 1907, adoptando un tono satírico con ocasión de una serie de manifestaciones anticonservadoras.20 Esta afirmación, sin embargo, es controvertida por Fabio Moraga, quien rastrea hasta 1904 la publicación del Boletín de Medicina, revista que difunde las actividades y el pensamiento del recién organizado Centro de Estudiantes de Medicina.21 En cualquier caso, los autores coinciden acerca de la centralidad que adquieren las publicaciones en el origen del movimiento estudiantil, y en especial de su organización por antonomasia: la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), que hasta la década de 1920, agrupa casi la totalidad de los estudiantes de educación superior en Chile.22
En 1911 surge la revista Juventud, primer órgano oficial de la FECH, que constituye “una de las fuentes fundamentales para entender las inquietudes políticas y sociales de la organización estudiantil”, reflejando una inquietud generacional “confiada en los impulsos y la fuerza de una juventud pura e incontaminada que era la esperanza de renovación cultural y social del país, donde la política era un aspecto presente pero relegado a un plano secundario”.23 La revista Claridad surge en 1920, manteniendo y proyectando la línea planteada previamente, adquiriendo gran importancia y visibilidad en el escenario nacional. Mario Góngora lo recordaría como “el mejor testimonio del espíritu de una generación juvenil que dejó por largo tiempo un sello inconfundible de rebeldía”.24 Además de interpretar el pensamiento de la Federación y de difundir su actividad, Claridad también se convirtió en un espacio de intercambio y confrontación entre diferentes corpus ideológicos y visiones de mundo, entre las cuales predominaba —aunque sin exclusividad— la corriente anarquista.25
Con el paso de las décadas, se mantiene la centralidad de los medios escritos y las publicaciones periódicas en la expresión del movimiento estudiantil, aunque crecientemente asociadas con organizaciones determinadas, en general tratándose de juventudes político-partidistas o bien las propias organizaciones representativas de masas, en línea con el giro de integración del movimiento en la política de masas propia del “Estado de compromiso”.26 El nombre Claridad mantendría un valor simbólico para la FECH, que denomina de esta forma, a su órgano principal de difusión —aunque con algunas interrupciones— hasta su disolución forzosa en septiembre de 1973.
Las revistas estudiantiles cobrarían una renovada importancia en el contexto de la organización del movimiento de resistencia contra la dictadura y la intervención militar, que comienza a despuntar a finales de la década de 1970. De forma habitualmente clandestina y con pseudónimos por motivos de seguridad, estas publicaciones resultan ser una de las primeras formas, en las cuales, la juventud de izquierda logra romper el silencio político impuesto a través del terror por parte del régimen militar. Revistas como Krítica, Despertar y El Pasquín “fueron el complemento indispensable de la lucha estudiantil, el lugar de reflexión, de intercambio, de construcción de las nuevas ideas”.27
En el caso de Krítica, ella expresa una sensibilidad política determinada, aunque no estrictamente partidista, que reivindica una postura de “sospecha frente al autoritarismo de formas de organización leninista” asociada con la renovación socialista y el “basismo” en el movimiento estudiantil.28 Como explica Brodsky, la cultura de organización estudiantil en torno a revistas declina luego de 1982, con una reemergencia de la competencia política ordenada en torno a partidos políticos de alcance nacional, los cuales difunden sus propias publicaciones.29
Un tercer momento de protagonismo de las publicaciones periódicas dentro del movimiento estudiantil, se produce a partir de la crisis que experimentan las organizaciones estudiantiles durante la primera mitad de la década de 1990, sobre la cual se profundizará más adelante. Con el descrédito de las juventudes políticas de la Concertación como fuerza hegemónica del movimiento, emerge y gana espacio una pléyade de colectivos, “grupos organizados que nacen a partir de 1993 por jóvenes descontentos con las limitaciones de la denominada transición a la democracia, los cuales buscan crear alguna forma de organización con un carácter político, pero a través de la cual se busca resolver problemas que atañen a su condición como estudiantes universitarios”.30 Muchas organizaciones nacen y se articulan en torno a publicaciones periódicas, siendo el caso más emblemático —pero no el único— el de la SurDA, que existe desde 1992 como revista para el público general y como organización semiclandestina que organiza “frentes de masas” operando bajo diferentes nombres en distintos espacios.31 Luego de alcanzar su punto más bajo hacia 1993, el movimiento estudiantil inicia un ciclo ascendente propulsado por la capacidad de movilización de las organizaciones de base.32 Es precisamente en este contexto que cobra protagonismo político, social y cultural la izquierda radical y revolucionaria —o extraparlamentaria, considerando a las Juventudes Comunistas— dentro del movimiento estudiantil, y que emergen expresiones como Catacumba.
La organización estudiantil a principios de los ‘90
Durante gran parte del siglo XX, el movimiento estudiantil chileno fue administrado por dirigencias cuya identidad política se encontraba explícitamente asociada a estructuras partidarias nacionales. Dicho de otra forma, la competencia y la vida interna del movimiento se daba fundamentalmente entre militantes de partidos, tanto en sus épocas de auge como de reflujo en la movilización. Esto se relaciona directamente con el modo de organización de la sociedad chilena durante la época del “estado de compromiso”, en el cual las organizaciones sociales representativas de masas orientaban su acción y su identidad respecto del Estado. Para Manuel Antonio Garretón, “la arena político-partidista fue el principal instrumento de constitución y auto-reconocimiento de un movimiento social” como el estudiantil.33 Este experimentó numerosas crisis, aunque no generalizadas ni demasiado profundas. La FECH y la FEUC, sus dos principales organizaciones representativas, mantuvieron desde la década de 1930 hasta 1973 una existencia ininterrumpida. Luego de ser descuajeringado con el golpe militar, el movimiento estudiantil también se reconstruyó —aunque veladamente, dadas las condiciones— a través de los partidos y la expansividad de sus identidades.34 Con la recuperación y democratización de las federaciones estudiantiles hacia mediados de la década de 1980, las elecciones volvieron a darse principalmente entre listas identificadas con partidos, en comicios con altos niveles de participación, triunfando en la mayoría de ellos la Concertación, con la Democracia Cristiana Universitaria (DCU) a la cabeza.35
Estas tres características colapsaron durante la primera mitad de la década de 1990. Los niveles de participación descienden dramáticamente, lo que en muchos casos propicia la simple desarticulación de las mesas federativas por efecto del incumplimiento del quórum previamente fijado y su reemplazo por dirigencias interinas, en el mejor de los casos. La DCU gana la FECH —y otras federaciones— por última vez en 1990 y es luego desplazada, primero por el socialismo y luego por las Juventudes Comunistas, que reniegan abiertamente de la “transición pactada” y la política de las juventudes oficialistas para el movimiento estudiantil. Por otro lado, ante el descrédito de los grupos políticos tradicionales, los “colectivos” comienzan a ocupar una posición de cada vez mayor liderazgo, reivindicando como valor central su autonomía respecto de los partidos. La trayectoria descendente puede marcarse al menos desde 1987, y con mayor fuerza desde 1989. Luego del triunfo del “No” en el plebiscito de 1988 y la posterior elección de Patricio Aylwin, la CONFECH se disuelve y las manifestaciones callejeras desaparecen. En 1990, una reunión especial de dirigentes universitarios del país, en su mayoría concertacionistas, concluye que “el movimiento estudiantil no está preparado actualmente para responder con nuevas propuestas ante el sistema democrático, lo que ha producido una crisis de participación entre el estudiantado”.36
Claudio Orrego, presidente de la FEUC en 1990, sintetiza el ánimo generalizado afirmando “el natural hastío de lo que por mucho tiempo fue la política estudiantil fundada esencialmente en el conflicto nacional”, proponiendo en su lugar una política activa orientada especialmente al bienestar estudiantil y académico.37 Sin embargo, esta propuesta no logra sostenerse en el tiempo dentro del movimiento estudiantil. Las cifras de participación caen fuertemente en todas las federaciones, viéndose muchas de ellas en problemas debido a los niveles de quórum mínimo establecidos en sus respectivos estatutos.38 A finales de 1991, el dirigente democratacristiano Alberto Undurraga —presidente electo de la FEUC— explicaría la caída en la participación “en la medida que antes las votaciones eran altas en organizaciones gremiales, sindicales y estudiantiles, pues era una forma de expresión en un régimen autoritario; y cómo las cosas cambiaron y estamos en democracia, la gente pierde cierta motivación”.39 En 1992, un conflicto respecto a la asignación del crédito universitario generó movilizaciones en todo el país, con el reemplazo del sistema de créditos como demanda principal. Estas movilizaciones, sin embargo, no tuvieron el resultado esperado y agudizaron en la base estudiantil la percepción de que las dirigencias de la Concertación habían sido “incapaces de representar las demandas de los estudiantes”.40 Así, “como resultado de la frustración generada por el poco éxito de la movilización, el movimiento estudiantil y las federaciones entraron en una profunda crisis”.41
Hacia 1993, casi todas las federaciones universitarias del país entraron en procesos de crisis que terminaron en su disolución, o en la interrupción de su funcionamiento normal.42 En este escenario, reemerge dentro del movimiento estudiantil la izquierda radical que había sido derrotada con la “transición pactada” a la democracia. Por una parte, las JJCC —incontaminadas por las insuficiencias de la transición concertacionista— ganan fuerza y se constituyen como la principal organización del movimiento estudiantil, encabezando el proceso de reconstrucción institucional en muchas federaciones, particularmente la FECH.43 Por otro lado, surgen en distintos planteles colectivos estudiantiles de izquierda, cuyo discurso se ubica a la izquierda del PC, defendiendo su autonomía respecto de los partidos políticos, y cuya militancia deriva en muchos casos de otras experiencias de izquierda revolucionaria. Estos colectivos se caracterizan por “un crecimiento veloz cuantitativamente hablando y una forma de construir de carácter movimentalista y basista”.44 En ellos “regularmente convivían veteranos de la izquierda radical muchas veces escondiendo su militancia real con jóvenes estudiantes que, sin experiencia orgánica, no estaban dispuestos a confiar en la vieja izquierda tradicional”.45 Organizaciones de esta naturaleza comienzan a germinar en los distintos campus del país, con un discurso crítico de la transición, de la Concertación y que se asocia con distintas sensibilidades o subculturas políticas de izquierda, y si bien, su existencia resulta efímera en la mayoría de los casos, constituyen de todas formas una experiencia paradigmática en el tipo de construcción político-social propio de un contexto de desenraizamiento partidario, cambio cultural y creciente desconfianza institucional.
Catacumba como expresión de marginalidad (1994-1995)
El proceso anteriormente descrito en sus rasgos generales se reproduce también en la Universidad Católica, aunque con varias particularidades propias de su contexto. Al igual que en la FECH y distintas federaciones regionales, la DCU mantiene por varios años la presidencia de la FEUC hasta ser desplazada por la Juventud Socialista en 1993. Sin embargo, la gestión federativa de los socialistas termina con conflictos internos y la derrota de su lista de continuidad para el año siguiente ante el Movimiento Gremial, que a partir de entonces presidiría la FEUC durante cuatro años consecutivos. La reemergencia del gremialismo coincide con el descrédito de las juventudes partidistas de la Concertación, lo cual redunda en la desintegración de estas últimas, o en su reducción a la mínima expresión.46La crisis de las organizaciones tradicionales de la izquierda estudiantil deja un vacío que comienza a ser llenado por expresiones de carácter local, organizadas en distintas carreras o facultades, con diarios murales o revistas de limitada difusión como referencias públicas. En Historia surge el colectivo Contrapunto, mientras en Ciencias Sociales nace Revolucionando Conciencias y en Periodismo, el grupo Al-Margen. Todos son pequeños y apenas cuentan con alguna estructura orgánica interna; comparten la desconfianza de las juventudes políticas, la crítica a la transición y una identidad política de izquierda, aunque “estos grupos emergentes dentro de la UC tienen, en sus primeros meses de vida, un escollo insalvable: apenas se conocen entre ellos”.47
En este contexto, durante el segundo semestre de 1994, un pequeño grupo de estudiantes de distintas facultades organizado por Camilo Brodsky, estudiante de Castellano, comienza a editar una revista que, mezclando reflexiones políticas y expresión cultural, pueda constituirse como una referencia común para los distintos grupos de izquierda radical que, de manera descoordinada e inorgánica, comienzan a emerger en distintos rincones de la Universidad Católica. Así, la primera edición de Catacumba sale a los patios del Campus Oriente —donde se concentra la mayor cantidad de carreras tradicionalmente asociadas con la izquierda— en el segundo semestre de 1994. Su estilo es sumamente rudimentario: se trata de hojas frágiles, sin más encuadernación que el doblaje de las fotocopias y con muchas de sus páginas escritas a mano. Se define como el “pasquín de la ultratumba universitaria”, lo cual refleja una manifiesta autocomprensión de marginalidad: quienes editan la revista se perciben como parte de un submundo, de una minoría escondida que actúa fuera de la luz del día. En su primer editorial, firmado por “El Comité”, queda de manifiesto el análisis de la situación concreta que elabora el grupo detrás de Catacumba y sus, hasta el momento, modestas perspectivas, ya que “casi nada podemos hacer; la suerte se echó a rodar hace un buen tiempo, y ya que no hicimos mucho por cambiarla hasta ahora, decidimos que tal vez podríamos alcanzarla antes de que siga dejando estragos en nuestras conciencias”.48
Hace años, en una época casi mítica, las universidades servían de punto de encuentro para personas que pensaban y discutían; los estudiantes vivían inventando publicaciones y sembrando movimientos con el único fin de corroborar su propia existencia y la del resto del mundo. Hace años también, eso dejó de ser así: primero la represión y luego la abulia fueron venciendo al pensamiento. Pero nunca es tarde para ganar la batalla de la vida y de la historia; quedan muchas ocasiones para volver a ser heroicos sin ser petulantes. Es por eso que decidimos salir de las catacumbas en las que nos manteníamos ocultos: para recuperar tiempo y memoria y dar todas esas batallas inconclusas.49
El resto de la edición, de ocho páginas, incluye dibujos apócrifos, una biografía de Gonzalo Arango y algunos textos que siguen el tono del editorial: pesimismo, crítica social ácida y un llamado a la acción más visceral que reflexivo. “Rafael” escribe que “llegó la hora de romper con la cultura eufemística y amnésica que irradia esta putrefacta ‘democracia’ [...] Este Chile plástico, jaguariano, norcoreano y mercadotécnico, salpica podredumbre”.50 También hay referencias irónicas a las elecciones de la FEUC —“los mismos protagonistas, los mismos discursos insípidos avalando las toneladas de propaganda pagadas por los partidos de siempre”—, donde el gremialismo había derrotado a la Juventud Socialista: “Nada nuevo bajo el sol coercitivo que tuesta las pieles de los chilenos y los estudiantes hace ya un buen tiempo”.51 La crítica a los socialistas es particularmente aguda, apuntando a que sus discursos “sirven más de terapia de grupo que nada crea y finalmente nada dicen”.52 La crítica general, que parte del cuestionamiento a la transición como arreglo político-institucional, se extiende así a la cultura y a todos los escenarios en los cuales dicha lógica se instala como paradigma dominante. Se aclara, irónicamente, que nada de lo dicho en los textos es serio o es verdad, por lo cual sus autores y difusores no se hacen responsables: si todo es mentira, el efecto es ambiguo. Otro de los textos breves se refiere a la política estudiantil del momento como “la ortodoxia de la buena onda”.53
A comienzos de 1995, Catacumba publica su segundo número. Es un hito destacable, por cuanto muchas iniciativas editoriales particulares no lograban extenderse más allá de una sola edición. Es por ello, que los editores destacan que la revista “ha logrado superarse a sí misma y sacar un segundo número, para continuar con la grata tarea de sembrar la cizaña y la molestia cómplice en las dormidas cabezas de los católicos estudiantes de esta perversidad. Perdón: universidad”.54 La frustración respecto del “amnésico” orden político y social de la transición se formula nuevamente, esta vez con visos existencialistas más nítidos: “Tengo la impresión de que preferiría haber muerto a principios de siglo en una pequeña revuelta, o difundiendo panfletos anarquistas en la universidad de Córdoba. Tal vez la rueda vuelva a andar si la empujamos”.55 Se recuerda la derrota de Pinochet en 1988 con la esperanza de “ya no más CNI, ya no más pobres, no más censura, no más persecución, ni oscurantismo, no más arriesgar la vida por la lucha contra el régimen” y la posterior desilusión.56
También se evalúa la situación universitaria, elaborando una distinción entre “nosotros, los acolmillados perros” —el activo político— y “la masa apática que tanto criticamos”. Así, se reconoce la existencia de una “apatía”, aunque rescatando que “al entablar alguna conversación de pasillo, todo el mundo se manifiesta en contra de alguna u otra cosa, ansioso de una u otra medida, consciente de la necesidad de recuperar el tan mentado ‘espíritu universitario’, etcétera”. Para construir una organización a partir de esta inquietud latente, el autor anónimo del texto propone “cambiar nuestro canino código, para intentar comunicarnos a partir del propio lenguaje de la masa”.57 Allí comienza a dibujarse la misión doble de Catacumba y el ecosistema que florece en torno a ella: constituir un espacio de resistencia, con reflexiones políticas e ideológicas contundentes, pero capaz de permear a la masa estudiantil, reconstruyendo el tejido organizacional disuelto y orientándolo en una dirección de izquierda radical.
La tercera edición sigue en la misma dirección, y comienza a exteriorizar su voluntad de articular un proyecto universitario, desafío que reconoce como “inconcluso” en su editorial: “Nosotros sólo podemos alzar nuestra voz para demostrar que no todos los estudiantes piensan en cuentas corrientes o en autos; para que sea obvia nuestra presencia y para, en lo posible y lo imposible, animar a aquellos que no hablan porque creen que nadie escucha”.58 Este enfoque, reminiscente de la “propaganda por el hecho” del anarquismo decimonónico, es la forma de proyectar la marginalidad hacia la construcción de masas. Junto con poemas, relatos breves y una irónica carta abierta a los “señores profesores”, nuevamente se aborda la política estudiantil interna de la UC, observada nuevamente con distancia y sarcasmo: “Es el mes de elecciones de FEUC y comienza a salir ya el nauseabundo olor de las ilustres listas, que todo buen partido con diarrea ideológica debe presentar. ¡Esta es la UC! ¡La esquina con menos putas! [...] Justamente ahora, mientras no alcemos en algo la diminuta voz, estos seguirán haciendo lo que quieran; total, saben que habrá silencio. [...] Aún en las catacumbas, en la oscuridad o donde sea, se hace urgente la nota disonante pues esta melodía ya nos traga”.59 Poco después de la publicación de esta edición, los distintos colectivos de izquierda que orbitan el ambiente de Catacumba, forman por primera vez una plataforma unitaria de coordinación: el Movimiento Universitario Rebeldes Generando Acción (MURGA), que no se define explícitamente con la izquierda y adopta un lenguaje de inspiración humanista con el propósito de ampliar su público.60 Lentamente, las tendencias comienzan a cambiar.
Catacumba con viento a favor (1996-1997)
A mediados de 1995, un grupo que incluye a varios colaboradores habituales de Catacumba, entre ellos Camilo Brodsky, funda en Campus Oriente el colectivo Maestranza, identificado con la izquierda revolucionaria en la tradición cultural y política del MIR, en lo que algunos militantes y académicos denominan “matriz mirista”.61 Su nombre alude al “trabajo colectivo, entre todos, calor, la fuerza necesaria, golpear los metales, darle forma al futuro”.62 Inicialmente, su relación con la publicación es ambigua: en sus páginas participan integrantes de otros colectivos, con identidades políticas menos específicas y sin ánimos de militancia. Con el paso de los meses, sin embargo, Catacumba pasa a identificarse cada vez más estrechamente con Maestranza. Es en el séptimo número cuando la editorial pasa a ser firmada por Maestranza; en el octavo ya se presentan informaciones y líneas específicas del colectivo; y en el noveno la portada presenta a Catacumba como “pasquín oficial y oficioso del colectivo Maestranza”. Es, como se ve, un proceso paulatino. Esta evolución entronca con un ánimo menos puramente expresivo y más de articulación orgánica en Catacumba. Si los primeros números consistían esencialmente en lamentar el estado vigente de cosas, marcado por la desmovilización y la neutralización de masas propia del orden transicional, ya en el sexto número, publicado en octubre de 1997, el tono es diferente y optimista respecto del rumbo que, según perciben, comienza a tomar la sociedad chilena en su conjunto. Uno de los artículos se titula, sintomáticamente, “ahora es cuando”:
Chile despierta de su letargo y comienza a construir, con la lucha y el trabajo cotidiano, el Chile de mañana. Chile capitalista se muestra: la estafa inmobiliaria desnudada con la lluvia, la crisis de la salud clasista, la falsedad de la Justicia, la corrupción generalizada en el gobierno, el financiamiento del sistema con dólares lavados, la senaturia de Pinochet; el pueblo se muestra: la hermosa fuga de presos políticos, las masivas protestas de los trabajadores del carbón en mayo, las estudiantiles en junio, las de todo el pueblo en septiembre, los homenajes masivos al Ché, son signos claros de que algo está cambiando. El triste panorama del mundo social hace cinco años se ha transformado en un luminoso porvenir que entre todos hemos construido.63
En este optimismo incide como elemento de subjetivación directa, claramente, la movilización estudiantil, que había alcanzado una masividad inusitada y terminado con importantes triunfos como el inicio de procesos de reforma interna en las universidades estatales.64 Este número es también el primero en el cual el editorial es firmado por Maestranza, y expresa en sus líneas la línea política de la organización, consistente en “separarse con claridad de los reformismos de toda laya que solo confunden a los trabajadores” y “desatar lucha política anticapitalista, buscando la extinción de la democracia burguesa con la patria popular, justa y digna para todos sus hijos”.65 Pocos meses atrás, en el último número de la revista no asociado explícitamente a Maestranza, se esboza una encendida convocatoria, ya con las movilizaciones estudiantiles en auge: “No nos pudieron, no nos pueden matar, ni de bala, llanto, apatía o pasta base. Estamos aquí, nunca nos fuimos. Nunca nos iremos los que de a gotitas vamos construyendo el aguacero que desbordará los cauces que nos trazó el poder. [...] Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el capitalismo, y el camino lo hacemos todos”.66
Entre 1996 y 1997, el movimiento estudiantil de izquierda en la UC comienza a despuntar, con el impulso de MURGA como espacio de coordinación, la rearticulación de las JJCC —quienes, en un comienzo, se presentan también en “formato” de colectivo, con el nombre Tribuna Amaranto— y la reaparición de la Concertación universitaria como rival, a la par del gremialismo. Para las elecciones FEUC de 1994, 1995 y 1996, los grupos de izquierda extraparlamentaria, incluyendo a Maestranza, habían promovido la abstención, favoreciendo con ello sucesivos triunfos del Movimiento Gremial, a expensas de los débiles y efímeros referentes políticos constituidos por las jibarizadas juventudes concertacionistas.
En 1996, Maestranza, a través de MURGA y en conjunto a las JJCC y otros grupos menores, constituye una “Plataforma por la Refundación” que organiza una campaña masiva para impedir que las elecciones lleguen al quórum mínimo de 50% requerido para validarlas, con el objetivo de “potenciar un proceso de caída y posterior refundación” de la FEUC, para lo cual “el llamado a la abstención es la única alternativa real, plural y democrática de construir organización y movimiento estudiantil”.67 Este esfuerzo es derrotado y los gremialistas ganan la Federación por cuarta vez consecutiva, lo cual, sumado al crecimiento de las movilizaciones, determinan un cambio de estrategia respecto al cual Maestranza, si bien era escéptico en un comienzo, termina por adscribir. Ya el año anterior los comunistas, involucrados en el proceso de reconstrucción de la FECH, habían propuesto presentar una lista a la FEUC, cuestión rechazada por Maestranza —conformado durante todo su período de existencia por algunas decenas de personas, aunque sus cifras exactas de militancia son difíciles de precisar dado el carácter horizontal y asambleísta de su forma orgánica— y la mayoría de los participantes de MURGA.68
Así, luego de realizar su primer Congreso y definirse como una organización política, Maestranza analiza “que su llamado a la [abstención] no había dado resultado, [por lo que] comenzaron un proceso de integración con otros sectores”.69 Este proceso da origen al Frente de Estudiantes de Izquierda (FEI), concebido inicialmente como una plataforma de la cual forman parte independientes, Maestranza, las JJCC —ya presentadas como tales— y un grupo de socialistas denominado Estudiantes Progresistas, que durante el año habían separado aguas con la DCU. Con este hito, en octubre de 1997 “termina MURGA, termina el abstencionismo, los colectivos desaparecen, se integran o mutan a organizaciones políticas propiamente dichas, poniendo fin a una etapa y dando inicio a otra que traería sus propias vicisitudes y contradicciones. Es la apuesta sin retorno del ingreso a la institucionalidad tradicional para subvertirla hacia la izquierda; la apuesta de una generación”.70
El FEI se impone sorpresivamente en las elecciones, ubicando como presidente a Álvaro Ramis y concitando la atención de la prensa nacional por su discurso abiertamente izquierdista y crítico de la transición. Con ello se abre, además, un momento de desafíos paralelos para Maestranza y el ecosistema político, social y cultural que habita. Por una parte, sale definitivamente de las catacumbas y salta al conocimiento público dentro y fuera de la Universidad, atrayendo nuevos militantes y lectores para Catacumba. Por otra parte, debe asumir las dificultades asociadas a la administración política y técnica de una institución compleja como la FEUC, sin perder de vista sus objetivos centrales: la refundación de la Federación, a través de un Congreso, y la participación y liderazgo del movimiento estudiantil a nivel nacional.
Catacumba frente a sus límites y contradicciones (1998-1999)
En marzo de 1998, Maestranza recibe a los estudiantes de primer año explicitando por medio de Catacumba “ante el estudiantado y el pueblo entero algunos elementos centrales de su Ser-Deber-Ser”, dada la notoriedad que había alcanzado la organización, definiéndose como “un colectivo de estudiantes basado en el principio de la horizontalidad y la autonomía”, entendiendo esta última como “la libertad del colectivo para organizarse y actuar fuera del sistema político y económico de la dictadura que ha sido profundizado por la Concertación”. Además, resalta su papel en la formación de MURGA y el FEI, llamando “a vencer la apatía y los conformismos, a superar el coyunturalismo reformista, a construir desde las bases, a desatar esperanzas y rebeldías; a estudiar, organizarse y movilizarse cada día buscando incansablemente la justicia y la libertad; es decir, la revolución”.71 Se refleja entonces una paradoja de difícil administración: no obstante su desconfianza en la política institucional y su priorización en la construcción de movimientos sociales amplios, en 1998 Maestranza “tuvo que asumir tareas administrativas, situación que como colectivo no habían discutido” y que involucraba temas que “eran de total ignorancia de la organización, como gobierno universitario y financiamiento”.72 Viviana Castillo, vicepresidenta de la FEUC e integrante de Maestranza, señala que “hemos debido ir afinando un proyecto claro pero no muy estructurado; teníamos principios, fines, objetivos… pero sin saber muy bien cómo canalizar eso a través del espacio institucional o cómo realizar la gestión”.73
Mientras, Catacumba busca aprovechar de todas formas la visibilidad que otorga la FEUC y la recuperación del protagonismo nacional por parte de la izquierda radical a través del movimiento estudiantil y otros hitos, de los cuales Catacumba se hace eco. Por ejemplo, interviene en el debate sobre el costo socioecológico de las salmoneras en la región de Los Lagos,74 y los conflictos en torno al reorganizado movimiento indígena mapuche,75 así como la salida de Pinochet de la Comandancia en Jefe del Ejército y su incorporación como senador designado: “Lo que queremos dejar en claro, para este año que comienza [1998] con intensas movilizaciones, es que no podemos creer que yéndose Pinochet se acabará ‘el autoritarismo’ [...] Bueno, cierta apertura podemos tener, pero ¿por cuánto tiempo? Sencillamente hasta que los dueños del capital se sientan amenazados”.76 También se crítica el posmodernismo, afirmando que “la alusión a la fragmentación de los discursos homogéneos es una abierta invitación al individualismo más estático”.77
En la FEUC, sin embargo, el Congreso de Refundación se retrasa y sus resultados terminan desechados al año siguiente, mientras el FEI se quiebra por la salida de comunistas y socialistas. Maestranza y Catacumba comienzan a enfocarse en la formación de redes con otras organizaciones de izquierda extraparlamentaria asociadas a la matriz mirista.78 Esta articulación comienza a robustecerse luego del malogrado Congreso Nacional Universitario (CNU) de mediados de 1998, donde Maestranza se agrupa con colectivos como Changó (Universidad de Chile), Estudiantes en Marcha (UTEM), Estudiantes por la Nueva Universidad (UMCE) y la Juventud Rebelde Miguel Enríquez.79 Para estos grupos, críticos del rol de los partidos incluyendo al PC, “nadie puede sustituir la riqueza de la construcción y conducción que el actor social haga de sus propias luchas. Creemos en la potencialidad del movimiento social y en la necesidad de la rearticulación de un movimiento de bases realmente democrático y con sentido de proyecto. Es esto lo que reafirma la necesidad de construcción de una Nueva Izquierda, de un actor nuevo que, asumiendo el desafío de la constitución de poder popular, supere las prácticas de la izquierda tradicional”.80 Estas diferencias con el PC llevarían a que el FEI, en la práctica hegemonizado por Maestranza luego de la salida de comunistas y socialistas, se negara a una lista única con las JJCC en las elecciones FEUC de 1998, afirmando que las diferencias “radican en priorizar de una manera muy diferente las distintas tareas que se deben asumir en el terreno universitario y, sobre todo, en las actitudes y modos de construir movimiento estudiantil”, acusando “prepotencia, egoísmo y tozudez” en los dirigentes comunistas.81
Estos y otros conflictos determinan un descalabro electoral de la izquierda en la FEUC, en línea con un reflujo similar en otras universidades. Mientras la Concertación vuelve a la FEUC representada en la plataforma K3, junto a independientes, Ramis reconoce en la prensa que “el establishment de la Católica se mantiene inalterable. Esa es una gran verdad, y aún no logramos encontrar la piedra filosofal del cambio en esta Universidad”.82Catacumba, que se había publicado tres veces entre marzo y septiembre de 1998, pasa casi un año sin editar un nuevo número luego de la derrota del FEI en las elecciones de la FEUC, donde una integrante de Maestranza, la estudiante de Historia Natalia Chanfreau, había sido candidata a la presidencia. El número 10 de Catacumba, que sería el último, sale a los patios de la Universidad en agosto de 1999. En él, se afirma que Maestranza ha “crecido cuantitativa y cualitativamente [...], consolidado nuestra relación y trabajo con compañeros de otras organizaciones estudiantiles, de trabajadores y pobladores”.83 En efecto, la primigenia articulación con grupos de similares características en otras universidades toma forma en la Coordinadora de Colectivos, iniciativa que surge “por la necesidad de articular a diferentes organizaciones de izquierda del ámbito estudiantil universitario, los cuales no forman parte de la estructura partidista y que en el trabajo y el análisis conjunto, se ha constituido en un espacio de discusión, crítica y propuesta de la política universitaria”.84
En el país, la discusión mediática se centra en las elecciones presidenciales que enfrentarían a Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, con presencia —y votación— apenas marginal de la comunista Gladys Marín. Los movimientos sociales que habían despuntado algunos años atrás exhiben sus límites, y dicha reflexión no queda ajena a Catacumba. La revista había aparecido en el momento de máxima marginalidad pública de la izquierda radical y los movimientos sociales críticos de la Concertación; los siguió en su proceso de auge, desde un sitial privilegiado como el movimiento estudiantil; ganó fuerza y organicidad al calor del mismo proceso; y ahora debía hacerse cargo de su devenir. Su principal limitación, como en el inicio, dice relación con su capacidad de permear más allá de las vanguardias ideologizadas de forma permanente, para construir organizaciones capaces de confrontar al entramado de poder que constituye entonces el Estado. En un artículo firmado por Hernán González, se afirma:
Estas diversas movilizaciones, sin embargo, no logran ingresar al escenario de ‘la’ política. Si bien dejan ver un debilitamiento de la opinión oficial, no consiguen llamar la atención sobre las fallas estructurales del neoliberalismo que las origina. Del mismo modo, la validación de la presión social como herramienta legítima y a la vez, una pérdida del miedo instalado en el país no provocan una cadena de movilizaciones ni coordinación entre diversos sectores sociales. [...] Estas movilizaciones, finalmente, parecen mostrar una desvinculación entre el actor social concreto (estudiante, poblador, etc.) y una franja de cuadros y activistas que son los que levantan un discurso antagónico al modelo.85
Dentro de la Universidad, Maestranza busca volver a su trabajo de base en oposición a la conducción de la Federación, acumulando fuerza en asambleas y Centros de Alumnos. Se critica a la K3 por su “evidente tendencia gobiernista” y “su actitud oportunista y provocativa”, llamando a la participación en asambleas locales y en la movilización nacional a contrapelo de la FEUC.86 Si bien al menos hasta 1999 se cuenta con un número estable de cuadros militantes, su influencia comienza rápidamente a declinar, y con ello la producción de contenidos y eventualmente también la masa militante. Luego de no poder consolidar su fuerza entre 1998 y 1999, “el movimiento estudiantil entró en un reflujo que también fue sentido por las organizaciones de izquierda” y muchas de las organizaciones que habían aparecido en la segunda mitad de la década se disuelven, entran en inactividad o cambian de forma.87 Es, también, el caso de Maestranza, que durante el año 2000 abandona el FEI —luego de una nueva derrota en la FEUC, esta vez nuevamente en un esfuerzo conjunto con los comunistas— y luego se disuelve, con una intervención pública resaltando la figura de Miguel Enríquez como acto final. Catacumba, por su parte, se queda en diez números. Es el final de una trayectoria de altos y bajos, de marginalidad y exposición, y de ejercicio creativo y expresivo permanente ante las contradicciones que impone el orden social, político, económico y cultural de la transición chilena en una franja específica del campo social: la izquierda estudiantil.
Conclusiones y reflexiones finales
El presente artículo, que a su vez constituye el resultado de una investigación centrada en la exploración de una narrativa político-social específica, recoge los escritos, reflexiones y análisis vertidos en la revista estudiantil Catacumba entre 1994 y 1999. De tal suerte, se ha propuesto recorrer la evolución en las temáticas, los énfasis y los marcos conceptuales vertidos en los textos de la revista, acompasando este análisis con una revisión de su contexto a nivel universitario y nacional, para objeto de arrojar luz sobre su contenido y también de enmarcarlo en procesos sociales y políticos de mayor alcance. De esta forma, se analiza de forma inédita el contenido de la revista Catacumba, que expresa una sensibilidad de izquierda revolucionaria cercana a la matriz mirista dentro del movimiento estudiantil de la Universidad Católica durante gran parte de la década de 1990, dando cuenta de su trayectoria vital como proyecto, su entroncamiento con diferentes iniciativas políticas —particularmente el colectivo Maestranza, del cual Catacumba se convierte en órgano oficial hacia 1997— y su vinculación estrecha con las dinámicas del movimiento estudiantil y la izquierda radical en Chile durante un período de marginalidad para dicho sector político, sumergido bajo la hegemonía del proyecto de la transición chilena encabezado por los gobiernos de la Concertación.
En consideración de lo anterior, este artículo contribuye a la literatura existente en al menos tres sentidos fundamentales. En primer lugar, permite expandir el conocimiento y las fuentes de trabajo y material sobre el movimiento estudiantil y la izquierda radical juvenil de la década de 1990, un área que ha sido explorada escasamente a excepción de los autores aquí citados. En segundo lugar, ofrece una perspectiva de trayectoria político-intelectual de un grupo específico que se articula en torno a un medio de comunicación escrito: una revista estudiantil, dando cuenta de la importancia del análisis del material escrito, editado e impreso y la cultura que, simultáneamente, produce y expresa, iluminando las discusiones en torno a la trascendencia histórica de este tipo de comunicación y expresión. En tercer lugar, revela y contextualiza las ideas, la producción intelectual y política específica de la revista Catacumba, dando cuenta de su relevancia en cuanto expresión de una subjetividad ideológica generacional anclada en el espacio de la militancia universitaria, cristalizada orgánicamente —en este caso— en el colectivo Maestranza.
Finalmente, y a modo de conclusión, lo explorado y analizado en el artículo permite extraer reflexiones adicionales. Primero, se deja traslucir el carácter polifuncional de la revista como forma escrita: aunque sus énfasis varían según la coyuntura, puede oficiar como nodo de articulación político-social, plataforma de difusión intelectual o instrumento de agitación masiva, entre otras. Segundo, se observa con meridiana nitidez una trayectoria estilizada de la izquierda estudiantil en el período que abarca la circulación de la revista, que va desde la marginalidad hasta un ascenso en la movilización estudiantil, hasta culminar en un declive que cuestiona los horizontes de la revista y su entorno; recorrido que, como se ha mencionado, se encuentra estrechamente relacionado con los procesos políticos y sociales de la época. Tercero, se deja entrever un lenguaje crítico de las formas de la transición, de las prácticas de la política institucional chilena, del modelo económico y sus correlatos sociales, políticos y culturales que, aunque embrionario, se consolidaría en años siguientes y llegaría a formar parte constitutiva del discurso del movimiento estudiantil en 2011 y con posterioridad, influyendo en muchas de las nuevas organizaciones políticas de izquierda que encuentran un anclaje en dicha subjetivación. Es, por tanto, una ventana a la historia temprana de ideas y conceptualizaciones que luego alcanzarían formas más avanzadas y de exposición pública prolongada, siguiendo su propio desarrollo.
Será materia de futuras investigaciones continuar profundizando en fenómenos que se han abordado aquí de forma apenas lateral, tales como el carácter específico del proceso de descomposición de la izquierda radical y los movimientos políticos en los primeros años de la transición a la democracia; el resurgimiento del movimiento estudiantil, con sus limitaciones, sus conflictos y antinomias; y el rol cambiante de los medios escritos, tales como las formas de edición y los modos de recepción, en la cultura política estudiantil chilena, cuya historia se remonta hace más de un siglo y se prolonga hasta el día de hoy.
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Notas
Información adicional
redalyc-journal-id: 6157
Enlace alternativo
https://revistas.uft.cl/index.php/amox/article/view/538/ (html)