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La transformación empresarial de Editorial Ercilla. De Sociedad Anónima a la quiebra (1932-1942)
The business transformation of Editorial Ercilla. From a public limited company to bankruptcy (1932-1942)
La transformación empresarial de Editorial Ercilla. De Sociedad Anónima a la quiebra (1932-1942)
Amoxtli, núm. 7, 2021
Universidad Finis Terrae
Recepción: 03 Enero 2022
Aprobación: 23 Abril 2022
Resumen: Entre 1932 y 1942 operó en Chile la Editorial Ercilla. Su ingreso al mercado editorial vino acompañado de un considerable aumento en la producción de libros, modernización y adquisición de nuevas maquinarias, así como el establecimiento de un circuito de traslado y venta de libros desconocido para el mercado chileno. Este artículo analiza la transformación empresarial de la Editorial Ercilla. A partir de informes, publicaciones y memorias, se examinan las ideas que motivaron al directorio para transformar su empresa de una Sociedad de Responsabilidad Limitada a una Sociedad Anónima. El artículo identifica tres momentos centrales en el desarrollo empresarial de la editorial: la estructura administrativa en sus inicios, la posterior búsqueda de inversionistas para satisfacer la creciente demanda de libros en Chile, y los problemas laborares, crediticios y de competencia que causaron la quiebra.
Palabras clave: Editorial Ercilla, historia de la edición, libros, Chile.
Abstract: Between 1932 and 1942, Editorial Ercilla operated in Chile. Its entry into the book market was accompanied by a considerable increase in book production, modernization and acquisition of new machineries, as well as the establishment of a circuit for the transfer and sale of books unknown in the Chilean market. This article analyzes the business transformation of Editorial Ercilla. Based on reports, publications and memoirs, it examines the ideas that motivated the board of directors to transform their company from a Limited Liability Company to a Corporation. The article identifies three central moments in the business development of the publishing house: the administrative structure in its beginnings, the subsequent search for investors to satisfy the growing demand for books in Chile, and the labor, credit and competition problems that led to bankruptcy.
Keywords: Editorial Ercilla, books, history of publishing, Chile
Introducción
El estudio de las empresas editoriales aún es un tema poco investigado en la historiografía.1 La preocupación por la materialidad del libro, las prácticas lectoras, la transformación del mundo letrado y la crítica textual de los impresos han predominado en la historia del libro y la edición.2 Sin embargo, las editoriales, principales gestores de la publicación, difusión y distribución de los trabajos literarios e intelectuales, han sido relegadas a un segundo plano, tanto en los estudios literarios como en los historiográficos.
El desarrollo de las empresas editoras y su gestión respecto de la circulación del libro en el continente fue un proceso de largo alcance que integró problemas de recepción, de tránsito entre distintos países e intereses comerciales e ideológicos; actores como vendedores, escritores e instituciones culturales jugaron un papel relevante para demarcar los límites del movimiento de la literatura. De ahí la importancia de analizar estas empresas culturales también como un espacio de negocios, cuyas propuestas y publicaciones tenían un impacto inmediato en el escenario cultural de Chile.
El objetivo de este artículo es analizar el funcionamiento administrativo de Editorial Ercilla en Chile entre 1932 y 1942. Se trata de una empresa que apuntó al público de masas por medio del desarrollo de lógicas empresariales basadas en la publicación de bajo costo, circuitos de transporte interregional e internacional, difusión de escritores nacionales, publicidad en revistas de alto tiraje y peticiones a intelectuales reconocidos en espera de reseñas y noticias sobre los impresos. De esa manera, este proyecto editorial desarrolló una estrategia empresarial que conjugaba las necesidades del mercado interno, la lectura de los distintos contextos políticos, reivindicaciones sociales transnacionales y la internacionalización de escritores locales.
En los estudios relacionados con las editoriales y su desarrollo durante la primera mitad del siglo XX se observan tres tipos de empresas bien diferenciados: las editoriales políticas, las editoriales intelectuales y las empresas de literatura de masas. Si bien todas cumplen el objetivo general de publicar libros, en cada una sus propósitos se diferencian gracias a los títulos que publican, la administración que ejercen en el interior de la empresa y la posición que ocupan en el mercado librero.
Diversas investigaciones han analizado editoriales enfocadas en publicar literatura de masas.3 Mediante la descripción de sus colecciones, de sus estrategias de circulación y de su funcionamiento administrativo, los investigadores han superado la crítica intelectual referida a que estas empresas solo se dedicaron a publicar títulos de literatura facilista y poco exigente, para comprender cómo una editorial dedicada a la producción de bienes culturales se inserta en los mecanismos de la economía de mercado.4 Como señala Carlos Abraham, el papel editor que cumplen estas compañías no surgió de la decisión autoral, sino “de los requisitos comerciales planteados por la empresa con el fin de satisfacer el mercado”.5De ese modo, Editorial Ercilla se caracterizó por producir grandes tirajes, con precios bajos, portadas llamativas y con ventas en librerías y quioscos a fin de hacer los libros asequibles a todo tipo de público.
El artículo se dividirá en cuatro apartados. En el primero se realiza una biografía general sobre la editorial. En el segundo, se analizan los cambios en la estructura administrativa que llevó a Ercilla a transformarse en una empresa librera de éxito. En el tercero se examina la transformación de la editorial en sociedad anónima, la venta de acciones y la inyección de recursos para su expansión en el mercado latinoamericano. Y, por último, se indaga en la quiebra de la editorial, el exceso de inversión, los problemas laborales y la falta de recursos para hacer frente a la arremetida de editoras extranjeras.
Editorial Ercilla
El 11 de abril de 1932 nació Editorial Ercilla. Durante los primeros dos años de funcionamiento se dedicó a reimprimir clásicos literarios europeos, según Tomás Lago, “de éxito seguro”.6 Su nombre no fue una casualidad, sino que demarcaba la posición que pretendía ocupar la nueva empresa en el ambiente literario chileno. El apellido de uno de los escritores más reconocido en la literatura chilena, Alonso de Ercilla, fue el elegido para nombrar a la editorial. Su poema épico La Araucana, escrito en la segunda mitad del siglo XVI, es una de las obras más relevantes compuestas en suelo chileno; el mismo Cervantes escribió en el Don Quijote: “La Araucana de Don Alonso de Ercilla, La Austriada de Juan Rufo Gutiérrez y El Monserrat de Cristóbal de Virues […] son los mejores que en verso heroico en lengua castellana han escrito”.7 Así, la nueva empresa puso en marcha una de las más importantes producciones libreras que se hayan desarrollado en el país, acompañada de un nombre cargado de simbolismos literarios que ocupó un lugar central en el imaginario nacional.
Su principal fundador fue el argentino Laureano Rodrigo, quien había sido jefe de publicidad de La Crónica en Lima, jefe de la agencia de publicidad The International Publicity Company, dueño de una empresa de ventas de terreno y accionista mayoritario de una editora en Perú. Las principales razones para iniciar una nueva empresa librera en Chile fueron sus contactos literarios y su amplio conocimiento acerca del negocio editorial, elementos que permitirían sacar el máximo provecho a la comunidad lectora local.8 El segundo a cargo fue el chileno Luis Figueroa Mazuela, obrero tipógrafo y militante del Partido Comunista de Chile desde 1938; su taller se transformó en la imprenta inicial de la empresa, y entre sus obligaciones destacaron la gestión administrativa para abaratar costos de producción con distintos proveedores y contactar con escritores extranjeros para comprar derechos de autor y aumentar el catálogo de la editorial. El suizo Hans Schwalm también se unió al emprendimiento como accionista, pero se retiró en 1939, al igual que Emiliano Ferruz, quien solo estuvo en la empresa dos años.9 Por último, en 1933 se unió al proyecto Ismael Edwards Matte, accionista principal de la empresa, director de la Sociedad de Escuelas Nocturnas, arquitecto, miembro honorario de la Sociedad de Instrucción Primaria, diputado por Santiago y férreo enemigo del presidente Arturo Alessandri. Aspiró a convertir el libro en un objeto de consumo masivo y remover el escaso ambiente editorial que existía en Chile.10
Ercilla se caracterizó por publicar un amplio catálogo con miles de títulos y colecciones que abarcaron diversas temáticas como biografías, literatura infantil, novelas policiales, economía, política, manuales caseros y una “Biblioteca Femenina”. Las traducciones sentaron las bases de la editorial. Solo el escritor peruano Luis Alberto Sánchez tradujo entre uno y dos libros por mes desde el francés y el inglés.11 Entre los libros que tradujo Ercilla se encuentran Rien que ton corps de Germaine Ramos, Mi vida y mis amores de Frank Harris, El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence, Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell, Rehab de Waldo Frank, Story of the Pacific de Van Loon, El materialismo militante de Jorge Plenajov, La máquina de leer pensamientos de André Maurois, entre otros. El objetivo era colocar a disposición del público chileno numerosos best seller, obras de difícil acceso como ensayos políticos, investigaciones históricas, debates ideológicos y una buena cantidad de estilos literarios: realismo socialista, neorrealismo, criollismo y novela rosa, que ya circulaban por Europa y Estados Unidos.
Entre 1935 y 1937, Editorial Ercilla logró el extraordinario promedio de publicación de un título por día. Tuvo el equipo editor y de traductores más numeroso entre las editoriales chilenas, fue de las pocas que pagó derechos de autor en grandes cantidades a diversos escritores de todo el mundo y publicó tirajes que muchas veces sobrepasaban las 7 mil copias. Con dos edificios corporativos, imprentas propias, camiones de distribución, 70 corresponsales de venta y difusión en el extranjero e importantes vínculos con circuitos intelectuales, en cuatro años Ercilla logró 1.400 ediciones de libros vendiendo el 70% de su stock. A esto se suma la publicación de 8 revistas bajo su sello (Ercilla, Hoy, Pulgarcito, Cinelandia, entre las más importantes), con sucursales en Valparaíso, Concepción, Magallanes y Tocopilla en Chile, así como en Buenos Aires y Bogotá. Todo ello hizo de Ercilla la empresa editorial más importante del país durante la década de 1930, detentora de una voz autorizada en el debate sobre la política editorial chilena.
El éxito de Ercilla responde a diferentes motivos: a sus contactos en Latinoamérica, al cierre del mercado español por la Guerra Civil, a los importantes intelectuales que formaron su equipo editorial o a los reconocidos títulos que publicó en la década durante la que estuvo activa. Ahora bien, junto con el significado del trabajo intelectual que tuvo la empresa librera es importante, como en toda historia de la edición, comprender su estructura y decisiones administrativas, cuyo éxito y fracaso se debieron, también en gran parte, al estudio de los mercados lectores y a la forma de inversión de capital en torno a la venta de libros.
Editorial Ercilla, a través de su transformación empresarial, propuso nuevas estrategias de edición, venta y difusión que, para bien o para mal, en el intento por dominar las exigencias del mercado interno de Chile transformaron las prácticas de lectura. En sus momentos de auge contrataron a escritores jóvenes y extranjeros que dieron cabida a nuevas temáticas y estilos que nutrieron el ambiente intelectual de la época; asimismo, el auge de la literatura nacional y latinoamericana se advierte en sus colecciones, en las negociaciones por los derechos de autor y en los testimonios de la época.
En definitiva, Ercilla reveló las lógicas empresariales de una editorial dedicada a las masas que contaba con publicaciones políticas que circularon gracias a las redes de exiliados apristas y que respondieron a proyectos ideológicos e intelectuales. De ese modo, esta empresa librera representó la unidad de un espacio editorial que conjugó contextos políticos álgidos, reivindicaciones sociales y la circulación de discursos de los exiliados en Chile. Por lo mismo, al igual que otras propuestas intelectuales, resulta de interés volcar nuestras investigaciones en los efectos de sus políticas culturales, de sus discursos y escritos, además de tomar en cuenta que parte importante de estos resultados, ya sean éxitos o fracasos, se debe a una administración empresarial que, muchas veces, tiene contradicciones con las políticas sindicales, la inversión social y la equidad cultural.
Primeros pasos
Ercilla fue reconocida como una empresa editorial de tenor latinoamericano por la participación mayoritaria de exiliados apristas entre sus filas, por la compra de derechos de autor a escritores del continente, por la publicación de libros y artículos de izquierda y por la edición de intelectuales como Pablo Neruda, Víctor Raúl Haya de la Torre, Mariano Azuela y Rómulo Betancourt, entre otros. No obstante, para realizar el amplio trabajo de edición, difusión y circulación de libros, junto con sus redes intelectuales y contactos literarios la editorial necesitó de un alto capital de inversión que apuntara al éxito e internacionalización de la empresa.
La primera inversión que hicieron los socios para la editorial fue de $917.000 en 1933.12 Con este dinero se compró maquinaria, se instaló la casa matriz en el centro de Santiago (calle Monjitas 454) y se aumentó la reimpresión de obras famosas, objetivo fundante de la firma.13 Posteriormente, la llegada del exiliado peruano Luis Alberto Sánchez a fines de 1934 revolucionó a Ercilla; se contrató más personal, se editaron obras inéditas, tanto chilenas como extranjeras, y aumentaron los tirajes. En consecuencia, la producción librera se acrecentó seis veces en menos de dos años, lo que obligó a una mayor inversión que sostuviera los nuevos puestos de trabajo y más maquinaria. Sánchez relató esta evolución editorial de la siguiente manera: “En Ercilla lanzaban un libro por semana; pronto pasamos a publicar dos; luego, seis. […] La editorial casi nunca pagaba derechos de autor, excepto a los chilenos y latinoamericanos. En esto Rodrigo fue un precursor de la ciudadanía continental”.14 La transformación empresarial no debía esperar: tres accionistas no podrían sostener el aumento productivo que se avecinaba. La búsqueda de más capital era fundamental para que la empresa mantuviera el ritmo de crecimiento y evitara el estancamiento editorial. Para ello, los socios fundadores desarrollaron en 1936 una fórmula de sustento empresarial que consistió en abrir nuevos espacios de participación para inversores que quisieran ser dueños activos de la editorial.
La nueva estructura administrativa de Ercilla para percibir una mayor cantidad de capitales fue la transformación de una “Sociedad Colectiva de Responsabilidad Limitada” a una “Sociedad Anónima”. Según la revista Hoy, la nueva fórmula permitiría “dotar [a la editorial] de dinero necesario para realizar el ensanche que exige el creciente desarrollo del negocio”.15 El capital disponible de la sociedad anónima fue de 10 millones de pesos, dividido en 400 mil acciones de 25 pesos cada una. Ahora bien, la editorial ya contaba con un presupuesto de $6.750.000, por lo que el saldo de capital que los organizadores ofrecieron al público inversionista fue de $3.250.000.16 La idea fue mantener su directorio y conservar la mayoría en las votaciones de las asambleas generales, ya que cada acción valía un voto. En 1936, el directorio de Ercilla lo constituían los chilenos Ismael Edwards, el escritor y periodista Rafael Elizalde, el escritor e historiador Alejandro Méndez, el periodista y diplomático Conrado Ríos y el colombiano, nacionalizado chileno, Ricardo Valdés. La gerencia quedó a cargo de Laureano Rodrigo, y los subgerentes eran Hans Schwalm y Luis Figueroa.
Para llamar la atención de posibles inversionistas, Ercilla tuvo que hacer público su funcionamiento y sus ganancias. En la revista Hoy se señaló la importancia de la empresa destacando las sucursales que poseía en Chile y en el continente, la maquinaria de última generación adquirida en Alemania, los 320 trabajadores a su cargo y las redes intelectuales fuera de las fronteras nacionales que hacían trabajo de difusión. Sin embargo, el principal argumento de la editorial para encontrar nuevos accionistas se sostuvo en el 14% de utilidades que recibía de forma anual a partir de su capital. Las cifras indicaban un aumento en las ventas desde 1933, cuando el promedio mensual era de $40.000, hasta 1936, en que las cifras eran superiores a los $350.000. Según Ismael Edwards Matte, el aumento de la demanda de libros no solo traía consigo mayores utilidades, sino también nuevas responsabilidades. Para mitigar las necesidades del mercado librero se debía incrementar la inversión, cuyos intereses repercutirían en el desarrollo futuro de la empresa. De ese modo, según el directorio, la solución estaba en buscar nuevos inversionistas, adquirir nuevos activos y tener fondos de inversión pertenecientes a la empresa.17 Según esa lógica y con cifras positivas —el capital de Ercilla creció más de siete veces en 4 años—, el director llamó a hacerse parte de la empresa afirmando que: “todo hace presumir que nuestras ventas proseguirán incrementándose. A medida que suben los tirajes, bajan los costos de producción, lo que permite una mayor baratura en los productos, lo que se traduce en una segura proyección creciente en los consumos”.18
Fecha | Monto $ (en pesos chilenos) |
1 de octubre de 1933 | 917.000 |
31 de diciembre de 1934 | 1.147.000 |
31 de diciembre de 1935 | 2.686.201 |
30 de junio de 1936 | 6.750.000 |
30 de junio de 1937 | 10.000.000 |
30 de junio de 1938 | 15.000.000 |
Sociedad Anónima
El ritmo de crecimiento de Ercilla obligó a su directorio a pensar en la figura legal de la Sociedad Anónima para tener “la elasticidad necesaria para afrontar cómodamente nuevos aumentos”.19 Entre 1933 y 1936, los colaboradores de la editorial siempre se mantuvieron cercanos al directorio y al mundo literario; por eso Edwards Matte llamó a diplomáticos, banqueros, abogados, médicos e ingenieros a formar parte de la lista de accionistas, pues el objetivo consistía en que la empresa “sea no la propiedad de un grupo reducido de personas, que usufructuemos de una más que satisfactoria utilidad, sino la propiedad de una gran cantidad de personas amantes de la cultura que significa la difusión de la lectura”.20 Este llamado, repleto de buenas intenciones, tuvo sus frutos en solo dos meses, julio y agosto de 1936, cuando logró cerca de doscientos accionistas, aunque los nuevos socios en su mayoría fueron empleados de los talleres y las oficinas de la misma editorial.
En junio de 1936, Ercilla publicó los estatutos de la sociedad anónima, estableciendo la nueva organización, las responsabilidades y renovación de cada cargo, la función de las asambleas y la distribución de las utilidades. El objetivo central de la empresa fue:
La Sociedad tiene por objeto explotar el negocio de la imprenta en todas las formas conocidas, sin limitación alguna; editar libros y revistas, distribuirlos y venderlos; fabricar, distribuir y vender todo género de impresos; libros en blanco y artículos de escritorio; comprar y vender libros, revistas y otras publicaciones en Chile y en el exterior; explotar el negocio de librería en general; realizar cualquiera operación comercial o negocio industrial que tenga relación directa o indirecta con los ramos precedentes; comprar o vender bienes muebles o inmuebles y valores mobiliarios; construir los edificios que juzgue necesarios para el mejor desarrollo de su industria o comercio, y finalmente ejecutar cualquier género de operación comercial sin limitación alguna.21
En definitiva, la sociedad anónima buscó abarcar todos los espacios de la industria del libro, desde las imprentas e inmuebles hasta las librerías y la circulación, abriendo nuevas posibilidades de inversión y de ganancia. Por su parte, las acciones eran nominativas, títulos numerados correlativamente que llevaban la firma del directorio o gerente, el sello de la sociedad anónima, el monto del capital social y la duración del compromiso.
Los asociados tenían el derecho de asistir a las “asambleas de accionistas” convocadas una vez al año, en las cuales se trataban el nombramiento del directorio y su remuneración; la memoria, el balance general, la cuenta de ganancias y pérdidas de inventario; la distribución de las utilidades; el nombramiento de los inspectores de cuentas y su remuneración.22 Estos últimos eran el mecanismo para que los accionistas ejercieran el derecho de inspección y fiscalización de la contabilidad y la documentación. Este cargo duraba un año y podían ser contadores profesionales. Dado que los nuevos inversionistas solo poseían la cuarta parte de las acciones, debían solicitar por escrito la convocatoria de una asamblea ordinaria o extraordinaria mediante “un aviso publicado por tres veces en un diario de la ciudad de Santiago” y con un mínimo de cinco días de anticipación23.
El directorio fue el cargo más alto de la sociedad anónima y tuvo una duración de dos años con la opción de reelección. Ejercían la facultad de nombrar al gerente, fijar y modificar las atribuciones y deberes de los empleados, determinar la marcha de los negocios y celebrar todos los contratos a nombre de la empresa24. Por su parte, el gerente estaba encargado de dirigir y organizar el negocio de los libros, por lo que debía proponer al directorio la planta de personal y sus remuneraciones, impartir las órdenes e instrucciones para el funcionamiento de la editorial, expedir la correspondencia y firmar los documentos referidos a las operaciones de la empresa.25 En la búsqueda por más capital, la editorial logró impulsar una imagen de empresa seria; ya no era una imprenta artesanal de amigos publicando clásicos literarios, sino que ahora se posicionaba para competir por el mercado local y el extranjero.
A pesar de los esfuerzos hechos por la editorial, en un principio la venta de acciones no tuvo el éxito esperado. Según indican los avisos publicados en las revistas de la empresa, entre julio y septiembre de 1936 se solicitaba reiteradamente la cooperación del público para suscribir las acciones necesarias y así completar el capital de 10 millones de pesos. Ante esta situación, a fines de septiembre de 1936, Ismael Edwards publicó en la revista Hoy, semanario del que era director, un reportaje titulado “conversación de negocios”, en el que a través de un formato de (auto)entrevista señalaba lo conveniente que era invertir en la sociedad anónima. Esta “conversación con un amigo”, como la llamó el escritor, estaba hecha para cautivar a los últimos posibles accionistas con preguntas formuladas y respondidas por el firmante. El diálogo se iniciaba con un supuesto: “se dice que las acciones que no estén suscritas por el público, el 30 de este mes [septiembre], las tomarás tú, para ti [para Edwads Matte]”.26 De ahí, el director de Hoy trató de plantear varios argumentos para cautivar a nuevos inversionistas. El principal motivo que hacía de Ercilla una oportunidad inigualable para inyectar recursos era el 14% de utilidades que tenía la empresa. Edwards Matte lo presentaba de la siguiente manera:
—¿Y has liquidado ya alguna de tus otras inversiones, para destinar ese dinero a “Ercilla”?
—Sí. Vendí, por ejemplo, las acciones que tenía de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar.
—¿Te parecía mal ese negocio?...
—Por el contrario: lo considero excelente, aunque reditúa solo el 5,6%, frente al 14% que hasta ahora me ha dado el dinero que tengo invertido en “Ercilla”.27
Parte de las altas utilidades que recibía Ercilla se debía, según su director, a su expansión continental y contactos literarios construidos en un lapso de tan solo cuatro años. El artículo hacía especial énfasis en el carácter internacional de la empresa y en su directorio repleto de extranjeros que permitían sostener el negocio. Al respecto, Edwards Matte señala:
Ercilla, si bien es una sociedad chilena, tiene proyecciones continentales, en cuanto a su campo de acción editorial. Su organización directiva es como un trasunto de su espíritu. El gerente, don Laureano Rodrigo, es argentino. El subdirector, Luis Alberto Sánchez, es peruano. El directorio ha quedado formado por un ecuatoriano eminente, don Rafael H. Elizalde y cuatro chilenos, uno de los cuales con muy cercana ascendencia en Bolivia.28
La entrevista también mostraba la necesidad de traspasar las fronteras nacionales para expandir la industria librera nacional. El director comprendía que Chile era un mercado limitado y que buscar nuevos lectores en tierras internacionales era obligación si quería hacer de su editora una empresa reconocida a nivel continental. “Chile, con 5 millones escasos de habitantes —explicaba Edwards Matte—, sería un campo mezquino para una fuerte industria editorial. Pero el campo del continente hispánico, sí, es base suficiente para el desarrollo generoso y fácil de nuestro giro industrial, exportador de cultura”. A esto se sumaba que Ercilla ya vendía libros en el extranjero con muy buena recepción, sobre todo por el bajo costo de cada ejemplar en comparación con los traídos desde España. De ese modo, el artículo hacía gala de su presencia en los principales países de Latinoamérica a través de nuevas sucursales y agentes de ventas, proyectando la imagen de una empresa robusta y respetada fuera de Chile. En la publicación se describe: “se venden [libros] en Buenos Aires, donde tenemos desde hace poco una sucursal instalada. Pero no solo en Buenos Aires: también en Lima, en México, en La Habana y hasta en Estados Unidos, donde existe una fuerte colonia que habla nuestro idioma y solicita libros”.29
Por último, respecto de la pregunta de por qué se buscaban nuevos socios si el negocio editorial era tan fructífero, el director de Ercilla esgrimió dos respuestas: una económica y otra ética. En primer lugar, señalaba que la mejor opción para la empresa librera era que perteneciera al mayor número de personas posible y así obtener más capacidad de inversión, además de que ningún particular acaparase sus ganancias. En segundo lugar, se justificaba la búsqueda de muchos accionistas bajo una premisa ética, que era el hecho de que a mayor número de participantes más posturas políticas se reencontraban en la editorial. De ese modo, se estableció el eclecticismo político como una característica positiva en el desarrollo de la sociedad anónima. Edwards Matte afirmaba:
Deseo que Ercilla sea de propiedad del mayor número posible de personas, que con su criterio, contribuya a orientar los rumbos editoriales del negocio. Además no quiero que nadie piense que yo aspiro a acaparar las utilidades de Ercilla. Por el contrario, deseo que en todos los sectores políticos, sociales y económicos existan personas cuyo interés pecuniario esté ligado al de Ercilla. Así todas las ideologías, todas las tendencias, todos los credos nos comunicarán sus anhelos, y con ello se nos ayudará a realizar nuestro propósito de ser eclécticos y objetivos.30
Esta respuesta podría ser interpretada como un ardid en relación con los intereses empresariales del directorio de Ercilla; sin embargo, hasta ese momento los números avalan esta postura. Ahora bien, la intensa búsqueda de nuevos inversores da cuenta de la emergencia de los dueños por consolidar la internacionalización de la editorial sin tener que acudir a préstamos bancarios que colocasen en riesgo otros negocios y la seguridad económica de cada uno de ellos.
La conversión a sociedad anónima tuvo buenos resultados y en octubre de 1936 se logró reunir los 10 millones de capital. Un año más tarde, Ercilla hizo una inversión de grandes proporciones comprando dos edificios en el centro de Santiago (calle Agustinas 1639 y calle Chacabuco s/n) para bodegas, talleres y zona de despachos. A esto se sumaría la compra de camiones para agilizar los repartos a las librerías del país. Frente al motivo de la inversión, revista Ercilla señaló: “el crecimiento constante de la ‘Editorial Ercilla’ ha hecho necesaria la ampliación inmediata de sus servicios. El aumento de las ediciones, el favor, siempre en alza, del público lector, van obligando a hacer nuevos esfuerzos, en el sentido de acelerar el despacho de libros y revistas y de dar más comodidad y holgura a los diferentes talleres”.31 Con la tranquilidad de conocer el resultado de la inversión, casi cuatro décadas más tarde Luis Alberto Sánchez señaló: “una editorial con taller propio corre muchos riesgos en un país donde el papel y los repuestos son importados y el trabajador reclama sin cesar el alza de salario y nuevas granjerías”.32 Aun así, en esos momentos era difícil pronosticar cualquier proyección negativa en Ercilla, ya que los índices de utilidades, las ventas y la expansión empresarial a través de la adquisición de activos en solo cuatro años de vida iban en aumento, mientras su capital se acrecentaba de manera considerable.
En 1937, la editorial informó, a través de la revista Ercilla, que la asamblea general de accionistas había autorizado al directorio a aumentar el capital de la sociedad anónima en cinco millones de pesos correspondiente a 200 mil acciones, es decir, cada acción había subido su valor a $25. Los integrantes de la firma tuvieron la prioridad de comprar la mitad de las acciones, permitiendo que no se desbordase el número de inversionistas y no se complicasen las votaciones.33 Este hecho fue la prueba del éxito que estaba teniendo la empresa, en la que el aumento en la inversión se vio como algo natural en un negocio que tenía utilidades anuales superiores al 14%.
El éxito de Ercilla entre 1935 y 1938 se explica por factores coyunturales y estructurales relacionados con el mercado del libro chileno y latinoamericano. La crisis de 1929 cerró las fronteras económicas de Chile y restringió la importación de libros. Esto estimuló una naciente producción nacional que compitió con editoriales españolas y argentinas por el público lector.34 En este contexto, Ercilla montó su negocio en un momento en que el 50% de los habitantes chilenos vivía en áreas urbanas, siendo Santiago la ciudad con más habitantes, con cerca de 1 millón de personas. Por su parte, las políticas educativas lograron obtener en 1940 una tasa de alfabetismo del 58,3%, es decir, había cerca de 3 millones de lectores, entre los cuales la mayor cantidad se repartían en Santiago, Valparaíso y Concepción, ciudades donde Ercilla tenía sus puntos de venta35. La empresa creció de manera regular entre 1932 y 1935 adecuándose a las necesidades del mercado interno; sin embargo, la Guerra Civil Española detonó el aumento de una demanda de libros sin precedentes. De US$1.214.285 de exportación en libros a Latinoamérica que recibían las empresas españolas en 1932, esta cifra disminuyó abruptamente hasta 1940, cuando solo exportó US$71.428.36 Este momento fue aprovechado por la firma chilena, que amplió su catálogo y su producción pensando en un crecimiento sostenido en el tiempo, pero sin analizar las características de una situación única y temporal como fue la ausencia de la industria española. Esta época fue denominada por Sánchez como “las horas febriles y románticas de 1935-1937” de Editorial Ercilla Sociedad Anónima.37
Quiebra
Según Luis Alberto Sánchez, en 1938 “empezó el colapso de Ercilla. Habían almacenado papel impreso en demasía, los precios variaban, faltaba liquidez, los intereses del capital inmovilizado ahogaban a la empresa; las leyes sociales contribuían al estrangulamiento económico”.38 Las palabras del ensayista peruano, escritas 32 años después, se deben a que en ese periodo Laureano Rodrigo dejó el cargo de gerente general de la editorial y contrató al belga Mauricio Fabry, exempresario minero en Bolivia, quien desaceleró el ritmo de las ediciones a solo dos títulos por semana, aumentó los precios y mejoró la presentación.39 Hasta ese momento, la frase del líder aprista suena exagerada; la empresa aún tenía ganancias que permitían sostener una empresa de 300 trabajadores, maquinarias y tres edificios. Sin embargo, a partir de ese año comienza el éxodo de los escritores más importantes que tenía la editorial. Por ejemplo: en 1939, Salvador Reyes ocupó un cargo diplomático en París y Aníbal Jara fue cónsul general en Nueva York; en 1940, Juan Marín partió a China y Pablo Neruda terminó su contrato con la empresa por recibir críticas de Manuel Seoane en la revista Ercilla; en 1941, Luis Alberto Sánchez y Ciro Alegría parten a Estados Unidos, dejando sus cargos en la editorial.40 Quizás, la falta de grandes nombres y títulos reconocidos a nivel continental son un factor que explique lo que se venía para Ercilla.
El 25 de abril de 1942, la asamblea general extraordinaria de accionistas de Editorial Ercilla S.A. acordó por votación unánime la disolución de la sociedad y el cierre de la editorial. El principal argumento fue la promulgación, en septiembre de 1941, de la Ley 7064, que buscaba el mejoramiento de la situación económica de los empleados particulares. Dicha legislación obligaba a subir los sueldos a un mínimo, resolviendo los reclamos entre empleadores y empleados con tarifas fijadas. De ese modo, los trabajadores tendrían la oportunidad de pertenecer a un seguro obligatorio y podrían optar anualmente al reajuste de su sueldo. Según Ercilla, esta ley “ordenó mejorar los sueldos de los empleados y creó para ellos una inmovilidad de un año. Con esto se cerró definitivamente toda perspectiva de afirmar el negocio. Las pesadísimas cargas económicas estatuidas por la referida ley [sic] han podido ser soportadas por otras empresas que cuentan con fondos de reserva […] que no tenía la Editorial Ercilla”.41 Incluso, dos semanas antes que la empresa comandada por Ismael Edwards Matte anunciase su cierre, Zig-Zag, la revista de la competencia, escribió: “será imposible que la ley de reajuste de sueldos continúe en vigencia por un año más, sin que gran número de establecimientos comerciales se vean obligados a cerrar sus puertas o sin que muchas industrias paralicen su producción”.42
Por medio de una carta enviada al presidente Juan Antonio Ríos y publicada en el diario El Mercurio, los accionistas explicaron cómo esa ley afectó al funcionamiento de Ercilla y causó su cierre. Para la empresa, los salarios de su personal eran “excepcionalmente altos” y no podían ser rebajados, porque los montos se fijaban cada año por la Comisión de Salarios Mínimos del Estado. Según el presidente de la Asociación de Impresores, entre 1932 y 1942 las remuneraciones de los operarios experimentaron un alza de 190%, cifra que para la editorial era “muy superior a la que sufrió el costo de la vida en igual lapso”. Además, la Junta Clasificadora de Empleados y Obreros consideró a todos los trabajadores de la empresa librera como “empleados”, obligando a subir sus sueldos y pagar mayores imposiciones a las Cajas de Previsión. La publicación señaló que en 1941 la firma ya mostraba pérdidas, las cuales se multiplicaban al tener que aumentar los sueldos e imposiciones cada año. En una medida desesperada, el directorio de Ercilla no dudó en pedir ayuda al presidente de Chile: “habríamos vacilado quizá en distraer la atención de V. E., ya solicitado por tantos problemas, si no pensáramos que la Editorial Ercilla es algo más que una empresa industrial: es también un centro de cultura cuya vida y cuya prosperidad interesan a los poderes públicos y a todos los chilenos”.43 Sin embargo, este llamado quedó sin respuesta.
Desde fines de 1941, Ercilla no tuvo las condiciones económicas para cumplir con los preceptos establecidos por la ley, lo que causó el reclamo oficial del Sindicato de Trabajadores de Ercilla a la Comisión Provincial Mixta de Sueldos de Santiago. Ante esta situación, el 14 de enero de 1942 el directorio de la editorial se reunió con el director general del Trabajo, Mariano Bustos, para plantearle la imposibilidad económica de regular los salarios como lo establecía la ley. Mauricio Fabry señaló que, una pérdida de $123.395 (pesos chilenos) durante el periodo 1940-1941, a lo que se sumarían $90.000 (pesos chilenos) por concepto de reajuste salarial, solo dejaba dos alternativas: “o prescinde del nuevo reajuste o cierra sus puertas”. El gerente agregó que del fallo de la comisión dependía el bienestar de 300 familias, haciendo alusión a los 300 trabajadores que tenía la empresa, y que si los accionistas “se hubieran guiado por un frío criterio comercial, hace tiempo habrían resuelto su liquidación”.44 En abril de 1942, se dictó la sentencia que obligó a la empresa a reajustar las retribuciones de su personal en un plazo de un mes, precipitando la quiebra de Ercilla.
El cierre editorial se transformó en un argumento para manifestarse en contra de la política social y económica emprendida por los gobiernos radicales de Pedro Aguirre Cerda y Juan Antonio Ríos. La derecha aprovechó este golpe a la cultura para señalar, a través de la prensa, que la legislación social iba en detrimento del desarrollo industrial del país y que este tipo de políticas alejaban la inversión y el emprendimiento local. El Mercurio, atento a la liquidación de Ercilla, señaló: “estamos seguro de que no es un buen aliciente para trabajar en la industria y el comercio el que se ofrece a los inversionistas con la dictación de leyes que tan ciegamente golpean así al capital como al trabajo”.45 La apreciación de que el cierre de la editorial fue causado por los avances sociales del Estado chileno representó posiciones adversas en la misma empresa. De hecho, en Ercilla y Hoy la quiebra pasó desapercibida y solo Ismael Edwards Matte escribió en contra de dicha ley. Las demás críticas provienen de columnas de El Mercurio, El Diario Ilustrado y la revista Zig-Zag, publicaciones de derecha y constantes opositoras a todos los proyectos del gobierno vigente.
De las 26 editoriales que existían en 1942, solo Ercilla y Zig-Zag se podían considerar industrias editoriales, es decir, con más de 50 trabajadores, con maquinarias y edificios propios.46 La quiebra significó el monopolio librero de Zig-Zag ante un desinterés generalizado del empresariado chileno por invertir en el área. La mayoría de las editoriales que quedaron eran iniciativas vinculadas a la difusión de doctrinas religiosas, políticas o emprendimientos de libreros e intelectuales. Esto generó un declive en la producción intelectual en Chile y la desaparición de la apertura de nuevos títulos o nuevas apuestas literarias a un público masivo, ya que las editoriales que quedaron funcionando solo se dirigían a un público muy limitado, alejando los altos tirajes de la realidad chilena del libro.
A diferencia de Ercilla, la empresa Zig-Zag logró sobrevivir debido a una administración editorial responsable. Primero, la editora centró el negocio en la industria gráfica, obteniendo sus mayores recursos de la venta de revistas y semanarios como Zig-Zag, Sucesos, Familia y Pacífico Magazine, entre muchas otras. Segundo, las inversiones en maquinarias y edificios se hicieron de forma paulatina, a lo largo de los años tras estudios contables sobre la consolidación empresarial. Tercero, antes de que asumiera la presidencia Pedro Aguirre Cerda en 1939, Zig-Zag redujo los salarios y despidió al 20% de su planta como acto de presión al gobierno del Frente Popular. Ahora bien, a pesar de que este fue un movimiento político, le permitió mantener una producción de manera constante entre 1939 y 1945 sin mayores pérdidas. Cuarto, entre 1930 y 1950 los tirajes de cada publicación no superaron los 2.500 ejemplares; así no se arriesgaban grandes pérdidas en caso de un fracaso de las ventas. Quinto, solo se realizaba exportación de libros hacia mercados seguros como Argentina y Perú, asegurando un promedio de venta de 200.000 libros anuales durante la primera mitad de la década de 1940 y sin mayores mermas por circulación.47
En definitiva, el aumento porcentual de los salarios de los trabajadores de Ercilla fue solo uno de los factores de la quiebra. Las altas inversiones en infraestructura sostenidas en proyecciones mal implementadas, los tirajes desmedidos para mercados aún no consolidados, la publicación de cientos de títulos de forma consecutiva sin hacer antes un proceso de propaganda adecuado, el reingreso a la competencia de la industria española y el fortalecimiento de las editoriales argentinas y mexicanas gracias al apoyo estatal ayudaron a terminar con el experimento editorial chileno. La baja en la producción de la firma a partir de 1940 le fue quitando notoriedad en el ambiente intelectual chileno. Tal fue así que, en 1943, cuando Zig-Zag compra los pasivos y activos de Ercilla, no hubo mucho revuelo en el ambiente intelectual. De hecho, en ninguna memoria o autobiografía los escritores y los editores asociados a la empresa hablan, se lamentan o comentan la situación, haciendo énfasis solo en las revistas y su posterior funcionamiento. Pareciera que la falta de escritores de renombre, el aumento de competencia en el mercado editorial chileno y las noticias de la Segunda Guerra opacaron y dejaron en el olvido el cierre de una de las empresas editoras más importantes que tuvo Chile.
Consideraciones finales
Editorial Ercilla, a través de su transformación empresarial, propuso nuevas estrategias de edición, venta y difusión que, para bien o para mal, en el intento por dominar las exigencias del mercado interno de Chile transformaron las prácticas de lectura. En sus momentos de auge contrataron a escritores jóvenes y extranjeros que dieron cabida a nuevas temáticas y estilos que nutrieron el ambiente intelectual de la época; asimismo, el auge de la literatura nacional y latinoamericana se advierte en sus colecciones, en las negociaciones por los derechos de autor y en los testimonios de la época.
En definitiva, Ercilla reveló las lógicas empresariales de una editorial dedicada a las masas que contaba con publicaciones políticas que circularon gracias a las redes de exiliados apristas y que respondieron a proyectos ideológicos e intelectuales. De ese modo, esta empresa librera representó la unidad de un espacio editorial que conjugó contextos políticos álgidos, reivindicaciones sociales y la circulación de discursos de los exiliados en Chile. Por lo mismo, al igual que otras propuestas intelectuales, resulta de interés volcar nuestras investigaciones en los efectos de sus políticas culturales, de sus discursos y escritos, además de tomar en cuenta que parte importante de estos resultados, ya sean éxitos o fracasos, se deben a una administración empresarial que, muchas veces, tiene contradicciones con las políticas sindicales, la inversión social y la equidad cultural.
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